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Las mujeres enfrentan más riesgos y obstáculos que los hombres en su salida de Afganistán. Para ellas, será más difícil obtener el estatus de refugiadas en los países vecinos y en Europa.
Tras la toma de poder más reciente en Afganistán por parte de los talibanes, alrededor del 80% de las personas que están huyendo son mujeres y niños, según Naciones Unidas. Sin embargo, las dificultades y el riesgo de salir del territorio son mayores para ellas que para los hombres: las rutas migratorias suelen ser más inseguras en sus casos –y, por lo tanto, más costosas–, y a ello se suma la postura de los talibanes y las condiciones que viven dentro del país.
“Muchas familias no quieren que sus hijas viajen solas”, dice Aaisha, quien abandonó Afganistán hace varios años. Para que una mujer pueda viajar al extranjero, casi siempre debe hacerlo en compañía de un hombre de su familia y, desde luego, eso supone más gastos. Pese a los avances en igualdad de género conseguidos durante la ocupación de Estados Unidos, sólo el 22% de las afganas mayores de quince años participan en el mercado laboral –en comparación con el 66% de los hombres–, por lo tanto, tienen menos dinero para huir.
También es común que las familias envíen primero a un hombre joven para que sea él quien solicite el estatus de refugiado, consiga trabajo y, finalmente, vaya sacando a los que se quedaron, de acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Afganistán es el tercer país del mundo que más habitantes expulsa, sólo después de Siria y Venezuela. Más de 2.6 millones de afganos viven en el extranjero como refugiados, según datos del 2020. Uno de los países vecinos, Pakistán, refugia al 55%, pero los hombres que consiguen ese estatus superan en 15% a las mujeres. En todas las naciones que reciben refugiados afganos, la brecha es mayor: hay 19% más hombres que mujeres.
“La gente que ahora está dejando Afganistán todavía no es refugiada, aún no tiene el estatus legal. Acceder a él implica recursos, poder tramitar y tener los documentos, el pasaporte, el acta de nacimiento. Por eso es tan difícil acceder al refugio. Es un trámite que supone que tienes la capacidad para documentarte, presentarte y argumentar ante un aparato burocrático”, explica la especialista en migración e investigadora del CIDE, Camila Pastor.
Al respecto, Afganistán tiene uno de los porcentajes de alfabetización más bajos del mundo: sólo el 43% de la población sabe leer y escribir, pero el número es mucho menor para las mujeres: apenas el 30%. Esto se convierte en otra dificultad para que las afganas se vuelvan refugiadas.
[read more]
“Estamos preparándonos para escuchar las malas noticias, esperamos lo peor. Yo estoy en un lugar seguro”, me dice Aaisha en una llamada telefónica a mis primeras horas de la mañana y a sus últimas horas de la noche, desde el país asiático en el que ahora vive. “Pero estoy muy mal mentalmente. Intento sentirme bien y luego me siento mal por sentirme bien”.
Aaisha me explica que salir siempre ha sido la decisión “más inteligente”. “Siempre hubo ataques [terroristas]. Yo perdí a mi hermano de 33 años en un ataque y no sabemos siquiera qué fue lo que le pasó. Frecuentemente había un ataque en la universidad o en el trabajo y, al otro día, la gente volvía a trabajar como si nada, la gente se acostumbró”.
Desde el mismo país asiático, Samira recuerda que estaba en primero de primaria cuando los talibanes tomaron el poder. En 1996, el Emirato Islámico de Afganistán, una organización militar y un movimiento fundamentalista islámico, impuso una serie de restricciones que obligaron a las mujeres y las niñas a dejar la escuela y el trabajo. Samira pasó cinco años sin asistir a clases formales, pero sus padres hicieron todo lo posible para que ella y sus hermanas estudiaran en casa. “Había maestras que daban clases antes y con ellas estudiábamos. Escondíamos nuestros libros de ciencia en libros islámicos, a veces, en alguna prenda de ropa”.
Samira vive relativamente tranquila, pero las últimas semanas han sido particularmente difíciles. Como muchas mujeres y hombres afganos, está preocupada por el regreso de los talibanes. Después de que las tropas estadounidenses salieron de Afganistán, el mismo grupo que la sacó de la escuela hace 24 años ha tomado, una a una, 30 de las 34 provincias. El 15 de agosto, los talibanes consiguieron tomar la capital, Kabul, y el presidente los abandonó.
¿El Talibán cambió?
Las mujeres son uno de los grupos más vulnerables en el contexto actual. Durante la ocupación de Estados Unidos, entre 2001 y 2021, las condiciones mejoraron para ellas: el porcentaje de niñas inscritas en primaria subió de 42% en 2002 a 82% en 2018, el porcentaje de mujeres de 15 a 64 años que saben leer y escribir pasó de 17% en 2011 a 30% en 2019, y la esperanza de vida de las afganas aumentó nueve años.
Con todo, a lo largo de esos veinte años, los talibanes no desaparecieron por completo e incluso dominaron algunas provincias, especialmente, en el sur, poniendo en riesgo los derechos de las mujeres. “Hay mucha diferencia entre la capital y las provincias. Durante la ocupación, también hubo ataques contra escuelas de niñas en las provincias”, comenta Aaisha.
No obstante, para Camila Pastor, la inclusión de los derechos de las mujeres en el marco legal fue crucial: “En términos de la Constitución, sí hubo [un avance]. Lo que hizo Estados Unidos cuando llegó fue reestablecer una Constitución de los sesenta [...], en la que sí hubo un esfuerzo muy importante por incluir a la ciudadana, al sujeto femenino y también a las minorías étnicas [...]. En términos legales, del espacio público, de instituciones, de legitimidad de las escuelas para educar a niñas y mujeres, se supone que esto sí sucedía en la mayoría de las zonas urbanas”.
Después de la toma de Kabul, Zabiullah Mujahid, uno de los voceros de los talibanes, habló en una conferencia de prensa sobre cómo será la vida bajo su control. Dijo que las mujeres estarán muy activas en la sociedad y ellos permitirán que estudien y trabajen, pero dentro del marco islámico.
“No habrá discriminación contra las mujeres, estarán trabajando hombro a hombro con nosotros”. En los últimos días, el vocero de los talibanes ha intentado comunicar que han suavizado sus posturas: “Habrá diferencias en las acciones que vamos a tomar”.
“¿Por qué les creeríamos? Mienten, siempre nos han mentido”, contesta Samira cuando le pregunto qué opina de esas declaraciones.
“[Amir Khan] Muttaqi fue secretario de información y cultura [en el gobierno anterior] y ahora está en las negociaciones, entonces va a tener influencia en el acceso de las mujeres a la educación y al pensamiento ‘liberal’”, dice Miguel Fuentes, candidato a doctor en Estudios Globales por la Universidad de Santa Bárbara.
“Después de eso, yo no veo cómo van a ser más flexibles los talibanes. [...] Van a ir con la bandera de un gobierno incluyente que quiere la paz, pero ¿paz para quién y bajo qué términos? Quizá podrás estudiar, pero ciertas carreras y mientras no violes tus ‘compromisos como mujer’”, agrega Fuentes.
No obstante, tanto para él como para Pastor, sí hay una diferencia entre los talibanes del pasado y de la actualidad: esta vez, la toma de Afganistán es resultado de un proceso de negociación que empezó hace tiempo y que se intensificó con el acuerdo de Doha en 2020.
“Este proceso implica diez años de negociación. Esos líderes estuvieron sentados a la mesa y han aprendido el valor político de la negociación. Creo que eso sí los pudo haber convertido en otro tipo de interlocutor, mucho más cosmopolita en su cultura política”, explica Pastor.
Desde la toma, los talibanes han hecho énfasis en que desean ser reconocidos por la comunidad internacional; hace veinte años carecieron de esa legitimidad –entonces sólo tres países los reconocieron–. “Lo que están queriendo construir ahora es un Estado, eso implica negociar y requiere otras estrategias”, continúa Pastor. Es posible que este objetivo los obligue a ser más incluyentes y a otorgar algunas concesiones, sobre todo, porque el sistema internacional tampoco es el mismo que hace dos décadas y hoy tiene más exigencias en cuanto a la igualdad de género.
“La gente joven, mi generación, es mucho más crítica. Hombres y mujeres se expresan, conviven, estudian. No puede ser lo mismo porque nosotros no somos los mismos”, dice Malik, un joven de 22 años que todavía vive en Kabul.
El cambio generacional puede ser relevante, coincide Pastor. En el Afganistán de 2021 hay mujeres y activistas muy jóvenes que no están dispuestas a vivir como los talibanes quisieran. “Creo que una parte las resistencias –si ocurren– vendrá de la disidencia en zonas y sectores que no están representados en el gobierno, zonas que históricamente han sido distintas en composición étnica, además de una generación de hombres y mujeres jóvenes que crecieron bajo la Constitución monárquica y sus instituciones, reconstruidas por Estados Unidos, y para quienes la propuesta de los talibanes va a resultar muy extranjera”, concluye Pastor.
Con todo, el discurso de cambio y la necesidad de negociar no bastan para tranquilizar a miles de mujeres afganas que hoy ven cerca la posibilidad de que se termine su forma de vida y todo lo que han conseguido.
“Algunas personas quieren ser optimistas [...] pero es muy difícil confiar en ellos después de lo que nos hicieron”, dice Aaisha. “Mi cuñada es viuda y vive en Afganistán; no tiene un hombre con quien salir a la calle. La posibilidad de hacer cosas tan simples como ir a la tienda o a un restaurante... todo eso puede desaparecer”.
----------
Se cambiaron los dos nombres de las afganas y el del joven afgano por motivos de seguridad.
*En sus registros, ACNUR sólo tiene el sexo del 62% de los refugiados afganos. La organización supone que el sexo de la población que conocen es igual al de la población que no conocen.
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Las mujeres enfrentan más riesgos y obstáculos que los hombres en su salida de Afganistán. Para ellas, será más difícil obtener el estatus de refugiadas en los países vecinos y en Europa.
Tras la toma de poder más reciente en Afganistán por parte de los talibanes, alrededor del 80% de las personas que están huyendo son mujeres y niños, según Naciones Unidas. Sin embargo, las dificultades y el riesgo de salir del territorio son mayores para ellas que para los hombres: las rutas migratorias suelen ser más inseguras en sus casos –y, por lo tanto, más costosas–, y a ello se suma la postura de los talibanes y las condiciones que viven dentro del país.
“Muchas familias no quieren que sus hijas viajen solas”, dice Aaisha, quien abandonó Afganistán hace varios años. Para que una mujer pueda viajar al extranjero, casi siempre debe hacerlo en compañía de un hombre de su familia y, desde luego, eso supone más gastos. Pese a los avances en igualdad de género conseguidos durante la ocupación de Estados Unidos, sólo el 22% de las afganas mayores de quince años participan en el mercado laboral –en comparación con el 66% de los hombres–, por lo tanto, tienen menos dinero para huir.
También es común que las familias envíen primero a un hombre joven para que sea él quien solicite el estatus de refugiado, consiga trabajo y, finalmente, vaya sacando a los que se quedaron, de acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Afganistán es el tercer país del mundo que más habitantes expulsa, sólo después de Siria y Venezuela. Más de 2.6 millones de afganos viven en el extranjero como refugiados, según datos del 2020. Uno de los países vecinos, Pakistán, refugia al 55%, pero los hombres que consiguen ese estatus superan en 15% a las mujeres. En todas las naciones que reciben refugiados afganos, la brecha es mayor: hay 19% más hombres que mujeres.
“La gente que ahora está dejando Afganistán todavía no es refugiada, aún no tiene el estatus legal. Acceder a él implica recursos, poder tramitar y tener los documentos, el pasaporte, el acta de nacimiento. Por eso es tan difícil acceder al refugio. Es un trámite que supone que tienes la capacidad para documentarte, presentarte y argumentar ante un aparato burocrático”, explica la especialista en migración e investigadora del CIDE, Camila Pastor.
Al respecto, Afganistán tiene uno de los porcentajes de alfabetización más bajos del mundo: sólo el 43% de la población sabe leer y escribir, pero el número es mucho menor para las mujeres: apenas el 30%. Esto se convierte en otra dificultad para que las afganas se vuelvan refugiadas.
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“Estamos preparándonos para escuchar las malas noticias, esperamos lo peor. Yo estoy en un lugar seguro”, me dice Aaisha en una llamada telefónica a mis primeras horas de la mañana y a sus últimas horas de la noche, desde el país asiático en el que ahora vive. “Pero estoy muy mal mentalmente. Intento sentirme bien y luego me siento mal por sentirme bien”.
Aaisha me explica que salir siempre ha sido la decisión “más inteligente”. “Siempre hubo ataques [terroristas]. Yo perdí a mi hermano de 33 años en un ataque y no sabemos siquiera qué fue lo que le pasó. Frecuentemente había un ataque en la universidad o en el trabajo y, al otro día, la gente volvía a trabajar como si nada, la gente se acostumbró”.
Desde el mismo país asiático, Samira recuerda que estaba en primero de primaria cuando los talibanes tomaron el poder. En 1996, el Emirato Islámico de Afganistán, una organización militar y un movimiento fundamentalista islámico, impuso una serie de restricciones que obligaron a las mujeres y las niñas a dejar la escuela y el trabajo. Samira pasó cinco años sin asistir a clases formales, pero sus padres hicieron todo lo posible para que ella y sus hermanas estudiaran en casa. “Había maestras que daban clases antes y con ellas estudiábamos. Escondíamos nuestros libros de ciencia en libros islámicos, a veces, en alguna prenda de ropa”.
Samira vive relativamente tranquila, pero las últimas semanas han sido particularmente difíciles. Como muchas mujeres y hombres afganos, está preocupada por el regreso de los talibanes. Después de que las tropas estadounidenses salieron de Afganistán, el mismo grupo que la sacó de la escuela hace 24 años ha tomado, una a una, 30 de las 34 provincias. El 15 de agosto, los talibanes consiguieron tomar la capital, Kabul, y el presidente los abandonó.
¿El Talibán cambió?
Las mujeres son uno de los grupos más vulnerables en el contexto actual. Durante la ocupación de Estados Unidos, entre 2001 y 2021, las condiciones mejoraron para ellas: el porcentaje de niñas inscritas en primaria subió de 42% en 2002 a 82% en 2018, el porcentaje de mujeres de 15 a 64 años que saben leer y escribir pasó de 17% en 2011 a 30% en 2019, y la esperanza de vida de las afganas aumentó nueve años.
Con todo, a lo largo de esos veinte años, los talibanes no desaparecieron por completo e incluso dominaron algunas provincias, especialmente, en el sur, poniendo en riesgo los derechos de las mujeres. “Hay mucha diferencia entre la capital y las provincias. Durante la ocupación, también hubo ataques contra escuelas de niñas en las provincias”, comenta Aaisha.
No obstante, para Camila Pastor, la inclusión de los derechos de las mujeres en el marco legal fue crucial: “En términos de la Constitución, sí hubo [un avance]. Lo que hizo Estados Unidos cuando llegó fue reestablecer una Constitución de los sesenta [...], en la que sí hubo un esfuerzo muy importante por incluir a la ciudadana, al sujeto femenino y también a las minorías étnicas [...]. En términos legales, del espacio público, de instituciones, de legitimidad de las escuelas para educar a niñas y mujeres, se supone que esto sí sucedía en la mayoría de las zonas urbanas”.
Después de la toma de Kabul, Zabiullah Mujahid, uno de los voceros de los talibanes, habló en una conferencia de prensa sobre cómo será la vida bajo su control. Dijo que las mujeres estarán muy activas en la sociedad y ellos permitirán que estudien y trabajen, pero dentro del marco islámico.
“No habrá discriminación contra las mujeres, estarán trabajando hombro a hombro con nosotros”. En los últimos días, el vocero de los talibanes ha intentado comunicar que han suavizado sus posturas: “Habrá diferencias en las acciones que vamos a tomar”.
“¿Por qué les creeríamos? Mienten, siempre nos han mentido”, contesta Samira cuando le pregunto qué opina de esas declaraciones.
“[Amir Khan] Muttaqi fue secretario de información y cultura [en el gobierno anterior] y ahora está en las negociaciones, entonces va a tener influencia en el acceso de las mujeres a la educación y al pensamiento ‘liberal’”, dice Miguel Fuentes, candidato a doctor en Estudios Globales por la Universidad de Santa Bárbara.
“Después de eso, yo no veo cómo van a ser más flexibles los talibanes. [...] Van a ir con la bandera de un gobierno incluyente que quiere la paz, pero ¿paz para quién y bajo qué términos? Quizá podrás estudiar, pero ciertas carreras y mientras no violes tus ‘compromisos como mujer’”, agrega Fuentes.
No obstante, tanto para él como para Pastor, sí hay una diferencia entre los talibanes del pasado y de la actualidad: esta vez, la toma de Afganistán es resultado de un proceso de negociación que empezó hace tiempo y que se intensificó con el acuerdo de Doha en 2020.
“Este proceso implica diez años de negociación. Esos líderes estuvieron sentados a la mesa y han aprendido el valor político de la negociación. Creo que eso sí los pudo haber convertido en otro tipo de interlocutor, mucho más cosmopolita en su cultura política”, explica Pastor.
Desde la toma, los talibanes han hecho énfasis en que desean ser reconocidos por la comunidad internacional; hace veinte años carecieron de esa legitimidad –entonces sólo tres países los reconocieron–. “Lo que están queriendo construir ahora es un Estado, eso implica negociar y requiere otras estrategias”, continúa Pastor. Es posible que este objetivo los obligue a ser más incluyentes y a otorgar algunas concesiones, sobre todo, porque el sistema internacional tampoco es el mismo que hace dos décadas y hoy tiene más exigencias en cuanto a la igualdad de género.
“La gente joven, mi generación, es mucho más crítica. Hombres y mujeres se expresan, conviven, estudian. No puede ser lo mismo porque nosotros no somos los mismos”, dice Malik, un joven de 22 años que todavía vive en Kabul.
El cambio generacional puede ser relevante, coincide Pastor. En el Afganistán de 2021 hay mujeres y activistas muy jóvenes que no están dispuestas a vivir como los talibanes quisieran. “Creo que una parte las resistencias –si ocurren– vendrá de la disidencia en zonas y sectores que no están representados en el gobierno, zonas que históricamente han sido distintas en composición étnica, además de una generación de hombres y mujeres jóvenes que crecieron bajo la Constitución monárquica y sus instituciones, reconstruidas por Estados Unidos, y para quienes la propuesta de los talibanes va a resultar muy extranjera”, concluye Pastor.
Con todo, el discurso de cambio y la necesidad de negociar no bastan para tranquilizar a miles de mujeres afganas que hoy ven cerca la posibilidad de que se termine su forma de vida y todo lo que han conseguido.
“Algunas personas quieren ser optimistas [...] pero es muy difícil confiar en ellos después de lo que nos hicieron”, dice Aaisha. “Mi cuñada es viuda y vive en Afganistán; no tiene un hombre con quien salir a la calle. La posibilidad de hacer cosas tan simples como ir a la tienda o a un restaurante... todo eso puede desaparecer”.
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Se cambiaron los dos nombres de las afganas y el del joven afgano por motivos de seguridad.
*En sus registros, ACNUR sólo tiene el sexo del 62% de los refugiados afganos. La organización supone que el sexo de la población que conocen es igual al de la población que no conocen.
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Las mujeres enfrentan más riesgos y obstáculos que los hombres en su salida de Afganistán. Para ellas, será más difícil obtener el estatus de refugiadas en los países vecinos y en Europa.
Tras la toma de poder más reciente en Afganistán por parte de los talibanes, alrededor del 80% de las personas que están huyendo son mujeres y niños, según Naciones Unidas. Sin embargo, las dificultades y el riesgo de salir del territorio son mayores para ellas que para los hombres: las rutas migratorias suelen ser más inseguras en sus casos –y, por lo tanto, más costosas–, y a ello se suma la postura de los talibanes y las condiciones que viven dentro del país.
“Muchas familias no quieren que sus hijas viajen solas”, dice Aaisha, quien abandonó Afganistán hace varios años. Para que una mujer pueda viajar al extranjero, casi siempre debe hacerlo en compañía de un hombre de su familia y, desde luego, eso supone más gastos. Pese a los avances en igualdad de género conseguidos durante la ocupación de Estados Unidos, sólo el 22% de las afganas mayores de quince años participan en el mercado laboral –en comparación con el 66% de los hombres–, por lo tanto, tienen menos dinero para huir.
También es común que las familias envíen primero a un hombre joven para que sea él quien solicite el estatus de refugiado, consiga trabajo y, finalmente, vaya sacando a los que se quedaron, de acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Afganistán es el tercer país del mundo que más habitantes expulsa, sólo después de Siria y Venezuela. Más de 2.6 millones de afganos viven en el extranjero como refugiados, según datos del 2020. Uno de los países vecinos, Pakistán, refugia al 55%, pero los hombres que consiguen ese estatus superan en 15% a las mujeres. En todas las naciones que reciben refugiados afganos, la brecha es mayor: hay 19% más hombres que mujeres.
“La gente que ahora está dejando Afganistán todavía no es refugiada, aún no tiene el estatus legal. Acceder a él implica recursos, poder tramitar y tener los documentos, el pasaporte, el acta de nacimiento. Por eso es tan difícil acceder al refugio. Es un trámite que supone que tienes la capacidad para documentarte, presentarte y argumentar ante un aparato burocrático”, explica la especialista en migración e investigadora del CIDE, Camila Pastor.
Al respecto, Afganistán tiene uno de los porcentajes de alfabetización más bajos del mundo: sólo el 43% de la población sabe leer y escribir, pero el número es mucho menor para las mujeres: apenas el 30%. Esto se convierte en otra dificultad para que las afganas se vuelvan refugiadas.
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“Estamos preparándonos para escuchar las malas noticias, esperamos lo peor. Yo estoy en un lugar seguro”, me dice Aaisha en una llamada telefónica a mis primeras horas de la mañana y a sus últimas horas de la noche, desde el país asiático en el que ahora vive. “Pero estoy muy mal mentalmente. Intento sentirme bien y luego me siento mal por sentirme bien”.
Aaisha me explica que salir siempre ha sido la decisión “más inteligente”. “Siempre hubo ataques [terroristas]. Yo perdí a mi hermano de 33 años en un ataque y no sabemos siquiera qué fue lo que le pasó. Frecuentemente había un ataque en la universidad o en el trabajo y, al otro día, la gente volvía a trabajar como si nada, la gente se acostumbró”.
Desde el mismo país asiático, Samira recuerda que estaba en primero de primaria cuando los talibanes tomaron el poder. En 1996, el Emirato Islámico de Afganistán, una organización militar y un movimiento fundamentalista islámico, impuso una serie de restricciones que obligaron a las mujeres y las niñas a dejar la escuela y el trabajo. Samira pasó cinco años sin asistir a clases formales, pero sus padres hicieron todo lo posible para que ella y sus hermanas estudiaran en casa. “Había maestras que daban clases antes y con ellas estudiábamos. Escondíamos nuestros libros de ciencia en libros islámicos, a veces, en alguna prenda de ropa”.
Samira vive relativamente tranquila, pero las últimas semanas han sido particularmente difíciles. Como muchas mujeres y hombres afganos, está preocupada por el regreso de los talibanes. Después de que las tropas estadounidenses salieron de Afganistán, el mismo grupo que la sacó de la escuela hace 24 años ha tomado, una a una, 30 de las 34 provincias. El 15 de agosto, los talibanes consiguieron tomar la capital, Kabul, y el presidente los abandonó.
¿El Talibán cambió?
Las mujeres son uno de los grupos más vulnerables en el contexto actual. Durante la ocupación de Estados Unidos, entre 2001 y 2021, las condiciones mejoraron para ellas: el porcentaje de niñas inscritas en primaria subió de 42% en 2002 a 82% en 2018, el porcentaje de mujeres de 15 a 64 años que saben leer y escribir pasó de 17% en 2011 a 30% en 2019, y la esperanza de vida de las afganas aumentó nueve años.
Con todo, a lo largo de esos veinte años, los talibanes no desaparecieron por completo e incluso dominaron algunas provincias, especialmente, en el sur, poniendo en riesgo los derechos de las mujeres. “Hay mucha diferencia entre la capital y las provincias. Durante la ocupación, también hubo ataques contra escuelas de niñas en las provincias”, comenta Aaisha.
No obstante, para Camila Pastor, la inclusión de los derechos de las mujeres en el marco legal fue crucial: “En términos de la Constitución, sí hubo [un avance]. Lo que hizo Estados Unidos cuando llegó fue reestablecer una Constitución de los sesenta [...], en la que sí hubo un esfuerzo muy importante por incluir a la ciudadana, al sujeto femenino y también a las minorías étnicas [...]. En términos legales, del espacio público, de instituciones, de legitimidad de las escuelas para educar a niñas y mujeres, se supone que esto sí sucedía en la mayoría de las zonas urbanas”.
Después de la toma de Kabul, Zabiullah Mujahid, uno de los voceros de los talibanes, habló en una conferencia de prensa sobre cómo será la vida bajo su control. Dijo que las mujeres estarán muy activas en la sociedad y ellos permitirán que estudien y trabajen, pero dentro del marco islámico.
“No habrá discriminación contra las mujeres, estarán trabajando hombro a hombro con nosotros”. En los últimos días, el vocero de los talibanes ha intentado comunicar que han suavizado sus posturas: “Habrá diferencias en las acciones que vamos a tomar”.
“¿Por qué les creeríamos? Mienten, siempre nos han mentido”, contesta Samira cuando le pregunto qué opina de esas declaraciones.
“[Amir Khan] Muttaqi fue secretario de información y cultura [en el gobierno anterior] y ahora está en las negociaciones, entonces va a tener influencia en el acceso de las mujeres a la educación y al pensamiento ‘liberal’”, dice Miguel Fuentes, candidato a doctor en Estudios Globales por la Universidad de Santa Bárbara.
“Después de eso, yo no veo cómo van a ser más flexibles los talibanes. [...] Van a ir con la bandera de un gobierno incluyente que quiere la paz, pero ¿paz para quién y bajo qué términos? Quizá podrás estudiar, pero ciertas carreras y mientras no violes tus ‘compromisos como mujer’”, agrega Fuentes.
No obstante, tanto para él como para Pastor, sí hay una diferencia entre los talibanes del pasado y de la actualidad: esta vez, la toma de Afganistán es resultado de un proceso de negociación que empezó hace tiempo y que se intensificó con el acuerdo de Doha en 2020.
“Este proceso implica diez años de negociación. Esos líderes estuvieron sentados a la mesa y han aprendido el valor político de la negociación. Creo que eso sí los pudo haber convertido en otro tipo de interlocutor, mucho más cosmopolita en su cultura política”, explica Pastor.
Desde la toma, los talibanes han hecho énfasis en que desean ser reconocidos por la comunidad internacional; hace veinte años carecieron de esa legitimidad –entonces sólo tres países los reconocieron–. “Lo que están queriendo construir ahora es un Estado, eso implica negociar y requiere otras estrategias”, continúa Pastor. Es posible que este objetivo los obligue a ser más incluyentes y a otorgar algunas concesiones, sobre todo, porque el sistema internacional tampoco es el mismo que hace dos décadas y hoy tiene más exigencias en cuanto a la igualdad de género.
“La gente joven, mi generación, es mucho más crítica. Hombres y mujeres se expresan, conviven, estudian. No puede ser lo mismo porque nosotros no somos los mismos”, dice Malik, un joven de 22 años que todavía vive en Kabul.
El cambio generacional puede ser relevante, coincide Pastor. En el Afganistán de 2021 hay mujeres y activistas muy jóvenes que no están dispuestas a vivir como los talibanes quisieran. “Creo que una parte las resistencias –si ocurren– vendrá de la disidencia en zonas y sectores que no están representados en el gobierno, zonas que históricamente han sido distintas en composición étnica, además de una generación de hombres y mujeres jóvenes que crecieron bajo la Constitución monárquica y sus instituciones, reconstruidas por Estados Unidos, y para quienes la propuesta de los talibanes va a resultar muy extranjera”, concluye Pastor.
Con todo, el discurso de cambio y la necesidad de negociar no bastan para tranquilizar a miles de mujeres afganas que hoy ven cerca la posibilidad de que se termine su forma de vida y todo lo que han conseguido.
“Algunas personas quieren ser optimistas [...] pero es muy difícil confiar en ellos después de lo que nos hicieron”, dice Aaisha. “Mi cuñada es viuda y vive en Afganistán; no tiene un hombre con quien salir a la calle. La posibilidad de hacer cosas tan simples como ir a la tienda o a un restaurante... todo eso puede desaparecer”.
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Se cambiaron los dos nombres de las afganas y el del joven afgano por motivos de seguridad.
*En sus registros, ACNUR sólo tiene el sexo del 62% de los refugiados afganos. La organización supone que el sexo de la población que conocen es igual al de la población que no conocen.
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Las mujeres enfrentan más riesgos y obstáculos que los hombres en su salida de Afganistán. Para ellas, será más difícil obtener el estatus de refugiadas en los países vecinos y en Europa.
Tras la toma de poder más reciente en Afganistán por parte de los talibanes, alrededor del 80% de las personas que están huyendo son mujeres y niños, según Naciones Unidas. Sin embargo, las dificultades y el riesgo de salir del territorio son mayores para ellas que para los hombres: las rutas migratorias suelen ser más inseguras en sus casos –y, por lo tanto, más costosas–, y a ello se suma la postura de los talibanes y las condiciones que viven dentro del país.
“Muchas familias no quieren que sus hijas viajen solas”, dice Aaisha, quien abandonó Afganistán hace varios años. Para que una mujer pueda viajar al extranjero, casi siempre debe hacerlo en compañía de un hombre de su familia y, desde luego, eso supone más gastos. Pese a los avances en igualdad de género conseguidos durante la ocupación de Estados Unidos, sólo el 22% de las afganas mayores de quince años participan en el mercado laboral –en comparación con el 66% de los hombres–, por lo tanto, tienen menos dinero para huir.
También es común que las familias envíen primero a un hombre joven para que sea él quien solicite el estatus de refugiado, consiga trabajo y, finalmente, vaya sacando a los que se quedaron, de acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Afganistán es el tercer país del mundo que más habitantes expulsa, sólo después de Siria y Venezuela. Más de 2.6 millones de afganos viven en el extranjero como refugiados, según datos del 2020. Uno de los países vecinos, Pakistán, refugia al 55%, pero los hombres que consiguen ese estatus superan en 15% a las mujeres. En todas las naciones que reciben refugiados afganos, la brecha es mayor: hay 19% más hombres que mujeres.
“La gente que ahora está dejando Afganistán todavía no es refugiada, aún no tiene el estatus legal. Acceder a él implica recursos, poder tramitar y tener los documentos, el pasaporte, el acta de nacimiento. Por eso es tan difícil acceder al refugio. Es un trámite que supone que tienes la capacidad para documentarte, presentarte y argumentar ante un aparato burocrático”, explica la especialista en migración e investigadora del CIDE, Camila Pastor.
Al respecto, Afganistán tiene uno de los porcentajes de alfabetización más bajos del mundo: sólo el 43% de la población sabe leer y escribir, pero el número es mucho menor para las mujeres: apenas el 30%. Esto se convierte en otra dificultad para que las afganas se vuelvan refugiadas.
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“Estamos preparándonos para escuchar las malas noticias, esperamos lo peor. Yo estoy en un lugar seguro”, me dice Aaisha en una llamada telefónica a mis primeras horas de la mañana y a sus últimas horas de la noche, desde el país asiático en el que ahora vive. “Pero estoy muy mal mentalmente. Intento sentirme bien y luego me siento mal por sentirme bien”.
Aaisha me explica que salir siempre ha sido la decisión “más inteligente”. “Siempre hubo ataques [terroristas]. Yo perdí a mi hermano de 33 años en un ataque y no sabemos siquiera qué fue lo que le pasó. Frecuentemente había un ataque en la universidad o en el trabajo y, al otro día, la gente volvía a trabajar como si nada, la gente se acostumbró”.
Desde el mismo país asiático, Samira recuerda que estaba en primero de primaria cuando los talibanes tomaron el poder. En 1996, el Emirato Islámico de Afganistán, una organización militar y un movimiento fundamentalista islámico, impuso una serie de restricciones que obligaron a las mujeres y las niñas a dejar la escuela y el trabajo. Samira pasó cinco años sin asistir a clases formales, pero sus padres hicieron todo lo posible para que ella y sus hermanas estudiaran en casa. “Había maestras que daban clases antes y con ellas estudiábamos. Escondíamos nuestros libros de ciencia en libros islámicos, a veces, en alguna prenda de ropa”.
Samira vive relativamente tranquila, pero las últimas semanas han sido particularmente difíciles. Como muchas mujeres y hombres afganos, está preocupada por el regreso de los talibanes. Después de que las tropas estadounidenses salieron de Afganistán, el mismo grupo que la sacó de la escuela hace 24 años ha tomado, una a una, 30 de las 34 provincias. El 15 de agosto, los talibanes consiguieron tomar la capital, Kabul, y el presidente los abandonó.
¿El Talibán cambió?
Las mujeres son uno de los grupos más vulnerables en el contexto actual. Durante la ocupación de Estados Unidos, entre 2001 y 2021, las condiciones mejoraron para ellas: el porcentaje de niñas inscritas en primaria subió de 42% en 2002 a 82% en 2018, el porcentaje de mujeres de 15 a 64 años que saben leer y escribir pasó de 17% en 2011 a 30% en 2019, y la esperanza de vida de las afganas aumentó nueve años.
Con todo, a lo largo de esos veinte años, los talibanes no desaparecieron por completo e incluso dominaron algunas provincias, especialmente, en el sur, poniendo en riesgo los derechos de las mujeres. “Hay mucha diferencia entre la capital y las provincias. Durante la ocupación, también hubo ataques contra escuelas de niñas en las provincias”, comenta Aaisha.
No obstante, para Camila Pastor, la inclusión de los derechos de las mujeres en el marco legal fue crucial: “En términos de la Constitución, sí hubo [un avance]. Lo que hizo Estados Unidos cuando llegó fue reestablecer una Constitución de los sesenta [...], en la que sí hubo un esfuerzo muy importante por incluir a la ciudadana, al sujeto femenino y también a las minorías étnicas [...]. En términos legales, del espacio público, de instituciones, de legitimidad de las escuelas para educar a niñas y mujeres, se supone que esto sí sucedía en la mayoría de las zonas urbanas”.
Después de la toma de Kabul, Zabiullah Mujahid, uno de los voceros de los talibanes, habló en una conferencia de prensa sobre cómo será la vida bajo su control. Dijo que las mujeres estarán muy activas en la sociedad y ellos permitirán que estudien y trabajen, pero dentro del marco islámico.
“No habrá discriminación contra las mujeres, estarán trabajando hombro a hombro con nosotros”. En los últimos días, el vocero de los talibanes ha intentado comunicar que han suavizado sus posturas: “Habrá diferencias en las acciones que vamos a tomar”.
“¿Por qué les creeríamos? Mienten, siempre nos han mentido”, contesta Samira cuando le pregunto qué opina de esas declaraciones.
“[Amir Khan] Muttaqi fue secretario de información y cultura [en el gobierno anterior] y ahora está en las negociaciones, entonces va a tener influencia en el acceso de las mujeres a la educación y al pensamiento ‘liberal’”, dice Miguel Fuentes, candidato a doctor en Estudios Globales por la Universidad de Santa Bárbara.
“Después de eso, yo no veo cómo van a ser más flexibles los talibanes. [...] Van a ir con la bandera de un gobierno incluyente que quiere la paz, pero ¿paz para quién y bajo qué términos? Quizá podrás estudiar, pero ciertas carreras y mientras no violes tus ‘compromisos como mujer’”, agrega Fuentes.
No obstante, tanto para él como para Pastor, sí hay una diferencia entre los talibanes del pasado y de la actualidad: esta vez, la toma de Afganistán es resultado de un proceso de negociación que empezó hace tiempo y que se intensificó con el acuerdo de Doha en 2020.
“Este proceso implica diez años de negociación. Esos líderes estuvieron sentados a la mesa y han aprendido el valor político de la negociación. Creo que eso sí los pudo haber convertido en otro tipo de interlocutor, mucho más cosmopolita en su cultura política”, explica Pastor.
Desde la toma, los talibanes han hecho énfasis en que desean ser reconocidos por la comunidad internacional; hace veinte años carecieron de esa legitimidad –entonces sólo tres países los reconocieron–. “Lo que están queriendo construir ahora es un Estado, eso implica negociar y requiere otras estrategias”, continúa Pastor. Es posible que este objetivo los obligue a ser más incluyentes y a otorgar algunas concesiones, sobre todo, porque el sistema internacional tampoco es el mismo que hace dos décadas y hoy tiene más exigencias en cuanto a la igualdad de género.
“La gente joven, mi generación, es mucho más crítica. Hombres y mujeres se expresan, conviven, estudian. No puede ser lo mismo porque nosotros no somos los mismos”, dice Malik, un joven de 22 años que todavía vive en Kabul.
El cambio generacional puede ser relevante, coincide Pastor. En el Afganistán de 2021 hay mujeres y activistas muy jóvenes que no están dispuestas a vivir como los talibanes quisieran. “Creo que una parte las resistencias –si ocurren– vendrá de la disidencia en zonas y sectores que no están representados en el gobierno, zonas que históricamente han sido distintas en composición étnica, además de una generación de hombres y mujeres jóvenes que crecieron bajo la Constitución monárquica y sus instituciones, reconstruidas por Estados Unidos, y para quienes la propuesta de los talibanes va a resultar muy extranjera”, concluye Pastor.
Con todo, el discurso de cambio y la necesidad de negociar no bastan para tranquilizar a miles de mujeres afganas que hoy ven cerca la posibilidad de que se termine su forma de vida y todo lo que han conseguido.
“Algunas personas quieren ser optimistas [...] pero es muy difícil confiar en ellos después de lo que nos hicieron”, dice Aaisha. “Mi cuñada es viuda y vive en Afganistán; no tiene un hombre con quien salir a la calle. La posibilidad de hacer cosas tan simples como ir a la tienda o a un restaurante... todo eso puede desaparecer”.
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Se cambiaron los dos nombres de las afganas y el del joven afgano por motivos de seguridad.
*En sus registros, ACNUR sólo tiene el sexo del 62% de los refugiados afganos. La organización supone que el sexo de la población que conocen es igual al de la población que no conocen.
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Tras la toma de poder más reciente en Afganistán por parte de los talibanes, alrededor del 80% de las personas que están huyendo son mujeres y niños, según Naciones Unidas. Sin embargo, las dificultades y el riesgo de salir del territorio son mayores para ellas que para los hombres: las rutas migratorias suelen ser más inseguras en sus casos –y, por lo tanto, más costosas–, y a ello se suma la postura de los talibanes y las condiciones que viven dentro del país.
“Muchas familias no quieren que sus hijas viajen solas”, dice Aaisha, quien abandonó Afganistán hace varios años. Para que una mujer pueda viajar al extranjero, casi siempre debe hacerlo en compañía de un hombre de su familia y, desde luego, eso supone más gastos. Pese a los avances en igualdad de género conseguidos durante la ocupación de Estados Unidos, sólo el 22% de las afganas mayores de quince años participan en el mercado laboral –en comparación con el 66% de los hombres–, por lo tanto, tienen menos dinero para huir.
También es común que las familias envíen primero a un hombre joven para que sea él quien solicite el estatus de refugiado, consiga trabajo y, finalmente, vaya sacando a los que se quedaron, de acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Afganistán es el tercer país del mundo que más habitantes expulsa, sólo después de Siria y Venezuela. Más de 2.6 millones de afganos viven en el extranjero como refugiados, según datos del 2020. Uno de los países vecinos, Pakistán, refugia al 55%, pero los hombres que consiguen ese estatus superan en 15% a las mujeres. En todas las naciones que reciben refugiados afganos, la brecha es mayor: hay 19% más hombres que mujeres.
“La gente que ahora está dejando Afganistán todavía no es refugiada, aún no tiene el estatus legal. Acceder a él implica recursos, poder tramitar y tener los documentos, el pasaporte, el acta de nacimiento. Por eso es tan difícil acceder al refugio. Es un trámite que supone que tienes la capacidad para documentarte, presentarte y argumentar ante un aparato burocrático”, explica la especialista en migración e investigadora del CIDE, Camila Pastor.
Al respecto, Afganistán tiene uno de los porcentajes de alfabetización más bajos del mundo: sólo el 43% de la población sabe leer y escribir, pero el número es mucho menor para las mujeres: apenas el 30%. Esto se convierte en otra dificultad para que las afganas se vuelvan refugiadas.
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“Estamos preparándonos para escuchar las malas noticias, esperamos lo peor. Yo estoy en un lugar seguro”, me dice Aaisha en una llamada telefónica a mis primeras horas de la mañana y a sus últimas horas de la noche, desde el país asiático en el que ahora vive. “Pero estoy muy mal mentalmente. Intento sentirme bien y luego me siento mal por sentirme bien”.
Aaisha me explica que salir siempre ha sido la decisión “más inteligente”. “Siempre hubo ataques [terroristas]. Yo perdí a mi hermano de 33 años en un ataque y no sabemos siquiera qué fue lo que le pasó. Frecuentemente había un ataque en la universidad o en el trabajo y, al otro día, la gente volvía a trabajar como si nada, la gente se acostumbró”.
Desde el mismo país asiático, Samira recuerda que estaba en primero de primaria cuando los talibanes tomaron el poder. En 1996, el Emirato Islámico de Afganistán, una organización militar y un movimiento fundamentalista islámico, impuso una serie de restricciones que obligaron a las mujeres y las niñas a dejar la escuela y el trabajo. Samira pasó cinco años sin asistir a clases formales, pero sus padres hicieron todo lo posible para que ella y sus hermanas estudiaran en casa. “Había maestras que daban clases antes y con ellas estudiábamos. Escondíamos nuestros libros de ciencia en libros islámicos, a veces, en alguna prenda de ropa”.
Samira vive relativamente tranquila, pero las últimas semanas han sido particularmente difíciles. Como muchas mujeres y hombres afganos, está preocupada por el regreso de los talibanes. Después de que las tropas estadounidenses salieron de Afganistán, el mismo grupo que la sacó de la escuela hace 24 años ha tomado, una a una, 30 de las 34 provincias. El 15 de agosto, los talibanes consiguieron tomar la capital, Kabul, y el presidente los abandonó.
¿El Talibán cambió?
Las mujeres son uno de los grupos más vulnerables en el contexto actual. Durante la ocupación de Estados Unidos, entre 2001 y 2021, las condiciones mejoraron para ellas: el porcentaje de niñas inscritas en primaria subió de 42% en 2002 a 82% en 2018, el porcentaje de mujeres de 15 a 64 años que saben leer y escribir pasó de 17% en 2011 a 30% en 2019, y la esperanza de vida de las afganas aumentó nueve años.
Con todo, a lo largo de esos veinte años, los talibanes no desaparecieron por completo e incluso dominaron algunas provincias, especialmente, en el sur, poniendo en riesgo los derechos de las mujeres. “Hay mucha diferencia entre la capital y las provincias. Durante la ocupación, también hubo ataques contra escuelas de niñas en las provincias”, comenta Aaisha.
No obstante, para Camila Pastor, la inclusión de los derechos de las mujeres en el marco legal fue crucial: “En términos de la Constitución, sí hubo [un avance]. Lo que hizo Estados Unidos cuando llegó fue reestablecer una Constitución de los sesenta [...], en la que sí hubo un esfuerzo muy importante por incluir a la ciudadana, al sujeto femenino y también a las minorías étnicas [...]. En términos legales, del espacio público, de instituciones, de legitimidad de las escuelas para educar a niñas y mujeres, se supone que esto sí sucedía en la mayoría de las zonas urbanas”.
Después de la toma de Kabul, Zabiullah Mujahid, uno de los voceros de los talibanes, habló en una conferencia de prensa sobre cómo será la vida bajo su control. Dijo que las mujeres estarán muy activas en la sociedad y ellos permitirán que estudien y trabajen, pero dentro del marco islámico.
“No habrá discriminación contra las mujeres, estarán trabajando hombro a hombro con nosotros”. En los últimos días, el vocero de los talibanes ha intentado comunicar que han suavizado sus posturas: “Habrá diferencias en las acciones que vamos a tomar”.
“¿Por qué les creeríamos? Mienten, siempre nos han mentido”, contesta Samira cuando le pregunto qué opina de esas declaraciones.
“[Amir Khan] Muttaqi fue secretario de información y cultura [en el gobierno anterior] y ahora está en las negociaciones, entonces va a tener influencia en el acceso de las mujeres a la educación y al pensamiento ‘liberal’”, dice Miguel Fuentes, candidato a doctor en Estudios Globales por la Universidad de Santa Bárbara.
“Después de eso, yo no veo cómo van a ser más flexibles los talibanes. [...] Van a ir con la bandera de un gobierno incluyente que quiere la paz, pero ¿paz para quién y bajo qué términos? Quizá podrás estudiar, pero ciertas carreras y mientras no violes tus ‘compromisos como mujer’”, agrega Fuentes.
No obstante, tanto para él como para Pastor, sí hay una diferencia entre los talibanes del pasado y de la actualidad: esta vez, la toma de Afganistán es resultado de un proceso de negociación que empezó hace tiempo y que se intensificó con el acuerdo de Doha en 2020.
“Este proceso implica diez años de negociación. Esos líderes estuvieron sentados a la mesa y han aprendido el valor político de la negociación. Creo que eso sí los pudo haber convertido en otro tipo de interlocutor, mucho más cosmopolita en su cultura política”, explica Pastor.
Desde la toma, los talibanes han hecho énfasis en que desean ser reconocidos por la comunidad internacional; hace veinte años carecieron de esa legitimidad –entonces sólo tres países los reconocieron–. “Lo que están queriendo construir ahora es un Estado, eso implica negociar y requiere otras estrategias”, continúa Pastor. Es posible que este objetivo los obligue a ser más incluyentes y a otorgar algunas concesiones, sobre todo, porque el sistema internacional tampoco es el mismo que hace dos décadas y hoy tiene más exigencias en cuanto a la igualdad de género.
“La gente joven, mi generación, es mucho más crítica. Hombres y mujeres se expresan, conviven, estudian. No puede ser lo mismo porque nosotros no somos los mismos”, dice Malik, un joven de 22 años que todavía vive en Kabul.
El cambio generacional puede ser relevante, coincide Pastor. En el Afganistán de 2021 hay mujeres y activistas muy jóvenes que no están dispuestas a vivir como los talibanes quisieran. “Creo que una parte las resistencias –si ocurren– vendrá de la disidencia en zonas y sectores que no están representados en el gobierno, zonas que históricamente han sido distintas en composición étnica, además de una generación de hombres y mujeres jóvenes que crecieron bajo la Constitución monárquica y sus instituciones, reconstruidas por Estados Unidos, y para quienes la propuesta de los talibanes va a resultar muy extranjera”, concluye Pastor.
Con todo, el discurso de cambio y la necesidad de negociar no bastan para tranquilizar a miles de mujeres afganas que hoy ven cerca la posibilidad de que se termine su forma de vida y todo lo que han conseguido.
“Algunas personas quieren ser optimistas [...] pero es muy difícil confiar en ellos después de lo que nos hicieron”, dice Aaisha. “Mi cuñada es viuda y vive en Afganistán; no tiene un hombre con quien salir a la calle. La posibilidad de hacer cosas tan simples como ir a la tienda o a un restaurante... todo eso puede desaparecer”.
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Se cambiaron los dos nombres de las afganas y el del joven afgano por motivos de seguridad.
*En sus registros, ACNUR sólo tiene el sexo del 62% de los refugiados afganos. La organización supone que el sexo de la población que conocen es igual al de la población que no conocen.
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