Rafael Igartúa, ¿por qué quieres gritar? - Gatopardo

Rafael Igartúa, ¿por qué quieres gritar?

Especial patrio

Tiempo de lectura: 4 minutos

México está inmerso en una crisis de muchas caras, y sí, tenemos muchas razones para gritar, pero no precisamente en tono de celebración. Con el pretexto de lo que solemos llamar “mes patrio” decidimos abrir un espacio para el análisis y el debate en torno a los problemas más profundos de nuestro país y atrevernos a plantear estrategias como sociedad civil para solucionarlos.

Se trata de dejar de lado el típico “grito de Independencia” y utilizar la voz, en cambio, para imaginar maneras de enmendar el rumbo.

Estas son las voces de ciudadanos de distintas edades, profesiones e ideologías que decidieron sumarse a esta intención, esperando que no se quede solo en eso.

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¿Cuáles son los tres problemas que más te preocupan de México?

Las élites: Frívolas, renuentes al cambio e insensibles con la realidad social. Participan, y son beneficiarias, de la corrupción para mantener su privilegiado status quo. Justifican la preservación del sistema patriarcal y los privilegios hereditarios a través del racismo y la voluntad de Dios. Falta darse una vuelta por Santa Fe o El Pedregal, para ver cómo, ante la crisis de inseguridad (producto de la desigualdad y falta de justicia social), las élites han levantado fortalezas bien resguardadas –a manera de las villas de las provincias romanas ante la amenaza de las invasiones germanas del s. X–, donde los únicos que llegan a pie por banquetas casi inexistentes, después de tres horas de viaje, son las personas debidamente uniformadas.

La justicia: El contrato social es un acuerdo común que busca como principio la igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades. Cuando este contrato social se rompe, a favor de los privilegios de unos cuantos como pasa en México, deja de haber justicia social. El poder económico se concentra en muy pocas manos y la justicia solo existe para ellos, los que tienen cómo pagarla; es decir, los que nacieron afortunados –y morirán así–, mientras que para la gran mayoría de la población las oportunidades para desarrollarse y acceder a la justicia son muy escasas.

En términos prácticos, la entidad del Estado encargado de ejercer la justicia es el Poder Judicial. En México es el poder menos público, visible, fiscalizado y regulado. Nadie sabe quiénes son los jueces, cómo se regulan o quién los elige, pero todo mundo sabe que para salir de un problema o para estar metido en uno, solo falta que alguien le dé su “aceitadita” al juez en cuestión.

El mundo: Nada más hace falta voltear para arriba geográficamente, y al pasado, para darse cuenta que es inexacto argumentar que somos los únicos causantes de nuestros problemas. De igual manera, no hay más que voltear hacia abajo para ver que no somos el único país sumergido en un terrible abismo social. Somos parte de un sistema mundial interconectado, mucho más complejo y perverso que nuestra realidad nacional, regido fundamentalmente por los intereses del capitalismo global, depredador e imperialista. La misma luchas entre afortunados y explotados que vemos en nuestros países se da a nivel global. Para que haya una Suecia –socialdemocrata y respetuosa de los Derechos Humanos– tienen que existir Nigeria, Honduras y Paquistán.

¿Qué le pedirías a las autoridades para solucionarlos?

Me temo que no es un problema que las autoridades tienen la capacidad de solucionar, principalmente porque ellos son el problema de fondo. No tenemos un sistema político corrupto, la corrupción es el sistema. Tampoco quiero decir que no haya solución, simplemente no sé cuál es, pero creo que no es a través de la autoridades, pues a grandes rasgos ellos son el problema.

¿Cómo evalúas la participación de la sociedad civil en la búsqueda de soluciones para estos problemas? ¿Qué tenemos que hacer como ciudadanos para enmendar el rumbo?

Estoy en contra del argumento de que la solución está en cada uno de nosotros. No pienso que la solución pase por una decisión individual. Eso nos han querido vender los medios, y las impolutas conciencias, porque les conviene desarticularnos. Decirnos que mientras uno no use plástico ya está poniendo su granito de arena, así lavamos nuestras culpas, mientras las grandes industrias pueden seguir con las mismas prácticas depredadoras con mínimos controles, por poner un ejemplo.

Por otro lado, aunque parece una obviedad, creo que en la práctica diaria no nos detenemos a pensar que el gobierno no es un ente abstracto homogéneo y que está constituido por personas que en algún momento fueron y volverán a ser sociedad civil, muchas veces con varias intermitencias.

En un sistema político ideal los políticos representan intereses e ideologías de grupos de la sociedad a los que ellos mismos pertenecen. El líder sindical se hace diputado para buscar soluciones a los temas de los trabajadores, la madre de familia conservadora lo hace para detener el avance de políticas progresistas, y la víctima de un agravio para representar a todos los agraviados similares en su lucha.

El problema es que nuestra forma convencional de acceder al poder está completamente corrompida: se necesita pertenecer a un partido político desconectado del interés público y al servicio de los grandes capitales y el status quo. Las formas no convencionales de acceso al poder son casi siempre mediante el poder económico, la violencia o ambas. Como sociedad no hemos podido desarticular este sistema de ejercicio de poder. A los que están arriba les sirve la forma como funciona actualmente, y a los que están abajo les da pequeñas posibilidades de acceder coyunturalmente a privilegios que de otra manera no podrían.

Hay pocos ejemplos de organización política con justicia. Uno de ellos, muy digno, los ejercicios de autonomía y juntas de buen gobierno zapatistas. Y quizá alguna que otra valiente comunidad rebelde, pero por desgracia sin mucha perspectiva de ser contagiosas.

-Rafael Igartúa, maestro en historia y política


 

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Este 16 de septiembre, ¿por qué quieres gritar?

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