No items found.
No items found.
No items found.
No items found.

Regañar no es persuadir

Regañar no es persuadir

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
07
.
11
.
21
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Cuál es la pedagogía democrática que se requiere a la mitad del sexenio de López Obrador y de cara a las elecciones de 2024? Para conseguir los votos de quienes lo apoyaron en 2018, ¿es efectivo regañarlos?, ¿el escarnio y el hostigamiento realmente los harán cambiar de opinión?

Nadie se calma cuando le gritan exasperadamente “¡ya cálmate!”. Es imposible gestionar un desacuerdo –no digamos resolverlo– cuando la comunicación entre las partes sólo se limita a intercambiar agravios, descalificaciones o amenazas. Las personas no reaccionan favorablemente cuando se sienten agredidas. De hecho, atacar a alguien por tener una opinión distinta a la nuestra es acaso el método más eficaz para lograr que no cambie de opinión. Las recriminaciones no crean entendimiento, el escarnio tampoco instruye. Persuadir es lo contrario de doblegar: no es imponer en el otro nuestras razones, es incitarlo a que encuentre esas otras razones en él.Es una descortesía tener la razón, decía Borges. Y olvidó decir, quizá para no ser descortés, que querer tenerla ferozmente y a costa de todo –incluso de los efectos contraproducentes que esa actitud tan antipática puede provocar– es una forma de equivocarse. Yo estoy bien, tú estás mal; ¿qué política democrática es posible en esos términos? Si ciertos lopezobradoristas menoscaban la noción de ciudadanía al excluir de su “nosotros” a todo aquel que no se someta a su definición del pueblo o no milite del “lado correcto” del antagonismo que plantean, también existe cierta corriente de antilopezobradoristas que incurre en un menoscabo idéntico al negarle legitimidad a sus contrincantes y asumirse como el verdadero “lado correcto” de ese conflicto. No es una fortaleza de la oposición admitir los parámetros establecidos por la retórica que (se supone) quieren combatir.En ese antilopezobradorismo hay una falta de inteligencia política muy nociva para sus propios fines. Vivir en una democracia significa aceptar que estamos obligados no sólo a coexistir con puntos de vista distintos sino, también, a acatar la voluntad de la mayoría; y si resulta que la mayoría apoya la causa lopezobradorista, de un modo u otro o por el motivo que sea, no hay manera de disputarle el poder a dicha causa que finalmente no pase por quitarle votos, es decir, por hacer que sus partidarios cambien de preferencia. Mientras el lopezobradorismo siga siendo mayoritario, sus opositores tienen que hacer el esfuerzo de no alienar a la mayoría que lo aprueba (o, al menos, a una parte de ella).[read more]No es que tengan que dejar de criticar el desempeño del gobierno, ignorar sus excesos o carencias ni renunciar a llamarlo a cuentas por sus malos resultados. Al contrario, ese escrutinio permanente no es sólo una labor opositora sino un deber ciudadano. Se trata, más bien, de distinguir entre hacer eso y hostigar a quienes votaron por el presidente o aún lo respaldan. De la capacidad que tengan las oposiciones para entender esa distinción y actuar en consecuencia, es decir, de ser implacables con los fiascos del gobierno sin volverse insoportables, aborrecibles o temibles para quienes ayer eligieron a López Obrador y hoy todavía lo secundan, pero mañana podrían estar dispuestos a votar en su contra, depende la posibilidad de que las oposiciones se vuelvan genuinamente competitivas en el siguiente ciclo electoral.Es verdad que el gobierno lopezobradorista ha distorsionado el funcionamiento de la democracia mexicana, que su discurso, su manera de hacer política y ejercer el poder están lejos de cualquier “normalidad” y, en más de un sentido, han desembocado en lo que no es excesivo calificar como una regresión democrática. Sin embargo, sí es un exceso equipararlo con una dictadura totalitaria, con los regímenes comunistas o con el nazismo, igual que es excesivo denominar golpistas o fascistas a sus opositores. Semejantes hipérboles reflejan una furiosa voluntad de descalificarse desde ambos bandos, aunque no implican lo mismo debido a la asimetría de poder que los separa: una cosa es lanzar epítetos desde la oposición y otra, muy distinta, estigmatizar a los opositores desde Palacio. ¿Podía saberse que así sería el gobierno de López Obrador? No lo sé, pero lo que sí puede saberse hoy es lo siguiente: si las oposiciones se dedican a incordiar a quienes votaron por él, a tratarlos como menores de edad que necesitan ser reeducados y no como ciudadanos con criterio propio, para acertar o equivocarse, lo más probable es que esas oposiciones vuelvan a perder.Si en este momento hace falta una “pedagogía democrática” en México no es la de reprocharles a los electores cómo votaron en la pasada elección presidencial; es la de comprender que en una democracia no gana quien está convencido de “tener la razón”, sino quien logra persuadir a la mayoría de los votantes. Triunfa, sobre todo, quien se gana el beneficio de la duda, quien consigue sumar a los que, unos meses o años antes, no se habrían decidido por esa alternativa. Eso fue justo lo que catapultó a López Obrador a la victoria en 2018: ¿será que, entregados al afán de regañar al electorado, sus opositores no están dispuestos a aprender esa lección?[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Regañar no es persuadir

Regañar no es persuadir

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
07
.
11
.
21
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Cuál es la pedagogía democrática que se requiere a la mitad del sexenio de López Obrador y de cara a las elecciones de 2024? Para conseguir los votos de quienes lo apoyaron en 2018, ¿es efectivo regañarlos?, ¿el escarnio y el hostigamiento realmente los harán cambiar de opinión?

Nadie se calma cuando le gritan exasperadamente “¡ya cálmate!”. Es imposible gestionar un desacuerdo –no digamos resolverlo– cuando la comunicación entre las partes sólo se limita a intercambiar agravios, descalificaciones o amenazas. Las personas no reaccionan favorablemente cuando se sienten agredidas. De hecho, atacar a alguien por tener una opinión distinta a la nuestra es acaso el método más eficaz para lograr que no cambie de opinión. Las recriminaciones no crean entendimiento, el escarnio tampoco instruye. Persuadir es lo contrario de doblegar: no es imponer en el otro nuestras razones, es incitarlo a que encuentre esas otras razones en él.Es una descortesía tener la razón, decía Borges. Y olvidó decir, quizá para no ser descortés, que querer tenerla ferozmente y a costa de todo –incluso de los efectos contraproducentes que esa actitud tan antipática puede provocar– es una forma de equivocarse. Yo estoy bien, tú estás mal; ¿qué política democrática es posible en esos términos? Si ciertos lopezobradoristas menoscaban la noción de ciudadanía al excluir de su “nosotros” a todo aquel que no se someta a su definición del pueblo o no milite del “lado correcto” del antagonismo que plantean, también existe cierta corriente de antilopezobradoristas que incurre en un menoscabo idéntico al negarle legitimidad a sus contrincantes y asumirse como el verdadero “lado correcto” de ese conflicto. No es una fortaleza de la oposición admitir los parámetros establecidos por la retórica que (se supone) quieren combatir.En ese antilopezobradorismo hay una falta de inteligencia política muy nociva para sus propios fines. Vivir en una democracia significa aceptar que estamos obligados no sólo a coexistir con puntos de vista distintos sino, también, a acatar la voluntad de la mayoría; y si resulta que la mayoría apoya la causa lopezobradorista, de un modo u otro o por el motivo que sea, no hay manera de disputarle el poder a dicha causa que finalmente no pase por quitarle votos, es decir, por hacer que sus partidarios cambien de preferencia. Mientras el lopezobradorismo siga siendo mayoritario, sus opositores tienen que hacer el esfuerzo de no alienar a la mayoría que lo aprueba (o, al menos, a una parte de ella).[read more]No es que tengan que dejar de criticar el desempeño del gobierno, ignorar sus excesos o carencias ni renunciar a llamarlo a cuentas por sus malos resultados. Al contrario, ese escrutinio permanente no es sólo una labor opositora sino un deber ciudadano. Se trata, más bien, de distinguir entre hacer eso y hostigar a quienes votaron por el presidente o aún lo respaldan. De la capacidad que tengan las oposiciones para entender esa distinción y actuar en consecuencia, es decir, de ser implacables con los fiascos del gobierno sin volverse insoportables, aborrecibles o temibles para quienes ayer eligieron a López Obrador y hoy todavía lo secundan, pero mañana podrían estar dispuestos a votar en su contra, depende la posibilidad de que las oposiciones se vuelvan genuinamente competitivas en el siguiente ciclo electoral.Es verdad que el gobierno lopezobradorista ha distorsionado el funcionamiento de la democracia mexicana, que su discurso, su manera de hacer política y ejercer el poder están lejos de cualquier “normalidad” y, en más de un sentido, han desembocado en lo que no es excesivo calificar como una regresión democrática. Sin embargo, sí es un exceso equipararlo con una dictadura totalitaria, con los regímenes comunistas o con el nazismo, igual que es excesivo denominar golpistas o fascistas a sus opositores. Semejantes hipérboles reflejan una furiosa voluntad de descalificarse desde ambos bandos, aunque no implican lo mismo debido a la asimetría de poder que los separa: una cosa es lanzar epítetos desde la oposición y otra, muy distinta, estigmatizar a los opositores desde Palacio. ¿Podía saberse que así sería el gobierno de López Obrador? No lo sé, pero lo que sí puede saberse hoy es lo siguiente: si las oposiciones se dedican a incordiar a quienes votaron por él, a tratarlos como menores de edad que necesitan ser reeducados y no como ciudadanos con criterio propio, para acertar o equivocarse, lo más probable es que esas oposiciones vuelvan a perder.Si en este momento hace falta una “pedagogía democrática” en México no es la de reprocharles a los electores cómo votaron en la pasada elección presidencial; es la de comprender que en una democracia no gana quien está convencido de “tener la razón”, sino quien logra persuadir a la mayoría de los votantes. Triunfa, sobre todo, quien se gana el beneficio de la duda, quien consigue sumar a los que, unos meses o años antes, no se habrían decidido por esa alternativa. Eso fue justo lo que catapultó a López Obrador a la victoria en 2018: ¿será que, entregados al afán de regañar al electorado, sus opositores no están dispuestos a aprender esa lección?[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Regañar no es persuadir

Regañar no es persuadir

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
07
.
11
.
21
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Cuál es la pedagogía democrática que se requiere a la mitad del sexenio de López Obrador y de cara a las elecciones de 2024? Para conseguir los votos de quienes lo apoyaron en 2018, ¿es efectivo regañarlos?, ¿el escarnio y el hostigamiento realmente los harán cambiar de opinión?

Nadie se calma cuando le gritan exasperadamente “¡ya cálmate!”. Es imposible gestionar un desacuerdo –no digamos resolverlo– cuando la comunicación entre las partes sólo se limita a intercambiar agravios, descalificaciones o amenazas. Las personas no reaccionan favorablemente cuando se sienten agredidas. De hecho, atacar a alguien por tener una opinión distinta a la nuestra es acaso el método más eficaz para lograr que no cambie de opinión. Las recriminaciones no crean entendimiento, el escarnio tampoco instruye. Persuadir es lo contrario de doblegar: no es imponer en el otro nuestras razones, es incitarlo a que encuentre esas otras razones en él.Es una descortesía tener la razón, decía Borges. Y olvidó decir, quizá para no ser descortés, que querer tenerla ferozmente y a costa de todo –incluso de los efectos contraproducentes que esa actitud tan antipática puede provocar– es una forma de equivocarse. Yo estoy bien, tú estás mal; ¿qué política democrática es posible en esos términos? Si ciertos lopezobradoristas menoscaban la noción de ciudadanía al excluir de su “nosotros” a todo aquel que no se someta a su definición del pueblo o no milite del “lado correcto” del antagonismo que plantean, también existe cierta corriente de antilopezobradoristas que incurre en un menoscabo idéntico al negarle legitimidad a sus contrincantes y asumirse como el verdadero “lado correcto” de ese conflicto. No es una fortaleza de la oposición admitir los parámetros establecidos por la retórica que (se supone) quieren combatir.En ese antilopezobradorismo hay una falta de inteligencia política muy nociva para sus propios fines. Vivir en una democracia significa aceptar que estamos obligados no sólo a coexistir con puntos de vista distintos sino, también, a acatar la voluntad de la mayoría; y si resulta que la mayoría apoya la causa lopezobradorista, de un modo u otro o por el motivo que sea, no hay manera de disputarle el poder a dicha causa que finalmente no pase por quitarle votos, es decir, por hacer que sus partidarios cambien de preferencia. Mientras el lopezobradorismo siga siendo mayoritario, sus opositores tienen que hacer el esfuerzo de no alienar a la mayoría que lo aprueba (o, al menos, a una parte de ella).[read more]No es que tengan que dejar de criticar el desempeño del gobierno, ignorar sus excesos o carencias ni renunciar a llamarlo a cuentas por sus malos resultados. Al contrario, ese escrutinio permanente no es sólo una labor opositora sino un deber ciudadano. Se trata, más bien, de distinguir entre hacer eso y hostigar a quienes votaron por el presidente o aún lo respaldan. De la capacidad que tengan las oposiciones para entender esa distinción y actuar en consecuencia, es decir, de ser implacables con los fiascos del gobierno sin volverse insoportables, aborrecibles o temibles para quienes ayer eligieron a López Obrador y hoy todavía lo secundan, pero mañana podrían estar dispuestos a votar en su contra, depende la posibilidad de que las oposiciones se vuelvan genuinamente competitivas en el siguiente ciclo electoral.Es verdad que el gobierno lopezobradorista ha distorsionado el funcionamiento de la democracia mexicana, que su discurso, su manera de hacer política y ejercer el poder están lejos de cualquier “normalidad” y, en más de un sentido, han desembocado en lo que no es excesivo calificar como una regresión democrática. Sin embargo, sí es un exceso equipararlo con una dictadura totalitaria, con los regímenes comunistas o con el nazismo, igual que es excesivo denominar golpistas o fascistas a sus opositores. Semejantes hipérboles reflejan una furiosa voluntad de descalificarse desde ambos bandos, aunque no implican lo mismo debido a la asimetría de poder que los separa: una cosa es lanzar epítetos desde la oposición y otra, muy distinta, estigmatizar a los opositores desde Palacio. ¿Podía saberse que así sería el gobierno de López Obrador? No lo sé, pero lo que sí puede saberse hoy es lo siguiente: si las oposiciones se dedican a incordiar a quienes votaron por él, a tratarlos como menores de edad que necesitan ser reeducados y no como ciudadanos con criterio propio, para acertar o equivocarse, lo más probable es que esas oposiciones vuelvan a perder.Si en este momento hace falta una “pedagogía democrática” en México no es la de reprocharles a los electores cómo votaron en la pasada elección presidencial; es la de comprender que en una democracia no gana quien está convencido de “tener la razón”, sino quien logra persuadir a la mayoría de los votantes. Triunfa, sobre todo, quien se gana el beneficio de la duda, quien consigue sumar a los que, unos meses o años antes, no se habrían decidido por esa alternativa. Eso fue justo lo que catapultó a López Obrador a la victoria en 2018: ¿será que, entregados al afán de regañar al electorado, sus opositores no están dispuestos a aprender esa lección?[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Regañar no es persuadir

Regañar no es persuadir

07
.
11
.
21
2021
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ver Videos

¿Cuál es la pedagogía democrática que se requiere a la mitad del sexenio de López Obrador y de cara a las elecciones de 2024? Para conseguir los votos de quienes lo apoyaron en 2018, ¿es efectivo regañarlos?, ¿el escarnio y el hostigamiento realmente los harán cambiar de opinión?

Nadie se calma cuando le gritan exasperadamente “¡ya cálmate!”. Es imposible gestionar un desacuerdo –no digamos resolverlo– cuando la comunicación entre las partes sólo se limita a intercambiar agravios, descalificaciones o amenazas. Las personas no reaccionan favorablemente cuando se sienten agredidas. De hecho, atacar a alguien por tener una opinión distinta a la nuestra es acaso el método más eficaz para lograr que no cambie de opinión. Las recriminaciones no crean entendimiento, el escarnio tampoco instruye. Persuadir es lo contrario de doblegar: no es imponer en el otro nuestras razones, es incitarlo a que encuentre esas otras razones en él.Es una descortesía tener la razón, decía Borges. Y olvidó decir, quizá para no ser descortés, que querer tenerla ferozmente y a costa de todo –incluso de los efectos contraproducentes que esa actitud tan antipática puede provocar– es una forma de equivocarse. Yo estoy bien, tú estás mal; ¿qué política democrática es posible en esos términos? Si ciertos lopezobradoristas menoscaban la noción de ciudadanía al excluir de su “nosotros” a todo aquel que no se someta a su definición del pueblo o no milite del “lado correcto” del antagonismo que plantean, también existe cierta corriente de antilopezobradoristas que incurre en un menoscabo idéntico al negarle legitimidad a sus contrincantes y asumirse como el verdadero “lado correcto” de ese conflicto. No es una fortaleza de la oposición admitir los parámetros establecidos por la retórica que (se supone) quieren combatir.En ese antilopezobradorismo hay una falta de inteligencia política muy nociva para sus propios fines. Vivir en una democracia significa aceptar que estamos obligados no sólo a coexistir con puntos de vista distintos sino, también, a acatar la voluntad de la mayoría; y si resulta que la mayoría apoya la causa lopezobradorista, de un modo u otro o por el motivo que sea, no hay manera de disputarle el poder a dicha causa que finalmente no pase por quitarle votos, es decir, por hacer que sus partidarios cambien de preferencia. Mientras el lopezobradorismo siga siendo mayoritario, sus opositores tienen que hacer el esfuerzo de no alienar a la mayoría que lo aprueba (o, al menos, a una parte de ella).[read more]No es que tengan que dejar de criticar el desempeño del gobierno, ignorar sus excesos o carencias ni renunciar a llamarlo a cuentas por sus malos resultados. Al contrario, ese escrutinio permanente no es sólo una labor opositora sino un deber ciudadano. Se trata, más bien, de distinguir entre hacer eso y hostigar a quienes votaron por el presidente o aún lo respaldan. De la capacidad que tengan las oposiciones para entender esa distinción y actuar en consecuencia, es decir, de ser implacables con los fiascos del gobierno sin volverse insoportables, aborrecibles o temibles para quienes ayer eligieron a López Obrador y hoy todavía lo secundan, pero mañana podrían estar dispuestos a votar en su contra, depende la posibilidad de que las oposiciones se vuelvan genuinamente competitivas en el siguiente ciclo electoral.Es verdad que el gobierno lopezobradorista ha distorsionado el funcionamiento de la democracia mexicana, que su discurso, su manera de hacer política y ejercer el poder están lejos de cualquier “normalidad” y, en más de un sentido, han desembocado en lo que no es excesivo calificar como una regresión democrática. Sin embargo, sí es un exceso equipararlo con una dictadura totalitaria, con los regímenes comunistas o con el nazismo, igual que es excesivo denominar golpistas o fascistas a sus opositores. Semejantes hipérboles reflejan una furiosa voluntad de descalificarse desde ambos bandos, aunque no implican lo mismo debido a la asimetría de poder que los separa: una cosa es lanzar epítetos desde la oposición y otra, muy distinta, estigmatizar a los opositores desde Palacio. ¿Podía saberse que así sería el gobierno de López Obrador? No lo sé, pero lo que sí puede saberse hoy es lo siguiente: si las oposiciones se dedican a incordiar a quienes votaron por él, a tratarlos como menores de edad que necesitan ser reeducados y no como ciudadanos con criterio propio, para acertar o equivocarse, lo más probable es que esas oposiciones vuelvan a perder.Si en este momento hace falta una “pedagogía democrática” en México no es la de reprocharles a los electores cómo votaron en la pasada elección presidencial; es la de comprender que en una democracia no gana quien está convencido de “tener la razón”, sino quien logra persuadir a la mayoría de los votantes. Triunfa, sobre todo, quien se gana el beneficio de la duda, quien consigue sumar a los que, unos meses o años antes, no se habrían decidido por esa alternativa. Eso fue justo lo que catapultó a López Obrador a la victoria en 2018: ¿será que, entregados al afán de regañar al electorado, sus opositores no están dispuestos a aprender esa lección?[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Regañar no es persuadir

Regañar no es persuadir

07
.
11
.
21
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Cuál es la pedagogía democrática que se requiere a la mitad del sexenio de López Obrador y de cara a las elecciones de 2024? Para conseguir los votos de quienes lo apoyaron en 2018, ¿es efectivo regañarlos?, ¿el escarnio y el hostigamiento realmente los harán cambiar de opinión?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Nadie se calma cuando le gritan exasperadamente “¡ya cálmate!”. Es imposible gestionar un desacuerdo –no digamos resolverlo– cuando la comunicación entre las partes sólo se limita a intercambiar agravios, descalificaciones o amenazas. Las personas no reaccionan favorablemente cuando se sienten agredidas. De hecho, atacar a alguien por tener una opinión distinta a la nuestra es acaso el método más eficaz para lograr que no cambie de opinión. Las recriminaciones no crean entendimiento, el escarnio tampoco instruye. Persuadir es lo contrario de doblegar: no es imponer en el otro nuestras razones, es incitarlo a que encuentre esas otras razones en él.Es una descortesía tener la razón, decía Borges. Y olvidó decir, quizá para no ser descortés, que querer tenerla ferozmente y a costa de todo –incluso de los efectos contraproducentes que esa actitud tan antipática puede provocar– es una forma de equivocarse. Yo estoy bien, tú estás mal; ¿qué política democrática es posible en esos términos? Si ciertos lopezobradoristas menoscaban la noción de ciudadanía al excluir de su “nosotros” a todo aquel que no se someta a su definición del pueblo o no milite del “lado correcto” del antagonismo que plantean, también existe cierta corriente de antilopezobradoristas que incurre en un menoscabo idéntico al negarle legitimidad a sus contrincantes y asumirse como el verdadero “lado correcto” de ese conflicto. No es una fortaleza de la oposición admitir los parámetros establecidos por la retórica que (se supone) quieren combatir.En ese antilopezobradorismo hay una falta de inteligencia política muy nociva para sus propios fines. Vivir en una democracia significa aceptar que estamos obligados no sólo a coexistir con puntos de vista distintos sino, también, a acatar la voluntad de la mayoría; y si resulta que la mayoría apoya la causa lopezobradorista, de un modo u otro o por el motivo que sea, no hay manera de disputarle el poder a dicha causa que finalmente no pase por quitarle votos, es decir, por hacer que sus partidarios cambien de preferencia. Mientras el lopezobradorismo siga siendo mayoritario, sus opositores tienen que hacer el esfuerzo de no alienar a la mayoría que lo aprueba (o, al menos, a una parte de ella).[read more]No es que tengan que dejar de criticar el desempeño del gobierno, ignorar sus excesos o carencias ni renunciar a llamarlo a cuentas por sus malos resultados. Al contrario, ese escrutinio permanente no es sólo una labor opositora sino un deber ciudadano. Se trata, más bien, de distinguir entre hacer eso y hostigar a quienes votaron por el presidente o aún lo respaldan. De la capacidad que tengan las oposiciones para entender esa distinción y actuar en consecuencia, es decir, de ser implacables con los fiascos del gobierno sin volverse insoportables, aborrecibles o temibles para quienes ayer eligieron a López Obrador y hoy todavía lo secundan, pero mañana podrían estar dispuestos a votar en su contra, depende la posibilidad de que las oposiciones se vuelvan genuinamente competitivas en el siguiente ciclo electoral.Es verdad que el gobierno lopezobradorista ha distorsionado el funcionamiento de la democracia mexicana, que su discurso, su manera de hacer política y ejercer el poder están lejos de cualquier “normalidad” y, en más de un sentido, han desembocado en lo que no es excesivo calificar como una regresión democrática. Sin embargo, sí es un exceso equipararlo con una dictadura totalitaria, con los regímenes comunistas o con el nazismo, igual que es excesivo denominar golpistas o fascistas a sus opositores. Semejantes hipérboles reflejan una furiosa voluntad de descalificarse desde ambos bandos, aunque no implican lo mismo debido a la asimetría de poder que los separa: una cosa es lanzar epítetos desde la oposición y otra, muy distinta, estigmatizar a los opositores desde Palacio. ¿Podía saberse que así sería el gobierno de López Obrador? No lo sé, pero lo que sí puede saberse hoy es lo siguiente: si las oposiciones se dedican a incordiar a quienes votaron por él, a tratarlos como menores de edad que necesitan ser reeducados y no como ciudadanos con criterio propio, para acertar o equivocarse, lo más probable es que esas oposiciones vuelvan a perder.Si en este momento hace falta una “pedagogía democrática” en México no es la de reprocharles a los electores cómo votaron en la pasada elección presidencial; es la de comprender que en una democracia no gana quien está convencido de “tener la razón”, sino quien logra persuadir a la mayoría de los votantes. Triunfa, sobre todo, quien se gana el beneficio de la duda, quien consigue sumar a los que, unos meses o años antes, no se habrían decidido por esa alternativa. Eso fue justo lo que catapultó a López Obrador a la victoria en 2018: ¿será que, entregados al afán de regañar al electorado, sus opositores no están dispuestos a aprender esa lección?[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.
No items found.

Suscríbete a nuestro Newsletter

¡Bienvenido! Ya eres parte de nuestra comunidad.
Hay un error, por favor intenta nuevamente.