Hace lo que parece una eternidad, en 2019, se me acercó un amigo para proponerme un proyecto de biorremediación en lo que Google Earth mostraba como una pequeña bahía verde en el estado de Sinaloa. De ahí, de la bahía de Ohuira, en Topolabambo, sale el ferry que cruza el Golfo de California rumbo a La Paz. El reto que me propuso consistía en asesorar a una joven empresa, QB4, para utilizar el conocimiento científico adquirido durante 20 años de ciencia invertidos en el rescate de Cuatro Ciénegas, y aplicarlo en esta nueva zona para solucionar problemas urgentes como la eutrofización del mar.
¡Por supuesto que dije que sí!
El problema en realidad no es difícil, ni la solución es incansable a nivel local. Sólo hace falta la voluntad de hacerlo, un sitio a la vez, además, claro, de contar con los recursos necesarios. El dinero en este caso, paradójicamente, vendría de la planta de fertilizantes Gas y Petroquímica de Occidente, GPO, en asociación con un gigante petroquímico alemán llamado Proman. Estas empresas están comprometidas y condicionadas a limpiar la bahía para poder seguir operando en Topolobambo y por azares del destino, QB4 y la UNAM seríamos su salvación.
En febrero de 2020 pusimos manos a la obra para aislar bacterias de los manglares sanos de Topolobambo y de una laguna particularmente “marina” de Cuatro Ciénegas, pero en marzo cayó la pandemia y aunque no dejamos ni de pensar rutas para el proyecto, ni de cuidar nuestras muestras, sin duda nos frenó un poco. Pero hoy, casi dos años después, estamos listos para empezar y lo haremos tan pronto como el gobierno de México nos dé luz verde.
Pero volvamos atrás para explicar qué es eutrofización. “Troficar” significa comer en griego y “eu” quiere decir bien o verdadero; al contrario de “oligo” que quiere decir poco o pobre. Por lo tanto, eutroficar es comer en exceso.
Un sistema oligotrófico, como Cuatro Ciénegas, es muy pobre en nutrientes, así que sus organismos comen poco y reciclan todo sin dejar rastro. Como dirían en el barrio, se juntan el hambre con las ganas de comer. La tragedia aparece cuando el agua se satura con mucho nitrógeno y fósforo, elementos que normalmente son escasos en la naturaleza, pero que suelen ser residuos de la agricultura a gran escala. En contextos así, las algas oportunistas crecen muy rápido y cubren el agua de verde. Estas algas, igual que todos los organismos aeróbicos, absorben más oxígeno del que producen, creando zonas con condiciones mínimas del gas vital que asfixian a los demás organismos, incluyendo al zooplancton, que es la base alimenticia de la vida marina.
El problema de la eutrofización del mar y de los grandes lagos es un drama mundial, porque reduce la diversidad de las costas y también su productividad.
El ciclo se repite interminablemente, pues el exceso de productividad de la tierra tiene como consecuencia la baja productividad del mar, creando tensión entre agricultores y pescadores, principal aunque no exclusivamente, en las zonas costeras. Por ejemplo, en su larguísimo recorrido, el enorme río Mississippi, que nace en la zona del lago Superior en Minnesota y forma un gran delta en Nuevo Orleans, recoge en su afluente todos los desperdicios de una agricultura intensiva basada en agroquímicos de nuestro vecino del norte, creando en el golfo de México una enorme franja verde que crece envenenando al mar. Además de la contaminación que provocan, este desperdició de nutrientes y agroquímicos es absurdo, no sólo porque en producirlos se invierte dinero, sino también porque se usa petróleo y mucha energía, contribuyendo al cambio climático y al desastre global en el que estamos metidos.
¿Entonces por qué lo hacemos?
Porque así nos dijeron los gobiernos que se hacía agricultura moderna, con tecnología. Esas ideas vienen del ganador del premio Nobel de la Paz Norman Borlaug, quien trabajó en México en el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) entre 1940 y 1970. Borlaug y sus colegas crearon, por medio de cruzas, cultivos de maíz y trigo de alto rendimiento y un amplio rango de tolerancia a cambios de temperatura, generando lo que se conoce como “revolución verde”, misma que se inicio en el valle del Yaqui en Sonora. Las primeras consecuencias y el precio ecológico de esa alta productividad fueron las zonas mínimas de oxigeno del mar de Cortés, que surgieron en los años setenta. Nadie le puso demasiada atención, pues poner comida en la mesa era más importante que un mar color sopa de chícharo, aún en pleno santuario de ballenas. Porque, además, el mar es grande y puede limpiar todas nuestras porquerías, ¿o no?
En el siglo XXI ya sabemos que, aunque no las veamos, esas porquerías están matando al océano, madre de la vida… ni más ni menos. Y esto se debe a que, para aumentar la productividad de una planta, no sólo hay que tener linajes particulares de esas plantas de rápido crecimiento, sino que hay que inyectarle nutrientes al suelo y proteger a esta planta, sin raíces locales ni defensas naturales, con pesticidas y herbicidas. En este caso se sacrificó el crecimiento normal de trigo y maíz por un sistema artificial y eficiente. El triunfo de esta tecnología agraria, tal vez salvo de la hambruna a India, pero está por precipitar una tragedia climática sin precedentes. En realidad, ya está muriendo y cayendo en la pobreza mucha más gente al tener sus campos secos o inundados, tras haberse convertido en refugiados climáticos.
Entonces, si es parte de un problema tan grande. ¿Cómo podemos revertir el daño que le ha hecho esta “agricultura eficiente” durante más de 50 años a las costas de Sinaloa y Sonora? Primero hay que entender qué parte esta rota en el mar de la zona, pues ese elemento de la maquinaria bioquímica necesita ser repuesto y para eso están las bacterias de los mangles y de Cuatro Ciénegas. Para investigar esto, le enseñaremos a los maestros y a los alumnos de preparatorias locales cómo se saca el ADN y el ARN, moléculas que nos explican todo y que estudiaremos para extraer datos suficientes que nos permitan hacer ingeniería “a la inversa”, es decir, encontrar un camino para regresar al mar a su estado anterior, previo al uso de la tecnología en la agricultura.
El siguiente paso será establecer humedales artificiales donde el agua sucia que viene del drenaje de Los Mochis, de los campos agrícolas, de las granjas de puercos y pollos, y del desagüe de Topolobambo, se detenga lo suficiente para ser tratada por las bacterias elegidas y por las raíces de plantas que vamos a establecer en estos diques de arena, grava y arcilla. Con el agua detenida, las bacterias procesaran parte de estos agentes externos para transformarlos de nuevo en aire y vida, mientras que las raíces de estas plantas alimentaran a otras plantas, que al crecer, sacaran el exceso de nitrógeno y fósforo del agua, para transformarlo en materia vegetal con la cual se puede, no sólo capturar carbono, sino también fertilizar los suelos haciendo composta. Todo esto se hará con la ayuda de los alumnos y maestros de bachilleratos de la zona, ya que no solo les enseñaremos cómo, sino que les daremos las herramientas para monitorear al mar utilizando genes indicadores de su salud. A esto se le llama crear capacidades para la sustentabilidad y el Laboratorio Nacional de Ciencias de la Sostenibilidad (LANCIS) de la UNAM, certificará este proyecto si todo sale bien.
El tercer y último paso, el más difícil, pero no imposible, será cambiar la agricultura extensiva por la sustentable. Si este experimento de empoderar a los dueños de la tierra y de la costa funciona en esta bahía pequeña, el siguiente reto sería que GPO y Proman ayuden a propagar el ejemplo por todos lados, además de enseñar a los agricultores a usar poco nitrógeno y pocos agroquímicos. El sueño es posible.