Cenizas quedan: lecciones de la temporada de incendios

Cenizas quedan: lecciones de la temporada de incendios

Las imágenes y cifras de los incendios más recientes han vuelto a alarmar a la población. La causa de ellos no se limita a los recortes de presupuesto –aunque esto no ayuda–, hay otros motivos –ecológicos, administrativos, agrícolas, económicos– que explican cada temporada de incendios.

Tiempo de lectura: 10 minutos

“Puro humo, humo, humo”

“Hubo una ocasión, allá por Desierto de los Leones. Se empezó a quemar pero estaba tranquilo el incendio y lo íbamos combatiendo. Formamos dos grupos: uno hacía el ataque inicial y el otro iba haciendo brecha para que no pasara más el fuego. De repente, llegó, por así decirlo, una oleada de aire fuertísimo y se empezó a escuchar como cuando llueve”.

El testimonio es de Robinson Acosta Romero, él es combatiente de incendios en la Comisión Nacional Forestal (Conafor), y su historia, aunque no sea de esta temporada, se relaciona con lo que estamos viviendo. Fue la ocasión en que Robinson tuvo miedo mientras combatía un incendio, es un referente para él. Cuando dice que se escuchó como la lluvia, se refiere a ese ruido que las gotas hacen al caer y que lo ensordece todo cuando se trata de una buena tormenta, de esas que no dan ni un respiro, pero esa vez el rugido era del fuego, quemándolo todo.

“Empezó el humo, pero denso, denso, y hubo un momento en el que yo me ahogaba y decía ‘¿a qué hora voy a salir de aquí?’ Cerraba los ojos y respiraba con mi paño que me tapaba la boca y la nariz. Y yo decía: ‘Ahorita que cierre los ojos y los abra debe estar clarito. Voy a respirar aire puro’, pero no, puro humo, humo, humo”.

Robinson estudió Ingeniería Forestal y habla de su trabajo con mucho orgullo porque también fue el oficio de su padre: “Yo lo veía como un héroe, nunca pensé en las consecuencias”. La historia se repite: cuando su hija de tres años le preguntó dónde trabaja, le respondió que es como un bombero, que trabaja en el bosque apagando arbolitos. “Me dice: ¡Órale!, qué padre que salves el mundo, papi’”.

Para concluir su relato sobre el incendio en el Desierto de los Leones, Robinson dice: “Claro que salir de ahí fue una experiencia bastante dura, pero muy buena para mí”. Yo le pregunto qué sacó de bueno. Su respuesta es vaga, pero me da a entender que después de ese combate –fue en 2016, uno de los primeros en los que participó– no ha vuelto a tener miedo de enfrentar el fuego.

Es un trabajo lleno de heroísmo, pero también es pesado y no tan bien pagado. El sueldo promedio está entre los 12 mil y los 13 mil pesos al mes, después de impuestos, según los datos de la Plataforma Nacional de Transparencia, e impone una vida de intermitencias: los combatientes de incendios tienen que adentrarse en el bosque y vivir 15 días enteros en un campamento con otras siete personas, sin luz y con mala señal en el celular. Después tienen 15 días de descanso, en los que entra el siguiente turno. Por eso Robinson sólo puede ver a su esposa y a sus hijos dos semanas al mes.

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