“Una de las lecciones más importantes del informe es que los objetivos del Acuerdo de París no se van a alcanzar”, comenta Carlos López Morales, investigador en economía ecológica de El Colegio de México. Esa lección trae consigo otros pronósticos que deben ser tomados con seriedad: es muy probable que en los próximos treinta años se supere la barrera de aumento en la temperatura, fijada en 1.5 ºC por el Acuerdo de París; el planeta tardará millones de años en regenerarse de muchos daños infringidos en el pasado y en el presente, en especial, por la cantidad de dióxido de carbono y metano lanzado al ambiente; los fenómenos naturales extremos de los últimos años tienen una relación incontrovertible con la actividad humana. En general, los resultados que se hicieron públicos el lunes 9 de agosto exponen la base física del cambio climático, es decir, los efectos físicos y químicos que tiene y ha tenido el desarrollo económico en el planeta.
Todo esto se pudo haber prevenido, si en su momento hubiéramos atendido realmente lo dicho por el propio IPCC desde 1988. La institución representa uno de los contados esfuerzos globales para hacer frente a la crisis climática, tiene respaldo internacional –al ser parte de la ONU– y sus estudios son posibles gracias a la colaboración científica efectiva; por ejemplo, en esta edición participaron 235 personas expertas de 66 países distintos.
“El mundo oyó, pero no escuchó. El mundo oyó, pero no actuó de manera suficiente”, dijo la directora ejecutiva del programa ambiental de la ONU, Inger Andersen, en conferencia de prensa. Su declaración coincide con el tono del informe que, a diferencia de las cinco ediciones anteriores, es mucho más enfático en la falta de compromiso por parte de los gobiernos del mundo. Al respecto, Carlos Tornel, candidato a doctor en Geografía Humana de la Universidad de Durham en Inglaterra, coincide en que este informe es mucho más arrojado en su postura frente a los gobiernos.
¿Queda algo por hacer? Sí. El llamado enérgico del IPCC es no seguir con los brazos cruzados y actuar para que la urgencia sea prioritaria para los gobiernos. “Creo que el reporte es un jalón de orejas. Ahora, ¿cómo hacer que los gobiernos respondan?”, se pregunta Carlos López Morales.
En cuanto a México, el economista y ecologista, explica que “[nuestro país] ha echado mano de los combustibles fósiles a una tasa mayor que antes, para salir de los efectos económicos de la pandemia. El primer año del confinamiento frenó durante algunos meses las emisiones, pero sólo fue un respiro porque ya regresamos a la tendencia previa o incluso empeoró”.
Comparte su punto de vista Gustavo Alanís, director del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda): “México es uno de los países vulnerables al cambio climático, sin embargo, el tema no es prioridad y no está en la agenda”.
Para muestra un botón: el 10 de agosto, el día después de que se dio a conocer el informe del IPCC, el presidente Andrés Manuel López Obrador no le dedicó una sola palabra en su conferencia matutina y la prensa tampoco le hizo preguntas al respecto. El medio ambiente también comienza a desdibujarse del presupuesto. “Nada más por dar un ejemplo, en 2014 destinamos 0.38% del PIB al sector ambiental; en el presupuesto de 2020, bajó a 0.11%”, puntualiza Alanís.
“Reflexionando al respecto, [éste] debería ser un tema de seguridad nacional porque todos dependemos de la naturaleza para nuestro desempeño cotidiano. Si las condiciones naturales no están bien, lo demás no puede funcionar”, continúa Alanís, para quien también es urgente que los ciudadanos exijan a los políticos que se tomen en serio la crisis climática. Sin embargo, como se reportó en Gatopardo a propósito del Día de la Tierra, las propuestas escasean en las plataformas electorales. “Como no son temas que jalen votos, les da igual a los políticos. Pero, al final, esto va a tener un impacto fuerte en nuestra salud, en nuestra calidad de vida, en nuestra vida misma”, alerta Alanís.
Ahora bien, una de las críticas que se le han hecho al reporte tiene que ver con lo que no dice. Al hablar de las causas del estado del ambiente y atribuirlas a la humanidad en general, se oculta que existe un problema asociado de desigualdad. “Hablar de la humanidad es sumamente problemático. No todas y todos somos igualmente responsables”, afirma Carlos Tornel. “Ése es el gran tema: el 10% de la población es responsable, prácticamente, de la mitad de las emisiones, y la gente más pobre, aproximadamente la mitad de la población global, es afectada por este problema sin ser responsable de haberlo creado”.
El periodo entre 1990 y 2015 fue uno de desigualdad extrema de carbono, según el estudio Confronting Carbon Inequality, publicado por Oxfam. En ese rango de veinticinco años, el 10% más rico de la población provocó el 52% del total de emisiones de carbono de la humanidad. Ésta es otra manera de apreciar la desigualdad en el cambio climático: el 1% más rico generó el doble de emisiones que el 50% más pobre.
“La ciencia ha sido muy cobarde. El IPCC debería afirmar que el problema no es el dióxido de carbono, sino el modelo del capitalismo fósil. No se trata de decir que hay mucho dióxido de carbono y capturarlo, secuestrarlo o mandarlo a Marte, sino de aceptar que esas emisiones están vinculadas estrechamente a la desigualdad económica”, critica Tornel.
Lo que dice sobre mandar las emisiones de dióxido de carbono a Marte es una manera de subrayar el problema detrás de las soluciones predominantes. A Tornel le preocupa que creamos que se encontrará una tecnología milagrosa capaz de salvar el planeta. “Si abres las llaves de una tina, se empezará a llenar de agua. Es lo que está pasando con esta emergencia: ya sabemos que se va a desbordar el agua, pero las empresas y los gobiernos nos dicen: no te apures, voy a hacer que el hoyo del drenaje sea más grande, en lugar de cerrar las llaves de agua”. La metáfora sirve para comprender lo que sucederá al seguir apostando por una solución tecnológica, en lugar de cambiar el modelo de desarrollo. La muestra más clara, para Tornel, es que se fomenta más la captura de carbono que la reducción de las emisiones.
“No se trata de decir: bueno, ya todo se perdió, ni modo. Tenemos que empezar a actuar, y no de manera individual y consumista, limitándonos a consumir productos ‘verdes’, tenemos que organizarnos para depender menos de los gobiernos y hasta de las empresas”, exhorta Tornel.
“Los próximos veinte o treinta años son los más importantes en la historia de la humanidad: cambiará la pendiente de las emisiones o seguirá su tendencia exponencial”, dice el profesor Carlos López Morales. “Vamos en una dirección bastante complicada, bastante difícil y bastante fea. Ya empezamos a ver efectos ahora, imagínate cómo se verá en treinta o cuarenta años”. De acuerdo con él, no estorba que la gente trate de reducir su huella de carbono viajando responsablemente, cambiando su alimentación o usando menos plásticos y otros materiales, pero esto no es suficiente. “Tiene que haber cambios en la política pública global a la altura de esta etapa única en la historia de la humanidad”.