Los jóvenes: la primera línea del Paro Nacional de Colombia

Los jóvenes: la primera línea del Paro Nacional de Colombia

Una nueva generación rechaza el relato del uribismo. Para ellos, no hay trabajos suficientes y la policía reprime su protesta, los tortura e incluso los asesina. Mediante la colectividad y el arte pelean por hacerse un sitio en Bogotá: el Poste de la Resistencia.

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Muchos de los manifestantes que llegan hasta aquí se toman una foto junto a un poste que anuncia en letras blancas sobre papel rojo adhesivo: Portal de la Resistencia, un lugar que hoy, 28 de mayo, es una insignia del Paro Nacional que cumple treinta días consecutivos. Hasta hace un mes el poste era uno más de los cientos que están repartidos por Bogotá con los nombres de las estaciones del sistema de transporte. Alto y gris decía: Portal Américas, la entrada a una estación de cabecera por la que a diario circulan 70 mil personas, ubicada en la localidad de Kennedy, al suroccidente de la ciudad. Nombrada así en los años sesenta tras la visita del presidente estadounidense John F. Kennedy, es la localidad más poblada, con un millón y medio de habitantes. Podría –y así se le considera– ser una ciudad independiente, con sus barrios de clase media y otros empobrecidos, con su central mayorista de abasto –una de las más grandes de Latinoamérica– y sus índices de inseguridad y venta de drogas en cercanías del mercado. Quizá por ese carácter autónomo de Kennedy, miles de jóvenes de los casi quinientos barrios que la componen decidieron reunirse en la plaza que precede al portal que ellos rebautizaron “de la Resistencia”.

Son las once de la mañana y el cielo bogotano augura lluvia, cada tanto caen unas gotas ligeras y molestas. La ciudad amaneció expectante por la conmemoración del primer mes del paro que inició el 28 de abril, en protesta contra un proyecto de ley que buscaba la reforma tributaria, después retirado por el presidente Iván Duque. Las exigencias se ampliaron a mejores condiciones de salud, educación y trabajo con demandas puntuales según cada sector, incluido el de los jóvenes, protagonistas indiscutibles del paro.

La estación de cabecera hoy está cerrada. La empresa de transporte tomó esa decisión debido a las movilizaciones. De un lado, un conjunto de edificios residenciales y, del otro, los techos de casas humildes. Basta con doblar la esquina para escuchar el rugir de bombos y trompetas. Dibujado en el piso hay un enorme mural con tres puños en alto y la consigna: “Poder del pueblo”; más allá, un círculo hecho con hortalizas y la palabra “paz” trazada en heno. La plaza tiene un aire tranquilo, artístico, de festival al aire libre. No está llena, pero dentro de unas horas no habrá un espacio. Unas chicas escriben sobre una cartulina: “Detrás del miedo está el país que queremos”. Otras preparan un balde con pintura roja para una performance. Hay puestos de frutas, infusiones y café, bicitaxis, vendedores de banderas de Colombia, de pañuelos con la palabra “resistencia”. El poste, corazón del lugar, está cubierto de mensajes hechos con esténcil, de calcomanías y afiches. Uno dice: “Siempre paro. Nunca para”; otro: “Esta guerra no es nuestra”; otro: “Por el derecho a la capucha”, la prenda que cubre la cara. Se lee también “Soberanía” y “No más represión”.

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Pero, desde el 28 de abril, videos en redes sociales han registrado hechos de violencia en el Portal de la Resistencia, cometidos por la policía y el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD). El 13 de mayo, el Comité de seguimiento de derechos humanos del Concejo de Bogotá emitió un comunicado en el que contabiliza un homicidio, 27 heridos, ocho casos de tortura, 12 detenidos sin judicialización y dejados en libertad con heridas y seis detenidos liberados.

En 19 puntos el Comité menciona que el 28 de abril el joven Daniel Alejandro Zapata fue golpeado por una aturdidora, un tipo de granada lanzada por el ESMAD, que lo mantuvo varios días en coma; murió el 10 de mayo. Que la estación de buses de este lugar ha sido utilizada como centro de detención y tortura. Que en ocasiones la fuerza pública no ha permitido el acceso a defensores locales de derechos humanos. Que el 7 de mayo el artista urbano Dylan Barbosa murió tras ser arrollado por una tanqueta del ESMAD. Que entre los manifestantes reprimidos hay menores de edad. Que los vecinos de barrios aledaños son hostigados por la policía con una fuerte presencia de tanquetas y helicópteros y con armas desconocidas como gases verdes y negros que afectan el interior de las casas. El 19 de mayo, los concejales Diego Cancino y Susana Muhamad denunciaron que la noche anterior 68 personas resultaron heridas, una de ellas perdió totalmente la vista, y una menor de edad fue abusada sexualmente.

Nada de eso parece haber cambiado. Ahora, al fondo de la plaza, hay unos veinte policías apoyados en un muro del portal de cabecera.

Mientras tanto, una mujer se toma una foto en el poste. Es Luz Marina Bernal, defensora de derechos humanos. Su hijo, Fair Leonardo Porras, fue uno de los 6,402 jóvenes que entre 2002 y 2008 fueron asesinados por agentes de la fuerza pública y presentados, falsamente, como guerrilleros muertos en combate en el marco de una política que pedía resultados contra grupos insurgentes y armados. Ella sostiene un cartel con la foto del chico que tenía 26 años y heredó sus ojos aguamarina. La misma foto cuelga de una cadenita que lleva al cuello.

–Creo que los jóvenes nos han dado un ejemplo de aguante, de que no podemos ser permisivos ante los pañitos de agua tibia que pone el gobierno. El país está resistiendo, está despertando –dice.

Su hija, Liz Caroline Porras, cantante de rap e integrante de la primera línea en las protestas de Soacha, el municipio aledaño a Bogotá, donde vive, dice:

–Hoy vinimos al Portal de la Resistencia porque cumplimos un mes de paro y acá ha habido muchísimos accidentes y muertos. Vinimos a conmemorar a los jóvenes que no están con nosotros. […] Llevamos toda una vida con violencia y las personas mayores siempre tuvieron temor, pero a nosotros, como jóvenes, al menos a mí, desde pequeña, me tocó meterme en la cabeza que mi país estaba lleno de violencia y que no podía seguir desangrándose. Considero que más de uno también se cansó.

Los jóvenes en Colombia, unidos, claman por sus derechos en el Portal de la Resistencia.

Protestantes colombianos. Luisa González / Reuters.

Liz Caroline y Luz Marina se preparan para unirse a una marcha que está por salir del portal hacia un barrio al sur. Cerca de ellas, hay un grupo de primera línea, chicos y chicas que encabezan las manifestaciones y que, en caso de represión, protegen a los que vienen atrás. Por eso, tienen cascos, gafas de plástico y máscaras respiratorias para un eventual ataque con gases lacrimógenos, ropa oscura y holgada. Todos llevan escudos artesanales de metal y uno organiza botellas de agua dentro de su mochila para mantenerse hidratados. Piden que no se les tomen fotos y no dan ningún dato personal, tampoco la edad, aunque en la mirada de algunos se advierte un rastro aniñado.

–Somos una agrupación del barrio para el barrio. En primer lugar, la resistencia se hizo contra la reforma tributaria, después contra la reforma a la salud. El Estado nos ha golpeado, nos ha humillado. Tenemos heridos, varios muchachos perdieron los ojos acá en el portal, nos disparan al cuerpo sin piedad, no dejan actuar a derechos humanos en nuestra defensa, los puestos de paramédicos han sido agredidos [con chorros de agua, gases y hostigamientos verbales] por el ESMAD –dice un chico con voz fuerte, agitada.

Temblores ONG y el Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social (PAIIS), de la Universidad de los Andes, publicaron un informe en el que registran 47 lesiones oculares durante el Paro Nacional hasta el 28 de mayo. En el 60% de los casos participó el ESMAD y ocurrieron en Bogotá. El informe se titula “Llorar por 47 ojos”.

Una chica agrega:

–Las marchas se llevan a cabo todo el día en el Portal de la Resistencia y son pacíficas, pero el ESMAD llega a agredirnos para dispersarnos por los barrios. Lo primero que hacen es arrojarnos aturdidoras, gases lacrimógenos que no saben tirar bien ni a la altura. Los tiran de frente, para matar. Nuestro objetivo es cubrir a las personas. Estamos cansados del mal gobierno, vivimos en una dictadura desde hace años. Los adultos les creyeron, nosotros abrimos los ojos y actuamos. Nos indigna la cantidad de heridos. Nosotros también estamos muy graves, pero seguimos. Los únicos que nos pueden ayudar son los derechos humanos internacionales. No nos dejan expresar porque, como tú ves, acá hay mucha toma cultural, pintura, canto, baile. Nosotros, los jóvenes, estamos cansados de no podernos expresar.

El grupo corre para alcanzar la marcha que ya se va. Hasta allí llega el olor a madera quemada proveniente de tres fogones sobre piedras y tablas donde se prepara el almuerzo en el espacio humanitario “Al calor de la olla”, un comedor creado por el joven Brian Martínez, que llegó a Bogotá hace nueve meses en busca de trabajo. A un lado de las ollas humeantes donde se cocina un guiso al que Brian y otros colaboradores irán añadiendo ingredientes, hay un carpa con víveres –pasta, arroz, azúcar, aceite– que los vecinos donan.

–Llevo 21 días en el portal –dice Brian mientras de fondo se escucha en una grabadora la canción “Resistiré” del Duo dinámico–; preparo los alimentos no solamente para los manifestantes, sino para todos los que deseen tomar un poco. Decidí hacer parte porque siento que es una forma de manifestarse pacíficamente. Siento que uno no sólo puede manifestarse a través de un grafiti o de un baile, sino a través de la cocina. A través del fuego decirle no al gobierno, rechazar todo lo malo que quiere para nosotros.

Un hombre se acerca con una consulta, Brian va y viene, está pendiente de todo. Habla de algo que ya es constante en otras ciudades: durante el Paro Nacional los días son tranquilos y las noches tensas.

–En la mañana es muy pacífico, hacen teatro, baile, circo. Llegan las seis de la tarde y el ESMAD sale del portal lanzando gases y chorros de agua que tumban a los manifestantes. El ESMAD ataca directamente con balines de goma y apunta a los ojos. Otros han sido heridos de bala. Ha habido personas maltratadas y amordazadas. Yo también fui agredido. Hace tres días iba huyendo de los gases, me alcanzaron y me golpearon con bolillos [bastones de la policía] en las piernas. El gobierno y las noticias dicen que nosotros somos los criminales, pero no muestran los ataques del ESMAD y la policía. Hasta niños y animales han salido afectados. Esperan a que caiga la noche para atacar.

Brian regresa a revisar las ollas y un grupo de chicas con vestidos blancos manchados de pintura roja camina lento y en silencio hacia el centro de la plaza. Luego, mientras suena “Sólo le pido a Dios”, de León Gieco, otras artistas interpretan una danza con movimientos lánguidos.

A pocos pasos, unos chicos se toman una foto en el poste con un cartel que dice: “Suba resistencia. Nos dan represión, les damos revolución”. Son veinte y vienen caminando desde el norte, en la localidad de Suba. Después seguirán hasta el estadio de fútbol El Campín, donde hay un plantón, y de ahí al Monumento a los Héroes, otro de los puntos de concentración en Bogotá. Uno de ellos tiene una camiseta con el escudo del equipo de fútbol capitalino Millonarios. Los barristas, es decir, los fanáticos del fútbol, se han convertido en el centro de la movilización juvenil.

–En el grupo hay gente de Millonarios, otros son de Santa Fe [el equipo rival] y otros de Nacional [de Medellín]. Queremos demostrarle al gobierno que, a pesar de nuestras diferencias, nos apoyamos en contra de ellos –dice el chico de la camiseta de Millonarios.
–¿Qué le piden al gobierno?
–Vivir con dignidad –responde tajante.
Otro añade:
–En primera medida, la no violencia, que dejen de matarnos.
–Eso –retoma el de Millonarios–: la garantía a la protesta social.
Y el segundo dice:
–Los derechos fundamentales. Uno no tiene por qué ver a viejitos de setenta años trabajando en las calles cuando el Estado debería garantizarles una vida digna. Y si uno se descuida, termina igual. Nosotros somos estudiantes, muchos trabajamos, otros no y la rebuscamos como sea. Colombia tiene un cincuenta por ciento de informalidad laboral. Ahí vamos. Entre todos conseguimos los trapos, las caretas y los cascos. Esperamos que nos dejen de matar y que no nos opriman más.

*

El pasado 14 de mayo, la Universidad del Rosario, la firma Cifras y Conceptos y la Casa Editorial El Tiempo presentaron los resultados de su tercera encuesta Estudio de percepción de jóvenes, realizada a partir de 2,500 entrevistas a personas entre 18 y 32 años en 13 ciudades del país. El 84% dijo sentirse representado por el Paro Nacional y el 63% ha participado de alguna manera; el 91% no confía en la Presidencia de Colombia, el 87% desconfía de la Policía Nacional y el 73% tampoco confía en las fuerzas militares. En cuanto a otros temas, 74% cree que el principal problema es la falta de empleo, y 33% ha experimentado tristeza frente a la situación actual; 27%, ira; y 25%, miedo.

Los jóvenes en Colombia, unidos, claman por sus derechos en el Portal de la Resistencia.

Protestantes colombianos protestan contra el gobierno. Nathalia Angarita / Reuters.

Cristian Hurtado es secretario político de Juventud Rebelde, una organización creada en 2015 dentro del movimiento político y social de izquierda Marcha Patriótica, que trabaja con procesos juveniles barriales, campesinos, indígenas y feministas. A la pregunta sobre qué une al movimiento de jóvenes en Colombia dice por teléfono:

–El reconocimiento como sujetos. Antes no se hablaba de jóvenes, no había bloques juveniles. Hoy se reconocen como jóvenes y hablan como jóvenes. Dicen: Nosotros estamos sosteniendo la movilización. Se ha construido una identidad colectiva que no tiene que ver con la edad. Lucas Villa [civiles armados le dispararon en una manifestación en la ciudad de Pereira y, tras permanecer cinco días hospitalizado, murió el 10 de mayo] no era joven según la ley, pero su proyecto de vida sí era propio de lo juvenil: el arte, la cultura, los espacios universitarios, los reclamos de autonomía. Las banderas que animan a esos jóvenes son diversas. En Santander se plantea la discusión del fracking; en San José del Guaviare, de las vías terciarias –aquellas que unen municipios con veredas o veredas entre sí y que no siempre están pavimentadas–; en los entornos urbanos, la eliminación del servicio militar obligatorio y el desmonte del ESMAD.

Para Cristian Hurtado, la falta de trabajo es un punto de unión y otro es la crisis de representatividad, la desconfianza entre los jóvenes hacia las instituciones. Más que una voluntad de negociación con esas instituciones, la motivación de los chicos y chicas sería la de denuncia.

–Nosotras y nosotros teníamos entre cinco y diez años en los periodos de gobierno de Álvaro Uribe y en esa época se creó un relato con dos grandes componentes: que el país había logrado romper la amenaza del terrorismo y se abría camino hacia la prosperidad y que la institucionalidad estaba débil, pero se había fortalecido gracias a la fuerza pública. Terminamos nuestra secundaria con esa historia, algunos, la universidad, y lo que vivimos fue que no había trabajo, lo que vivimos fue la represión de la fuerza pública. Eso tiene que ver con un desencanto ahora que entramos en la vida adulta. Nos demuestra que nos engañaron todo el tiempo.

Lo dice Cristian y lo dice cualquier joven en las asambleas populares que se están organizando, en entrevistas y en las calles: ninguna negociación tiene sentido si el gobierno no desmilitariza el país.

–Negociar implica darle algo al gobierno a cambio de que desmilitarice y nos deje de matar. ¿Qué tenemos que darle además de nuestras vidas? –termina Cristian.

Un día antes de la entrevista, el viernes 28 de mayo, civiles armados dispararon contra los manifestantes que se encontraban en Meléndez, uno de los puntos de resistencia de la ciudad de Cali, al suroccidente de Colombia. El joven Sebastián Jacanamejoy, del pueblo indígena inga, fue asesinado. Era estudiante de la Universidad del Valle en Cali e integrante de la Juventud Rebelde.

Ese 28 de mayo, en la noche, luego de que el Portal de la Resistencia se colmara de jóvenes saltando en júbilo y agitando banderas de Colombia al ritmo del rap, videos en redes sociales denunciaron el corte del alumbrado público y la presencia de camionetas grises en el sector. Hacia la medianoche los videos mostraban, de nuevo, la represión por parte de la fuerza pública en las calles del barrio Chicalá, cerca del Portal, que continuó hasta la fría madrugada siguiente.

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