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Ilustración de Mara Hernández.
Si miramos las últimas tres décadas con el <i>compás</i> de las elecciones presidenciales obtenemos el arco principal de nuestra democracia. Ha habido de todo: escenarios violentos, acusaciones de fraude electoral, la lucha de la sociedad civil, la adecuación del marco normativo, el triunfo de uno de los políticos más populares en la historia reciente del país y numerosas lecciones. Sergio Aguayo, María Marván Laborde y Laura Itzel Castillo, personas clave en este proceso, nos comparten la <i>intrahistoria</i>.
1994
En 1988 me indignó el fraude electoral. En aquellos años era integrante de la Academia Mexicana de Derechos Humanos y en 1990 me nombraron su presidente, por lo que quise dedicar mi periodo al tema de los derechos políticos, era indispensable que hubiera más atención al tema de las elecciones: los derechos políticos son derechos humanos, es indispensable el derecho a elecciones limpias, libres y confiables. Quería trabajar el tema, pero no tenía idea cómo. A finales de ese año pasó por el país Robert Pastor, académico norteamericano que trabajaba con el expresidente estadounidense Jimmy Carter, y que tenía un grupo de observación electoral internacional, y me invitaron como observador internacional a la elección presidencial de Haití en 1990. Esa experiencia me impactó. Al siguiente año había elecciones federales y junto a la Comisión Potosina de Derechos Humanos organizamos la primera observación ciudadana en la elección para gobernador; movilizamos a 300 voluntarios por todo el estado e hicimos un mapa de irregularidades electorales.
Continuamos con nuestras observaciones ciudadanas en noviembre del 93, en las elecciones de Yucatán; el mismo día que destaparon a Luis Donaldo Colosio. Ese mismo mes algunas organizaciones cívicas decidimos hacer una observación en la elección presidencial. Sabíamos que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) iba a tener una mayoría impresionante porque las encuestas eran muy a favor de Luis Donaldo Colosio. Creíamos que sería una observación testimonia, pero en enero de 1994 sucedió el levantamiento zapatista. En abril, poco después del asesinato de Colosio, entre varias organizaciones creamos Alianza Cívica [Organización Ciudadana que impulsa la democracia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana], y en las elecciones presidenciales logramos hacer una observación ciudadana en todo el país con cuarenta mil observadores, además de 600 observadores internacionales.
Lo que concluimos fue que había habido una elección con varias irregularidades, pero que la diferencia de votos nos llevaba a concluir que no se alteraba el resultado. ¿Qué sacar de aquella elección? Pues que en el 94 no existía la violencia electoral como la conocemos en la actualidad. El crimen organizado ya estaba presente, pero no era lo que hay ahora; había violencia de otro tipo, ‘política’, llamémosle. A mí me amenazaron por mi trabajo en favor de los derechos humanos y en las elecciones, estuve muchos años con protección, pero nada que ver con la situación actual, en donde el crimen organizado ya se ha convertido en un actor, en un partido sin registro. Vivimos un contexto totalmente diferente ahora.
Sergio Aguayo. Académico e investigador de El Colegio de México, escritor, periodista, internacionalista y defensor de derechos humanos
2000
El año 2000 es esencial en la historia de México: fue la culminación de un proceso de transición que venía sucediendo desde 20 años atrás de manera paulatina y progresiva, en donde a golpe de pequeñas reformas electorales, había venido creciendo la presencia de las oposiciones en el Congreso y en las gubernaturas de los estados. La reforma electoral de 1996 fue clave en el país es la reforma en la que el Instituto Federal Electoral adquiere autonomía constitucional completa y en el año 97, que es un precedente muy importante para posterior la elección presidencial del 2000, por primera vez en la historia el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no tiene mayoría absoluta en la Cámara.
Había mucha expectativa respecto a la elección del 2000, fue una campaña muy movida: Labastida como candidato del PRI; Vicente Fox como candidato del Partido Acción Nacional y el Verde; Cuauhtémoc Cárdenas como candidato del PRD. Hubo muchos intentos por parte de las oposiciones PAN y PRD para buscar que se unifican las dos candidaturas pensando que eso podría incrementar las posibilidades de que el PRI perdiera. Esos intentos, por supuesto, no llegaron a buen puerto.
Y bueno, ganó el Partido Acción Nacional con una amplia mayoría. Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la del 94 no lo había sido.
Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la de 94 no había sido tan pacífica: tuvimos el asesinato del candidato electoral del PRI Luis Donaldo Colosio y después de las elecciones tuvimos el asesinato de del presidente del PRI Ruiz Massieu.
Visto a la distancia, creo que lo que quedó de aquella elección fue la comprobación de que son necesarias unas autoridades electorales fuertes, de la importancia del financiamiento público a todos los partidos políticos y de la importancia de la aceptación de la derrota. Eso. El 2000 estuvo marcado por una aceptación de la derrota. A lo mejor favorecido por la diferencia tan amplia entre el primero y el segundo lugar, pero hubo un pronto y muy responsable reconocimiento tanto de la Presidente de la República Ernesto Zedillo, como del propio PRI, de que habían perdido la elección y por lo tanto había que pasar a un proceso de transición en donde se juntarán los equipos de Presidencia con el equipo entrante, para que Vicente Fox tomara posesión el 1 de diciembre. No quiero decir con esto que pensara que la democracia era perfecta, pero sí quiero decir que el proceso de transición y el reconocimiento del pluralismo mexicano fueron muy importantes.
2006
La elección de 2006 fue distinta. Muy competida. Andrés Manuel López Obrador empezó con una amplia ventaja, lo cual le hizo creer que estaba seguro de su triunfo. Tan fue así, que no se presentó al primer debate que se dio entre candidatos porque, supongo, consideró que no tenía por qué por qué asistir los debates: hay que recordar en ese tiempo no eran obligatorios y los otros candidatos que estaban compitiendo decidieron poner su silla vacía para hacer evidente que no había querido presentarse.
Fue también una campaña muy agresiva, con mucha guerra sucia y con una participación decidida por parte de muchos otros elementos que no necesariamente eran los partidos políticos, aunque hay que reconocer que en ese momento eso no era ilegal, no estaba prohibido que otras asociaciones, grupos personas físicas o morales pudieran contratar o crear campañas. En específico, hubo una campaña de un grupo empresarial que fue muy efectiva, la famosa campaña “López Obrador es un peligro para México”.
Se fueron cambiando las tendencias de tal manera que el día de la elección, por unos cuantos votos según los resultados oficiales, ganó Calderón y perdió López Obrador. No tuvimos lo que habíamos tenido en el 2000: un reconocimiento de la derrota. Lejos de eso, tuvimos un muy, muy fuerte conflicto postelectoral que llevó a López Obrador a ocupar por varias semanas Paseo de la Reforma y haciendo que se complicara la toma de posesión de Felipe Calderón, quien prácticamente entró a escondidas al Congreso y salió corriendo, cosa que no debería de haber sucedido. Esa, ejemplo, es una consecuencia que todavía hasta hoy arrastramos: el hecho de que el presidente, a partir de 2024 será la presidenta, no pueda ir al Congreso de la Unión a presentar su informe presidencial, lo cual es un absoluto despropósito que viene a partir de la herida que dejó en el sistema político mexicano el 2006.
En sí mismo, creo que hoy los resultados del 2006 se han convertido en un acto de fe. Hay quienes creemos que no hubo fraude; hay quienes, empezando por el propio presidente, creen que sí lo hubo.
Ciertamente hay un proceso de polarización que allí inicia, y que se exacerba de manera muy irracional a partir del 2018; porque el triunfo de López Obrador en 2018 fue abrumador e incuestionable, nadie lo cuestionó, y sin embargo él se ha ocupado por seis años de recordar la elección de 2006 como como una herida incurable, justamente para propiciar esa polarización que creo yo nos está haciendo muchísimo daño.
Otro de los temas que es consecuencia del 2006 es el modelo de comunicación política. Una complicación bestial de nuestras reglas electorales, a partir de las cuales entramos no solo en la prohibición de que los partidos políticos, las personas físicas y morales pudieran comprar tiempo en radio y televisión para apoyar su propia candidatura o la de un partido o la de alguien a quien les cae bien, lo cual puede ser medianamente justificable (y digo medianamente), para entrar a un fenómeno de muchísimas prohibiciones sobre lo que se puede y no se puede decir en el proceso de campaña, en la precampaña, antes de que empiece la precampaña. Una separación absurda de los tiempos electorales. Nadie se puede mover hasta que empiezan las precampañas cuando todos hemos visto en el 2012, en el 2018 y en el 2024 que los candidatos o quienes buscan ser candidatos naturalmente se empiezan a mover mucho antes, a veces inclusive años antes hemos visto que en esta elección de este año esas reglas tan prohibicionistas están completamente superadas. Porque quien propició esas reglas, hoy presidente de la República, decidió no acatarlas y violarlas de manera sistemática.
María Marván Laborde. Politóloga, socióloga, exconsejera del Instituto Federal Electoral y excomisionada presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información
2018
Fue una elección muy importante, fundamental para el país, para Latinoamérica y para el mundo, por lo que representa a México a nivel internacional. Es el hecho de que, a través de los votos, a través de las urnas, la izquierda llegara al poder en México. Yo he participado desde hace muchos años en la izquierda, desde que era muy joven, siendo una adolescente, en lo que fue el Partido Mexicano de los Trabajadores, viví de cerca todo el proceso que se dio para ir fusionando a la izquierda mexicana hasta lograr cristalizar lo que es el PRD, con la declinación de mi papá [Heberto Castillo, miembro fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores] a su candidatura presidencial para apoyar a Cuauhtémoc Cárdenas. Para mí tiene un gran significado, uno muy especial, que después de tantos años de lucha se haya podido lograr esta transformación en el país con el triunfo de la izquierda, un triunfo apoyado por el pueblo.
Ese día no pude contener las lágrimas. Recuerdo que acudí a la votación con mi mamá a votar, aquí en el pueblo de Los Reyes [Coyoacán, Ciudad de México], que es donde yo vivo, y desde la mañana todo el ambiente se sentía como el de una fiesta popular, un poco como lo había sido días antes el cierre de campaña de Andrés Manuel en el Estadio Azteca, donde un podía ver la emoción de la gente, sobre todo gente ya muy mayor, que llevaba sus letreros, sus banderas, y que veía con mucha esperanza ese momento; era innegable el apoyo que Andrés Manuel tiene del pueblo. Cuando se empiezan a dar los resultados del conteo, es escuchaban cantos y gritos de la gente, como si fuera un partido de futbol y hubiera metido gol su equipo. La gente celebrara que se pudiera empezar a dejar atrás ese modelo neoliberal que tanto daño al país, acabar con los procesos de privatización de México.
Han pasado seis años desde entonces y creo que ya se puede decir que con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se abrió la esperanza de un nuevo México. Se pudieron poner los cimientos, pero que todavía falta mucho por construir, eso sucederá ahora con Claudia Sheinbaum. Lo que representa aquella elección de 2018 es el comienzo de una nueva transformación de la patria, el inicio de un camino a un país más justo, más democrático, más equitativo.
Laura Itzel Castillo. Arquitecta por la Facultad de Arquitectura de la UNAM, jefa delegacional de Coyoacán, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del Distrito Federal, ha formado parte de distintos partidos políticos de izquierda como el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Mexicano Socialista, el Partido de la Revolución Democrática y Morena
Si miramos las últimas tres décadas con el <i>compás</i> de las elecciones presidenciales obtenemos el arco principal de nuestra democracia. Ha habido de todo: escenarios violentos, acusaciones de fraude electoral, la lucha de la sociedad civil, la adecuación del marco normativo, el triunfo de uno de los políticos más populares en la historia reciente del país y numerosas lecciones. Sergio Aguayo, María Marván Laborde y Laura Itzel Castillo, personas clave en este proceso, nos comparten la <i>intrahistoria</i>.
1994
En 1988 me indignó el fraude electoral. En aquellos años era integrante de la Academia Mexicana de Derechos Humanos y en 1990 me nombraron su presidente, por lo que quise dedicar mi periodo al tema de los derechos políticos, era indispensable que hubiera más atención al tema de las elecciones: los derechos políticos son derechos humanos, es indispensable el derecho a elecciones limpias, libres y confiables. Quería trabajar el tema, pero no tenía idea cómo. A finales de ese año pasó por el país Robert Pastor, académico norteamericano que trabajaba con el expresidente estadounidense Jimmy Carter, y que tenía un grupo de observación electoral internacional, y me invitaron como observador internacional a la elección presidencial de Haití en 1990. Esa experiencia me impactó. Al siguiente año había elecciones federales y junto a la Comisión Potosina de Derechos Humanos organizamos la primera observación ciudadana en la elección para gobernador; movilizamos a 300 voluntarios por todo el estado e hicimos un mapa de irregularidades electorales.
Continuamos con nuestras observaciones ciudadanas en noviembre del 93, en las elecciones de Yucatán; el mismo día que destaparon a Luis Donaldo Colosio. Ese mismo mes algunas organizaciones cívicas decidimos hacer una observación en la elección presidencial. Sabíamos que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) iba a tener una mayoría impresionante porque las encuestas eran muy a favor de Luis Donaldo Colosio. Creíamos que sería una observación testimonia, pero en enero de 1994 sucedió el levantamiento zapatista. En abril, poco después del asesinato de Colosio, entre varias organizaciones creamos Alianza Cívica [Organización Ciudadana que impulsa la democracia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana], y en las elecciones presidenciales logramos hacer una observación ciudadana en todo el país con cuarenta mil observadores, además de 600 observadores internacionales.
Lo que concluimos fue que había habido una elección con varias irregularidades, pero que la diferencia de votos nos llevaba a concluir que no se alteraba el resultado. ¿Qué sacar de aquella elección? Pues que en el 94 no existía la violencia electoral como la conocemos en la actualidad. El crimen organizado ya estaba presente, pero no era lo que hay ahora; había violencia de otro tipo, ‘política’, llamémosle. A mí me amenazaron por mi trabajo en favor de los derechos humanos y en las elecciones, estuve muchos años con protección, pero nada que ver con la situación actual, en donde el crimen organizado ya se ha convertido en un actor, en un partido sin registro. Vivimos un contexto totalmente diferente ahora.
Sergio Aguayo. Académico e investigador de El Colegio de México, escritor, periodista, internacionalista y defensor de derechos humanos
2000
El año 2000 es esencial en la historia de México: fue la culminación de un proceso de transición que venía sucediendo desde 20 años atrás de manera paulatina y progresiva, en donde a golpe de pequeñas reformas electorales, había venido creciendo la presencia de las oposiciones en el Congreso y en las gubernaturas de los estados. La reforma electoral de 1996 fue clave en el país es la reforma en la que el Instituto Federal Electoral adquiere autonomía constitucional completa y en el año 97, que es un precedente muy importante para posterior la elección presidencial del 2000, por primera vez en la historia el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no tiene mayoría absoluta en la Cámara.
Había mucha expectativa respecto a la elección del 2000, fue una campaña muy movida: Labastida como candidato del PRI; Vicente Fox como candidato del Partido Acción Nacional y el Verde; Cuauhtémoc Cárdenas como candidato del PRD. Hubo muchos intentos por parte de las oposiciones PAN y PRD para buscar que se unifican las dos candidaturas pensando que eso podría incrementar las posibilidades de que el PRI perdiera. Esos intentos, por supuesto, no llegaron a buen puerto.
Y bueno, ganó el Partido Acción Nacional con una amplia mayoría. Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la del 94 no lo había sido.
Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la de 94 no había sido tan pacífica: tuvimos el asesinato del candidato electoral del PRI Luis Donaldo Colosio y después de las elecciones tuvimos el asesinato de del presidente del PRI Ruiz Massieu.
Visto a la distancia, creo que lo que quedó de aquella elección fue la comprobación de que son necesarias unas autoridades electorales fuertes, de la importancia del financiamiento público a todos los partidos políticos y de la importancia de la aceptación de la derrota. Eso. El 2000 estuvo marcado por una aceptación de la derrota. A lo mejor favorecido por la diferencia tan amplia entre el primero y el segundo lugar, pero hubo un pronto y muy responsable reconocimiento tanto de la Presidente de la República Ernesto Zedillo, como del propio PRI, de que habían perdido la elección y por lo tanto había que pasar a un proceso de transición en donde se juntarán los equipos de Presidencia con el equipo entrante, para que Vicente Fox tomara posesión el 1 de diciembre. No quiero decir con esto que pensara que la democracia era perfecta, pero sí quiero decir que el proceso de transición y el reconocimiento del pluralismo mexicano fueron muy importantes.
2006
La elección de 2006 fue distinta. Muy competida. Andrés Manuel López Obrador empezó con una amplia ventaja, lo cual le hizo creer que estaba seguro de su triunfo. Tan fue así, que no se presentó al primer debate que se dio entre candidatos porque, supongo, consideró que no tenía por qué por qué asistir los debates: hay que recordar en ese tiempo no eran obligatorios y los otros candidatos que estaban compitiendo decidieron poner su silla vacía para hacer evidente que no había querido presentarse.
Fue también una campaña muy agresiva, con mucha guerra sucia y con una participación decidida por parte de muchos otros elementos que no necesariamente eran los partidos políticos, aunque hay que reconocer que en ese momento eso no era ilegal, no estaba prohibido que otras asociaciones, grupos personas físicas o morales pudieran contratar o crear campañas. En específico, hubo una campaña de un grupo empresarial que fue muy efectiva, la famosa campaña “López Obrador es un peligro para México”.
Se fueron cambiando las tendencias de tal manera que el día de la elección, por unos cuantos votos según los resultados oficiales, ganó Calderón y perdió López Obrador. No tuvimos lo que habíamos tenido en el 2000: un reconocimiento de la derrota. Lejos de eso, tuvimos un muy, muy fuerte conflicto postelectoral que llevó a López Obrador a ocupar por varias semanas Paseo de la Reforma y haciendo que se complicara la toma de posesión de Felipe Calderón, quien prácticamente entró a escondidas al Congreso y salió corriendo, cosa que no debería de haber sucedido. Esa, ejemplo, es una consecuencia que todavía hasta hoy arrastramos: el hecho de que el presidente, a partir de 2024 será la presidenta, no pueda ir al Congreso de la Unión a presentar su informe presidencial, lo cual es un absoluto despropósito que viene a partir de la herida que dejó en el sistema político mexicano el 2006.
En sí mismo, creo que hoy los resultados del 2006 se han convertido en un acto de fe. Hay quienes creemos que no hubo fraude; hay quienes, empezando por el propio presidente, creen que sí lo hubo.
Ciertamente hay un proceso de polarización que allí inicia, y que se exacerba de manera muy irracional a partir del 2018; porque el triunfo de López Obrador en 2018 fue abrumador e incuestionable, nadie lo cuestionó, y sin embargo él se ha ocupado por seis años de recordar la elección de 2006 como como una herida incurable, justamente para propiciar esa polarización que creo yo nos está haciendo muchísimo daño.
Otro de los temas que es consecuencia del 2006 es el modelo de comunicación política. Una complicación bestial de nuestras reglas electorales, a partir de las cuales entramos no solo en la prohibición de que los partidos políticos, las personas físicas y morales pudieran comprar tiempo en radio y televisión para apoyar su propia candidatura o la de un partido o la de alguien a quien les cae bien, lo cual puede ser medianamente justificable (y digo medianamente), para entrar a un fenómeno de muchísimas prohibiciones sobre lo que se puede y no se puede decir en el proceso de campaña, en la precampaña, antes de que empiece la precampaña. Una separación absurda de los tiempos electorales. Nadie se puede mover hasta que empiezan las precampañas cuando todos hemos visto en el 2012, en el 2018 y en el 2024 que los candidatos o quienes buscan ser candidatos naturalmente se empiezan a mover mucho antes, a veces inclusive años antes hemos visto que en esta elección de este año esas reglas tan prohibicionistas están completamente superadas. Porque quien propició esas reglas, hoy presidente de la República, decidió no acatarlas y violarlas de manera sistemática.
María Marván Laborde. Politóloga, socióloga, exconsejera del Instituto Federal Electoral y excomisionada presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información
2018
Fue una elección muy importante, fundamental para el país, para Latinoamérica y para el mundo, por lo que representa a México a nivel internacional. Es el hecho de que, a través de los votos, a través de las urnas, la izquierda llegara al poder en México. Yo he participado desde hace muchos años en la izquierda, desde que era muy joven, siendo una adolescente, en lo que fue el Partido Mexicano de los Trabajadores, viví de cerca todo el proceso que se dio para ir fusionando a la izquierda mexicana hasta lograr cristalizar lo que es el PRD, con la declinación de mi papá [Heberto Castillo, miembro fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores] a su candidatura presidencial para apoyar a Cuauhtémoc Cárdenas. Para mí tiene un gran significado, uno muy especial, que después de tantos años de lucha se haya podido lograr esta transformación en el país con el triunfo de la izquierda, un triunfo apoyado por el pueblo.
Ese día no pude contener las lágrimas. Recuerdo que acudí a la votación con mi mamá a votar, aquí en el pueblo de Los Reyes [Coyoacán, Ciudad de México], que es donde yo vivo, y desde la mañana todo el ambiente se sentía como el de una fiesta popular, un poco como lo había sido días antes el cierre de campaña de Andrés Manuel en el Estadio Azteca, donde un podía ver la emoción de la gente, sobre todo gente ya muy mayor, que llevaba sus letreros, sus banderas, y que veía con mucha esperanza ese momento; era innegable el apoyo que Andrés Manuel tiene del pueblo. Cuando se empiezan a dar los resultados del conteo, es escuchaban cantos y gritos de la gente, como si fuera un partido de futbol y hubiera metido gol su equipo. La gente celebrara que se pudiera empezar a dejar atrás ese modelo neoliberal que tanto daño al país, acabar con los procesos de privatización de México.
Han pasado seis años desde entonces y creo que ya se puede decir que con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se abrió la esperanza de un nuevo México. Se pudieron poner los cimientos, pero que todavía falta mucho por construir, eso sucederá ahora con Claudia Sheinbaum. Lo que representa aquella elección de 2018 es el comienzo de una nueva transformación de la patria, el inicio de un camino a un país más justo, más democrático, más equitativo.
Laura Itzel Castillo. Arquitecta por la Facultad de Arquitectura de la UNAM, jefa delegacional de Coyoacán, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del Distrito Federal, ha formado parte de distintos partidos políticos de izquierda como el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Mexicano Socialista, el Partido de la Revolución Democrática y Morena
Ilustración de Mara Hernández.
Si miramos las últimas tres décadas con el <i>compás</i> de las elecciones presidenciales obtenemos el arco principal de nuestra democracia. Ha habido de todo: escenarios violentos, acusaciones de fraude electoral, la lucha de la sociedad civil, la adecuación del marco normativo, el triunfo de uno de los políticos más populares en la historia reciente del país y numerosas lecciones. Sergio Aguayo, María Marván Laborde y Laura Itzel Castillo, personas clave en este proceso, nos comparten la <i>intrahistoria</i>.
1994
En 1988 me indignó el fraude electoral. En aquellos años era integrante de la Academia Mexicana de Derechos Humanos y en 1990 me nombraron su presidente, por lo que quise dedicar mi periodo al tema de los derechos políticos, era indispensable que hubiera más atención al tema de las elecciones: los derechos políticos son derechos humanos, es indispensable el derecho a elecciones limpias, libres y confiables. Quería trabajar el tema, pero no tenía idea cómo. A finales de ese año pasó por el país Robert Pastor, académico norteamericano que trabajaba con el expresidente estadounidense Jimmy Carter, y que tenía un grupo de observación electoral internacional, y me invitaron como observador internacional a la elección presidencial de Haití en 1990. Esa experiencia me impactó. Al siguiente año había elecciones federales y junto a la Comisión Potosina de Derechos Humanos organizamos la primera observación ciudadana en la elección para gobernador; movilizamos a 300 voluntarios por todo el estado e hicimos un mapa de irregularidades electorales.
Continuamos con nuestras observaciones ciudadanas en noviembre del 93, en las elecciones de Yucatán; el mismo día que destaparon a Luis Donaldo Colosio. Ese mismo mes algunas organizaciones cívicas decidimos hacer una observación en la elección presidencial. Sabíamos que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) iba a tener una mayoría impresionante porque las encuestas eran muy a favor de Luis Donaldo Colosio. Creíamos que sería una observación testimonia, pero en enero de 1994 sucedió el levantamiento zapatista. En abril, poco después del asesinato de Colosio, entre varias organizaciones creamos Alianza Cívica [Organización Ciudadana que impulsa la democracia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana], y en las elecciones presidenciales logramos hacer una observación ciudadana en todo el país con cuarenta mil observadores, además de 600 observadores internacionales.
Lo que concluimos fue que había habido una elección con varias irregularidades, pero que la diferencia de votos nos llevaba a concluir que no se alteraba el resultado. ¿Qué sacar de aquella elección? Pues que en el 94 no existía la violencia electoral como la conocemos en la actualidad. El crimen organizado ya estaba presente, pero no era lo que hay ahora; había violencia de otro tipo, ‘política’, llamémosle. A mí me amenazaron por mi trabajo en favor de los derechos humanos y en las elecciones, estuve muchos años con protección, pero nada que ver con la situación actual, en donde el crimen organizado ya se ha convertido en un actor, en un partido sin registro. Vivimos un contexto totalmente diferente ahora.
Sergio Aguayo. Académico e investigador de El Colegio de México, escritor, periodista, internacionalista y defensor de derechos humanos
2000
El año 2000 es esencial en la historia de México: fue la culminación de un proceso de transición que venía sucediendo desde 20 años atrás de manera paulatina y progresiva, en donde a golpe de pequeñas reformas electorales, había venido creciendo la presencia de las oposiciones en el Congreso y en las gubernaturas de los estados. La reforma electoral de 1996 fue clave en el país es la reforma en la que el Instituto Federal Electoral adquiere autonomía constitucional completa y en el año 97, que es un precedente muy importante para posterior la elección presidencial del 2000, por primera vez en la historia el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no tiene mayoría absoluta en la Cámara.
Había mucha expectativa respecto a la elección del 2000, fue una campaña muy movida: Labastida como candidato del PRI; Vicente Fox como candidato del Partido Acción Nacional y el Verde; Cuauhtémoc Cárdenas como candidato del PRD. Hubo muchos intentos por parte de las oposiciones PAN y PRD para buscar que se unifican las dos candidaturas pensando que eso podría incrementar las posibilidades de que el PRI perdiera. Esos intentos, por supuesto, no llegaron a buen puerto.
Y bueno, ganó el Partido Acción Nacional con una amplia mayoría. Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la del 94 no lo había sido.
Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la de 94 no había sido tan pacífica: tuvimos el asesinato del candidato electoral del PRI Luis Donaldo Colosio y después de las elecciones tuvimos el asesinato de del presidente del PRI Ruiz Massieu.
Visto a la distancia, creo que lo que quedó de aquella elección fue la comprobación de que son necesarias unas autoridades electorales fuertes, de la importancia del financiamiento público a todos los partidos políticos y de la importancia de la aceptación de la derrota. Eso. El 2000 estuvo marcado por una aceptación de la derrota. A lo mejor favorecido por la diferencia tan amplia entre el primero y el segundo lugar, pero hubo un pronto y muy responsable reconocimiento tanto de la Presidente de la República Ernesto Zedillo, como del propio PRI, de que habían perdido la elección y por lo tanto había que pasar a un proceso de transición en donde se juntarán los equipos de Presidencia con el equipo entrante, para que Vicente Fox tomara posesión el 1 de diciembre. No quiero decir con esto que pensara que la democracia era perfecta, pero sí quiero decir que el proceso de transición y el reconocimiento del pluralismo mexicano fueron muy importantes.
2006
La elección de 2006 fue distinta. Muy competida. Andrés Manuel López Obrador empezó con una amplia ventaja, lo cual le hizo creer que estaba seguro de su triunfo. Tan fue así, que no se presentó al primer debate que se dio entre candidatos porque, supongo, consideró que no tenía por qué por qué asistir los debates: hay que recordar en ese tiempo no eran obligatorios y los otros candidatos que estaban compitiendo decidieron poner su silla vacía para hacer evidente que no había querido presentarse.
Fue también una campaña muy agresiva, con mucha guerra sucia y con una participación decidida por parte de muchos otros elementos que no necesariamente eran los partidos políticos, aunque hay que reconocer que en ese momento eso no era ilegal, no estaba prohibido que otras asociaciones, grupos personas físicas o morales pudieran contratar o crear campañas. En específico, hubo una campaña de un grupo empresarial que fue muy efectiva, la famosa campaña “López Obrador es un peligro para México”.
Se fueron cambiando las tendencias de tal manera que el día de la elección, por unos cuantos votos según los resultados oficiales, ganó Calderón y perdió López Obrador. No tuvimos lo que habíamos tenido en el 2000: un reconocimiento de la derrota. Lejos de eso, tuvimos un muy, muy fuerte conflicto postelectoral que llevó a López Obrador a ocupar por varias semanas Paseo de la Reforma y haciendo que se complicara la toma de posesión de Felipe Calderón, quien prácticamente entró a escondidas al Congreso y salió corriendo, cosa que no debería de haber sucedido. Esa, ejemplo, es una consecuencia que todavía hasta hoy arrastramos: el hecho de que el presidente, a partir de 2024 será la presidenta, no pueda ir al Congreso de la Unión a presentar su informe presidencial, lo cual es un absoluto despropósito que viene a partir de la herida que dejó en el sistema político mexicano el 2006.
En sí mismo, creo que hoy los resultados del 2006 se han convertido en un acto de fe. Hay quienes creemos que no hubo fraude; hay quienes, empezando por el propio presidente, creen que sí lo hubo.
Ciertamente hay un proceso de polarización que allí inicia, y que se exacerba de manera muy irracional a partir del 2018; porque el triunfo de López Obrador en 2018 fue abrumador e incuestionable, nadie lo cuestionó, y sin embargo él se ha ocupado por seis años de recordar la elección de 2006 como como una herida incurable, justamente para propiciar esa polarización que creo yo nos está haciendo muchísimo daño.
Otro de los temas que es consecuencia del 2006 es el modelo de comunicación política. Una complicación bestial de nuestras reglas electorales, a partir de las cuales entramos no solo en la prohibición de que los partidos políticos, las personas físicas y morales pudieran comprar tiempo en radio y televisión para apoyar su propia candidatura o la de un partido o la de alguien a quien les cae bien, lo cual puede ser medianamente justificable (y digo medianamente), para entrar a un fenómeno de muchísimas prohibiciones sobre lo que se puede y no se puede decir en el proceso de campaña, en la precampaña, antes de que empiece la precampaña. Una separación absurda de los tiempos electorales. Nadie se puede mover hasta que empiezan las precampañas cuando todos hemos visto en el 2012, en el 2018 y en el 2024 que los candidatos o quienes buscan ser candidatos naturalmente se empiezan a mover mucho antes, a veces inclusive años antes hemos visto que en esta elección de este año esas reglas tan prohibicionistas están completamente superadas. Porque quien propició esas reglas, hoy presidente de la República, decidió no acatarlas y violarlas de manera sistemática.
María Marván Laborde. Politóloga, socióloga, exconsejera del Instituto Federal Electoral y excomisionada presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información
2018
Fue una elección muy importante, fundamental para el país, para Latinoamérica y para el mundo, por lo que representa a México a nivel internacional. Es el hecho de que, a través de los votos, a través de las urnas, la izquierda llegara al poder en México. Yo he participado desde hace muchos años en la izquierda, desde que era muy joven, siendo una adolescente, en lo que fue el Partido Mexicano de los Trabajadores, viví de cerca todo el proceso que se dio para ir fusionando a la izquierda mexicana hasta lograr cristalizar lo que es el PRD, con la declinación de mi papá [Heberto Castillo, miembro fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores] a su candidatura presidencial para apoyar a Cuauhtémoc Cárdenas. Para mí tiene un gran significado, uno muy especial, que después de tantos años de lucha se haya podido lograr esta transformación en el país con el triunfo de la izquierda, un triunfo apoyado por el pueblo.
Ese día no pude contener las lágrimas. Recuerdo que acudí a la votación con mi mamá a votar, aquí en el pueblo de Los Reyes [Coyoacán, Ciudad de México], que es donde yo vivo, y desde la mañana todo el ambiente se sentía como el de una fiesta popular, un poco como lo había sido días antes el cierre de campaña de Andrés Manuel en el Estadio Azteca, donde un podía ver la emoción de la gente, sobre todo gente ya muy mayor, que llevaba sus letreros, sus banderas, y que veía con mucha esperanza ese momento; era innegable el apoyo que Andrés Manuel tiene del pueblo. Cuando se empiezan a dar los resultados del conteo, es escuchaban cantos y gritos de la gente, como si fuera un partido de futbol y hubiera metido gol su equipo. La gente celebrara que se pudiera empezar a dejar atrás ese modelo neoliberal que tanto daño al país, acabar con los procesos de privatización de México.
Han pasado seis años desde entonces y creo que ya se puede decir que con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se abrió la esperanza de un nuevo México. Se pudieron poner los cimientos, pero que todavía falta mucho por construir, eso sucederá ahora con Claudia Sheinbaum. Lo que representa aquella elección de 2018 es el comienzo de una nueva transformación de la patria, el inicio de un camino a un país más justo, más democrático, más equitativo.
Laura Itzel Castillo. Arquitecta por la Facultad de Arquitectura de la UNAM, jefa delegacional de Coyoacán, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del Distrito Federal, ha formado parte de distintos partidos políticos de izquierda como el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Mexicano Socialista, el Partido de la Revolución Democrática y Morena
Si miramos las últimas tres décadas con el <i>compás</i> de las elecciones presidenciales obtenemos el arco principal de nuestra democracia. Ha habido de todo: escenarios violentos, acusaciones de fraude electoral, la lucha de la sociedad civil, la adecuación del marco normativo, el triunfo de uno de los políticos más populares en la historia reciente del país y numerosas lecciones. Sergio Aguayo, María Marván Laborde y Laura Itzel Castillo, personas clave en este proceso, nos comparten la <i>intrahistoria</i>.
1994
En 1988 me indignó el fraude electoral. En aquellos años era integrante de la Academia Mexicana de Derechos Humanos y en 1990 me nombraron su presidente, por lo que quise dedicar mi periodo al tema de los derechos políticos, era indispensable que hubiera más atención al tema de las elecciones: los derechos políticos son derechos humanos, es indispensable el derecho a elecciones limpias, libres y confiables. Quería trabajar el tema, pero no tenía idea cómo. A finales de ese año pasó por el país Robert Pastor, académico norteamericano que trabajaba con el expresidente estadounidense Jimmy Carter, y que tenía un grupo de observación electoral internacional, y me invitaron como observador internacional a la elección presidencial de Haití en 1990. Esa experiencia me impactó. Al siguiente año había elecciones federales y junto a la Comisión Potosina de Derechos Humanos organizamos la primera observación ciudadana en la elección para gobernador; movilizamos a 300 voluntarios por todo el estado e hicimos un mapa de irregularidades electorales.
Continuamos con nuestras observaciones ciudadanas en noviembre del 93, en las elecciones de Yucatán; el mismo día que destaparon a Luis Donaldo Colosio. Ese mismo mes algunas organizaciones cívicas decidimos hacer una observación en la elección presidencial. Sabíamos que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) iba a tener una mayoría impresionante porque las encuestas eran muy a favor de Luis Donaldo Colosio. Creíamos que sería una observación testimonia, pero en enero de 1994 sucedió el levantamiento zapatista. En abril, poco después del asesinato de Colosio, entre varias organizaciones creamos Alianza Cívica [Organización Ciudadana que impulsa la democracia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana], y en las elecciones presidenciales logramos hacer una observación ciudadana en todo el país con cuarenta mil observadores, además de 600 observadores internacionales.
Lo que concluimos fue que había habido una elección con varias irregularidades, pero que la diferencia de votos nos llevaba a concluir que no se alteraba el resultado. ¿Qué sacar de aquella elección? Pues que en el 94 no existía la violencia electoral como la conocemos en la actualidad. El crimen organizado ya estaba presente, pero no era lo que hay ahora; había violencia de otro tipo, ‘política’, llamémosle. A mí me amenazaron por mi trabajo en favor de los derechos humanos y en las elecciones, estuve muchos años con protección, pero nada que ver con la situación actual, en donde el crimen organizado ya se ha convertido en un actor, en un partido sin registro. Vivimos un contexto totalmente diferente ahora.
Sergio Aguayo. Académico e investigador de El Colegio de México, escritor, periodista, internacionalista y defensor de derechos humanos
2000
El año 2000 es esencial en la historia de México: fue la culminación de un proceso de transición que venía sucediendo desde 20 años atrás de manera paulatina y progresiva, en donde a golpe de pequeñas reformas electorales, había venido creciendo la presencia de las oposiciones en el Congreso y en las gubernaturas de los estados. La reforma electoral de 1996 fue clave en el país es la reforma en la que el Instituto Federal Electoral adquiere autonomía constitucional completa y en el año 97, que es un precedente muy importante para posterior la elección presidencial del 2000, por primera vez en la historia el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no tiene mayoría absoluta en la Cámara.
Había mucha expectativa respecto a la elección del 2000, fue una campaña muy movida: Labastida como candidato del PRI; Vicente Fox como candidato del Partido Acción Nacional y el Verde; Cuauhtémoc Cárdenas como candidato del PRD. Hubo muchos intentos por parte de las oposiciones PAN y PRD para buscar que se unifican las dos candidaturas pensando que eso podría incrementar las posibilidades de que el PRI perdiera. Esos intentos, por supuesto, no llegaron a buen puerto.
Y bueno, ganó el Partido Acción Nacional con una amplia mayoría. Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la del 94 no lo había sido.
Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la de 94 no había sido tan pacífica: tuvimos el asesinato del candidato electoral del PRI Luis Donaldo Colosio y después de las elecciones tuvimos el asesinato de del presidente del PRI Ruiz Massieu.
Visto a la distancia, creo que lo que quedó de aquella elección fue la comprobación de que son necesarias unas autoridades electorales fuertes, de la importancia del financiamiento público a todos los partidos políticos y de la importancia de la aceptación de la derrota. Eso. El 2000 estuvo marcado por una aceptación de la derrota. A lo mejor favorecido por la diferencia tan amplia entre el primero y el segundo lugar, pero hubo un pronto y muy responsable reconocimiento tanto de la Presidente de la República Ernesto Zedillo, como del propio PRI, de que habían perdido la elección y por lo tanto había que pasar a un proceso de transición en donde se juntarán los equipos de Presidencia con el equipo entrante, para que Vicente Fox tomara posesión el 1 de diciembre. No quiero decir con esto que pensara que la democracia era perfecta, pero sí quiero decir que el proceso de transición y el reconocimiento del pluralismo mexicano fueron muy importantes.
2006
La elección de 2006 fue distinta. Muy competida. Andrés Manuel López Obrador empezó con una amplia ventaja, lo cual le hizo creer que estaba seguro de su triunfo. Tan fue así, que no se presentó al primer debate que se dio entre candidatos porque, supongo, consideró que no tenía por qué por qué asistir los debates: hay que recordar en ese tiempo no eran obligatorios y los otros candidatos que estaban compitiendo decidieron poner su silla vacía para hacer evidente que no había querido presentarse.
Fue también una campaña muy agresiva, con mucha guerra sucia y con una participación decidida por parte de muchos otros elementos que no necesariamente eran los partidos políticos, aunque hay que reconocer que en ese momento eso no era ilegal, no estaba prohibido que otras asociaciones, grupos personas físicas o morales pudieran contratar o crear campañas. En específico, hubo una campaña de un grupo empresarial que fue muy efectiva, la famosa campaña “López Obrador es un peligro para México”.
Se fueron cambiando las tendencias de tal manera que el día de la elección, por unos cuantos votos según los resultados oficiales, ganó Calderón y perdió López Obrador. No tuvimos lo que habíamos tenido en el 2000: un reconocimiento de la derrota. Lejos de eso, tuvimos un muy, muy fuerte conflicto postelectoral que llevó a López Obrador a ocupar por varias semanas Paseo de la Reforma y haciendo que se complicara la toma de posesión de Felipe Calderón, quien prácticamente entró a escondidas al Congreso y salió corriendo, cosa que no debería de haber sucedido. Esa, ejemplo, es una consecuencia que todavía hasta hoy arrastramos: el hecho de que el presidente, a partir de 2024 será la presidenta, no pueda ir al Congreso de la Unión a presentar su informe presidencial, lo cual es un absoluto despropósito que viene a partir de la herida que dejó en el sistema político mexicano el 2006.
En sí mismo, creo que hoy los resultados del 2006 se han convertido en un acto de fe. Hay quienes creemos que no hubo fraude; hay quienes, empezando por el propio presidente, creen que sí lo hubo.
Ciertamente hay un proceso de polarización que allí inicia, y que se exacerba de manera muy irracional a partir del 2018; porque el triunfo de López Obrador en 2018 fue abrumador e incuestionable, nadie lo cuestionó, y sin embargo él se ha ocupado por seis años de recordar la elección de 2006 como como una herida incurable, justamente para propiciar esa polarización que creo yo nos está haciendo muchísimo daño.
Otro de los temas que es consecuencia del 2006 es el modelo de comunicación política. Una complicación bestial de nuestras reglas electorales, a partir de las cuales entramos no solo en la prohibición de que los partidos políticos, las personas físicas y morales pudieran comprar tiempo en radio y televisión para apoyar su propia candidatura o la de un partido o la de alguien a quien les cae bien, lo cual puede ser medianamente justificable (y digo medianamente), para entrar a un fenómeno de muchísimas prohibiciones sobre lo que se puede y no se puede decir en el proceso de campaña, en la precampaña, antes de que empiece la precampaña. Una separación absurda de los tiempos electorales. Nadie se puede mover hasta que empiezan las precampañas cuando todos hemos visto en el 2012, en el 2018 y en el 2024 que los candidatos o quienes buscan ser candidatos naturalmente se empiezan a mover mucho antes, a veces inclusive años antes hemos visto que en esta elección de este año esas reglas tan prohibicionistas están completamente superadas. Porque quien propició esas reglas, hoy presidente de la República, decidió no acatarlas y violarlas de manera sistemática.
María Marván Laborde. Politóloga, socióloga, exconsejera del Instituto Federal Electoral y excomisionada presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información
2018
Fue una elección muy importante, fundamental para el país, para Latinoamérica y para el mundo, por lo que representa a México a nivel internacional. Es el hecho de que, a través de los votos, a través de las urnas, la izquierda llegara al poder en México. Yo he participado desde hace muchos años en la izquierda, desde que era muy joven, siendo una adolescente, en lo que fue el Partido Mexicano de los Trabajadores, viví de cerca todo el proceso que se dio para ir fusionando a la izquierda mexicana hasta lograr cristalizar lo que es el PRD, con la declinación de mi papá [Heberto Castillo, miembro fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores] a su candidatura presidencial para apoyar a Cuauhtémoc Cárdenas. Para mí tiene un gran significado, uno muy especial, que después de tantos años de lucha se haya podido lograr esta transformación en el país con el triunfo de la izquierda, un triunfo apoyado por el pueblo.
Ese día no pude contener las lágrimas. Recuerdo que acudí a la votación con mi mamá a votar, aquí en el pueblo de Los Reyes [Coyoacán, Ciudad de México], que es donde yo vivo, y desde la mañana todo el ambiente se sentía como el de una fiesta popular, un poco como lo había sido días antes el cierre de campaña de Andrés Manuel en el Estadio Azteca, donde un podía ver la emoción de la gente, sobre todo gente ya muy mayor, que llevaba sus letreros, sus banderas, y que veía con mucha esperanza ese momento; era innegable el apoyo que Andrés Manuel tiene del pueblo. Cuando se empiezan a dar los resultados del conteo, es escuchaban cantos y gritos de la gente, como si fuera un partido de futbol y hubiera metido gol su equipo. La gente celebrara que se pudiera empezar a dejar atrás ese modelo neoliberal que tanto daño al país, acabar con los procesos de privatización de México.
Han pasado seis años desde entonces y creo que ya se puede decir que con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se abrió la esperanza de un nuevo México. Se pudieron poner los cimientos, pero que todavía falta mucho por construir, eso sucederá ahora con Claudia Sheinbaum. Lo que representa aquella elección de 2018 es el comienzo de una nueva transformación de la patria, el inicio de un camino a un país más justo, más democrático, más equitativo.
Laura Itzel Castillo. Arquitecta por la Facultad de Arquitectura de la UNAM, jefa delegacional de Coyoacán, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del Distrito Federal, ha formado parte de distintos partidos políticos de izquierda como el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Mexicano Socialista, el Partido de la Revolución Democrática y Morena
Ilustración de Mara Hernández.
Si miramos las últimas tres décadas con el <i>compás</i> de las elecciones presidenciales obtenemos el arco principal de nuestra democracia. Ha habido de todo: escenarios violentos, acusaciones de fraude electoral, la lucha de la sociedad civil, la adecuación del marco normativo, el triunfo de uno de los políticos más populares en la historia reciente del país y numerosas lecciones. Sergio Aguayo, María Marván Laborde y Laura Itzel Castillo, personas clave en este proceso, nos comparten la <i>intrahistoria</i>.
1994
En 1988 me indignó el fraude electoral. En aquellos años era integrante de la Academia Mexicana de Derechos Humanos y en 1990 me nombraron su presidente, por lo que quise dedicar mi periodo al tema de los derechos políticos, era indispensable que hubiera más atención al tema de las elecciones: los derechos políticos son derechos humanos, es indispensable el derecho a elecciones limpias, libres y confiables. Quería trabajar el tema, pero no tenía idea cómo. A finales de ese año pasó por el país Robert Pastor, académico norteamericano que trabajaba con el expresidente estadounidense Jimmy Carter, y que tenía un grupo de observación electoral internacional, y me invitaron como observador internacional a la elección presidencial de Haití en 1990. Esa experiencia me impactó. Al siguiente año había elecciones federales y junto a la Comisión Potosina de Derechos Humanos organizamos la primera observación ciudadana en la elección para gobernador; movilizamos a 300 voluntarios por todo el estado e hicimos un mapa de irregularidades electorales.
Continuamos con nuestras observaciones ciudadanas en noviembre del 93, en las elecciones de Yucatán; el mismo día que destaparon a Luis Donaldo Colosio. Ese mismo mes algunas organizaciones cívicas decidimos hacer una observación en la elección presidencial. Sabíamos que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) iba a tener una mayoría impresionante porque las encuestas eran muy a favor de Luis Donaldo Colosio. Creíamos que sería una observación testimonia, pero en enero de 1994 sucedió el levantamiento zapatista. En abril, poco después del asesinato de Colosio, entre varias organizaciones creamos Alianza Cívica [Organización Ciudadana que impulsa la democracia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana], y en las elecciones presidenciales logramos hacer una observación ciudadana en todo el país con cuarenta mil observadores, además de 600 observadores internacionales.
Lo que concluimos fue que había habido una elección con varias irregularidades, pero que la diferencia de votos nos llevaba a concluir que no se alteraba el resultado. ¿Qué sacar de aquella elección? Pues que en el 94 no existía la violencia electoral como la conocemos en la actualidad. El crimen organizado ya estaba presente, pero no era lo que hay ahora; había violencia de otro tipo, ‘política’, llamémosle. A mí me amenazaron por mi trabajo en favor de los derechos humanos y en las elecciones, estuve muchos años con protección, pero nada que ver con la situación actual, en donde el crimen organizado ya se ha convertido en un actor, en un partido sin registro. Vivimos un contexto totalmente diferente ahora.
Sergio Aguayo. Académico e investigador de El Colegio de México, escritor, periodista, internacionalista y defensor de derechos humanos
2000
El año 2000 es esencial en la historia de México: fue la culminación de un proceso de transición que venía sucediendo desde 20 años atrás de manera paulatina y progresiva, en donde a golpe de pequeñas reformas electorales, había venido creciendo la presencia de las oposiciones en el Congreso y en las gubernaturas de los estados. La reforma electoral de 1996 fue clave en el país es la reforma en la que el Instituto Federal Electoral adquiere autonomía constitucional completa y en el año 97, que es un precedente muy importante para posterior la elección presidencial del 2000, por primera vez en la historia el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no tiene mayoría absoluta en la Cámara.
Había mucha expectativa respecto a la elección del 2000, fue una campaña muy movida: Labastida como candidato del PRI; Vicente Fox como candidato del Partido Acción Nacional y el Verde; Cuauhtémoc Cárdenas como candidato del PRD. Hubo muchos intentos por parte de las oposiciones PAN y PRD para buscar que se unifican las dos candidaturas pensando que eso podría incrementar las posibilidades de que el PRI perdiera. Esos intentos, por supuesto, no llegaron a buen puerto.
Y bueno, ganó el Partido Acción Nacional con una amplia mayoría. Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la del 94 no lo había sido.
Creo que para mí y para muchos de mi generación fue un cambio muy emocionante porque en alguna medida crecimos con la idea de que eso sería imposible de ver. Y no sólo fue posible, sino que además fue pacífico. Yo creo que fue una de las elecciones más pacíficas; recordemos que la de 94 no había sido tan pacífica: tuvimos el asesinato del candidato electoral del PRI Luis Donaldo Colosio y después de las elecciones tuvimos el asesinato de del presidente del PRI Ruiz Massieu.
Visto a la distancia, creo que lo que quedó de aquella elección fue la comprobación de que son necesarias unas autoridades electorales fuertes, de la importancia del financiamiento público a todos los partidos políticos y de la importancia de la aceptación de la derrota. Eso. El 2000 estuvo marcado por una aceptación de la derrota. A lo mejor favorecido por la diferencia tan amplia entre el primero y el segundo lugar, pero hubo un pronto y muy responsable reconocimiento tanto de la Presidente de la República Ernesto Zedillo, como del propio PRI, de que habían perdido la elección y por lo tanto había que pasar a un proceso de transición en donde se juntarán los equipos de Presidencia con el equipo entrante, para que Vicente Fox tomara posesión el 1 de diciembre. No quiero decir con esto que pensara que la democracia era perfecta, pero sí quiero decir que el proceso de transición y el reconocimiento del pluralismo mexicano fueron muy importantes.
2006
La elección de 2006 fue distinta. Muy competida. Andrés Manuel López Obrador empezó con una amplia ventaja, lo cual le hizo creer que estaba seguro de su triunfo. Tan fue así, que no se presentó al primer debate que se dio entre candidatos porque, supongo, consideró que no tenía por qué por qué asistir los debates: hay que recordar en ese tiempo no eran obligatorios y los otros candidatos que estaban compitiendo decidieron poner su silla vacía para hacer evidente que no había querido presentarse.
Fue también una campaña muy agresiva, con mucha guerra sucia y con una participación decidida por parte de muchos otros elementos que no necesariamente eran los partidos políticos, aunque hay que reconocer que en ese momento eso no era ilegal, no estaba prohibido que otras asociaciones, grupos personas físicas o morales pudieran contratar o crear campañas. En específico, hubo una campaña de un grupo empresarial que fue muy efectiva, la famosa campaña “López Obrador es un peligro para México”.
Se fueron cambiando las tendencias de tal manera que el día de la elección, por unos cuantos votos según los resultados oficiales, ganó Calderón y perdió López Obrador. No tuvimos lo que habíamos tenido en el 2000: un reconocimiento de la derrota. Lejos de eso, tuvimos un muy, muy fuerte conflicto postelectoral que llevó a López Obrador a ocupar por varias semanas Paseo de la Reforma y haciendo que se complicara la toma de posesión de Felipe Calderón, quien prácticamente entró a escondidas al Congreso y salió corriendo, cosa que no debería de haber sucedido. Esa, ejemplo, es una consecuencia que todavía hasta hoy arrastramos: el hecho de que el presidente, a partir de 2024 será la presidenta, no pueda ir al Congreso de la Unión a presentar su informe presidencial, lo cual es un absoluto despropósito que viene a partir de la herida que dejó en el sistema político mexicano el 2006.
En sí mismo, creo que hoy los resultados del 2006 se han convertido en un acto de fe. Hay quienes creemos que no hubo fraude; hay quienes, empezando por el propio presidente, creen que sí lo hubo.
Ciertamente hay un proceso de polarización que allí inicia, y que se exacerba de manera muy irracional a partir del 2018; porque el triunfo de López Obrador en 2018 fue abrumador e incuestionable, nadie lo cuestionó, y sin embargo él se ha ocupado por seis años de recordar la elección de 2006 como como una herida incurable, justamente para propiciar esa polarización que creo yo nos está haciendo muchísimo daño.
Otro de los temas que es consecuencia del 2006 es el modelo de comunicación política. Una complicación bestial de nuestras reglas electorales, a partir de las cuales entramos no solo en la prohibición de que los partidos políticos, las personas físicas y morales pudieran comprar tiempo en radio y televisión para apoyar su propia candidatura o la de un partido o la de alguien a quien les cae bien, lo cual puede ser medianamente justificable (y digo medianamente), para entrar a un fenómeno de muchísimas prohibiciones sobre lo que se puede y no se puede decir en el proceso de campaña, en la precampaña, antes de que empiece la precampaña. Una separación absurda de los tiempos electorales. Nadie se puede mover hasta que empiezan las precampañas cuando todos hemos visto en el 2012, en el 2018 y en el 2024 que los candidatos o quienes buscan ser candidatos naturalmente se empiezan a mover mucho antes, a veces inclusive años antes hemos visto que en esta elección de este año esas reglas tan prohibicionistas están completamente superadas. Porque quien propició esas reglas, hoy presidente de la República, decidió no acatarlas y violarlas de manera sistemática.
María Marván Laborde. Politóloga, socióloga, exconsejera del Instituto Federal Electoral y excomisionada presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información
2018
Fue una elección muy importante, fundamental para el país, para Latinoamérica y para el mundo, por lo que representa a México a nivel internacional. Es el hecho de que, a través de los votos, a través de las urnas, la izquierda llegara al poder en México. Yo he participado desde hace muchos años en la izquierda, desde que era muy joven, siendo una adolescente, en lo que fue el Partido Mexicano de los Trabajadores, viví de cerca todo el proceso que se dio para ir fusionando a la izquierda mexicana hasta lograr cristalizar lo que es el PRD, con la declinación de mi papá [Heberto Castillo, miembro fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores] a su candidatura presidencial para apoyar a Cuauhtémoc Cárdenas. Para mí tiene un gran significado, uno muy especial, que después de tantos años de lucha se haya podido lograr esta transformación en el país con el triunfo de la izquierda, un triunfo apoyado por el pueblo.
Ese día no pude contener las lágrimas. Recuerdo que acudí a la votación con mi mamá a votar, aquí en el pueblo de Los Reyes [Coyoacán, Ciudad de México], que es donde yo vivo, y desde la mañana todo el ambiente se sentía como el de una fiesta popular, un poco como lo había sido días antes el cierre de campaña de Andrés Manuel en el Estadio Azteca, donde un podía ver la emoción de la gente, sobre todo gente ya muy mayor, que llevaba sus letreros, sus banderas, y que veía con mucha esperanza ese momento; era innegable el apoyo que Andrés Manuel tiene del pueblo. Cuando se empiezan a dar los resultados del conteo, es escuchaban cantos y gritos de la gente, como si fuera un partido de futbol y hubiera metido gol su equipo. La gente celebrara que se pudiera empezar a dejar atrás ese modelo neoliberal que tanto daño al país, acabar con los procesos de privatización de México.
Han pasado seis años desde entonces y creo que ya se puede decir que con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se abrió la esperanza de un nuevo México. Se pudieron poner los cimientos, pero que todavía falta mucho por construir, eso sucederá ahora con Claudia Sheinbaum. Lo que representa aquella elección de 2018 es el comienzo de una nueva transformación de la patria, el inicio de un camino a un país más justo, más democrático, más equitativo.
Laura Itzel Castillo. Arquitecta por la Facultad de Arquitectura de la UNAM, jefa delegacional de Coyoacán, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del Distrito Federal, ha formado parte de distintos partidos políticos de izquierda como el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Mexicano Socialista, el Partido de la Revolución Democrática y Morena
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