Chris Kraus nunca se esperó la fama a estas alturas de su carrera. Su mirada parecía sorprendida al ver la sala casi llena en el Museo Tamayo, donde presentó su libro más reciente, Social Practices, una compilación de ensayos publicada por la editorial Semiotext(e). La escritora confesó haber deseado el reconocimiento cuando era más joven, pero ahora solo lo considera una oportunidad de visibilidad para dar a conocer su obra más allá de I Love Dick, la ópera prima que publicó en 1997 sin obtener mucha atención, pero revivió con fuerza recientemente, hasta ser adaptada el año pasado como serie de televisión por Amazon.
En las páginas de esta novela, Kraus narra su propia trama de infidelidad perpetuada en complicidad con su esposo, el filósofo Sylvère Lotringer, como un experimento performativo que era al mismo tiempo una salida al hastío en su matrimonio. Digamos que es una Madame Bovary de finales del siglo XX adelantada a su tiempo. El género de autoficción, en el que ha sido catalogado este libro, cobró fuerza en la industria editorial y alcanzó la aceptación por parte de la crítica, en gran medida tras el impulso que trajo la publicación de Mi Lucha del noruego Karl Ove Kansugård (2009).a Fue en ésta, la segunda década del nuevo milenio, cuando llegó el boom de las redes sociales como escaparates de la vida personal y surgieron los personajes de mujeres antiheroínas en la televisión, un contexto más apto para que el “yo” radical de la mujer que protagoniza I Love Dick, generara eco. En 2016, casi veinte años después de su publicación, la novela vendió más de 14,000 copias.
La presentación de Social Practices en la Ciudad de México no fue un evento típico de libros, se llevó acabo en el auditorio de un museo y no hubo venta de ejemplares, ni firmas por parte de la autora. Pero esto no sorprende: la obra de Kraus no solo sucede en la frontera entre la ficción y la no ficción, también lo hace entre la literatura y la crítica de arte. Incluso, la primera traducción al español de una parte de I Love Dick estuvo a cargo de una artista mexicana y amiga suya, Adriana Lara, quien tradujo el título y la contraportada para un libro de otra artista mexicana, Mariana Castillo Deball, titulado Never Odd or Even (lo puedes consultar en la biblioteca de Alumnos 47). Social Practices también es un libro sobre arte.Esa tarde de sábado, Kraus leyó parte de sus ensayos en los que analiza las prácticas artísticas que responden a una necesidad de reconstrucción de lazos sociales; tal vez la traducción correcta del término sea -estética relacional-, un concepto acuñado en los años noventa. Acompañada de fotografías proyectadas en una pantalla, Kraus leyó un texto sobre la historia de una adolescente estadounidense viviendo en Ensenada, a punto de realizar su fiesta de quince años al tradicional estilo mexicano; y otro sobre la aplicación para financiamiento que realizó al Guggenheim, y que le fue negada, para un proyecto que buscaba llevar estudiantes de arte a una tienda de conveniencia, Kelly Lake Country Store, al norte de Minnesota. Habló también de su colaboración con el espacio artístico Mexicali Rose Centro de Arte/Medios en Puerto Nuevo.“Me interesa poner sobre la mesa las transacciones alrededor del arte, discutir lo que realmente está en juego. El arte siempre será transaccional: comprar, vender, obtener ganancias. Pero hay espacios más genuinos como Mexicali Rose”, dijo posteriormente en un diálogo que sostuvo con la escritora, Janine Armin.
Las opiniones y posturas de Kraus fueron categóricas. No dudó en asegurar que muchos proyectos de arte son condescendientes con las comunidades con las que trabajan. Igualmente se pronunció de una forma crítica sobre el movimiento #MeToo: “Yo suelo estar del lado del culpable”, afirmó. “Es maravilloso ver esa unidad feminista y lograr una mayor representación de mujeres en niveles más altos, pero condenar y hacer una lista negra de personas, es algo que me cuesta asimilar”. Para ella, la felicidad es una “idea neoliberal”, Kraus no comprende por qué debe ser la meta más grande en la vida de las personas. Puso como ejemplo el caso de la escritora Kathy Acker, de quien escribió una biografía: “Si midiéramos su vida en base a la felicidad como meta, la veríamos como un fracaso; Acker tomó puras malas decisiones en ese sentido. Yo prefiero señalar que su neurosis, su drama interno y sus fracasos, fueron el motor que le permitió continuar escribiendo”.El libro que presentó tiene una dedicatoria a Sergio Haro Cordero, el periodista y editor del semanario Zeta en Mexicali, quien falleció en 2017. Al parecer, Kraus tiende a construir amistades cercanas mientras trabaja en sus proyectos, y a su juicio, la amistad es también una característica de Semiotexte(e), la editorial donde siempre publica y de la cual es coeditora: “Somos una familia extendida, una vez que publicamos a alguien, lo más probable es que continuemos una relación de largo plazo”. Se trata de una de las editoriales independientes más influyentes en Estados Unidos, tiene 40 años de existir y desde el 2001 sus libros son distribuidos por el MIT Press. Su catálogo tiene una curaduría muy particular (teoría, ficción, locura, economía, sátira, sexualidad, activismo y confesional) y de autores disruptivos y esenciales como Jean Baudrilliard, William S. Burroughs, Guy Debord, Michèle Bernstein, Félix Guattari, Penny Arcade y Dhoruba Bin Wahad, entre otros. Kraus fundó la colección Active Agents, un brazo político de la editorial que se centra en publicar una respuesta a los problemas urgentes del mundo, muchos desde la voz subversiva de la primera persona en el trabajo de escritoras. “La amistad es cuando el otro te muestra su locura”, concluyó.
La sesión de preguntas y respuestas tuvo un matiz de intimidad: la discapacidad auditiva de Kraus la obligó a acercarse frente a frente a cada persona para escuchar mejor sus inquietudes. Cuando le cuestionaron qué le diría a la Chris de 18 años, dijo: “Trabaja en algo intenso, que te absorba y apasione. ¡Relájate un poco! Continúa haciendo tu obra y verás que prevalecerá. A pesar del desánimo de todos los días, de tener que encontrar una forma de manutención, de buscar la aprobación y la inevitable comparación con los demás, sigue adelante”.Al cierre de la presentación nos dirigimos al Silent Bar, un proyecto de Lost Property, construido por varios artistas en la galería independiente Héctor en la colonia Escandón. Como su nombre lo indica, es un bar silencioso, diminuto, con una pequeña barra, unas cuantas bancas y libros (estará activo hasta el 12 de julio). En unos vasos de madera, vendían el clásico trago holandés, kopstoot, que consiste en cerveza mezclada con Jenever (parecido al vodka). Por unos momentos, en ese intersticio social platiqué de una forma cotidiana y hasta amistosa con Chris Kraus; actué como agente ante la propuesta artística. Hablamos de literatura: Flaubert, Miller, Joyce, Mansfield, Plath, Winterson. “No me convence eso de la autoficción”, me dijo, “la vida de los autores ha existido siempre en las novelas”.
* * *
Más en Gatopardo:
Daniel Buren: Nuevas luces en la Ciudad de México
Franz Erhard Walther inaugura exposición en el Museo Jumex
Pablo Vargas Lugo emula a Stanley Kubrick en el Museo del Chopo