El camino al descubrimiento de una vacuna consta de varias fases, cada una sumamente exhaustiva. La primera de éstas es la investigación que permite conocer la biología del patógeno al que se enfrenta el sistema inmune.
Increíblemente, el sistema inmunológico tiene la capacidad de recordar al enemigo. Luego de que el cuerpo es infectado con cierto virus, bacteria o parásito, la memoria de las células sanguíneas les permite saber cómo reaccionar ante la reaparición del patógeno, por lo tanto, tienen la capacidad de dar una reacción inmune mucho más veloz que impedirá que la enfermedad se desarrolle.
Es precisamente en la memoria de las células sanguíneas donde las vacunas encuentran el mecanismo a imitar. Al entrar al huésped, la vacuna tiene la misión de hacer creer al sistema inmunológico que ha sido infectado por cierto patógeno, de esta manera los linfocitos puedan identificarlo y en caso de que el cuerpo llegará a ser realmente contaminado, el sistema inmunológico ya ha creado anticuerpos con la memoria necesaria para saber qué mecanismo de defensa deben efectuar para actuar velozmente.
¿Cómo las vacunas logran «entrenar» al sistema inmunológico?
Aunque actualmente existen varios tipos de vacunas, la composición de todas se basa en una cantidad segura de virus, bacterias o parásitos que han sido atenuados o inactivados, pero que son suficientes para generar una reacción por parte del sistema inmunológico sin llegar a causar daños mayores. De esta manera, el cuerpo tiene oportunidad de generar una memoria de anticuerpos que le brindaran inmunidad contra la enfermedad en caso de contraerla en el futuro.
La humanidad es consciente de que el descubrimiento de una vacuna efectiva es la única manera de sobreponerse a la pandemia de coronavirus. El doctor Anthony Stephen Fauci, Director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos y uno de los principales expertos en las investigaciones sobre el coronavirus realizadas en la administración de Donald Trump, estimó que, en el mejor de los panoramas, un vacuna eficaz contra el coronavirus tardaría entre 12 y 18 meses en ser desarrollada, pero históricamente a la humanidad le ha tomado un mínimo de cuatro años desarrollar una vacuna completamente nueva.
¿Por qué es tan complejo desarrollar una vacuna?
El camino al descubrimiento de una vacuna consta de varias fases, cada una sumamente exhaustiva. La primera de éstas es la investigación que permite conocer la biología del patógeno al que se enfrenta el sistema inmune; esto da al investigador la facultad de comprender el comportamiento, mecanismo y efectos que tienen las bacterias, virus o parásitos sobre el cuerpo humano. Sin embargo, esta compresión puede verse afectada debido a que los agentes infecciosos jamás juegan limpio; tienden a mutar, de esta manera adquieren la capacidad de inhibir o engañar al sistema inmunológico, dejándolo incapacitado para generar una vigorosa respuesta inmune.
En caso de que la indagación preclínica de los investigadores epidemiólogos haya sido exitosa, llega la hora de tomar decisiones vitales para determinar cuál será la estrategia para suministrar el antígeno encargado de desencadenar la producción de anticuerpos.
Como ya se mencionó, existen al menos cuatro tipos de vacunas: las que contienen patógenos debilitados o destruidos, las biosintéticas que inducen un patógeno creado sintéticamente y las toxoides que contienen la toxina producida por el agente infeccioso. Para determinar cuál de todas estas vacunas es la más adecuada, los investigadores deben contemplar para qué huésped va dirigida, la respuesta del sistema inmune ante el patógeno y la tecnología que se tiene al alcance, entre muchos otros aspectos.
Cuando un virus entra al cuerpo, el sistema inmune despliega un mecanismo de defensa en el que se identifican y erradican los agentes. Esta interacción desencadena anticuerpos.
Después de definir la estrategia, los investigadores apenas están por enfrentar el mayor reto del desarrollo de la vacuna: el obligatorio proceso empírico. Es decir, probar que las vacunas son efectivas. El primer paso es suministrar la preparación a algunos animales y observar la respuesta inmunológica que esto provoca. En caso de que la respuesta sea alentadora, se dará paso a la determinante prueba en humanos.
Lo más adverso del proceso de creación de una vacuna eficaz es que no importa que tan prometedor haya sido el desarrollo, las consecuencias de la aplicación siempre serán igual a una moneda al aire: por un lado, ofrece la solución a la amenaza para la raza humana y, por el otro, provoca reacciones adversas que pueden ser igual de letales que el propio patógeno.
A pesar de los avances científicos logrados es imposible crear una fórmula universal que sea aplicable a todas las enfermedades infecciosas. Cada patógeno es un nuevo reto médico y el único denominador común es el tiempo, el peor enemigo, pues no puede acelerarse ninguna de estas fases en su creación. Cualquier fallo dañaría de manera sustancial la cadena de desarrollo de una vacuna y las consecuencias serían mortales.
Es imposible crear una fórmula universal que sea aplicable a todas las enfermedades infecciosas. Cada patógeno es un nuevo reto médico y el único denominador común es el tiempo.
La ciencia se encuentra en una batalla contrarreloj por salvar vidas humanas. El tiempo que tome encontrar una vacuna efectiva, es el mismo que la Covid-19 tendrá para depredar a la raza humana, así como para desarrollar la capacidad de mutar y dar jaque mate a todo el trabajo de investigación logrado.
La responsabilidad de los humanos, derivada de la conciencia, juega un papel crucial en el éxito del quehacer científico ya que mientras no exista una vacuna eficaz que asegure ganar la cruzada contra el coronavirus, lo único que puede protegernos y dar tiempo a favor de los investigadores es evitar que el patógeno entre en nuestro cuerpo. Esto solo se logra si eliminamos los factores que nos exponen al virus, por ejemplo, evitar el contacto con huéspedes infectados.
Según la OMS, las vacunas salvan entre dos y tres millones de vidas anualmente. Pero nada puede asegurar que la vacuna contra la Covid-19 llegue en uno, dos, tres o hasta cuatro años. Como es el caso de la lucha contra el ébola y VIH, la vacuna podría no llegar jamás.