Decepción mexicana: cuando el negocio mancha a la pelota

Decepción mexicana: cuando el negocio mancha a la pelota

Desde los años noventa hasta la primera década del siglo XXI, el futbol mexicano tuvo un crecimiento más o menos sostenido. Aunque en los mundiales no se alcanzó el tan anhelado quinto partido, salvo en 1986, jamás los aficionados habían experimentado una decepción total como en la Copa América 2024. Los responsables del fracaso están muy lejos de las canchas y visten de traje.

Tiempo de lectura: 9 minutos

1.

Quien es fanático acérrimo del futbol sabrá cuando un partido se convierte, por azares del destino, en una suerte de juicio final. Lo sé yo como aficionada de los Pumas que cada torneo debo hacer cuentas para ver si de pura casualidad clasificamos a liguilla. Lo saben miles de mexicanos que no se pierden ni un partido de su selección, así sea amistoso o con valor curricular. El domingo 30 de junio era, como lo dijo algún periodista deportivo, uno de esos juegos de “matar o morir”. Un partido aparentemente simple contra Ecuador con el poder suficiente de eliminarnos o hacernos avanzar a la siguiente fase de la Copa América. 

En mi casa tratamos de ver todos los juegos de principio a fin, sin interrupciones más allá del medio tiempo. En mi hogar, el juego es comunión y ser parte de la afición, algo sagrado. Acomodamos todo alrededor de la hora en que inicia un partido importante y ese día no fue ninguna excepción. Comimos temprano, compramos refrigerios, vino y cerveza, y nos refugiamos en el departamento en punto de las seis de la tarde. Prohibido molestar. En cuanto el árbitro central pitó y el balón comenzó su baile en aquel estadio de Los Ángeles, aparecieron las fallas de Santi Giménez, los centros sin respuesta del Chino —mi Chino— Huerta, el juego a no sé qué de Orbelín Pineda, la desesperación de los televidentes, la ausencia de Julián Quiñones, las espantosas imprecisiones de Uriel Antuna, las trampas de Memo Martínez, las atajadas milagrosas de Julio González, los cambios incomprensibles del Jimmy Lozano, el llanto de los asistentes, un arbitraje mediocre e imparcial que dejó pasar dos penales clarísimos a favor de la selección y el que finalmente marcó, terminó por deshacerlo luego de consultarlo con el VAR, enemigos de cualquier patria.

Tras 90 minutos de desesperanza, sin poder anotar un solo gol (¡uno solo, carajo!), la transmisión de TV Azteca llegaba a su fin con una sentencia de Christian Martinoli: “de esta forma se escribe otro rotundo fracaso”, seguida de una responsabilización directa a los altos mandos de la Federación Mexicana de Futbol (FMF): “que se hagan cargo de lo que dicen y de lo que dejan de hacer”. En nuestros rostros no cabía más decepción.

2.

“Solo me invitaste a tu torneo para burlarte de mí”, reza un meme que superpone la bandera de México a la cara del Joker, como el reclamo que hace un niño bulleado frente a sus compañeros del kínder. La Copa América es, dado su alcance, una de las pocas oportunidades que tiene la selección mexicana para mostrar las habilidades adquiridas de frente a un nuevo Mundial, el de 2026 (y del que, además, es anfitrión). No es poca cosa. Directivos de la FMF afirmaron con orgullo que México llegaría, como mínimo, a las semifinales de la Copa. Con un técnico que había respondido en la Copa Oro 2023 —de la que México fue campeón—, con una nueva generación de jugadores prometedores —algunos de ellos en equipos de Europa como el Feyenoord, West Ham, Almería, Ajax o el AEK Atenas—, con estadios llenos de paisanos que viven en Estados Unidos y gastan en dólares por verlos jugar, aquella afirmación no podía sonar descabellada. Y no lo era, si consideramos el pasado y presente futbolístico de una nación como México. Sin embargo, nuestra selección —con solo un gol anotado a Jamaica, un partido con la primera derrota histórica ante Venezuela y un empate a cero frente a Ecuador— no logró pasar de la fase de grupos.

Hubo un tiempo en que todo era alegría y carnaval. No importaba si ganaban o perdían, festejábamos tener una selección nacional a la altura y nos emborrachábamos con la puritita felicidad. La generación que vivió el dolorosísimo “No era penal”, atestiguó a una memorable selección que en la Copa del Mundo de Brasil 2014 enfrentó a Países Bajos. Esa afición sabía que ahí, en ese instante que se antojaba eterno, el quinto partido —inalcanzable desde hace 38 años aunque no sin memorables intentos: como el de 1994, cuando perdimos por penales ante Bulgaria, o el de 2006, cuando un golazo de Maxi Rodríguez al minuto 97 terminó con la esperanza mexicana— estaba más cerca que nunca. 

Jugadores como Rafa Márquez, Andrés Guardado, Héctor Moreno, Miguel Layún, Giovanni dos Santos, “Chicharito” Hernández (antes de su patético regreso a Chivas) daban nombre a “la mejor selección mexicana que se ha visto en años”. Quizá el último destello de esa selección fue cuando, cuatro años después, en Rusia, le plantó cara a Alemania y ganó por la mínima (fue tanta la alegría que dijeron que los mexicanos —incluyéndome— habían ocasionado un sismo artificial con el festejo). En aquella ocasión, pensamos que si nos imaginábamos cosas chingonas, todo sería posible. Sin embargo, viéndolo con la objetividad que la distancia otorga, tal vez jamás logremos acercarnos a los cuartos de final en un Mundial. 

Durante su participación en el Mundial Rusia 2018, Javier «Chicharito» Hernández aseguró que podíamos «soñar cosas chingonas». Fotografía BANG Showbiz / REUTERS.

Desde hace unos años la selección mexicana no hace más que el ridículo en competencias internacionales de este vuelo. Estábamos acostumbrados a enfrentar a Argentina o Brasil y perder, pero con la dignidad que supone haber jugado muy bien o alcanzar ciertos chispazos de genialidad: hoy parece lejano ese 1999 cuando México le plantó cara de tú a tú a un Brasil plagado de estrellas para derrotarlo 4-3 y obtener la Copa Confederaciones. O aquella ocasión en 2003, que la selección mexicana se coronó en la Copa Oro. También es memorable el oro olímpico de México en Londres 2012.

No por nada, en aquellos partidos, una máxima de Alfredo Di Stéfano venía a cuento: “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. En cambio, los partidos amistosos contra rivales como Bolivia o Uzbekistán, cada vez son más difíciles de ganar. Verlos en televisión, ya ni siquiera ir al estadio, deja una sensación parecida a la cruda moral, al “no debí hacer eso”. No hay una estrategia clara a futuro ni un equipo consolidado. Jaime Lozano renunció el viernes 12 de julio, luego del ofrecimiento de ser auxiliar de Javier Aguirre, quien pronto y de forma inminente tratará de salvar un barco encallado. No es un caso aislado, la rotación de directores técnicos ha marcado el panorama mexicano desde que el “Tata” Martino —el infame que nos llevó al Mundial de Qatar— dejó la selección. Ahora, juntar victorias supone casi un milagro, una plegaria que no ha sido respondida del todo por alguna deidad pambolera. 

3.

No es casualidad que en medio de la euforia por los juegos de la Copa América y la Eurocopa, distintos medios deportivos hayan reportado que tanto la FMF como la Liga MX buscan desaparecer para siempre el ascenso y descenso en el futbol mexicano. De forma general, este modelo consistía en permitir a equipos de segunda división poder subir a primera, a la Liga MX; al mismo tiempo, condenaba a los peores equipos del torneo a bajar de categoría y competir en la Liga de Expansión, obligatoriamente, por un lugar en primera. Aunque se había mantenido hasta 2020, con la pandemia y la excusa de “darle estabilidad económica” al futbol, el ascenso y descenso se pausó al menos hasta 2025. A partir de ese momento, quienes ocupen los lugares 16, 17 y 18 de la tabla, tienen que pagar una multa de entre 30 y 80 millones de pesos según el lugar, cantidad que se utiliza como subsidio de la Liga Expansión.

Incluso con las modificaciones que este modelo ha sufrido a lo largo de los años, desde la década de los cincuenta —llamarle “Primera División A” a la segunda división (un símil bastante curioso a ese “primer lugar de los perdedores”), cambiar de torneos largos (de julio a abril) a dos torneos cortos en el año y una liguilla (a la que clasifican los ocho mejores lugares de la tabla de posiciones), instaurar el porcentaje (dividir los puntos obtenidos entre el número de partidos jugados para sacar un cociente que, de ser de los peores de todos los equipos, definiría el descenso)—, era una manera eficaz de hacer más competitivo al futbol mexicano. Y no solo a esta, sino a otras ligas del mundo: la Premier League, inglesa, considera a la League One (de categoría menor) para los últimos tres lugares de la tabla de posiciones en primera división; en La Liga, competencia española, los primeros dos lugares de la segunda división ascienden, mientras que el tercer puesto se juega en un playoff. Así es cada año.

En México, Xolos de Tijuana, por ejemplo, con solo cuatro años de vida logró su ascenso en 2011 y luego de tres torneos disputados ganó su único título. No es perfecto, pero está ahí. Al contrario, Mazatlán, un equipo nacido en 2020 y propiedad de Ricardo Salinas Pliego, acaba siempre en los últimos lugares de la Liga MX —de seis temporadas, solo ha logrado clasificar por repechaje en una, en la que fue inmediatamente eliminado por Puebla— sin que se ponga en riesgo su posición en la primera división. Por su parte, el ascenso quedó condicionado a factores como una invitación a formar parte de la Liga MX o, según, a ganar el campeonato de la Liga de Expansión: lo cierto es que el Atlante ha sido tricampeón de esta liga, aunque siguen sin llamarlo a primera.

Por si esto fuera poco, hay otro factor que ha minado el potencial de formar jugadores mexicanos: la salida a equipos de Europa, ya fueran de primera o segunda división —cuando estos muestran interés en el juego de los más jóvenes—, queda casi a la voluntad de los clubes (dueños y directivos) nacionales que exigen pagos millonarios o, de mínimo, inflados. Primero fue Luis Chávez, de Pachuca, aunque al futbol de Rusia; tuvo que pagar él mismo su cláusula de rescisión —de casi seis millones de dólares— para que lo dejaran ir. Está el caso de Rodrigo Huescas, de 20 años y canterano del Cruz Azul, cuya salida hacia el FC Copenhague estuvo llena de auténtica mala leche: exigencias monetarias más allá de los dos millones de dólares que ya se pagaron, un supuesto incumplimiento de contrato, demandas ante la FIFA, como si el deportista tuviera la obligación de solo quedarse en el club que lo vio crecer. 

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Orbelín Pineda se lamenta tras fallar el penal que le daría el empate a México ante Venezuela en la Copa América. Estadio SoFi, Inglewood, California, EEUU. 26 de junio de 2024. Fotografía USA TODAY/Jessica Alcheh / REUTERS.

4.

Los altos cargos de la FMF han encontrado en la Major League Soccer (MLS) un modelo, según ellos, viable para el futuro del futbol mexicano. La liga estadounidense, que ha llamado la atención porque el artista antes conocido como Lionel Messi se instaló en uno de sus equipos (el Inter de Miami), es de las más importantes del mundo en términos económicos y he aquí el porqué: para formar parte de alguna de las conferencias (divididas en este y oeste) que participan en un torneo largo (de junio a abril), los equipos deben “pagar su entrada” como si fueran una suerte de franquicia. Si este modelo se traslada a México, el boleto de entrada a primera división quedaría supeditado al capricho de quien pueda obtener ese dinero.

No solo es el modelo de la MLS, sino jugar en estadios otrora de futbol americano y cobrar el boletaje en dólares. Desde hace un tiempo, más allá del escenario de la Copa América US 2024, el futbol mexicano dejó de ser para los nacionales. Los habitantes latinos en Estados Unidos, sobre todo en sitios como California y Texas, consideran a la Liga MX la segunda más buscada solo por debajo de la Premier League e incluso por arriba de La Liga, según Google Trends. Para el futbol mexicano esto implica la posibilidad de expandir su esfera a ciudades fuera de sus fronteras, lo que se traduce en entradas y parafernalia en dólares. A pesar de tener aficionados locales dispuestos a ir a ver partidos de medio pelo como un Querétaro contra Mazatlán y gastar entre boletos y chelas al menos mil pesos, no hace falta ser un genio para darse cuenta que a los dueños y directivos les conviene transformar el futbol mexicano en una mercancía consumida por otros, los más privilegiados. 

Si funciona con la MLS, ¿por qué no habría de hacerlo con el futbol en México? A final de cuentas, no somos tan distintos culturalmente. Para respondernos, basta ver cómo juega la selección. Ese fatídico partido contra Ecuador fue, digamos, la gota que derramó el vaso; pero lo cierto es que detrás de aquella burla, hay una serie de cuestiones, ya expuestas en este ensayo, que no abonan a la mejora. ¿Por qué no, en lugar de Estados Unidos, se voltea hacia Europa, a lo que funciona para las ligas de aquel continente? La Bundesliga, la competencia de máxima categoría alemana, en donde juegan clubes como el Bayern Múnich y el Borussia Dortmund —que además compiten en la Champions League con equipos de la talla del Real Madrid o el Barcelona, con suficiente presupuesto para atraer al mejor talento— tienen una cantera que forma jugadores capaces de aterrizar en cualquier país europeo.

¿Por qué ningunear a América Latina, cuando absolutamente todos nos dieron la vuelta en esta Copa América? Ya no se diga lo hecho por los argentinos, que de ser la posición 12 en 2018 llegaron a ser campeones del mundo en 2023, gracias a la continua producción y venta de jugadores al exterior, ubicándose en el segundo puesto a nivel global en transferencias de futbolistas profesionales. ¿Por qué México se niega a aceptar y abrazar su potencial? Que nos digan los directivos de la FMF.

Ante tal escenario, no queda más que invocar las palabras de Marcelo Bielsa, director técnico de Uruguay, en una reciente conferencia de prensa, luego de eliminar a  Brasil de la Copa América: “ese fútbol, que es una de las pocas cosas que horizontalmente los más pobres mantienen, ya no la tienen más”. Solo una certeza nos queda a mexicanas como yo, inútilmente aficionadas: nos espera un decepcionante horizonte futbolístico.

 


MARIANA ORTIZ. Correctora de estilo y fact-checker para Architectural Digest México y Latinoamérica, también colabora en ese mismo sitio con artículos sobre estilo de vida en la Ciudad de México. Aunque estudió Relaciones Internacionales en la UNAM, se dedica a la edición, corrección y redacción independiente. Fue becaria del Sistema de Apoyos a la Creación y a Proyectos Culturales (antes FONCA) en ensayo creativo en 2022 con un proyecto sobre el Oxxo. Sus ensayos pueden leerse en Gatopardo, Tierra Adentro, la Revista de la Universidad de México y Este País.


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