¿Cómo influye la narración de historias en los movimientos sociales?, ¿cómo ayuda ésta a crear autonomía, a formar y reformar identidades, y a motivar la acción?, ¿qué importancia tiene para explicar los orígenes, el desarrollo y los resultados de los movimientos sociales? El activista por los derechos civiles y veterano en las campañas de la Unión de Campesinos Marshall Ganz se interesa por el tema en su libro: ¡Sí se puede! Estrategias para organizarse y cambiar el mundo (Grano de Sal, 2022). Presentamos un fragmento del primer capítulo, en el que el autor escribe sobre la importancia que alcanzó la narración de historias dentro del movimiento de la National Farm Workers Association. Reproducido con autorización de Libros Grano de Sal.
El movimiento de campesinos comenzó en la primavera de 1962, por obra de unos “felices pocos”, unas 12 personas que se habían reunido en la década de 1950, bajo el liderazgo de César Chávez. Cinco eran mexicoestadounidenses que ya no trabajaban en el campo, de los cuales cuatro eran hijos de la primera generación de campesinos inmigrantes mexicanos; la quinta, Dolores Huerta, era hija de un líder sindical minero de Nuevo México y la operadora de una casa de huéspedes en Stockton. Otros cuatro eran mexicanos que habían migrado para trabajar en el campo, uno de los cuales había llegado “sin papeles”. Había tres parejas, en las que ambos miembros estaban involucrados activamente. Ninguno de los latinos había asistido a la preparatoria, a excepción de Huerta, que fue a la universidad, y la mayoría eran católicos. De los tres anglos que había, dos eran clérigos protestantes de veintitantos años, egresados del Seminario Teológico Unión. El tercero, Fred Ross, el mayor del grupo, con 56 años, exmaestro, trabajador social y administrador de campo, había sido reclutado por Saul Alinsky en 1947 para coordinar la Community Service Organization [Organización de Servicio a la Comunidad] (CSO), la primera asociación civil mexicoestadounidense de alcance estatal en California. Ross reclutó a Chávez en 1952 y juntos enrolaron al resto.
Los latinos reclutados en la CSO, quienes habían vivido las condiciones que deseaban cambiar, aprendieron a enfocar su ira políticamente, mientras fueron desarrollando un nuevo sentido de agencia conforme llegaban a considerarse a sí mismos “organizadores”. Mediante la organización habían logrado disminuir la brutalidad policial, expandir las funciones de los votantes y obtener beneficios para quienes no eran ciudadanos, pero habían logrado muy poco para mejorar las condiciones de los campesinos, la comunidad de la que habían surgido. Liderados por Chávez, cuyo plan para organizar a los campesinos había sido rechazado por la cautelosa CSO, decidieron hacerlo por su cuenta. Chávez, confiando en sus ahorros, la ayuda de amigos y el dinero que su familia pudo ganar en el campo, rechazó el apoyo financiero externo y se mudó a Delano para comenzar este proyecto.
Fundar la organización
En la primavera de 1962, Chávez y sus colaboradores lanzaron una campaña de reuniones caseras a lo largo de seis meses entre los campesinos del valle de San Joaquín, comenzando con aquellos que habían estado activos en la CSO y con quienes reunieron cientos de historias individuales de injusticia, para tejerlas en un relato más amplio de injusticia económica, racial y política, arraigada en la historia de los campesinos mexicanos en Estados Unidos. Esta historia, a su vez, se entretejió con las de la CSO, una asociación civil estadounidense, la tradición “revolucionaria” mexicana y las enseñanzas del catolicismo romano, para formar la visión de una nueva organización que ofrecía esperanzas de atajar estas injusticias y abrir el camino a un nuevo futuro.
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Asociación Nacional de Trabajadores Campesinos] (NFWA). Los organizadores propusieron el término asociación, y no sindicato, para no ahuyentar a los trabajadores que habían tenido experiencias negativas con anteriores intentos de sindicalización y para no provocar una reacción prematura de los campesinos.
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Lanzar el movimiento
El 8 de septiembre de 1965, tres años después de su fundación, los líderes de la NFWA se vieron obligados a decidir si se sumarían a una huelga de cosechadores de uvas, iniciada por trabajadores filipinos asociados con un sindicato rival de la Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations [Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales] (AFL-CIO). Conscientes del peligro de actuar de manera precipitada, pero presintiendo una oportunidad y dispuestos a asumir ciertos riesgos, decidieron medir el apoyo de los trabajadores mexicanos mediante una votación por la huelga. Para evocar sus narrativas religiosas y culturales —o tradiciones morales— compartidas, programaron la reunión para el 16 de septiembre, día de la Independencia de México, en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. Sin embargo, Chávez también reconoció la oportunidad que le proporcionaba el nuevo relato del movimiento por los derechos civiles que se desarrollaba a lo largo del país y lo introdujo en la votación de la huelga, insistiendo en un compromiso con la no violencia, una novedad en el mundo de los campesinos. Además, pidió el compromiso de ir a huelga para ganar el reconocimiento sindical y no sólo un aumento salarial, otra expectativa novedosa para muchos de los presentes.
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Los mil mexicanos entusiastas que asistieron a la reunión votaron abrumadoramente a favor de la huelga. Los organizadores tenían la esperanza de convertirla en un movimiento.
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Aunque muchos trabajadores abandonaron la zona, los productores comenzaron a reclutar esquiroles externos para reemplazarlos, y la responsabilidad de mantener los piquetes itinerantes para informar a los recién llegados sobre la huelga recayó en un cuadro de 200 huelguistas y voluntarios. A falta de un fondo para la huelga, los huelguistas tuvieron que depender de contribuciones externas de partidarios para mantenerse a sí mismos y a sus familias. Para la segunda semana de la huelga, la NFWA desarrolló una rutina de reuniones de viernes por la noche y delegaciones sabatinas para sostener estas actividades.
Las reuniones nocturnas de los viernes, lideradas por Chávez, eran una celebración semanal de dos horas para un nuevo capítulo en la historia de la huelga, que se contaba en reportes, rutinas cómicas y canciones. Unos 200 huelguistas, sus familias, voluntarios y delegaciones religiosas, estudiantiles, obreras y comunitarias llenaban periódicamente una pequeña sala comunitaria para compartir inspiradores reportes en los que interpretaban los sucesos de la semana.
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Las misas oficiadas por “sacerdotes de la huelga” también se convirtieron en parte de la rutina semanal de los huelguistas, reafirmando así el coraje y el sacrificio que la huelga requería. La historia mexicana cobraba vida conforme comenzaban a aparecer en muros y cercas consignas que decían “¡Viva Juárez, viva Zapata, viva Chávez!”. La estrategia de la huelga se decidía en reuniones entre organizadores, pero el trabajo motivacional sobre la historia de la huelga —sin el cual habría habido muy poco material para trazar estrategias— se hacía en las reuniones de los viernes por la noche.
El enfoque en la identidad étnica también fue benéfico para el país en su conjunto. La discriminación sistemática a la que estaban sujetos los mexicanos en el suroeste de Estados Unidos era una historia poco conocida en el resto del país, pero los líderes de la NFWA reconocieron que el movimiento por los derechos civiles había creado una oportunidad para contar esta historia a la nación, explicar las terribles circunstancias en que vivían los campesinos y de esta manera distinguir a la NFWA de “un sindicato más” y a la lucha de los campesinos de “una huelga más”. El hecho de que La Causa fundamentara sus reclamos en enseñanzas sociales católicas la protegía, además, de la “caza de comunistas” que había resultado tan efectiva para sabotear los esfuerzos de organización sindical de campesinos en el pasado; asimismo, atrajo al clero católico, cuyos líderes estaban concluyendo sus deliberaciones en el Concilio Vaticano Segundo…
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Aunque el apoyo a la huelga continuó creciendo, en noviembre la temporada de uvas terminó sin grandes avances y un boicot convocado en diciembre contra Schenley Industries, una gran compañía licorera con 1 618 hectáreas de uvas en Delano, no dio resultados. En febrero, Chávez reunió un amplio grupo de líderes en la casa de un partidario cerca de Santa Bárbara para dedicar tres días a pensar cómo lidiar con Schenley, prepararse para la primavera y mantener el compromiso de los huelguistas, organizadores y partidarios.
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Conforme se desarrollaba la huelga, la NFWA aprendió a contar su historia por medio de piquetes, reuniones de huelguistas, desobediencia civil, delegaciones de apoyo, celebraciones religiosas y, por supuesto, la marcha a Sacramento. Así surgió una “comunidad carismática” basada en “votos de pobreza voluntaria” que compartía un compromiso religioso de ganar la huelga. La comunidad huelguista se convirtió en un crisol de cambio cultural que dio origen a nuevas identidades compartidas. Los campesinos se volvieron chavistas, partidarios, voluntarios; la huelga de viticultores se convirtió en La Huelga; la NFWA, en La Causa, y César Chávez… se convirtió en César Chávez, el legendario líder campesino.
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Fragmentos del primer capítulo del libro de Marshall Ganz, ¡Sí se puede! Estrategias para organizarse y cambiar el mundo, Grano de Sal, México, 2022.
Reproducido con autorización de Libros Grano de Sal.