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Javier Milei y el inicio de una nueva era en la Argentina

Javier Milei y el inicio de una nueva era en la Argentina

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Simpatizantes del candidato presidencial argentino Javier Milei sostienen billetes de un dólar con su rostro, durante un mitin de campaña, en Buenos Aires, Argentina, el 25 de septiembre de 2023. Fotografía de Cristina Sille / Reuters
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Tiempo de Lectura: 00 min

El nuevo mandatario logró capitalizar el largo naufragio de la economía argentina con un discurso radical. Tiene por delante la difícil tarea de estabilizar una economía al borde de la hiperinflación. ¿Será capaz de establecer un nuevo orden con sus propuestas extremas? ¿Cómo afectarán su popularidad las dolorosas consecuencias de sus medidas iniciales?

El nuevo presidente Javier Milei, un personaje de un enorme atractivo popular, es la conjunción de dos elementos que generalmente se mantuvieron separados en la historia argentina: el liberalismo y la política de masas. En su discurso de asunción el pasado 10 de diciembre, el economista reivindicó a los próceres de la era liberal-autoritaria argentina y sostuvo que la decadencia del país comenzó hace un siglo, cuando esa “Argentina potencia” comenzó a abrazar las ideas del “colectivismo”. El economista omitió un dato crucial: aquella Argentina liberal se construyó en el marco de una democracia restringida, y comenzó su declive luego de una gran ampliación de la franquicia en 1912 y de la consecuente irrupción de la política de masas. Si, por un lado, ello plantea preguntas inquietantes acerca del compromiso del nuevo elenco gobernante con las instituciones democráticas, por el otro contribuye a distinguir una de las grandes novedades históricas del fenómeno Milei: el proyecto de construcción de un liberalismo popular. El espíritu de la época parece estar en las caravanas que Milei, motosierra en mano en referencia al ajuste fiscal que proponía, realizó por barrios populares de la periferia de la ciudad de Buenos Aires, durante su campaña electoral.

Ese no es el único sentido en el que Milei propone un retorno al siglo XIX. El economista también logró ordenar la discusión del año electoral alrededor de su proyecto de dolarizar la economía argentina. Milei cree que los políticos argentinos constituyen una corporación completamente disociada de las demandas de la sociedad argentina, y que está enquistada en el poder para su propio beneficio. Los llama una “casta política”. La dolarización lleva ese diagnóstico a su conclusión lógica: si, como cree el economista libertario, los políticos son adictos al gasto, la única manera de controlar esa conducta perversa es quitándoles la posibilidad de emitir moneda local. Por eso, además de la dolarización, Milei propuso “dinamitar” el Banco Central. Es fácil ver en ese doble proyecto otra conexión —ahora bastante más anacrónica— de Milei con el siglo XIX, y específicamente con la “buena doctrina” del patrón oro, el estricto sistema monetario internacional vigente en el mundo hasta que las convulsiones de la Primera Guerra, primero, y de la Gran Depresión, después, provocaron su abandono. Los países adherentes al patrón oro establecían una paridad fija entre su moneda local y el metal precioso, y eso quitaba a los hacedores de política económica dos herramientas: la posibilidad de emitir dinero sin respaldo; y la posibilidad de devaluar la moneda local para mantener la competitividad internacional de la economía nacional frente a un shock externo. Bajo ese régimen, el desempleo era el doloroso mecanismo de ajuste con que las economías resolvían sus desequilibrios. Keynes fue el crítico más persuasivo de aquel orden de cosas, que no requería de un banco central con las atribuciones que la institución hoy tiene en el mundo, y no es una casualidad que Milei arremeta contra ambos.

Cristina Fernández de Kirchner, posa con el ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa, en Buenos Aires, Argentina, el 1 de agosto de 2022. Fotografía de Reuters.

En sus primeros momentos al frente del país sudamericano, Milei decidió postergar los polémicos proyectos de dolarización y de cierre del Banco Central. Las designaciones de su equipo económico dan a entender que el libertario se concentrará, inicialmente, en un fuerte ajuste fiscal y en una reestructuración de la deuda pública en moneda local, dos medidas necesarias para empezar a controlar una inflación que cerrará 2023 alrededor del 200% y que, como reconoció Milei, empeorará antes de mejorar. Es evidente que la Argentina debe encontrar una manera de equilibrar las cuentas públicas de manera sustentable: los persistentes déficits fiscales de la última década son incompatibles con una economía más o menos funcional. El proyecto de dolarización, postergado pero difícilmente abandonado, se basa en la idea de que la única manera de hacerlo es imponiendo a los políticos argentinos, y a la política económica, un chaleco de fuerza.

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El único movimiento político que logró imponer una hegemonía en el primer cuarto del siglo XXI argentino ha sido el kirchnerismo. El matrimonio de Néstor (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2011 y 2011-2015) gobernó el país con un ethos avasallante sobre las instituciones democráticas, y con una agenda económica que apuntaba a atender las heridas sociales de los años neoliberales. Sobre la base de un contexto internacional favorable para las exportaciones argentinas en los años 2000, los Kirchner construyeron un orden económico que aumentó el tamaño y la presencia del Estado como árbitro de la vida económica nacional, amplió fuertemente el alcance de la política social, y avanzó un proyecto industrial un tanto anacrónico por su escaso énfasis exportador. Ese modelo comenzó a crujir a comienzos de 2010, cuando aquellas condiciones externas favorables se disiparon, y ya no logró recrearse. El impulso hegemónico de Cristina Kirchner comenzó a flaquear al calor de crecientes desequilibrios macroeconómicos, de diversos escándalos de corrupción, de conflictos con la prensa y de ofensivas sobre la independencia del poder judicial, y el peronismo se dividió en las elecciones intermedias de 2013. Por un lado quedó el sector kirchnerista, signado por una concepción populista del poder y por una agenda económica heterodoxa; por el otro, el denominado peronismo disidente, liderado por Sergio Massa, y abrazado a un discurso más institucionalista y de racionalidad macroeconómica.

La fractura peronista abrió el camino para la llegada al poder de Cambiemos (luego Juntos por el Cambio), una coalición de partidos de derecha y de centro o centro izquierda unidos menos por una convergencia ideológica o programática, que por su oposición al kirchnerismo. Mauricio Macri, fundador del partido de derecha PRO en 2005, asumió la presidencia en 2015. Su estrategia inicial para resolver los principales problemas económicos (una inflación anual de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB) estuvo caracterizada por un ajuste gradualista y socialmente cuidadoso de las cuentas públicas, financiado con deuda externa. A pesar de evidentes fallas de coordinación entre la política fiscal y la política monetaria, esa estrategia fue inicialmente exitosa: el oficialismo triunfó en las elecciones intermedias de 2017, un año de leve crecimiento del salario real y del producto. A comienzos del 2018, sin embargo, las fuentes de financiamiento externo se secaron, se intensificaron problemas de coordinación entre la política monetaria y fiscal, y la administración de Macri giró bruscamente hacia la derecha. Acudió al Fondo Monetario Internacional (FMI), que le otorgaría el préstamo más grande de su historia, e implementó un duro ajuste fiscal en combinación con una política monetaria ortodoxa.

También te puede interesar: "Su nombre no era su nombre", una historia sobre la dictadura.

El Presidente de Argentina, Néstor Kirchner, estuvo presente durante el cierre de campaña de su esposa, Cristina Fernández. 25 de Octubre de 2007. Fotografía: Presidencia de la Nación Argentina/Wikimedia Commons.

En medio de ese contexto económico desolador, Macri perdió la reelección frente a un peronismo reagrupado. Cristina Kirchner, consciente del rechazo que su figura generaba en amplios sectores de la población, decidió entonces cederle la candidatura presidencial a Alberto Fernández, un peronista moderado que la había criticado duramente al final de su mandato. El triunvirato lo completó Massa como candidato a legislador nacional. Aquel gesto de magnanimidad de Cristina condujo a un triunfo arrollador en las elecciones presidenciales de 2019, pero anticipó también los problemas centrales de la presidencia de Fernández: una vicepresidente demasiado poderosa, y una administración marcada por diferencias entre sus facciones constitutivas. Los problemas estallaron luego de la derrota en las elecciones intermedias de 2021, cuando Cristina Kirchner comenzó a criticar y a obstaculizar abiertamente lo que entendía que era una política fiscal innecesariamente estricta llevada adelante por el Ministro de Economía Martín Guzmán, un hombre del presidente. La resolución de aquel conflicto fue la salida de Guzmán y la llegada de Massa a la sala de comandos de la economía argentina a mediados de 2022. Curiosamente, Massa sí obtuvo el apoyo político de Kirchner para avanzar en un ordenamiento parcial de las cuentas fiscales. A comienzos de 2023, sin embargo, una sequía de magnitud histórica afectó la producción agropecuaria, la principal actividad de exportación, con efectos encadenados sobre las reservas internacionales, los ingresos fiscales y la actividad económica. Los desequilibrios económicos aumentaron en espiral a lo largo del 2023, por una dinámica perversa entre los efectos de la sequía, por un lado, y una política económica cada vez más dispendiosa por parte del ministro-candidato Massa, por el otro.

La trayectoria latinoamericana del último cuarto de siglo se caracteriza en casi todos lados por el ascenso y la caída de una “ola rosa”, pero en Argentina ese arco histórico ha sido particularmente dramático. El estallido macroeconómico con que se cierra el experimento neoliberal, la crisis de 2001, es excepcional por su profundidad. El modelo impuesto por los Kirchner se diferencia de otros exponentes de la izquierda de la época por la magnitud que llegan a alcanzar sus desequilibrios económicos. Y las dificultades que la política argentina viene demostrando para procesar el final del “ciclo de las commodities” son también más espectaculares que en el resto de la región: Kirchner le dejó a Macri una inflación de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB en 2015; Macri le dejó a Fernández una inflación de 53% y un déficit fiscal de 4% del PIB en 2019; ahora, Fernández le deja a Milei una inflación de 200% y un déficit fiscal de 5% del PIB. Luego del proyecto hegemónico de los Kirchner, Argentina no ha logrado estructurar un nuevo orden político y económico de mediana duración. El electorado argentino, entre el cinismo y el hartazgo, hizo su apuesta por Milei, el hombre del pelo descontrolado. La pregunta con que se abre su mandato es si será el primer capítulo de un orden nuevo o el enésimo capítulo en la disolución de un orden antiguo.

Retrato Oficial del expresidente Mauricio Macri, en el Sillón de Rivadavia. 10 de Diciembre de 2015. Fotografía de Casa Rosada /Wikimedia Commons.

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Más allá de las dificultades inminentes con que deberá lidiar, el proyecto político, simbólico e ideológico liderado por Milei ha sido, hasta aquí, excepcionalmente exitoso. El economista libertario, egresado y profesor de una universidad privada del norte de la ciudad de Buenos Aires, realizó una carrera exitosa pero no espectacular en el sector privado, en la que se destaca su trabajo como analista económico de una importante corporación argentina. También tuvo un rol significativo en un think tank asociado al fallido proyecto presidencial de Daniel Scioli, contrincante de Macri en 2015, por lo que no es un personaje completamente ajeno a los corredores del poder económico y político. Las experiencias que lo catapultaron a nuevas dimensiones en la vida pública, sin embargo, fueron sus apariciones televisivas como un estrafalario pero persuasivo agorero del desastre en el comienzo del gobierno de Macri.

Milei dejó claros los términos de su cultura discursiva en su primera gran aparición televisiva, en julio de 2016. El libro más famoso de Keynes debería llamarse la “basura general”, dijo aquel día con el rostro enrojecido de furia. El rating del programa de TV, recordaría luego su conductor, se disparó. A partir de ahí, Milei difundiría los ingredientes de su diagnóstico en apariciones cada vez más frecuentes en la televisión: el problema argentino era una presencia asfixiante del Estado en la economía; los políticos eran una clase parasitaria, adicta al gasto público; la distribución del ingreso por parte del Estado era un acto violento e inaceptable según los postulados del liberalismo, y otros tantos. Milei también popularizó un uso paranoico y, al mismo tiempo, cómico de las categorías de “comunismo” y “comunistas”, en las que incluyó, sintomáticamente, a varios personajes de la etapa gradualista del gobierno de Macri (2016-2017). Así, contribuyó a solidificar en la sociedad argentina una cierta visión de la historia reciente, no necesariamente acertada, según la cual el problema del gobierno de Macri fue el gradualismo de los primeros años y no el shock de los segundos.

Luego de aquella irrupción televisiva, Milei fue un actor central en la emergencia de un nuevo espacio político, La Libertad Avanza (LLA), una agrupación que compitió en las elecciones legislativas de la ciudad de Buenos Aires de 2021. LLA combinó la plataforma ultraliberal de Milei con una agenda social conservadora (en contra del aborto y negacionista del cambio climático, por ejemplo). También logró capitalizar una parte del descontento popular con la inusualmente extensa (casi 8 meses) cuarentena obligatoria en Argentina y con un escándalo en la antesala de las elecciones intermedias. El viernes 13 de agosto de 2021, semanas antes de que los argentinos fueran a votar, se difundió una foto de una celebración de cumpleaños que la Primera Dama había organizado, con una decena de personas, en la residencia presidencial en julio de 2020, cuando ese tipo de reuniones estaban estrictamente prohibidas. El escándalo encajó como un guante en el discurso de Milei, que impugnaba de forma generalizada a la política y a los políticos argentinos. El economista obtuvo 17% de los votos en la ciudad —un sorpresivo tercer puesto detrás de las dos principales coaliciones— y anunció inmediatamente su interés por participar en la elección presidencial de 2023. Su buen rendimiento en las encuestas de opinión pública, a lo largo de 2022 y a comienzos de 2023, permitían ver un cambio en el clima político: una nueva derecha tomaba la iniciativa y ponía al resto del sistema político a la defensiva.

Una persona toma un periódico que anuncia la victoria del candidato presidencial Javier Milei en las primarias argentinas un día después de las elecciones, en Buenos Aires, Argentina, el 14 de agosto de 2023. Fotografía de Agustin Marcarian / Reuters.

Por todo eso, el triunfo de Milei fue sorpresivo y esperable a la vez. Era esperable que triunfara la oposición: el maltrecho peronismo gobernante afrontaba el ciclo electoral en medio de una inflación descontrolada. El signo más contundente del atolladero oficialista fue que el presidente Fernández, con niveles de popularidad por el suelo tras un mandato zigzagueante, debió bajarse de la carrera por la relección, desaparecer de la escena electoral, y cederle los reflectores al ministro Massa, un político audaz e inescrupuloso que no estuvo tan lejos de lo que hubiera sido un verdadero milagro. Lo que no estaba en los pronósticos era el tercer puesto de Juntos por el Cambio. La opción opositora mejor establecida, ganadora de las últimas elecciones de medio término en 2021, con experiencia en el poder durante la presidencia de Macri y presencia territorial a lo largo y a lo ancho del país, parecía tener la mesa servida para un triunfo fácil. El ascenso de Milei sacudió profundamente ese sistema de ideas, y puso a la Argentina en un rumbo guiado, ya no por una centro derecha “confiable”, sino por una derecha desvergonzada.

Hasta las elecciones intermedias de 2025 que renovarán parte de las cámaras legislativas, Milei deberá buscar acuerdos con otras fuerzas políticas para gobernar, ya que los bloques de su partido son minoritarios. Antes de esas elecciones (y quizás también durante ellas), el liberalismo popular de Milei enfrentará una tarea ardua. Como enfatizó el economista el día de su asunción, las medidas de ajuste que va a llevar adelante “impactará[n] de modo negativo sobre empleo, salarios y cantidad de pobres.” Ahí estará el primer gran desafío de Milei: el de utilizar sus habilidades políticas y simbólicas para hacer tolerable la desigualdad.

Te recomendamos el documental "Suelo Soñar: el resurgimiento del boxeo en Yucatán":

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El nuevo mandatario logró capitalizar el largo naufragio de la economía argentina con un discurso radical. Tiene por delante la difícil tarea de estabilizar una economía al borde de la hiperinflación. ¿Será capaz de establecer un nuevo orden con sus propuestas extremas? ¿Cómo afectarán su popularidad las dolorosas consecuencias de sus medidas iniciales?

El nuevo presidente Javier Milei, un personaje de un enorme atractivo popular, es la conjunción de dos elementos que generalmente se mantuvieron separados en la historia argentina: el liberalismo y la política de masas. En su discurso de asunción el pasado 10 de diciembre, el economista reivindicó a los próceres de la era liberal-autoritaria argentina y sostuvo que la decadencia del país comenzó hace un siglo, cuando esa “Argentina potencia” comenzó a abrazar las ideas del “colectivismo”. El economista omitió un dato crucial: aquella Argentina liberal se construyó en el marco de una democracia restringida, y comenzó su declive luego de una gran ampliación de la franquicia en 1912 y de la consecuente irrupción de la política de masas. Si, por un lado, ello plantea preguntas inquietantes acerca del compromiso del nuevo elenco gobernante con las instituciones democráticas, por el otro contribuye a distinguir una de las grandes novedades históricas del fenómeno Milei: el proyecto de construcción de un liberalismo popular. El espíritu de la época parece estar en las caravanas que Milei, motosierra en mano en referencia al ajuste fiscal que proponía, realizó por barrios populares de la periferia de la ciudad de Buenos Aires, durante su campaña electoral.

Ese no es el único sentido en el que Milei propone un retorno al siglo XIX. El economista también logró ordenar la discusión del año electoral alrededor de su proyecto de dolarizar la economía argentina. Milei cree que los políticos argentinos constituyen una corporación completamente disociada de las demandas de la sociedad argentina, y que está enquistada en el poder para su propio beneficio. Los llama una “casta política”. La dolarización lleva ese diagnóstico a su conclusión lógica: si, como cree el economista libertario, los políticos son adictos al gasto, la única manera de controlar esa conducta perversa es quitándoles la posibilidad de emitir moneda local. Por eso, además de la dolarización, Milei propuso “dinamitar” el Banco Central. Es fácil ver en ese doble proyecto otra conexión —ahora bastante más anacrónica— de Milei con el siglo XIX, y específicamente con la “buena doctrina” del patrón oro, el estricto sistema monetario internacional vigente en el mundo hasta que las convulsiones de la Primera Guerra, primero, y de la Gran Depresión, después, provocaron su abandono. Los países adherentes al patrón oro establecían una paridad fija entre su moneda local y el metal precioso, y eso quitaba a los hacedores de política económica dos herramientas: la posibilidad de emitir dinero sin respaldo; y la posibilidad de devaluar la moneda local para mantener la competitividad internacional de la economía nacional frente a un shock externo. Bajo ese régimen, el desempleo era el doloroso mecanismo de ajuste con que las economías resolvían sus desequilibrios. Keynes fue el crítico más persuasivo de aquel orden de cosas, que no requería de un banco central con las atribuciones que la institución hoy tiene en el mundo, y no es una casualidad que Milei arremeta contra ambos.

Cristina Fernández de Kirchner, posa con el ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa, en Buenos Aires, Argentina, el 1 de agosto de 2022. Fotografía de Reuters.

En sus primeros momentos al frente del país sudamericano, Milei decidió postergar los polémicos proyectos de dolarización y de cierre del Banco Central. Las designaciones de su equipo económico dan a entender que el libertario se concentrará, inicialmente, en un fuerte ajuste fiscal y en una reestructuración de la deuda pública en moneda local, dos medidas necesarias para empezar a controlar una inflación que cerrará 2023 alrededor del 200% y que, como reconoció Milei, empeorará antes de mejorar. Es evidente que la Argentina debe encontrar una manera de equilibrar las cuentas públicas de manera sustentable: los persistentes déficits fiscales de la última década son incompatibles con una economía más o menos funcional. El proyecto de dolarización, postergado pero difícilmente abandonado, se basa en la idea de que la única manera de hacerlo es imponiendo a los políticos argentinos, y a la política económica, un chaleco de fuerza.

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El único movimiento político que logró imponer una hegemonía en el primer cuarto del siglo XXI argentino ha sido el kirchnerismo. El matrimonio de Néstor (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2011 y 2011-2015) gobernó el país con un ethos avasallante sobre las instituciones democráticas, y con una agenda económica que apuntaba a atender las heridas sociales de los años neoliberales. Sobre la base de un contexto internacional favorable para las exportaciones argentinas en los años 2000, los Kirchner construyeron un orden económico que aumentó el tamaño y la presencia del Estado como árbitro de la vida económica nacional, amplió fuertemente el alcance de la política social, y avanzó un proyecto industrial un tanto anacrónico por su escaso énfasis exportador. Ese modelo comenzó a crujir a comienzos de 2010, cuando aquellas condiciones externas favorables se disiparon, y ya no logró recrearse. El impulso hegemónico de Cristina Kirchner comenzó a flaquear al calor de crecientes desequilibrios macroeconómicos, de diversos escándalos de corrupción, de conflictos con la prensa y de ofensivas sobre la independencia del poder judicial, y el peronismo se dividió en las elecciones intermedias de 2013. Por un lado quedó el sector kirchnerista, signado por una concepción populista del poder y por una agenda económica heterodoxa; por el otro, el denominado peronismo disidente, liderado por Sergio Massa, y abrazado a un discurso más institucionalista y de racionalidad macroeconómica.

La fractura peronista abrió el camino para la llegada al poder de Cambiemos (luego Juntos por el Cambio), una coalición de partidos de derecha y de centro o centro izquierda unidos menos por una convergencia ideológica o programática, que por su oposición al kirchnerismo. Mauricio Macri, fundador del partido de derecha PRO en 2005, asumió la presidencia en 2015. Su estrategia inicial para resolver los principales problemas económicos (una inflación anual de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB) estuvo caracterizada por un ajuste gradualista y socialmente cuidadoso de las cuentas públicas, financiado con deuda externa. A pesar de evidentes fallas de coordinación entre la política fiscal y la política monetaria, esa estrategia fue inicialmente exitosa: el oficialismo triunfó en las elecciones intermedias de 2017, un año de leve crecimiento del salario real y del producto. A comienzos del 2018, sin embargo, las fuentes de financiamiento externo se secaron, se intensificaron problemas de coordinación entre la política monetaria y fiscal, y la administración de Macri giró bruscamente hacia la derecha. Acudió al Fondo Monetario Internacional (FMI), que le otorgaría el préstamo más grande de su historia, e implementó un duro ajuste fiscal en combinación con una política monetaria ortodoxa.

También te puede interesar: "Su nombre no era su nombre", una historia sobre la dictadura.

El Presidente de Argentina, Néstor Kirchner, estuvo presente durante el cierre de campaña de su esposa, Cristina Fernández. 25 de Octubre de 2007. Fotografía: Presidencia de la Nación Argentina/Wikimedia Commons.

En medio de ese contexto económico desolador, Macri perdió la reelección frente a un peronismo reagrupado. Cristina Kirchner, consciente del rechazo que su figura generaba en amplios sectores de la población, decidió entonces cederle la candidatura presidencial a Alberto Fernández, un peronista moderado que la había criticado duramente al final de su mandato. El triunvirato lo completó Massa como candidato a legislador nacional. Aquel gesto de magnanimidad de Cristina condujo a un triunfo arrollador en las elecciones presidenciales de 2019, pero anticipó también los problemas centrales de la presidencia de Fernández: una vicepresidente demasiado poderosa, y una administración marcada por diferencias entre sus facciones constitutivas. Los problemas estallaron luego de la derrota en las elecciones intermedias de 2021, cuando Cristina Kirchner comenzó a criticar y a obstaculizar abiertamente lo que entendía que era una política fiscal innecesariamente estricta llevada adelante por el Ministro de Economía Martín Guzmán, un hombre del presidente. La resolución de aquel conflicto fue la salida de Guzmán y la llegada de Massa a la sala de comandos de la economía argentina a mediados de 2022. Curiosamente, Massa sí obtuvo el apoyo político de Kirchner para avanzar en un ordenamiento parcial de las cuentas fiscales. A comienzos de 2023, sin embargo, una sequía de magnitud histórica afectó la producción agropecuaria, la principal actividad de exportación, con efectos encadenados sobre las reservas internacionales, los ingresos fiscales y la actividad económica. Los desequilibrios económicos aumentaron en espiral a lo largo del 2023, por una dinámica perversa entre los efectos de la sequía, por un lado, y una política económica cada vez más dispendiosa por parte del ministro-candidato Massa, por el otro.

La trayectoria latinoamericana del último cuarto de siglo se caracteriza en casi todos lados por el ascenso y la caída de una “ola rosa”, pero en Argentina ese arco histórico ha sido particularmente dramático. El estallido macroeconómico con que se cierra el experimento neoliberal, la crisis de 2001, es excepcional por su profundidad. El modelo impuesto por los Kirchner se diferencia de otros exponentes de la izquierda de la época por la magnitud que llegan a alcanzar sus desequilibrios económicos. Y las dificultades que la política argentina viene demostrando para procesar el final del “ciclo de las commodities” son también más espectaculares que en el resto de la región: Kirchner le dejó a Macri una inflación de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB en 2015; Macri le dejó a Fernández una inflación de 53% y un déficit fiscal de 4% del PIB en 2019; ahora, Fernández le deja a Milei una inflación de 200% y un déficit fiscal de 5% del PIB. Luego del proyecto hegemónico de los Kirchner, Argentina no ha logrado estructurar un nuevo orden político y económico de mediana duración. El electorado argentino, entre el cinismo y el hartazgo, hizo su apuesta por Milei, el hombre del pelo descontrolado. La pregunta con que se abre su mandato es si será el primer capítulo de un orden nuevo o el enésimo capítulo en la disolución de un orden antiguo.

Retrato Oficial del expresidente Mauricio Macri, en el Sillón de Rivadavia. 10 de Diciembre de 2015. Fotografía de Casa Rosada /Wikimedia Commons.

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Más allá de las dificultades inminentes con que deberá lidiar, el proyecto político, simbólico e ideológico liderado por Milei ha sido, hasta aquí, excepcionalmente exitoso. El economista libertario, egresado y profesor de una universidad privada del norte de la ciudad de Buenos Aires, realizó una carrera exitosa pero no espectacular en el sector privado, en la que se destaca su trabajo como analista económico de una importante corporación argentina. También tuvo un rol significativo en un think tank asociado al fallido proyecto presidencial de Daniel Scioli, contrincante de Macri en 2015, por lo que no es un personaje completamente ajeno a los corredores del poder económico y político. Las experiencias que lo catapultaron a nuevas dimensiones en la vida pública, sin embargo, fueron sus apariciones televisivas como un estrafalario pero persuasivo agorero del desastre en el comienzo del gobierno de Macri.

Milei dejó claros los términos de su cultura discursiva en su primera gran aparición televisiva, en julio de 2016. El libro más famoso de Keynes debería llamarse la “basura general”, dijo aquel día con el rostro enrojecido de furia. El rating del programa de TV, recordaría luego su conductor, se disparó. A partir de ahí, Milei difundiría los ingredientes de su diagnóstico en apariciones cada vez más frecuentes en la televisión: el problema argentino era una presencia asfixiante del Estado en la economía; los políticos eran una clase parasitaria, adicta al gasto público; la distribución del ingreso por parte del Estado era un acto violento e inaceptable según los postulados del liberalismo, y otros tantos. Milei también popularizó un uso paranoico y, al mismo tiempo, cómico de las categorías de “comunismo” y “comunistas”, en las que incluyó, sintomáticamente, a varios personajes de la etapa gradualista del gobierno de Macri (2016-2017). Así, contribuyó a solidificar en la sociedad argentina una cierta visión de la historia reciente, no necesariamente acertada, según la cual el problema del gobierno de Macri fue el gradualismo de los primeros años y no el shock de los segundos.

Luego de aquella irrupción televisiva, Milei fue un actor central en la emergencia de un nuevo espacio político, La Libertad Avanza (LLA), una agrupación que compitió en las elecciones legislativas de la ciudad de Buenos Aires de 2021. LLA combinó la plataforma ultraliberal de Milei con una agenda social conservadora (en contra del aborto y negacionista del cambio climático, por ejemplo). También logró capitalizar una parte del descontento popular con la inusualmente extensa (casi 8 meses) cuarentena obligatoria en Argentina y con un escándalo en la antesala de las elecciones intermedias. El viernes 13 de agosto de 2021, semanas antes de que los argentinos fueran a votar, se difundió una foto de una celebración de cumpleaños que la Primera Dama había organizado, con una decena de personas, en la residencia presidencial en julio de 2020, cuando ese tipo de reuniones estaban estrictamente prohibidas. El escándalo encajó como un guante en el discurso de Milei, que impugnaba de forma generalizada a la política y a los políticos argentinos. El economista obtuvo 17% de los votos en la ciudad —un sorpresivo tercer puesto detrás de las dos principales coaliciones— y anunció inmediatamente su interés por participar en la elección presidencial de 2023. Su buen rendimiento en las encuestas de opinión pública, a lo largo de 2022 y a comienzos de 2023, permitían ver un cambio en el clima político: una nueva derecha tomaba la iniciativa y ponía al resto del sistema político a la defensiva.

Una persona toma un periódico que anuncia la victoria del candidato presidencial Javier Milei en las primarias argentinas un día después de las elecciones, en Buenos Aires, Argentina, el 14 de agosto de 2023. Fotografía de Agustin Marcarian / Reuters.

Por todo eso, el triunfo de Milei fue sorpresivo y esperable a la vez. Era esperable que triunfara la oposición: el maltrecho peronismo gobernante afrontaba el ciclo electoral en medio de una inflación descontrolada. El signo más contundente del atolladero oficialista fue que el presidente Fernández, con niveles de popularidad por el suelo tras un mandato zigzagueante, debió bajarse de la carrera por la relección, desaparecer de la escena electoral, y cederle los reflectores al ministro Massa, un político audaz e inescrupuloso que no estuvo tan lejos de lo que hubiera sido un verdadero milagro. Lo que no estaba en los pronósticos era el tercer puesto de Juntos por el Cambio. La opción opositora mejor establecida, ganadora de las últimas elecciones de medio término en 2021, con experiencia en el poder durante la presidencia de Macri y presencia territorial a lo largo y a lo ancho del país, parecía tener la mesa servida para un triunfo fácil. El ascenso de Milei sacudió profundamente ese sistema de ideas, y puso a la Argentina en un rumbo guiado, ya no por una centro derecha “confiable”, sino por una derecha desvergonzada.

Hasta las elecciones intermedias de 2025 que renovarán parte de las cámaras legislativas, Milei deberá buscar acuerdos con otras fuerzas políticas para gobernar, ya que los bloques de su partido son minoritarios. Antes de esas elecciones (y quizás también durante ellas), el liberalismo popular de Milei enfrentará una tarea ardua. Como enfatizó el economista el día de su asunción, las medidas de ajuste que va a llevar adelante “impactará[n] de modo negativo sobre empleo, salarios y cantidad de pobres.” Ahí estará el primer gran desafío de Milei: el de utilizar sus habilidades políticas y simbólicas para hacer tolerable la desigualdad.

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El nuevo mandatario logró capitalizar el largo naufragio de la economía argentina con un discurso radical. Tiene por delante la difícil tarea de estabilizar una economía al borde de la hiperinflación. ¿Será capaz de establecer un nuevo orden con sus propuestas extremas? ¿Cómo afectarán su popularidad las dolorosas consecuencias de sus medidas iniciales?

El nuevo presidente Javier Milei, un personaje de un enorme atractivo popular, es la conjunción de dos elementos que generalmente se mantuvieron separados en la historia argentina: el liberalismo y la política de masas. En su discurso de asunción el pasado 10 de diciembre, el economista reivindicó a los próceres de la era liberal-autoritaria argentina y sostuvo que la decadencia del país comenzó hace un siglo, cuando esa “Argentina potencia” comenzó a abrazar las ideas del “colectivismo”. El economista omitió un dato crucial: aquella Argentina liberal se construyó en el marco de una democracia restringida, y comenzó su declive luego de una gran ampliación de la franquicia en 1912 y de la consecuente irrupción de la política de masas. Si, por un lado, ello plantea preguntas inquietantes acerca del compromiso del nuevo elenco gobernante con las instituciones democráticas, por el otro contribuye a distinguir una de las grandes novedades históricas del fenómeno Milei: el proyecto de construcción de un liberalismo popular. El espíritu de la época parece estar en las caravanas que Milei, motosierra en mano en referencia al ajuste fiscal que proponía, realizó por barrios populares de la periferia de la ciudad de Buenos Aires, durante su campaña electoral.

Ese no es el único sentido en el que Milei propone un retorno al siglo XIX. El economista también logró ordenar la discusión del año electoral alrededor de su proyecto de dolarizar la economía argentina. Milei cree que los políticos argentinos constituyen una corporación completamente disociada de las demandas de la sociedad argentina, y que está enquistada en el poder para su propio beneficio. Los llama una “casta política”. La dolarización lleva ese diagnóstico a su conclusión lógica: si, como cree el economista libertario, los políticos son adictos al gasto, la única manera de controlar esa conducta perversa es quitándoles la posibilidad de emitir moneda local. Por eso, además de la dolarización, Milei propuso “dinamitar” el Banco Central. Es fácil ver en ese doble proyecto otra conexión —ahora bastante más anacrónica— de Milei con el siglo XIX, y específicamente con la “buena doctrina” del patrón oro, el estricto sistema monetario internacional vigente en el mundo hasta que las convulsiones de la Primera Guerra, primero, y de la Gran Depresión, después, provocaron su abandono. Los países adherentes al patrón oro establecían una paridad fija entre su moneda local y el metal precioso, y eso quitaba a los hacedores de política económica dos herramientas: la posibilidad de emitir dinero sin respaldo; y la posibilidad de devaluar la moneda local para mantener la competitividad internacional de la economía nacional frente a un shock externo. Bajo ese régimen, el desempleo era el doloroso mecanismo de ajuste con que las economías resolvían sus desequilibrios. Keynes fue el crítico más persuasivo de aquel orden de cosas, que no requería de un banco central con las atribuciones que la institución hoy tiene en el mundo, y no es una casualidad que Milei arremeta contra ambos.

Cristina Fernández de Kirchner, posa con el ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa, en Buenos Aires, Argentina, el 1 de agosto de 2022. Fotografía de Reuters.

En sus primeros momentos al frente del país sudamericano, Milei decidió postergar los polémicos proyectos de dolarización y de cierre del Banco Central. Las designaciones de su equipo económico dan a entender que el libertario se concentrará, inicialmente, en un fuerte ajuste fiscal y en una reestructuración de la deuda pública en moneda local, dos medidas necesarias para empezar a controlar una inflación que cerrará 2023 alrededor del 200% y que, como reconoció Milei, empeorará antes de mejorar. Es evidente que la Argentina debe encontrar una manera de equilibrar las cuentas públicas de manera sustentable: los persistentes déficits fiscales de la última década son incompatibles con una economía más o menos funcional. El proyecto de dolarización, postergado pero difícilmente abandonado, se basa en la idea de que la única manera de hacerlo es imponiendo a los políticos argentinos, y a la política económica, un chaleco de fuerza.

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El único movimiento político que logró imponer una hegemonía en el primer cuarto del siglo XXI argentino ha sido el kirchnerismo. El matrimonio de Néstor (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2011 y 2011-2015) gobernó el país con un ethos avasallante sobre las instituciones democráticas, y con una agenda económica que apuntaba a atender las heridas sociales de los años neoliberales. Sobre la base de un contexto internacional favorable para las exportaciones argentinas en los años 2000, los Kirchner construyeron un orden económico que aumentó el tamaño y la presencia del Estado como árbitro de la vida económica nacional, amplió fuertemente el alcance de la política social, y avanzó un proyecto industrial un tanto anacrónico por su escaso énfasis exportador. Ese modelo comenzó a crujir a comienzos de 2010, cuando aquellas condiciones externas favorables se disiparon, y ya no logró recrearse. El impulso hegemónico de Cristina Kirchner comenzó a flaquear al calor de crecientes desequilibrios macroeconómicos, de diversos escándalos de corrupción, de conflictos con la prensa y de ofensivas sobre la independencia del poder judicial, y el peronismo se dividió en las elecciones intermedias de 2013. Por un lado quedó el sector kirchnerista, signado por una concepción populista del poder y por una agenda económica heterodoxa; por el otro, el denominado peronismo disidente, liderado por Sergio Massa, y abrazado a un discurso más institucionalista y de racionalidad macroeconómica.

La fractura peronista abrió el camino para la llegada al poder de Cambiemos (luego Juntos por el Cambio), una coalición de partidos de derecha y de centro o centro izquierda unidos menos por una convergencia ideológica o programática, que por su oposición al kirchnerismo. Mauricio Macri, fundador del partido de derecha PRO en 2005, asumió la presidencia en 2015. Su estrategia inicial para resolver los principales problemas económicos (una inflación anual de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB) estuvo caracterizada por un ajuste gradualista y socialmente cuidadoso de las cuentas públicas, financiado con deuda externa. A pesar de evidentes fallas de coordinación entre la política fiscal y la política monetaria, esa estrategia fue inicialmente exitosa: el oficialismo triunfó en las elecciones intermedias de 2017, un año de leve crecimiento del salario real y del producto. A comienzos del 2018, sin embargo, las fuentes de financiamiento externo se secaron, se intensificaron problemas de coordinación entre la política monetaria y fiscal, y la administración de Macri giró bruscamente hacia la derecha. Acudió al Fondo Monetario Internacional (FMI), que le otorgaría el préstamo más grande de su historia, e implementó un duro ajuste fiscal en combinación con una política monetaria ortodoxa.

También te puede interesar: "Su nombre no era su nombre", una historia sobre la dictadura.

El Presidente de Argentina, Néstor Kirchner, estuvo presente durante el cierre de campaña de su esposa, Cristina Fernández. 25 de Octubre de 2007. Fotografía: Presidencia de la Nación Argentina/Wikimedia Commons.

En medio de ese contexto económico desolador, Macri perdió la reelección frente a un peronismo reagrupado. Cristina Kirchner, consciente del rechazo que su figura generaba en amplios sectores de la población, decidió entonces cederle la candidatura presidencial a Alberto Fernández, un peronista moderado que la había criticado duramente al final de su mandato. El triunvirato lo completó Massa como candidato a legislador nacional. Aquel gesto de magnanimidad de Cristina condujo a un triunfo arrollador en las elecciones presidenciales de 2019, pero anticipó también los problemas centrales de la presidencia de Fernández: una vicepresidente demasiado poderosa, y una administración marcada por diferencias entre sus facciones constitutivas. Los problemas estallaron luego de la derrota en las elecciones intermedias de 2021, cuando Cristina Kirchner comenzó a criticar y a obstaculizar abiertamente lo que entendía que era una política fiscal innecesariamente estricta llevada adelante por el Ministro de Economía Martín Guzmán, un hombre del presidente. La resolución de aquel conflicto fue la salida de Guzmán y la llegada de Massa a la sala de comandos de la economía argentina a mediados de 2022. Curiosamente, Massa sí obtuvo el apoyo político de Kirchner para avanzar en un ordenamiento parcial de las cuentas fiscales. A comienzos de 2023, sin embargo, una sequía de magnitud histórica afectó la producción agropecuaria, la principal actividad de exportación, con efectos encadenados sobre las reservas internacionales, los ingresos fiscales y la actividad económica. Los desequilibrios económicos aumentaron en espiral a lo largo del 2023, por una dinámica perversa entre los efectos de la sequía, por un lado, y una política económica cada vez más dispendiosa por parte del ministro-candidato Massa, por el otro.

La trayectoria latinoamericana del último cuarto de siglo se caracteriza en casi todos lados por el ascenso y la caída de una “ola rosa”, pero en Argentina ese arco histórico ha sido particularmente dramático. El estallido macroeconómico con que se cierra el experimento neoliberal, la crisis de 2001, es excepcional por su profundidad. El modelo impuesto por los Kirchner se diferencia de otros exponentes de la izquierda de la época por la magnitud que llegan a alcanzar sus desequilibrios económicos. Y las dificultades que la política argentina viene demostrando para procesar el final del “ciclo de las commodities” son también más espectaculares que en el resto de la región: Kirchner le dejó a Macri una inflación de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB en 2015; Macri le dejó a Fernández una inflación de 53% y un déficit fiscal de 4% del PIB en 2019; ahora, Fernández le deja a Milei una inflación de 200% y un déficit fiscal de 5% del PIB. Luego del proyecto hegemónico de los Kirchner, Argentina no ha logrado estructurar un nuevo orden político y económico de mediana duración. El electorado argentino, entre el cinismo y el hartazgo, hizo su apuesta por Milei, el hombre del pelo descontrolado. La pregunta con que se abre su mandato es si será el primer capítulo de un orden nuevo o el enésimo capítulo en la disolución de un orden antiguo.

Retrato Oficial del expresidente Mauricio Macri, en el Sillón de Rivadavia. 10 de Diciembre de 2015. Fotografía de Casa Rosada /Wikimedia Commons.

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Más allá de las dificultades inminentes con que deberá lidiar, el proyecto político, simbólico e ideológico liderado por Milei ha sido, hasta aquí, excepcionalmente exitoso. El economista libertario, egresado y profesor de una universidad privada del norte de la ciudad de Buenos Aires, realizó una carrera exitosa pero no espectacular en el sector privado, en la que se destaca su trabajo como analista económico de una importante corporación argentina. También tuvo un rol significativo en un think tank asociado al fallido proyecto presidencial de Daniel Scioli, contrincante de Macri en 2015, por lo que no es un personaje completamente ajeno a los corredores del poder económico y político. Las experiencias que lo catapultaron a nuevas dimensiones en la vida pública, sin embargo, fueron sus apariciones televisivas como un estrafalario pero persuasivo agorero del desastre en el comienzo del gobierno de Macri.

Milei dejó claros los términos de su cultura discursiva en su primera gran aparición televisiva, en julio de 2016. El libro más famoso de Keynes debería llamarse la “basura general”, dijo aquel día con el rostro enrojecido de furia. El rating del programa de TV, recordaría luego su conductor, se disparó. A partir de ahí, Milei difundiría los ingredientes de su diagnóstico en apariciones cada vez más frecuentes en la televisión: el problema argentino era una presencia asfixiante del Estado en la economía; los políticos eran una clase parasitaria, adicta al gasto público; la distribución del ingreso por parte del Estado era un acto violento e inaceptable según los postulados del liberalismo, y otros tantos. Milei también popularizó un uso paranoico y, al mismo tiempo, cómico de las categorías de “comunismo” y “comunistas”, en las que incluyó, sintomáticamente, a varios personajes de la etapa gradualista del gobierno de Macri (2016-2017). Así, contribuyó a solidificar en la sociedad argentina una cierta visión de la historia reciente, no necesariamente acertada, según la cual el problema del gobierno de Macri fue el gradualismo de los primeros años y no el shock de los segundos.

Luego de aquella irrupción televisiva, Milei fue un actor central en la emergencia de un nuevo espacio político, La Libertad Avanza (LLA), una agrupación que compitió en las elecciones legislativas de la ciudad de Buenos Aires de 2021. LLA combinó la plataforma ultraliberal de Milei con una agenda social conservadora (en contra del aborto y negacionista del cambio climático, por ejemplo). También logró capitalizar una parte del descontento popular con la inusualmente extensa (casi 8 meses) cuarentena obligatoria en Argentina y con un escándalo en la antesala de las elecciones intermedias. El viernes 13 de agosto de 2021, semanas antes de que los argentinos fueran a votar, se difundió una foto de una celebración de cumpleaños que la Primera Dama había organizado, con una decena de personas, en la residencia presidencial en julio de 2020, cuando ese tipo de reuniones estaban estrictamente prohibidas. El escándalo encajó como un guante en el discurso de Milei, que impugnaba de forma generalizada a la política y a los políticos argentinos. El economista obtuvo 17% de los votos en la ciudad —un sorpresivo tercer puesto detrás de las dos principales coaliciones— y anunció inmediatamente su interés por participar en la elección presidencial de 2023. Su buen rendimiento en las encuestas de opinión pública, a lo largo de 2022 y a comienzos de 2023, permitían ver un cambio en el clima político: una nueva derecha tomaba la iniciativa y ponía al resto del sistema político a la defensiva.

Una persona toma un periódico que anuncia la victoria del candidato presidencial Javier Milei en las primarias argentinas un día después de las elecciones, en Buenos Aires, Argentina, el 14 de agosto de 2023. Fotografía de Agustin Marcarian / Reuters.

Por todo eso, el triunfo de Milei fue sorpresivo y esperable a la vez. Era esperable que triunfara la oposición: el maltrecho peronismo gobernante afrontaba el ciclo electoral en medio de una inflación descontrolada. El signo más contundente del atolladero oficialista fue que el presidente Fernández, con niveles de popularidad por el suelo tras un mandato zigzagueante, debió bajarse de la carrera por la relección, desaparecer de la escena electoral, y cederle los reflectores al ministro Massa, un político audaz e inescrupuloso que no estuvo tan lejos de lo que hubiera sido un verdadero milagro. Lo que no estaba en los pronósticos era el tercer puesto de Juntos por el Cambio. La opción opositora mejor establecida, ganadora de las últimas elecciones de medio término en 2021, con experiencia en el poder durante la presidencia de Macri y presencia territorial a lo largo y a lo ancho del país, parecía tener la mesa servida para un triunfo fácil. El ascenso de Milei sacudió profundamente ese sistema de ideas, y puso a la Argentina en un rumbo guiado, ya no por una centro derecha “confiable”, sino por una derecha desvergonzada.

Hasta las elecciones intermedias de 2025 que renovarán parte de las cámaras legislativas, Milei deberá buscar acuerdos con otras fuerzas políticas para gobernar, ya que los bloques de su partido son minoritarios. Antes de esas elecciones (y quizás también durante ellas), el liberalismo popular de Milei enfrentará una tarea ardua. Como enfatizó el economista el día de su asunción, las medidas de ajuste que va a llevar adelante “impactará[n] de modo negativo sobre empleo, salarios y cantidad de pobres.” Ahí estará el primer gran desafío de Milei: el de utilizar sus habilidades políticas y simbólicas para hacer tolerable la desigualdad.

Te recomendamos el documental "Suelo Soñar: el resurgimiento del boxeo en Yucatán":

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Javier Milei y el inicio de una nueva era en la Argentina

Javier Milei y el inicio de una nueva era en la Argentina

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2023
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El nuevo mandatario logró capitalizar el largo naufragio de la economía argentina con un discurso radical. Tiene por delante la difícil tarea de estabilizar una economía al borde de la hiperinflación. ¿Será capaz de establecer un nuevo orden con sus propuestas extremas? ¿Cómo afectarán su popularidad las dolorosas consecuencias de sus medidas iniciales?

El nuevo presidente Javier Milei, un personaje de un enorme atractivo popular, es la conjunción de dos elementos que generalmente se mantuvieron separados en la historia argentina: el liberalismo y la política de masas. En su discurso de asunción el pasado 10 de diciembre, el economista reivindicó a los próceres de la era liberal-autoritaria argentina y sostuvo que la decadencia del país comenzó hace un siglo, cuando esa “Argentina potencia” comenzó a abrazar las ideas del “colectivismo”. El economista omitió un dato crucial: aquella Argentina liberal se construyó en el marco de una democracia restringida, y comenzó su declive luego de una gran ampliación de la franquicia en 1912 y de la consecuente irrupción de la política de masas. Si, por un lado, ello plantea preguntas inquietantes acerca del compromiso del nuevo elenco gobernante con las instituciones democráticas, por el otro contribuye a distinguir una de las grandes novedades históricas del fenómeno Milei: el proyecto de construcción de un liberalismo popular. El espíritu de la época parece estar en las caravanas que Milei, motosierra en mano en referencia al ajuste fiscal que proponía, realizó por barrios populares de la periferia de la ciudad de Buenos Aires, durante su campaña electoral.

Ese no es el único sentido en el que Milei propone un retorno al siglo XIX. El economista también logró ordenar la discusión del año electoral alrededor de su proyecto de dolarizar la economía argentina. Milei cree que los políticos argentinos constituyen una corporación completamente disociada de las demandas de la sociedad argentina, y que está enquistada en el poder para su propio beneficio. Los llama una “casta política”. La dolarización lleva ese diagnóstico a su conclusión lógica: si, como cree el economista libertario, los políticos son adictos al gasto, la única manera de controlar esa conducta perversa es quitándoles la posibilidad de emitir moneda local. Por eso, además de la dolarización, Milei propuso “dinamitar” el Banco Central. Es fácil ver en ese doble proyecto otra conexión —ahora bastante más anacrónica— de Milei con el siglo XIX, y específicamente con la “buena doctrina” del patrón oro, el estricto sistema monetario internacional vigente en el mundo hasta que las convulsiones de la Primera Guerra, primero, y de la Gran Depresión, después, provocaron su abandono. Los países adherentes al patrón oro establecían una paridad fija entre su moneda local y el metal precioso, y eso quitaba a los hacedores de política económica dos herramientas: la posibilidad de emitir dinero sin respaldo; y la posibilidad de devaluar la moneda local para mantener la competitividad internacional de la economía nacional frente a un shock externo. Bajo ese régimen, el desempleo era el doloroso mecanismo de ajuste con que las economías resolvían sus desequilibrios. Keynes fue el crítico más persuasivo de aquel orden de cosas, que no requería de un banco central con las atribuciones que la institución hoy tiene en el mundo, y no es una casualidad que Milei arremeta contra ambos.

Cristina Fernández de Kirchner, posa con el ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa, en Buenos Aires, Argentina, el 1 de agosto de 2022. Fotografía de Reuters.

En sus primeros momentos al frente del país sudamericano, Milei decidió postergar los polémicos proyectos de dolarización y de cierre del Banco Central. Las designaciones de su equipo económico dan a entender que el libertario se concentrará, inicialmente, en un fuerte ajuste fiscal y en una reestructuración de la deuda pública en moneda local, dos medidas necesarias para empezar a controlar una inflación que cerrará 2023 alrededor del 200% y que, como reconoció Milei, empeorará antes de mejorar. Es evidente que la Argentina debe encontrar una manera de equilibrar las cuentas públicas de manera sustentable: los persistentes déficits fiscales de la última década son incompatibles con una economía más o menos funcional. El proyecto de dolarización, postergado pero difícilmente abandonado, se basa en la idea de que la única manera de hacerlo es imponiendo a los políticos argentinos, y a la política económica, un chaleco de fuerza.

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El único movimiento político que logró imponer una hegemonía en el primer cuarto del siglo XXI argentino ha sido el kirchnerismo. El matrimonio de Néstor (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2011 y 2011-2015) gobernó el país con un ethos avasallante sobre las instituciones democráticas, y con una agenda económica que apuntaba a atender las heridas sociales de los años neoliberales. Sobre la base de un contexto internacional favorable para las exportaciones argentinas en los años 2000, los Kirchner construyeron un orden económico que aumentó el tamaño y la presencia del Estado como árbitro de la vida económica nacional, amplió fuertemente el alcance de la política social, y avanzó un proyecto industrial un tanto anacrónico por su escaso énfasis exportador. Ese modelo comenzó a crujir a comienzos de 2010, cuando aquellas condiciones externas favorables se disiparon, y ya no logró recrearse. El impulso hegemónico de Cristina Kirchner comenzó a flaquear al calor de crecientes desequilibrios macroeconómicos, de diversos escándalos de corrupción, de conflictos con la prensa y de ofensivas sobre la independencia del poder judicial, y el peronismo se dividió en las elecciones intermedias de 2013. Por un lado quedó el sector kirchnerista, signado por una concepción populista del poder y por una agenda económica heterodoxa; por el otro, el denominado peronismo disidente, liderado por Sergio Massa, y abrazado a un discurso más institucionalista y de racionalidad macroeconómica.

La fractura peronista abrió el camino para la llegada al poder de Cambiemos (luego Juntos por el Cambio), una coalición de partidos de derecha y de centro o centro izquierda unidos menos por una convergencia ideológica o programática, que por su oposición al kirchnerismo. Mauricio Macri, fundador del partido de derecha PRO en 2005, asumió la presidencia en 2015. Su estrategia inicial para resolver los principales problemas económicos (una inflación anual de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB) estuvo caracterizada por un ajuste gradualista y socialmente cuidadoso de las cuentas públicas, financiado con deuda externa. A pesar de evidentes fallas de coordinación entre la política fiscal y la política monetaria, esa estrategia fue inicialmente exitosa: el oficialismo triunfó en las elecciones intermedias de 2017, un año de leve crecimiento del salario real y del producto. A comienzos del 2018, sin embargo, las fuentes de financiamiento externo se secaron, se intensificaron problemas de coordinación entre la política monetaria y fiscal, y la administración de Macri giró bruscamente hacia la derecha. Acudió al Fondo Monetario Internacional (FMI), que le otorgaría el préstamo más grande de su historia, e implementó un duro ajuste fiscal en combinación con una política monetaria ortodoxa.

También te puede interesar: "Su nombre no era su nombre", una historia sobre la dictadura.

El Presidente de Argentina, Néstor Kirchner, estuvo presente durante el cierre de campaña de su esposa, Cristina Fernández. 25 de Octubre de 2007. Fotografía: Presidencia de la Nación Argentina/Wikimedia Commons.

En medio de ese contexto económico desolador, Macri perdió la reelección frente a un peronismo reagrupado. Cristina Kirchner, consciente del rechazo que su figura generaba en amplios sectores de la población, decidió entonces cederle la candidatura presidencial a Alberto Fernández, un peronista moderado que la había criticado duramente al final de su mandato. El triunvirato lo completó Massa como candidato a legislador nacional. Aquel gesto de magnanimidad de Cristina condujo a un triunfo arrollador en las elecciones presidenciales de 2019, pero anticipó también los problemas centrales de la presidencia de Fernández: una vicepresidente demasiado poderosa, y una administración marcada por diferencias entre sus facciones constitutivas. Los problemas estallaron luego de la derrota en las elecciones intermedias de 2021, cuando Cristina Kirchner comenzó a criticar y a obstaculizar abiertamente lo que entendía que era una política fiscal innecesariamente estricta llevada adelante por el Ministro de Economía Martín Guzmán, un hombre del presidente. La resolución de aquel conflicto fue la salida de Guzmán y la llegada de Massa a la sala de comandos de la economía argentina a mediados de 2022. Curiosamente, Massa sí obtuvo el apoyo político de Kirchner para avanzar en un ordenamiento parcial de las cuentas fiscales. A comienzos de 2023, sin embargo, una sequía de magnitud histórica afectó la producción agropecuaria, la principal actividad de exportación, con efectos encadenados sobre las reservas internacionales, los ingresos fiscales y la actividad económica. Los desequilibrios económicos aumentaron en espiral a lo largo del 2023, por una dinámica perversa entre los efectos de la sequía, por un lado, y una política económica cada vez más dispendiosa por parte del ministro-candidato Massa, por el otro.

La trayectoria latinoamericana del último cuarto de siglo se caracteriza en casi todos lados por el ascenso y la caída de una “ola rosa”, pero en Argentina ese arco histórico ha sido particularmente dramático. El estallido macroeconómico con que se cierra el experimento neoliberal, la crisis de 2001, es excepcional por su profundidad. El modelo impuesto por los Kirchner se diferencia de otros exponentes de la izquierda de la época por la magnitud que llegan a alcanzar sus desequilibrios económicos. Y las dificultades que la política argentina viene demostrando para procesar el final del “ciclo de las commodities” son también más espectaculares que en el resto de la región: Kirchner le dejó a Macri una inflación de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB en 2015; Macri le dejó a Fernández una inflación de 53% y un déficit fiscal de 4% del PIB en 2019; ahora, Fernández le deja a Milei una inflación de 200% y un déficit fiscal de 5% del PIB. Luego del proyecto hegemónico de los Kirchner, Argentina no ha logrado estructurar un nuevo orden político y económico de mediana duración. El electorado argentino, entre el cinismo y el hartazgo, hizo su apuesta por Milei, el hombre del pelo descontrolado. La pregunta con que se abre su mandato es si será el primer capítulo de un orden nuevo o el enésimo capítulo en la disolución de un orden antiguo.

Retrato Oficial del expresidente Mauricio Macri, en el Sillón de Rivadavia. 10 de Diciembre de 2015. Fotografía de Casa Rosada /Wikimedia Commons.

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Más allá de las dificultades inminentes con que deberá lidiar, el proyecto político, simbólico e ideológico liderado por Milei ha sido, hasta aquí, excepcionalmente exitoso. El economista libertario, egresado y profesor de una universidad privada del norte de la ciudad de Buenos Aires, realizó una carrera exitosa pero no espectacular en el sector privado, en la que se destaca su trabajo como analista económico de una importante corporación argentina. También tuvo un rol significativo en un think tank asociado al fallido proyecto presidencial de Daniel Scioli, contrincante de Macri en 2015, por lo que no es un personaje completamente ajeno a los corredores del poder económico y político. Las experiencias que lo catapultaron a nuevas dimensiones en la vida pública, sin embargo, fueron sus apariciones televisivas como un estrafalario pero persuasivo agorero del desastre en el comienzo del gobierno de Macri.

Milei dejó claros los términos de su cultura discursiva en su primera gran aparición televisiva, en julio de 2016. El libro más famoso de Keynes debería llamarse la “basura general”, dijo aquel día con el rostro enrojecido de furia. El rating del programa de TV, recordaría luego su conductor, se disparó. A partir de ahí, Milei difundiría los ingredientes de su diagnóstico en apariciones cada vez más frecuentes en la televisión: el problema argentino era una presencia asfixiante del Estado en la economía; los políticos eran una clase parasitaria, adicta al gasto público; la distribución del ingreso por parte del Estado era un acto violento e inaceptable según los postulados del liberalismo, y otros tantos. Milei también popularizó un uso paranoico y, al mismo tiempo, cómico de las categorías de “comunismo” y “comunistas”, en las que incluyó, sintomáticamente, a varios personajes de la etapa gradualista del gobierno de Macri (2016-2017). Así, contribuyó a solidificar en la sociedad argentina una cierta visión de la historia reciente, no necesariamente acertada, según la cual el problema del gobierno de Macri fue el gradualismo de los primeros años y no el shock de los segundos.

Luego de aquella irrupción televisiva, Milei fue un actor central en la emergencia de un nuevo espacio político, La Libertad Avanza (LLA), una agrupación que compitió en las elecciones legislativas de la ciudad de Buenos Aires de 2021. LLA combinó la plataforma ultraliberal de Milei con una agenda social conservadora (en contra del aborto y negacionista del cambio climático, por ejemplo). También logró capitalizar una parte del descontento popular con la inusualmente extensa (casi 8 meses) cuarentena obligatoria en Argentina y con un escándalo en la antesala de las elecciones intermedias. El viernes 13 de agosto de 2021, semanas antes de que los argentinos fueran a votar, se difundió una foto de una celebración de cumpleaños que la Primera Dama había organizado, con una decena de personas, en la residencia presidencial en julio de 2020, cuando ese tipo de reuniones estaban estrictamente prohibidas. El escándalo encajó como un guante en el discurso de Milei, que impugnaba de forma generalizada a la política y a los políticos argentinos. El economista obtuvo 17% de los votos en la ciudad —un sorpresivo tercer puesto detrás de las dos principales coaliciones— y anunció inmediatamente su interés por participar en la elección presidencial de 2023. Su buen rendimiento en las encuestas de opinión pública, a lo largo de 2022 y a comienzos de 2023, permitían ver un cambio en el clima político: una nueva derecha tomaba la iniciativa y ponía al resto del sistema político a la defensiva.

Una persona toma un periódico que anuncia la victoria del candidato presidencial Javier Milei en las primarias argentinas un día después de las elecciones, en Buenos Aires, Argentina, el 14 de agosto de 2023. Fotografía de Agustin Marcarian / Reuters.

Por todo eso, el triunfo de Milei fue sorpresivo y esperable a la vez. Era esperable que triunfara la oposición: el maltrecho peronismo gobernante afrontaba el ciclo electoral en medio de una inflación descontrolada. El signo más contundente del atolladero oficialista fue que el presidente Fernández, con niveles de popularidad por el suelo tras un mandato zigzagueante, debió bajarse de la carrera por la relección, desaparecer de la escena electoral, y cederle los reflectores al ministro Massa, un político audaz e inescrupuloso que no estuvo tan lejos de lo que hubiera sido un verdadero milagro. Lo que no estaba en los pronósticos era el tercer puesto de Juntos por el Cambio. La opción opositora mejor establecida, ganadora de las últimas elecciones de medio término en 2021, con experiencia en el poder durante la presidencia de Macri y presencia territorial a lo largo y a lo ancho del país, parecía tener la mesa servida para un triunfo fácil. El ascenso de Milei sacudió profundamente ese sistema de ideas, y puso a la Argentina en un rumbo guiado, ya no por una centro derecha “confiable”, sino por una derecha desvergonzada.

Hasta las elecciones intermedias de 2025 que renovarán parte de las cámaras legislativas, Milei deberá buscar acuerdos con otras fuerzas políticas para gobernar, ya que los bloques de su partido son minoritarios. Antes de esas elecciones (y quizás también durante ellas), el liberalismo popular de Milei enfrentará una tarea ardua. Como enfatizó el economista el día de su asunción, las medidas de ajuste que va a llevar adelante “impactará[n] de modo negativo sobre empleo, salarios y cantidad de pobres.” Ahí estará el primer gran desafío de Milei: el de utilizar sus habilidades políticas y simbólicas para hacer tolerable la desigualdad.

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Simpatizantes del candidato presidencial argentino Javier Milei sostienen billetes de un dólar con su rostro, durante un mitin de campaña, en Buenos Aires, Argentina, el 25 de septiembre de 2023. Fotografía de Cristina Sille / Reuters

Javier Milei y el inicio de una nueva era en la Argentina

Javier Milei y el inicio de una nueva era en la Argentina

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El nuevo mandatario logró capitalizar el largo naufragio de la economía argentina con un discurso radical. Tiene por delante la difícil tarea de estabilizar una economía al borde de la hiperinflación. ¿Será capaz de establecer un nuevo orden con sus propuestas extremas? ¿Cómo afectarán su popularidad las dolorosas consecuencias de sus medidas iniciales?

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El nuevo presidente Javier Milei, un personaje de un enorme atractivo popular, es la conjunción de dos elementos que generalmente se mantuvieron separados en la historia argentina: el liberalismo y la política de masas. En su discurso de asunción el pasado 10 de diciembre, el economista reivindicó a los próceres de la era liberal-autoritaria argentina y sostuvo que la decadencia del país comenzó hace un siglo, cuando esa “Argentina potencia” comenzó a abrazar las ideas del “colectivismo”. El economista omitió un dato crucial: aquella Argentina liberal se construyó en el marco de una democracia restringida, y comenzó su declive luego de una gran ampliación de la franquicia en 1912 y de la consecuente irrupción de la política de masas. Si, por un lado, ello plantea preguntas inquietantes acerca del compromiso del nuevo elenco gobernante con las instituciones democráticas, por el otro contribuye a distinguir una de las grandes novedades históricas del fenómeno Milei: el proyecto de construcción de un liberalismo popular. El espíritu de la época parece estar en las caravanas que Milei, motosierra en mano en referencia al ajuste fiscal que proponía, realizó por barrios populares de la periferia de la ciudad de Buenos Aires, durante su campaña electoral.

Ese no es el único sentido en el que Milei propone un retorno al siglo XIX. El economista también logró ordenar la discusión del año electoral alrededor de su proyecto de dolarizar la economía argentina. Milei cree que los políticos argentinos constituyen una corporación completamente disociada de las demandas de la sociedad argentina, y que está enquistada en el poder para su propio beneficio. Los llama una “casta política”. La dolarización lleva ese diagnóstico a su conclusión lógica: si, como cree el economista libertario, los políticos son adictos al gasto, la única manera de controlar esa conducta perversa es quitándoles la posibilidad de emitir moneda local. Por eso, además de la dolarización, Milei propuso “dinamitar” el Banco Central. Es fácil ver en ese doble proyecto otra conexión —ahora bastante más anacrónica— de Milei con el siglo XIX, y específicamente con la “buena doctrina” del patrón oro, el estricto sistema monetario internacional vigente en el mundo hasta que las convulsiones de la Primera Guerra, primero, y de la Gran Depresión, después, provocaron su abandono. Los países adherentes al patrón oro establecían una paridad fija entre su moneda local y el metal precioso, y eso quitaba a los hacedores de política económica dos herramientas: la posibilidad de emitir dinero sin respaldo; y la posibilidad de devaluar la moneda local para mantener la competitividad internacional de la economía nacional frente a un shock externo. Bajo ese régimen, el desempleo era el doloroso mecanismo de ajuste con que las economías resolvían sus desequilibrios. Keynes fue el crítico más persuasivo de aquel orden de cosas, que no requería de un banco central con las atribuciones que la institución hoy tiene en el mundo, y no es una casualidad que Milei arremeta contra ambos.

Cristina Fernández de Kirchner, posa con el ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa, en Buenos Aires, Argentina, el 1 de agosto de 2022. Fotografía de Reuters.

En sus primeros momentos al frente del país sudamericano, Milei decidió postergar los polémicos proyectos de dolarización y de cierre del Banco Central. Las designaciones de su equipo económico dan a entender que el libertario se concentrará, inicialmente, en un fuerte ajuste fiscal y en una reestructuración de la deuda pública en moneda local, dos medidas necesarias para empezar a controlar una inflación que cerrará 2023 alrededor del 200% y que, como reconoció Milei, empeorará antes de mejorar. Es evidente que la Argentina debe encontrar una manera de equilibrar las cuentas públicas de manera sustentable: los persistentes déficits fiscales de la última década son incompatibles con una economía más o menos funcional. El proyecto de dolarización, postergado pero difícilmente abandonado, se basa en la idea de que la única manera de hacerlo es imponiendo a los políticos argentinos, y a la política económica, un chaleco de fuerza.

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El único movimiento político que logró imponer una hegemonía en el primer cuarto del siglo XXI argentino ha sido el kirchnerismo. El matrimonio de Néstor (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2011 y 2011-2015) gobernó el país con un ethos avasallante sobre las instituciones democráticas, y con una agenda económica que apuntaba a atender las heridas sociales de los años neoliberales. Sobre la base de un contexto internacional favorable para las exportaciones argentinas en los años 2000, los Kirchner construyeron un orden económico que aumentó el tamaño y la presencia del Estado como árbitro de la vida económica nacional, amplió fuertemente el alcance de la política social, y avanzó un proyecto industrial un tanto anacrónico por su escaso énfasis exportador. Ese modelo comenzó a crujir a comienzos de 2010, cuando aquellas condiciones externas favorables se disiparon, y ya no logró recrearse. El impulso hegemónico de Cristina Kirchner comenzó a flaquear al calor de crecientes desequilibrios macroeconómicos, de diversos escándalos de corrupción, de conflictos con la prensa y de ofensivas sobre la independencia del poder judicial, y el peronismo se dividió en las elecciones intermedias de 2013. Por un lado quedó el sector kirchnerista, signado por una concepción populista del poder y por una agenda económica heterodoxa; por el otro, el denominado peronismo disidente, liderado por Sergio Massa, y abrazado a un discurso más institucionalista y de racionalidad macroeconómica.

La fractura peronista abrió el camino para la llegada al poder de Cambiemos (luego Juntos por el Cambio), una coalición de partidos de derecha y de centro o centro izquierda unidos menos por una convergencia ideológica o programática, que por su oposición al kirchnerismo. Mauricio Macri, fundador del partido de derecha PRO en 2005, asumió la presidencia en 2015. Su estrategia inicial para resolver los principales problemas económicos (una inflación anual de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB) estuvo caracterizada por un ajuste gradualista y socialmente cuidadoso de las cuentas públicas, financiado con deuda externa. A pesar de evidentes fallas de coordinación entre la política fiscal y la política monetaria, esa estrategia fue inicialmente exitosa: el oficialismo triunfó en las elecciones intermedias de 2017, un año de leve crecimiento del salario real y del producto. A comienzos del 2018, sin embargo, las fuentes de financiamiento externo se secaron, se intensificaron problemas de coordinación entre la política monetaria y fiscal, y la administración de Macri giró bruscamente hacia la derecha. Acudió al Fondo Monetario Internacional (FMI), que le otorgaría el préstamo más grande de su historia, e implementó un duro ajuste fiscal en combinación con una política monetaria ortodoxa.

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El Presidente de Argentina, Néstor Kirchner, estuvo presente durante el cierre de campaña de su esposa, Cristina Fernández. 25 de Octubre de 2007. Fotografía: Presidencia de la Nación Argentina/Wikimedia Commons.

En medio de ese contexto económico desolador, Macri perdió la reelección frente a un peronismo reagrupado. Cristina Kirchner, consciente del rechazo que su figura generaba en amplios sectores de la población, decidió entonces cederle la candidatura presidencial a Alberto Fernández, un peronista moderado que la había criticado duramente al final de su mandato. El triunvirato lo completó Massa como candidato a legislador nacional. Aquel gesto de magnanimidad de Cristina condujo a un triunfo arrollador en las elecciones presidenciales de 2019, pero anticipó también los problemas centrales de la presidencia de Fernández: una vicepresidente demasiado poderosa, y una administración marcada por diferencias entre sus facciones constitutivas. Los problemas estallaron luego de la derrota en las elecciones intermedias de 2021, cuando Cristina Kirchner comenzó a criticar y a obstaculizar abiertamente lo que entendía que era una política fiscal innecesariamente estricta llevada adelante por el Ministro de Economía Martín Guzmán, un hombre del presidente. La resolución de aquel conflicto fue la salida de Guzmán y la llegada de Massa a la sala de comandos de la economía argentina a mediados de 2022. Curiosamente, Massa sí obtuvo el apoyo político de Kirchner para avanzar en un ordenamiento parcial de las cuentas fiscales. A comienzos de 2023, sin embargo, una sequía de magnitud histórica afectó la producción agropecuaria, la principal actividad de exportación, con efectos encadenados sobre las reservas internacionales, los ingresos fiscales y la actividad económica. Los desequilibrios económicos aumentaron en espiral a lo largo del 2023, por una dinámica perversa entre los efectos de la sequía, por un lado, y una política económica cada vez más dispendiosa por parte del ministro-candidato Massa, por el otro.

La trayectoria latinoamericana del último cuarto de siglo se caracteriza en casi todos lados por el ascenso y la caída de una “ola rosa”, pero en Argentina ese arco histórico ha sido particularmente dramático. El estallido macroeconómico con que se cierra el experimento neoliberal, la crisis de 2001, es excepcional por su profundidad. El modelo impuesto por los Kirchner se diferencia de otros exponentes de la izquierda de la época por la magnitud que llegan a alcanzar sus desequilibrios económicos. Y las dificultades que la política argentina viene demostrando para procesar el final del “ciclo de las commodities” son también más espectaculares que en el resto de la región: Kirchner le dejó a Macri una inflación de 25% y un déficit fiscal de 6% del PIB en 2015; Macri le dejó a Fernández una inflación de 53% y un déficit fiscal de 4% del PIB en 2019; ahora, Fernández le deja a Milei una inflación de 200% y un déficit fiscal de 5% del PIB. Luego del proyecto hegemónico de los Kirchner, Argentina no ha logrado estructurar un nuevo orden político y económico de mediana duración. El electorado argentino, entre el cinismo y el hartazgo, hizo su apuesta por Milei, el hombre del pelo descontrolado. La pregunta con que se abre su mandato es si será el primer capítulo de un orden nuevo o el enésimo capítulo en la disolución de un orden antiguo.

Retrato Oficial del expresidente Mauricio Macri, en el Sillón de Rivadavia. 10 de Diciembre de 2015. Fotografía de Casa Rosada /Wikimedia Commons.

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Más allá de las dificultades inminentes con que deberá lidiar, el proyecto político, simbólico e ideológico liderado por Milei ha sido, hasta aquí, excepcionalmente exitoso. El economista libertario, egresado y profesor de una universidad privada del norte de la ciudad de Buenos Aires, realizó una carrera exitosa pero no espectacular en el sector privado, en la que se destaca su trabajo como analista económico de una importante corporación argentina. También tuvo un rol significativo en un think tank asociado al fallido proyecto presidencial de Daniel Scioli, contrincante de Macri en 2015, por lo que no es un personaje completamente ajeno a los corredores del poder económico y político. Las experiencias que lo catapultaron a nuevas dimensiones en la vida pública, sin embargo, fueron sus apariciones televisivas como un estrafalario pero persuasivo agorero del desastre en el comienzo del gobierno de Macri.

Milei dejó claros los términos de su cultura discursiva en su primera gran aparición televisiva, en julio de 2016. El libro más famoso de Keynes debería llamarse la “basura general”, dijo aquel día con el rostro enrojecido de furia. El rating del programa de TV, recordaría luego su conductor, se disparó. A partir de ahí, Milei difundiría los ingredientes de su diagnóstico en apariciones cada vez más frecuentes en la televisión: el problema argentino era una presencia asfixiante del Estado en la economía; los políticos eran una clase parasitaria, adicta al gasto público; la distribución del ingreso por parte del Estado era un acto violento e inaceptable según los postulados del liberalismo, y otros tantos. Milei también popularizó un uso paranoico y, al mismo tiempo, cómico de las categorías de “comunismo” y “comunistas”, en las que incluyó, sintomáticamente, a varios personajes de la etapa gradualista del gobierno de Macri (2016-2017). Así, contribuyó a solidificar en la sociedad argentina una cierta visión de la historia reciente, no necesariamente acertada, según la cual el problema del gobierno de Macri fue el gradualismo de los primeros años y no el shock de los segundos.

Luego de aquella irrupción televisiva, Milei fue un actor central en la emergencia de un nuevo espacio político, La Libertad Avanza (LLA), una agrupación que compitió en las elecciones legislativas de la ciudad de Buenos Aires de 2021. LLA combinó la plataforma ultraliberal de Milei con una agenda social conservadora (en contra del aborto y negacionista del cambio climático, por ejemplo). También logró capitalizar una parte del descontento popular con la inusualmente extensa (casi 8 meses) cuarentena obligatoria en Argentina y con un escándalo en la antesala de las elecciones intermedias. El viernes 13 de agosto de 2021, semanas antes de que los argentinos fueran a votar, se difundió una foto de una celebración de cumpleaños que la Primera Dama había organizado, con una decena de personas, en la residencia presidencial en julio de 2020, cuando ese tipo de reuniones estaban estrictamente prohibidas. El escándalo encajó como un guante en el discurso de Milei, que impugnaba de forma generalizada a la política y a los políticos argentinos. El economista obtuvo 17% de los votos en la ciudad —un sorpresivo tercer puesto detrás de las dos principales coaliciones— y anunció inmediatamente su interés por participar en la elección presidencial de 2023. Su buen rendimiento en las encuestas de opinión pública, a lo largo de 2022 y a comienzos de 2023, permitían ver un cambio en el clima político: una nueva derecha tomaba la iniciativa y ponía al resto del sistema político a la defensiva.

Una persona toma un periódico que anuncia la victoria del candidato presidencial Javier Milei en las primarias argentinas un día después de las elecciones, en Buenos Aires, Argentina, el 14 de agosto de 2023. Fotografía de Agustin Marcarian / Reuters.

Por todo eso, el triunfo de Milei fue sorpresivo y esperable a la vez. Era esperable que triunfara la oposición: el maltrecho peronismo gobernante afrontaba el ciclo electoral en medio de una inflación descontrolada. El signo más contundente del atolladero oficialista fue que el presidente Fernández, con niveles de popularidad por el suelo tras un mandato zigzagueante, debió bajarse de la carrera por la relección, desaparecer de la escena electoral, y cederle los reflectores al ministro Massa, un político audaz e inescrupuloso que no estuvo tan lejos de lo que hubiera sido un verdadero milagro. Lo que no estaba en los pronósticos era el tercer puesto de Juntos por el Cambio. La opción opositora mejor establecida, ganadora de las últimas elecciones de medio término en 2021, con experiencia en el poder durante la presidencia de Macri y presencia territorial a lo largo y a lo ancho del país, parecía tener la mesa servida para un triunfo fácil. El ascenso de Milei sacudió profundamente ese sistema de ideas, y puso a la Argentina en un rumbo guiado, ya no por una centro derecha “confiable”, sino por una derecha desvergonzada.

Hasta las elecciones intermedias de 2025 que renovarán parte de las cámaras legislativas, Milei deberá buscar acuerdos con otras fuerzas políticas para gobernar, ya que los bloques de su partido son minoritarios. Antes de esas elecciones (y quizás también durante ellas), el liberalismo popular de Milei enfrentará una tarea ardua. Como enfatizó el economista el día de su asunción, las medidas de ajuste que va a llevar adelante “impactará[n] de modo negativo sobre empleo, salarios y cantidad de pobres.” Ahí estará el primer gran desafío de Milei: el de utilizar sus habilidades políticas y simbólicas para hacer tolerable la desigualdad.

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