Louis XIII: Centenario de lujo

Louis XIII: Centenario de lujo

El coñac Louis XIII es inigualable: es resultado de la alquimia de 1,200 aguardientes de entre cuarenta y cien años de añejamiento.

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Si alguien bebe hoy una copa Louis XIII tiene que saber que está probando el coñac que un maestro bodeguero puso a añejar en una barrica de roble de Limousin hace 100 años, en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Su sabor es el resultado del trabajo de cuatro generaciones de maestros bodegueros en la casa Rémy Martin en Grande Champagne, una región de Cognac, Francia.

Louis XIII se produjo en 1874. Se nombró en honor al rey de Francia que impulsó la producción y el comercio de este producto a principios del siglo XVII. En cada uno de sus emblemáticos decantadores de cristal hay una mezcla muy compleja, resultado de la alquimia de 1,200 aguardientes de entre cuarenta y cien años de añejamiento. El resultado evoca notas de cata y aromas de mirra, miel, siempreviva, ciruela, madreselva, corteza de madera, cuero y frutas de la pasión. Por todo ello, dice Rodolphe de Lapeyrouse, embajador de la marca, no existe en el mundo otro producto así.

Rodolphe de Lapeyrouse es embajador del coñac exclusivo Louis XIII.

Rodolphe de Lapeyrouse es embajador del coñac exclusivo Louis XIII.

“La primera vez que lo probé estaba en Cognac, en una sala de barricas con más de trescientos años de antigüedad. Eran las diez de la mañana, había bruma en el valle y todo parecía una película. Entendí que estaba por probar algo muy especial” recuerda. “A pesar de que es un método que no ha cambiado en lo absoluto en siglos, las personas que trabajan ahí sienten una absoluta pasión por su trabajo, y se aseguran de que el mismo sabor y nivel de perfección salga de Francia para llegar a China, México y a donde sea”, afirma.

Actualmente, este coñac se sirve en los hoteles y restaurantes más prestigiosos del mundo, desde el Hôtel George V en París, al Burj Al Arab en Dubái, y el Ritz-Carlton en Osaka, hasta La Gloutonnerie, The St. Regis, Brasserie Lipp, y Sir Winston Churchill en México. De Lapeyrouse no deja de sorprenderse en cada ocasión que lo prueba. “Es fascinante saber que alguien trabaja hoy en algo que se consumirá un siglo después. Son maestros que con sus manos logran dominar al tiempo para entregarnos un legado exclusivo del más alto nivel”, concluye.

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