La reforma energética no tiene una visión hacia el futuro – Gatopardo

¿Qué tienen en común los combustibles fósiles, las corrientes marinas y la reforma energética?

Todo es posible si volteamos a ver al futuro y no al pasado, por lo tanto, hay que rechazar la nueva ley energética y apoyar el desarrollo tecnológico, científico, y la inventiva mexicana, antes que nos alcance un futuro donde Mérida esté bajo el agua.

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Como les contaba en la columna anterior, algo en este planeta tomó por asalto a los elementos fundamentales que nacen en las estrellas y los transformó en vida. Con ello cambió cada roca y cada átomo conocido, y su presencia por 4,000 millones de años en este, nuestro planeta azul. Los combustibles que ahora usamos como fuente de energía son producto de esa vida ancestral que cambió al planeta, así que cuando quemamos carbón mineral o usamos gasolina, estamos rompiendo enlaces de carbono que se armaron con la energía del sol hace mucho, mucho tiempo. Es decir, nuestra necia producción de energía fósil constituye un proceso inverso al que la naturaleza, sabiamente, construyó durante siglos.

El texto anterior también habla de cómo la atmósfera cambió a lo largo del tiempo. Hay que comprender que los gases que la componen hoy son diferentes a los que la formaban en otras eras de la tierra, y esa diferencia es producto de la fotosíntesis microbiana que, burbuja por burbuja, fue cambiando el CO2 por oxígeno y nitrógeno. Pero tengamos claro que este es un muy equilibrio frágil. A lo largo de la historia planetaria, las bajas en CO2 han provocado congelaciones globales, y cuando este gas de efecto invernadero es liberado súbitamente, como ha sucedido desde la Revolución Industrial y con mucha mayor intensidad en los últimos  años, la consecuencia es el calentamiento global. Nuestra sed de energía fósil ha duplicado la cantidad de CO2 en la atmósfera en 50 años, un instante desde el punto de vista de los procesos biológicos y ya no digamos, geológicos. A este incremento le llamamos cambio climático global y vemos sus consecuencias en todos lados, no solo en los documentales que muestran osos polares famélicos en el polo Norte o gigantescos icebergs separándose de la plataforma de hielo más grande del mundo, llamada Larsen, en el polo Sur; sino en nuestras vidas cotidianas, pues es evidente que el clima es más impredecible, los huracanes más fuertes, y los incendios y las sequías más prolongadas cada año en todo el planeta; ya no digamos el evento más reciente, un vórtice polar que en febrero provocó tormentas invernales que no solo congelaron Madrid, sino que mataron a mucha gente de frío tan al sur como Texas, congelando los gasoductos que abastecen también al norte de México.

Al congelar Texas, este vórtice polar provocó un aumentó de la demanda eléctrica por los requerimientos de calefacción, y en respuesta al mercado, aumentó el precio del gas, insumo básico para la producción de electricidad. El congelamiento de los ductos que lo transportan y de las plantas generadoras, dejó sin luz a millones de usuarios en ese estado y el norte de México. En consecuencia, se alcanzaron precios altísimos que llegaron hasta los 9,000 dólares el MWh el 15 de febrero, volviendo el recurso inalcanzable para las personas de escasos recursos.

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