En México, un 8M diferente

En México, un 8M diferente

En un solo año cambiaron las condiciones que permitieron, en 2020, las marchas multitudinarias. Entre el temor a contagiarse de covid, la represión de los gobiernos y la división por el trabajo sexual y las mujeres trans, las feministas han tenido que organizar iniciativas separadas.

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Justo al caer la noche del sábado, dos días antes del 8M, un grupo de mujeres empezó a escribir, a brochazos, los nombres de las víctimas de feminicidio sobre las vallas metálicas que rodean el Palacio Nacional. El blanco de la pintura contrastó con la superficie oscura de las vallas, perfeccionando la legibilidad y realzando cada letra. Se leen: Eloisa. PALOMA. MARA. Josselin. Ma. Consuelo. Apenas el día anterior, el gobierno capitalino levantó ese perímetro de metal para proteger las paredes del edificio de grafitis, pintas con esténciles y bombas molotov. “Cuesta trabajo limpiarlos”, dijo el presidente López Obrador para explicar por qué las mismas protecciones resguardan el Hemiciclo a Juárez y otros edificios y comercios, dándole un aspecto de blindaje a las calles del Centro Histórico.

–Quien pueda ¡jálese! –escribieron las feministas en el grupo de Facebook Antimonumenta, y subieron cuatro fotografías como registro de su acción y convocatoria para las demás. Tan solo en esa red social, en 45 minutos, se compartió la invitación nueve mil veces. Horas antes, toda la mañana y la tarde del sábado 6 de marzo, Twitter se llenó de la réplica de las feministas al presidente y a su gobierno: “De ese tamaño es su miedo”. No es para menos.

El 8 de marzo de 2020 la movilización feminista lo desbordó todo, cobrando una escala inédita en la historia del movimiento mexicano. Aquel día, los medios de comunicación reportaron que en la Ciudad de México se habían reunido 80 mil mujeres. El punto oficial de encuentro fue el Monumento a la Revolución. Ni siquiera cabían en esa plaza. Y los puntos de encuentro se fueron multiplicando: la Lotería Nacional, la Esquina de la Información o donde se pudiera. A las dos de la tarde, hora en que debía iniciar la marcha, la multitud se extendía por las calles aledañas; el tráfico de ubers y carros de los que bajaban puñados de feministas empezaba desde el Monumento a la Madre, a cinco kilómetros del Zócalo. La convocatoria fue masiva, tanto que las colectivas abrieron sus contingentes para que quienes jamás habían marchado pudieran hacerlo con seguridad. “Se nos fueron sumando muchísimas; originalmente, éramos como veinte”, dijo Estefanía Villalobos de la agrupación Desgarradas. “Teníamos como quinientos, como mil registros de chavas que no conocíamos”, recuerda un año después Daniela Tejas, de Marea Verde MX.

–¿Y ahora?, ¿han sentido el mismo poder de convocatoria?
–No es como que [la gente] nos esté preguntando muchísimo.

Hace un año, alrededor de estas fechas, el covid-19 era ya una amenaza en México; el primer caso oficial se detectó el 27 de febrero. Pero entonces las autoridades no habían llamado al confinamiento de la sociedad y Hugo López-Gatell, el vocero de la estrategia, todavía no pronunciaba, con célebre repetición y énfasis, aquella frase de “quédate en casa”. Sin que se reportaran contagios en la manifestación, las feministas salieron masivamente a las calles. Al día de hoy, con 190,357 muertos oficiales y 209,949 asociados a la pandemia en un solo año, después de que los hospitales del Valle de México se saturaran a más del 90% hace apenas un par de meses, las feministas están en una encrucijada entre la fuerza de sus números en el espacio público y el deber de no arriesgar la salud de todas:

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