En septiembre del 2018, mientras la sociedad brasileña se enfrentaba a una fuerte campaña presidencial que preveía la instauración de la derecha en el máximo orden de gobierno del país sudamericano, un incendio consumió por completo el Museo Nacional de Brasil, la institución cultural más antigua del país, poseedora de una de las mayores colecciones de historia natural en el mundo.
Aunque la respuesta por parte de la comunidad internacional no se hizo esperar, lamentando el hecho y exigiendo mayores condiciones de seguridad para recintos culturales del tipo en todo el mundo, era importante saber cuál sería la postura de los equipos que contendían por la presidencia. Para Jair Bolsonaro, candidato del Partido Social Liberal (PSL) y puntero de las preferencias, la respuesta ante una situación como esta era clara: había que retirar el apoyo a la cultura y, de ser posible, eliminar la existencia del Ministerio de Cultura.
Tras su elección como presidente de la nación, el político, reconocido por sus ideas conservadoras y ultraderechistas, cumplió con su promesa de retirar algunos incentivos importantes para la cultura y desaparecer el ministerio institucional que revisaba la aplicación y preservación de la cultura en el país, poniendo en jaque el futuro de la cultura en una sociedad que nunca antes la había necesitado tanto.
Pero vale decir que las ideas de Bolsonaro hacia la cultura no son nuevas para el escenario brasileño. En 2016 el entonces presidente Michel Temer propuso eliminar el Ministerio de Cultura como una de las acciones de su gobierno para luchar con la recesión económica que atravesaba el país. La decisión fue ampliamente criticada por personas clave en la cultura brasileña.
"La cultura es la creación del futuro y la preservación del pasado. Sin la promoción y protección de nuestra cultura, a través de un ministerio que se identifique y dedique a ella, Brasil cerrará las cortinas de un grandioso placo abierto hacia el mundo", manifestaron un grupo de artistas e intelectuales en un manifiesto publicado por el diario O Globo. Poco después, Temer decidió no continuar con la eliminación del ministerio.
A diferencia del expresidente interino, Bolsonaro no teme a las represalias que surjan en su contra o lo que algunos sectores dentro y fuera de Brasil opinen sobre él y sus acciones. Siguiendo el discurso con tintes fascistas que han adoptado mandatarios como Donald Trump, Bolsonaro actúa sin preocuparse más que por sus intereses y los de sus seguidores, quienes lo instauraron en la casa de gobierno con más del 55% de los votos.
Además de sus críticas a la izquierda, su defensa de la dictadura militar de 1964 y sus constantes ataques a los derechos LGBT, Bolsonaro construyó una plataforma política basada en su desdén por las figuras que representaban al statu quo brasileño. Prueba de ello fueron sus constantes ataques a la sociedad cultural brasileña, a quienes llamó mercenarios por su fuerte defensa de la Ley Rouanet, una ley federal que promueve y estimula la regionalización de la producción cultural y artística brasileña.
"Hay una guerra contra los artistas y la cultura en Brasil. Bolsonaro se posiciona muy próximo al fascismo, le falta elaboración pero va en ese camino", comentó Juca Ferreira, intelectual y ministro de Cultura de los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff al diario argentino Tiempo.
Ante la desaparición del Ministerio de Cultura, cuyas tareas ahora son concentradas en la misma institución que se encarga del deporte y asuntos ciudadanos, el panorama es incierto. Aunque los encargados de instituciones referentes al cine, el teatro y la literatura están acostumbrados a trabajar con muy poco apoyo por parte del gobierno —que no sigue el consejo de la UNESCO de dedicar anualmente el 1% del Producto Interno Bruto (PIB) a la cultura—, una nueva preocupación ha surgido: la censura.
A menos de un año del incendio que acabó con gran parte del legado cultural de Brasil, el país sudamericano se encuentra con otra afrenta a su historia cultural. Con la eliminación del Ministerio de Cultura y el crecimiento en las ideas conservadoras dentro de la sociedad brasileña, Bolsonaro parece tener el camino despejado para decirle no a la cultura por los próximos 4 años, enterrando las posibilidades de crecimiento de un país que necesita mejorar.
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¿Por qué Brasil volteó a la derecha?
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Desde sus tiempos en campaña, Jair Bolsonaro mostró un serio rechazo hacia la cultura y sus instituciones.
En septiembre del 2018, mientras la sociedad brasileña se enfrentaba a una fuerte campaña presidencial que preveía la instauración de la derecha en el máximo orden de gobierno del país sudamericano, un incendio consumió por completo el Museo Nacional de Brasil, la institución cultural más antigua del país, poseedora de una de las mayores colecciones de historia natural en el mundo.
Aunque la respuesta por parte de la comunidad internacional no se hizo esperar, lamentando el hecho y exigiendo mayores condiciones de seguridad para recintos culturales del tipo en todo el mundo, era importante saber cuál sería la postura de los equipos que contendían por la presidencia. Para Jair Bolsonaro, candidato del Partido Social Liberal (PSL) y puntero de las preferencias, la respuesta ante una situación como esta era clara: había que retirar el apoyo a la cultura y, de ser posible, eliminar la existencia del Ministerio de Cultura.
Tras su elección como presidente de la nación, el político, reconocido por sus ideas conservadoras y ultraderechistas, cumplió con su promesa de retirar algunos incentivos importantes para la cultura y desaparecer el ministerio institucional que revisaba la aplicación y preservación de la cultura en el país, poniendo en jaque el futuro de la cultura en una sociedad que nunca antes la había necesitado tanto.
Pero vale decir que las ideas de Bolsonaro hacia la cultura no son nuevas para el escenario brasileño. En 2016 el entonces presidente Michel Temer propuso eliminar el Ministerio de Cultura como una de las acciones de su gobierno para luchar con la recesión económica que atravesaba el país. La decisión fue ampliamente criticada por personas clave en la cultura brasileña.
"La cultura es la creación del futuro y la preservación del pasado. Sin la promoción y protección de nuestra cultura, a través de un ministerio que se identifique y dedique a ella, Brasil cerrará las cortinas de un grandioso placo abierto hacia el mundo", manifestaron un grupo de artistas e intelectuales en un manifiesto publicado por el diario O Globo. Poco después, Temer decidió no continuar con la eliminación del ministerio.
A diferencia del expresidente interino, Bolsonaro no teme a las represalias que surjan en su contra o lo que algunos sectores dentro y fuera de Brasil opinen sobre él y sus acciones. Siguiendo el discurso con tintes fascistas que han adoptado mandatarios como Donald Trump, Bolsonaro actúa sin preocuparse más que por sus intereses y los de sus seguidores, quienes lo instauraron en la casa de gobierno con más del 55% de los votos.
Además de sus críticas a la izquierda, su defensa de la dictadura militar de 1964 y sus constantes ataques a los derechos LGBT, Bolsonaro construyó una plataforma política basada en su desdén por las figuras que representaban al statu quo brasileño. Prueba de ello fueron sus constantes ataques a la sociedad cultural brasileña, a quienes llamó mercenarios por su fuerte defensa de la Ley Rouanet, una ley federal que promueve y estimula la regionalización de la producción cultural y artística brasileña.
"Hay una guerra contra los artistas y la cultura en Brasil. Bolsonaro se posiciona muy próximo al fascismo, le falta elaboración pero va en ese camino", comentó Juca Ferreira, intelectual y ministro de Cultura de los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff al diario argentino Tiempo.
Ante la desaparición del Ministerio de Cultura, cuyas tareas ahora son concentradas en la misma institución que se encarga del deporte y asuntos ciudadanos, el panorama es incierto. Aunque los encargados de instituciones referentes al cine, el teatro y la literatura están acostumbrados a trabajar con muy poco apoyo por parte del gobierno —que no sigue el consejo de la UNESCO de dedicar anualmente el 1% del Producto Interno Bruto (PIB) a la cultura—, una nueva preocupación ha surgido: la censura.
A menos de un año del incendio que acabó con gran parte del legado cultural de Brasil, el país sudamericano se encuentra con otra afrenta a su historia cultural. Con la eliminación del Ministerio de Cultura y el crecimiento en las ideas conservadoras dentro de la sociedad brasileña, Bolsonaro parece tener el camino despejado para decirle no a la cultura por los próximos 4 años, enterrando las posibilidades de crecimiento de un país que necesita mejorar.
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Desde sus tiempos en campaña, Jair Bolsonaro mostró un serio rechazo hacia la cultura y sus instituciones.
En septiembre del 2018, mientras la sociedad brasileña se enfrentaba a una fuerte campaña presidencial que preveía la instauración de la derecha en el máximo orden de gobierno del país sudamericano, un incendio consumió por completo el Museo Nacional de Brasil, la institución cultural más antigua del país, poseedora de una de las mayores colecciones de historia natural en el mundo.
Aunque la respuesta por parte de la comunidad internacional no se hizo esperar, lamentando el hecho y exigiendo mayores condiciones de seguridad para recintos culturales del tipo en todo el mundo, era importante saber cuál sería la postura de los equipos que contendían por la presidencia. Para Jair Bolsonaro, candidato del Partido Social Liberal (PSL) y puntero de las preferencias, la respuesta ante una situación como esta era clara: había que retirar el apoyo a la cultura y, de ser posible, eliminar la existencia del Ministerio de Cultura.
Tras su elección como presidente de la nación, el político, reconocido por sus ideas conservadoras y ultraderechistas, cumplió con su promesa de retirar algunos incentivos importantes para la cultura y desaparecer el ministerio institucional que revisaba la aplicación y preservación de la cultura en el país, poniendo en jaque el futuro de la cultura en una sociedad que nunca antes la había necesitado tanto.
Pero vale decir que las ideas de Bolsonaro hacia la cultura no son nuevas para el escenario brasileño. En 2016 el entonces presidente Michel Temer propuso eliminar el Ministerio de Cultura como una de las acciones de su gobierno para luchar con la recesión económica que atravesaba el país. La decisión fue ampliamente criticada por personas clave en la cultura brasileña.
"La cultura es la creación del futuro y la preservación del pasado. Sin la promoción y protección de nuestra cultura, a través de un ministerio que se identifique y dedique a ella, Brasil cerrará las cortinas de un grandioso placo abierto hacia el mundo", manifestaron un grupo de artistas e intelectuales en un manifiesto publicado por el diario O Globo. Poco después, Temer decidió no continuar con la eliminación del ministerio.
A diferencia del expresidente interino, Bolsonaro no teme a las represalias que surjan en su contra o lo que algunos sectores dentro y fuera de Brasil opinen sobre él y sus acciones. Siguiendo el discurso con tintes fascistas que han adoptado mandatarios como Donald Trump, Bolsonaro actúa sin preocuparse más que por sus intereses y los de sus seguidores, quienes lo instauraron en la casa de gobierno con más del 55% de los votos.
Además de sus críticas a la izquierda, su defensa de la dictadura militar de 1964 y sus constantes ataques a los derechos LGBT, Bolsonaro construyó una plataforma política basada en su desdén por las figuras que representaban al statu quo brasileño. Prueba de ello fueron sus constantes ataques a la sociedad cultural brasileña, a quienes llamó mercenarios por su fuerte defensa de la Ley Rouanet, una ley federal que promueve y estimula la regionalización de la producción cultural y artística brasileña.
"Hay una guerra contra los artistas y la cultura en Brasil. Bolsonaro se posiciona muy próximo al fascismo, le falta elaboración pero va en ese camino", comentó Juca Ferreira, intelectual y ministro de Cultura de los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff al diario argentino Tiempo.
Ante la desaparición del Ministerio de Cultura, cuyas tareas ahora son concentradas en la misma institución que se encarga del deporte y asuntos ciudadanos, el panorama es incierto. Aunque los encargados de instituciones referentes al cine, el teatro y la literatura están acostumbrados a trabajar con muy poco apoyo por parte del gobierno —que no sigue el consejo de la UNESCO de dedicar anualmente el 1% del Producto Interno Bruto (PIB) a la cultura—, una nueva preocupación ha surgido: la censura.
A menos de un año del incendio que acabó con gran parte del legado cultural de Brasil, el país sudamericano se encuentra con otra afrenta a su historia cultural. Con la eliminación del Ministerio de Cultura y el crecimiento en las ideas conservadoras dentro de la sociedad brasileña, Bolsonaro parece tener el camino despejado para decirle no a la cultura por los próximos 4 años, enterrando las posibilidades de crecimiento de un país que necesita mejorar.
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En septiembre del 2018, mientras la sociedad brasileña se enfrentaba a una fuerte campaña presidencial que preveía la instauración de la derecha en el máximo orden de gobierno del país sudamericano, un incendio consumió por completo el Museo Nacional de Brasil, la institución cultural más antigua del país, poseedora de una de las mayores colecciones de historia natural en el mundo.
Aunque la respuesta por parte de la comunidad internacional no se hizo esperar, lamentando el hecho y exigiendo mayores condiciones de seguridad para recintos culturales del tipo en todo el mundo, era importante saber cuál sería la postura de los equipos que contendían por la presidencia. Para Jair Bolsonaro, candidato del Partido Social Liberal (PSL) y puntero de las preferencias, la respuesta ante una situación como esta era clara: había que retirar el apoyo a la cultura y, de ser posible, eliminar la existencia del Ministerio de Cultura.
Tras su elección como presidente de la nación, el político, reconocido por sus ideas conservadoras y ultraderechistas, cumplió con su promesa de retirar algunos incentivos importantes para la cultura y desaparecer el ministerio institucional que revisaba la aplicación y preservación de la cultura en el país, poniendo en jaque el futuro de la cultura en una sociedad que nunca antes la había necesitado tanto.
Pero vale decir que las ideas de Bolsonaro hacia la cultura no son nuevas para el escenario brasileño. En 2016 el entonces presidente Michel Temer propuso eliminar el Ministerio de Cultura como una de las acciones de su gobierno para luchar con la recesión económica que atravesaba el país. La decisión fue ampliamente criticada por personas clave en la cultura brasileña.
"La cultura es la creación del futuro y la preservación del pasado. Sin la promoción y protección de nuestra cultura, a través de un ministerio que se identifique y dedique a ella, Brasil cerrará las cortinas de un grandioso placo abierto hacia el mundo", manifestaron un grupo de artistas e intelectuales en un manifiesto publicado por el diario O Globo. Poco después, Temer decidió no continuar con la eliminación del ministerio.
A diferencia del expresidente interino, Bolsonaro no teme a las represalias que surjan en su contra o lo que algunos sectores dentro y fuera de Brasil opinen sobre él y sus acciones. Siguiendo el discurso con tintes fascistas que han adoptado mandatarios como Donald Trump, Bolsonaro actúa sin preocuparse más que por sus intereses y los de sus seguidores, quienes lo instauraron en la casa de gobierno con más del 55% de los votos.
Además de sus críticas a la izquierda, su defensa de la dictadura militar de 1964 y sus constantes ataques a los derechos LGBT, Bolsonaro construyó una plataforma política basada en su desdén por las figuras que representaban al statu quo brasileño. Prueba de ello fueron sus constantes ataques a la sociedad cultural brasileña, a quienes llamó mercenarios por su fuerte defensa de la Ley Rouanet, una ley federal que promueve y estimula la regionalización de la producción cultural y artística brasileña.
"Hay una guerra contra los artistas y la cultura en Brasil. Bolsonaro se posiciona muy próximo al fascismo, le falta elaboración pero va en ese camino", comentó Juca Ferreira, intelectual y ministro de Cultura de los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff al diario argentino Tiempo.
Ante la desaparición del Ministerio de Cultura, cuyas tareas ahora son concentradas en la misma institución que se encarga del deporte y asuntos ciudadanos, el panorama es incierto. Aunque los encargados de instituciones referentes al cine, el teatro y la literatura están acostumbrados a trabajar con muy poco apoyo por parte del gobierno —que no sigue el consejo de la UNESCO de dedicar anualmente el 1% del Producto Interno Bruto (PIB) a la cultura—, una nueva preocupación ha surgido: la censura.
A menos de un año del incendio que acabó con gran parte del legado cultural de Brasil, el país sudamericano se encuentra con otra afrenta a su historia cultural. Con la eliminación del Ministerio de Cultura y el crecimiento en las ideas conservadoras dentro de la sociedad brasileña, Bolsonaro parece tener el camino despejado para decirle no a la cultura por los próximos 4 años, enterrando las posibilidades de crecimiento de un país que necesita mejorar.
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Desde sus tiempos en campaña, Jair Bolsonaro mostró un serio rechazo hacia la cultura y sus instituciones.
En septiembre del 2018, mientras la sociedad brasileña se enfrentaba a una fuerte campaña presidencial que preveía la instauración de la derecha en el máximo orden de gobierno del país sudamericano, un incendio consumió por completo el Museo Nacional de Brasil, la institución cultural más antigua del país, poseedora de una de las mayores colecciones de historia natural en el mundo.
Aunque la respuesta por parte de la comunidad internacional no se hizo esperar, lamentando el hecho y exigiendo mayores condiciones de seguridad para recintos culturales del tipo en todo el mundo, era importante saber cuál sería la postura de los equipos que contendían por la presidencia. Para Jair Bolsonaro, candidato del Partido Social Liberal (PSL) y puntero de las preferencias, la respuesta ante una situación como esta era clara: había que retirar el apoyo a la cultura y, de ser posible, eliminar la existencia del Ministerio de Cultura.
Tras su elección como presidente de la nación, el político, reconocido por sus ideas conservadoras y ultraderechistas, cumplió con su promesa de retirar algunos incentivos importantes para la cultura y desaparecer el ministerio institucional que revisaba la aplicación y preservación de la cultura en el país, poniendo en jaque el futuro de la cultura en una sociedad que nunca antes la había necesitado tanto.
Pero vale decir que las ideas de Bolsonaro hacia la cultura no son nuevas para el escenario brasileño. En 2016 el entonces presidente Michel Temer propuso eliminar el Ministerio de Cultura como una de las acciones de su gobierno para luchar con la recesión económica que atravesaba el país. La decisión fue ampliamente criticada por personas clave en la cultura brasileña.
"La cultura es la creación del futuro y la preservación del pasado. Sin la promoción y protección de nuestra cultura, a través de un ministerio que se identifique y dedique a ella, Brasil cerrará las cortinas de un grandioso placo abierto hacia el mundo", manifestaron un grupo de artistas e intelectuales en un manifiesto publicado por el diario O Globo. Poco después, Temer decidió no continuar con la eliminación del ministerio.
A diferencia del expresidente interino, Bolsonaro no teme a las represalias que surjan en su contra o lo que algunos sectores dentro y fuera de Brasil opinen sobre él y sus acciones. Siguiendo el discurso con tintes fascistas que han adoptado mandatarios como Donald Trump, Bolsonaro actúa sin preocuparse más que por sus intereses y los de sus seguidores, quienes lo instauraron en la casa de gobierno con más del 55% de los votos.
Además de sus críticas a la izquierda, su defensa de la dictadura militar de 1964 y sus constantes ataques a los derechos LGBT, Bolsonaro construyó una plataforma política basada en su desdén por las figuras que representaban al statu quo brasileño. Prueba de ello fueron sus constantes ataques a la sociedad cultural brasileña, a quienes llamó mercenarios por su fuerte defensa de la Ley Rouanet, una ley federal que promueve y estimula la regionalización de la producción cultural y artística brasileña.
"Hay una guerra contra los artistas y la cultura en Brasil. Bolsonaro se posiciona muy próximo al fascismo, le falta elaboración pero va en ese camino", comentó Juca Ferreira, intelectual y ministro de Cultura de los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff al diario argentino Tiempo.
Ante la desaparición del Ministerio de Cultura, cuyas tareas ahora son concentradas en la misma institución que se encarga del deporte y asuntos ciudadanos, el panorama es incierto. Aunque los encargados de instituciones referentes al cine, el teatro y la literatura están acostumbrados a trabajar con muy poco apoyo por parte del gobierno —que no sigue el consejo de la UNESCO de dedicar anualmente el 1% del Producto Interno Bruto (PIB) a la cultura—, una nueva preocupación ha surgido: la censura.
A menos de un año del incendio que acabó con gran parte del legado cultural de Brasil, el país sudamericano se encuentra con otra afrenta a su historia cultural. Con la eliminación del Ministerio de Cultura y el crecimiento en las ideas conservadoras dentro de la sociedad brasileña, Bolsonaro parece tener el camino despejado para decirle no a la cultura por los próximos 4 años, enterrando las posibilidades de crecimiento de un país que necesita mejorar.
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En septiembre del 2018, mientras la sociedad brasileña se enfrentaba a una fuerte campaña presidencial que preveía la instauración de la derecha en el máximo orden de gobierno del país sudamericano, un incendio consumió por completo el Museo Nacional de Brasil, la institución cultural más antigua del país, poseedora de una de las mayores colecciones de historia natural en el mundo.
Aunque la respuesta por parte de la comunidad internacional no se hizo esperar, lamentando el hecho y exigiendo mayores condiciones de seguridad para recintos culturales del tipo en todo el mundo, era importante saber cuál sería la postura de los equipos que contendían por la presidencia. Para Jair Bolsonaro, candidato del Partido Social Liberal (PSL) y puntero de las preferencias, la respuesta ante una situación como esta era clara: había que retirar el apoyo a la cultura y, de ser posible, eliminar la existencia del Ministerio de Cultura.
Tras su elección como presidente de la nación, el político, reconocido por sus ideas conservadoras y ultraderechistas, cumplió con su promesa de retirar algunos incentivos importantes para la cultura y desaparecer el ministerio institucional que revisaba la aplicación y preservación de la cultura en el país, poniendo en jaque el futuro de la cultura en una sociedad que nunca antes la había necesitado tanto.
Pero vale decir que las ideas de Bolsonaro hacia la cultura no son nuevas para el escenario brasileño. En 2016 el entonces presidente Michel Temer propuso eliminar el Ministerio de Cultura como una de las acciones de su gobierno para luchar con la recesión económica que atravesaba el país. La decisión fue ampliamente criticada por personas clave en la cultura brasileña.
"La cultura es la creación del futuro y la preservación del pasado. Sin la promoción y protección de nuestra cultura, a través de un ministerio que se identifique y dedique a ella, Brasil cerrará las cortinas de un grandioso placo abierto hacia el mundo", manifestaron un grupo de artistas e intelectuales en un manifiesto publicado por el diario O Globo. Poco después, Temer decidió no continuar con la eliminación del ministerio.
A diferencia del expresidente interino, Bolsonaro no teme a las represalias que surjan en su contra o lo que algunos sectores dentro y fuera de Brasil opinen sobre él y sus acciones. Siguiendo el discurso con tintes fascistas que han adoptado mandatarios como Donald Trump, Bolsonaro actúa sin preocuparse más que por sus intereses y los de sus seguidores, quienes lo instauraron en la casa de gobierno con más del 55% de los votos.
Además de sus críticas a la izquierda, su defensa de la dictadura militar de 1964 y sus constantes ataques a los derechos LGBT, Bolsonaro construyó una plataforma política basada en su desdén por las figuras que representaban al statu quo brasileño. Prueba de ello fueron sus constantes ataques a la sociedad cultural brasileña, a quienes llamó mercenarios por su fuerte defensa de la Ley Rouanet, una ley federal que promueve y estimula la regionalización de la producción cultural y artística brasileña.
"Hay una guerra contra los artistas y la cultura en Brasil. Bolsonaro se posiciona muy próximo al fascismo, le falta elaboración pero va en ese camino", comentó Juca Ferreira, intelectual y ministro de Cultura de los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff al diario argentino Tiempo.
Ante la desaparición del Ministerio de Cultura, cuyas tareas ahora son concentradas en la misma institución que se encarga del deporte y asuntos ciudadanos, el panorama es incierto. Aunque los encargados de instituciones referentes al cine, el teatro y la literatura están acostumbrados a trabajar con muy poco apoyo por parte del gobierno —que no sigue el consejo de la UNESCO de dedicar anualmente el 1% del Producto Interno Bruto (PIB) a la cultura—, una nueva preocupación ha surgido: la censura.
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