Mujeres como montañas

Mujeres como montañas

Los movimientos de mujeres no son un ejército producto de la visión patriarcal contra la que se rebelan; son una criatura en constante evolución que integra células vivas, horizontales, autónomas, que se encuentran y se separan.

Tiempo de lectura: 9 minutos

Ester jamás escuchó a alguien de su entorno hablar de raza, clase o género, de feminismo o derechos de las mujeres. Nació en la frontera entre Guerrero y Morelos, su piel es morena, sus abuelas hablaban alguna lengua indígena cuyo nombre desconoce porque su madre vendía pollos en un puesto callejero y jamás tuvieron oportunidad para ese idílico momento de la transmisión del conocimiento de la estirpe. Quedó embarazada de su primer novio a los 15 años y se fugó con él para tener una vida propia. Se supo racializada una vez que llegó a “la ciudad” como trabajadora del hogar, donde su color de piel y su forma de utilizar el lenguaje adquirieron otro significado, diferenciándola en la medida en que la familia —blanca y de clase media alta— con la que trabajaba le impuso nuevos códigos de conducta y comunicación. Haciendo un mínimo esfuerzo por evitar expresiones racistas, esta familia logró colocarla en un sitio preciso en el que fue capaz de ver, a los 17, que ser morena, de familia indígena, mujer y madre adolescente juega un papel importante en el lugar que ocupa en la jerarquía social.

Diez años después de su llegada al mundo blanqueado mexicano, Ester alcanzó a ponerle nombre a la opresión al escuchar los argumentos de la hija de la dueña de la casa, que estudiaba sociología, y eso le despertó sentimientos abrumadores. Tiempo antes de que desarrollara argumentos propios que definieran su sentir-ser-y-estar en su país, descubrió que el machismo de su esposo se parecía al machismo ilustrado de su patrón; al mismo tiempo, supo que la dueña de la casa vivía cierta discriminación por ser mujer —aunque nunca conocería la opresión como ella—. El contraste con la economía de sus patrones le enseñó lo que las telenovelas jamás le hicieron sentir: que el dinero es cuestión de raza, que quien lo tiene controla a quien lo necesita, que precarizar el trabajo de las mujeres beneficia a hombres y mujeres que pueden decirse progresistas, pero ser opresores.

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