El Bus TV, el periodismo en Venezuela que vence la censura

El Bus TV: el periodismo en Venezuela que vence la censura

En Venezuela, donde no hay espacio para la disidencia, los medios sortean todo tipo de restricciones y censura. En plena pandemia sobreviven diecinueve diarios impresos de los 130 que circulaban hace siete años. Así aparece El Bus TV, un grupo de periodistas que, con un altoparlante, en autobuses o desde los balcones de los barrios más precarios, llevan a la gente las noticias que escapan del discurso oficial.

Tiempo de lectura: 22 minutos

 

La mujer de lentes marrones deja de chatear en su teléfono móvil y levanta la vista hacia el frente del autobús. Dos hombres jóvenes acaban de subirse con un altoparlante y un marco de cartón que simula una pantalla de tele, en el que puede verse el logo de El Bus TV. La mujer mira un momento, curiosa, pero enseguida vuelve al chateo. Entonces el presentador del noticiero ambulante dice:

—Entre septiembre de 2020 y abril de 2021, de 3 500 menores de edad que entraron a Chile sin sus padres, 90% eran venezolanos. En ese periodo, 32 adolescentes venezolanos llegaron solos y caminando a Chile. Para llegar a Santiago desde Venezuela, tomando buses y atravesando caminos ilegales, los migrantes gastan, en promedio, unos 450 dólares.

La mujer levanta las cejas y mira a la niña sentada a su lado, que podría ser su nieta. Cuesta un poco entender lo que dice el muchacho del altoparlante, que hace equilibrio para no tropezar cada vez que el chofer frena, pero ha alcanzado a escucharse que lo que está leyendo, abreviado, es un reportaje sobre migración que se publicó en Armando.info, un portal de periodismo de investigación censurado por el gobierno.

El joven del altoparlante, Maximilian Bruzual, el que carga el marco, Juan Pablo Lares, y un fotógrafo que documenta la emisión, Cristian Hernández, se bajan del bus y se preparan para cruzar la calle hacia otra parada. Su noticiero duró ocho minutos —lo que tardó la buseta en recorrer desde Altamira hasta Chacao, en el este de Caracas— y ése es el tiempo promedio que tardan en dar noticias, que versan sobre asuntos de interés general —el proceso de vacunación, el registro electoral— y sobre cuestiones políticas que no se difunden en los canales de señal abierta ni en la radio ni en los pocos diarios que circulan en Venezuela, como la crisis migratoria venezolana que se considera la más grave de Latinoamérica y la segunda del mundo después de Siria, un tema vetado en los medios oficialistas, ahora, mayoría en el país. En ocasiones los voceros del gobierno han negado el éxodo masivo de 5.4 millones de venezolanos (cifras de ACNUR) y los efectos de la emergencia humanitaria compleja (96% de la población es pobre y 9.3 millones padecen inseguridad alimentaria, según informes de la ONU). El presidente Nicolás Maduro, sus ministros y diputados han denunciado estos datos como parte de una campaña de manipulación mediática.

Éstos y otros temas sobre corrupción, violación de derechos humanos y denuncias de la gestión pública, que pasan inadvertidos o son directamente evitados por la prensa oficial, suelen estar en los noticieros de El Bus TV, un medio alternativo venezolano que desde hace cuatro años lleva información a espacios públicos: autobuses, aceras, comunidades, barrios. Empezaron en Caracas y ya cuentan con veintiséis reporteros —la mayoría, estudiantes de periodismo o recién graduados— en ocho estados del país en los que se siente más evidente la desinformación. “La existencia de este medio es, en sí misma, una denuncia”, describe una de sus cofundadoras, Abril Mejías, “una protesta en contra de la censura y del poco acceso a la información”.

En eso andan hoy Maximilian y Juan Pablo, los universitarios a quienes les tocó esta ruta en la avenida Francisco de Miranda, el mismo punto desde donde salió el primer equipo de El Bus TV en mayo de 2017. Antes de subirse a un autobús para narrar la primera de las ocho emisiones de hoy —una vez por semana completan ocho recorridos en cada sector—, hacen varias pruebas para calibrar el volumen del altoparlante. No están habituados a este artefacto. Antes de la pandemia leían las noticias en voz alta, pero ahora deben seguir un protocolo de bioseguridad para abordar el bus: doble tapabocas, máscara de plástico y gel. Sin el aparato no podrían proyectar la voz.

El equipo suele ser de tres personas: quien presenta las noticias, el productor o productora, que pide permiso para subir al bus y sostiene el marco, y un fotógrafo que registra con la cámara lo que sucede para difundir su trabajo en redes sociales. Los tres de hoy esperan a que pase otro bus que no venga tan atiborrado y que pertenezca, como la mayoría, a una asociación de transporte privado pues, por precaución, prefieren evitar los buses estatales para no tener conflictos. Suben al cuarto. Juan Pablo logra el visto bueno del chofer, que a veces se niegan porque los confunden con vendedores ambulantes. Maximilian se coloca frente a la primera fila de pasajeros y Juan Pablo encuadra el marco para que su compañero se asome en el centro.

—Buenos días. Éste es El Bus TV. Así va el plan de vacunación anunciado por el gobierno nacional. Por ahora se aplicarán vacunas de dos dosis: la rusa Sputnik para mayores de sesenta años y la china Sinopharm para menores de sesenta.

En ésta, la sexta emisión del día, aunque en las primeras rondas el sonido del altoparlante falló varias veces, ya se escucha con nitidez lo que dice el reportero. Es la segunda vez que les aplauden en lo que va de la jornada.

—No nos aplauden porque les guste vernos allí parados, sino porque agradecen recibir información —dice Juan Pablo.

En un entorno mayormente controlado desde el gobierno, El Bus TV figura como una de las pocas vitrinas independientes que quedan.

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Marilyn Figuera escribe a mano noticias en una lámina de papel, uno de los periódicos murales o papelógrafos que pegan en lugares fijos para informar a transeúntes y vecinos.

***

En Venezuela el ecosistema de medios ha mutado en los últimos veintidós años, desde que Hugo Chávez comenzó a asumir la comunicación como una de las estrategias centrales de su política. Se instauró un Estado Comunicador, como llama a este fenómeno Marcelino Bisbal, académico venezolano y autor de Hegemonía y control comunicacional (Alfa, 2009), para transformar una estructura previa, en la que dominaban los medios privados, en un modelo hegemónico de medios prooficialistas. Las formas para controlar a la prensa —primero con Chávez y ahora con Maduro— se han vuelto cada vez más sofisticadas, explica Bisbal; ahora hay un aparato legal blindado con al menos siete leyes para regular las comunicaciones, y las consecuencias son, además del veto de información, la autocensura y la sumisión al poder.

Uno de esos mecanismos de coerción es la Ley contra el Odio, que aprobó hace tres años la Asamblea Constituyente. En 2020, en plena pandemia, esta norma se usó para acusar y detener por delitos de odio a más de treinta venezolanos, por la forma en que se expresaron en redes sociales, en los medios o durante protestas contra el gobierno. Y en ese mismo año se registraron más de cuatro mil evidencias de censura en la red, en 153 medios digitales (67 nacionales y 86 extranjeros), según reportes del Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela (IPYS).

Las organizaciones que analizan la situación de la libertad de expresión en el país, como el IPYS y Espacio Público, actualizaron hace poco sus datos: desde 2004 más de doscientos medios (periódicos, radios, televisoras) han cerrado; apenas quedan diecinueve diarios impresos, de los 130 que circulaban hasta hace unos siete años. Las plataformas independientes se han reducido al mínimo, mientras se agiganta el Sistema Bolivariano de Comunicación e Información que creó el gobierno, un conglomerado de veintisiete medios públicos que, junto a más de 330 medios comunitarios apadrinados por el oficialismo y otros tantos privados, nutren la matriz progubernamental dominante.

Otras restricciones van desde el hostigamiento judicial y las sanciones administrativas hasta agresiones contra reporteros e impedimentos de cobertura, según resume Marysabel Rodríguez, coordinadora del Observatorio Social de Espacio Público. Todo esto ocurre en un país con graves fallas de servicios básicos como la electricidad (los apagones son constantes) y donde el promedio de velocidad del internet no excede los dos megabits por segundo (la velocidad más baja del continente), lo cual limita aun más la posibilidad ver contenidos diversos en la red.

En su informe sobre la pluralidad informativa, esta socióloga destaca varios casos que ilustran la falta de puntos de vista divergentes en la prensa: medios privados (televisoras y periódicos) que por décadas mantuvieron posturas críticas ante el gobierno en turno y que, cuando los vendieron, en 2013 y 2014, cambiaron su línea editorial hacia una prooficialista. Cita tres ejemplos: los medios de la Cadena Capriles, el canal Globovisión —antes abiertamente opositor y fustigado por Chávez— y el diario El Universal, con más de un siglo de vida desde su fundación. Otro episodio emblemático fue el cierre del canal Radio Caracas Televisión, que tenía más de cincuenta años al aire y transmitía el noticiero más antiguo del país. Chávez negó la renovación de su concesión en 2007, lo que desató protestas candentes en varias ciudades. Y el más reciente: el embargo del edificio del periódico El Nacional —con 77 años de historia— luego de que el Tribunal Supremo de Justicia dictara una sentencia a favor de Diosdado Cabello, número dos del chavismo, por una demanda que presentó “por daño moral” cuando el diario publicó una nota que señalaba que estaba bajo investigación en Estados Unidos por presuntos vínculos con el narcotráfico.

Los líderes del chavismo justifican estas acciones: Chávez los llamaba “medios golpistas” y Maduro los acusa de canallas. En abril pasado el actual presidente publicó en Twitter: “La canalla mediática, a través de su teatro de operaciones de perversidad, construye un entramado de mentiras […] en contra de Venezuela. Debemos estar alertas para salirle al paso a quienes pretenden atentar contra nuestra soberanía. ¡La Verdad y la Paz Vencerán!”.

Los cambios en la prensa son una tendencia global, pero en el caso venezolano hay que sumar este tipo restricciones y mecanismos de censura contra los espacios independientes. “Los medios y el ejercicio periodístico se han convertido en blancos de ataques porque en este gobierno no hay lugar para voces disidentes. Lo que predomina es el discurso oficial y esto tiene un impacto en cómo se difunden y tratan las informaciones y en cómo los ciudadanos las reciben”, explica Daniela Alvarado, coordinadora de Libertades Informativas en el IPYS. Cerca de catorce millones de personas —la mitad de la población— viven en regiones donde el acceso a la información es muy limitado porque hay pocos medios. De éstos, más de cinco millones habitan en lugares donde circula un solo periódico o ninguno; sintonizan una o dos emisoras de radio o ninguna, porque no hay; visitan uno o dos medios digitales o ninguno, porque no cuentan con computadora ni teléfono inteligente o porque son parte del 65% que no tiene acceso a internet.

Esto ocurre en más de la mitad de las regiones del país, en doscientos de los 335 municipios, como ilustra el informe “Atlas del silencio: los desiertos de noticias en Venezuela”, que publicó el IPYS en septiembre de 2020. Son pueblos y ciudades donde habitan ciudadanos para quienes la única referencia informativa son los canales del Estado o canales privados inundados de propaganda oficial, precisa Andrés Cañizález, investigador en Ciencias Políticas y director de Medianálisis. “El chavismo ha apelado a tres grandes tendencias: silenciar, anular o coartar las voces independientes, y mantener fuerte un aparato de medios del Estado con una arquitectura de marco legal para envolver su arbitrariedad”, dice.

Por eso, para enterarse de novedades distintas a las que promueven los medios oficialistas, los venezolanos que pueden pagar una suscripción de televisión por cable o un plan de internet tienen que sintonizar un canal internacional o conectarse a través de una red privada virtual para leer un portal digital informativo, que suele estar bloqueado por las operadoras de internet por publicar información incómoda para el gobierno, como lo hacen los medios independientes nacionales El Pitazo, Armando.info, Tal Cual, Runrunes o Efecto Cocuyo, o internacionales como El Tiempo, NTN24 o CNN en Español.

La premisa del equilibrio informativo, que parece una obviedad entre quienes ejercen el oficio periodístico en otras partes del mundo, en Venezuela se ha vuelto una práctica de tercos, como la de los periodistas que han fundado medios independientes en los últimos siete años. Entre ellos, los de El Bus TV, que no lo tuvieron fácil durante la pandemia, puesto que ya no podían subir a los buses, y que, desde marzo de 2020, encontraron una alternativa para seguir llevando información: comenzaron a redactar las noticias en hojas de papel bond de noventa por sesenta centímetros —papelógrafos— para pegarlas en las fachadas de comercios y en las paradas concurridas y mudaron sus noticieros a los balcones de varias comunidades populares. Así se mantuvieron activos hasta junio de 2021, cuando se atrevieron a subirse de nuevo al transporte público.

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Maximilian Bruzual sostiene un marco de cartón mientras Juan Pablo Lares lee noticias a bordo de un bus de transporte público en Caracas.

***

Esta historia comenzó en medio de protestas. En mayo de 2017 las calles y avenidas de las principales ciudades del país apestaban a bombas lacrimógenas. Había transcurrido ya un mes de manifestaciones casi diarias desde que el Tribunal Supremo de Justicia decidió atribuirse las funciones de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora en ese momento, y ampliar los poderes de Nicolás Maduro.

A mediados de mayo, cuando Cheo Carvajal, periodista y activista ciudadano, convocó por Facebook a juntarse en una librería para pensar en alternativas de protesta pacífica, ya la cifra de muertos superaba los cincuenta, en su mayoría, manifestantes: en cuatro meses de protestas, fallecieron 129 personas, según el Ministerio Público.

—Viendo que derivaría hacia la violencia, pensé: ¿qué tal si creamos un movimiento más crítico, que le dijera al gobierno autoritario lo que había que decir? Contundencia en comunicación, pero sin violencia.

Aparecieron colegas, defensores de derechos humanos, sociólogos, para debatir sobre cómo se podía exigir un cambio de una forma distinta. El Bus TV nació por una idea casual. En aquellas primeras reuniones, Claudia Lizardo, productora audiovisual e integrante del grupo musical La Pequeña Revancha, se subió junto a su novio en una buseta al regresar de una marcha que había terminado en enfrentamientos con los cuerpos de seguridad. Entonces vieron a los pasajeros impávidos, indiferentes, y algo les hizo clic.

—Había dos realidades paralelas: de un lado, la vida continuaba como si nada y, del otro, lacrimógenas, policías. Allí me dije que sería interesante que en los buses se contara lo que estaba pasando. Emular la idea de los pregoneros, los músicos, algo muy performático. Con el marco de televisión y la actitud del narrador.

En uno de los encuentros se lo comentó a Cheo Carvajal y a él le gustó.

—Yo enseguida le dije: “Sí, ponle El Bus TV, ‘bus te ve’”. Que suene a doble juego, una televisión que te ve a ti.

Casi al mismo tiempo, Laura Helena Castillo, periodista que venía de medios impresos y casas editoriales, se acercó a Cheo diciendo que quería llevar información a las comunidades pero no sabía cómo. Él le recomendó que contactara a Claudia Lizardo y la sincronía entre ambas fue instantánea.

—Claudia ya tenía claro lo del marco, lo de la cuarta pared del teatro —recuerda Laura Helena—. Lo que no tenía claro era el contenido, la parte informativa.

Quedaron en encontrarse para practicar un sábado 27 de mayo en la mañana, cuando se cumplían diez años del cierre de Radio Caracas Televisión. Convocaron a varios amigos al jardín de un edificio (Abril Mejías, periodista, María Gabriela Fernández, comunicadora y actriz, Nicolás Manzano, cineasta, y Víctor Rodríguez, músico) y comenzaron a diseñar los roles del equipo: el presentador, el que carga el marco, el productor, el fotógrafo. Laura Helena había redactado un guion con la primera noticia: el aniversario de la última transmisión de RCTV.

—Habíamos llevado un marco de papel maché y nos fuimos a la avenida —dice Laura Helena—. Paramos un bus, pero no subimos porque había un señor cantando. Esperamos el siguiente, era blanco con rojo. Claudia y Nicolás pidieron permiso para subir, María Gabriela leyó el primer noticiero y yo sostenía el marco.

Luego subieron a muchos buses más. Mientras recorrían la avenida Francisco de Miranda, donde se concentraban las manifestaciones, vieron los escombros de las confrontaciones violentas.

—Desde el inicio sabíamos que estábamos haciendo algo subversivo. Al principio, nos identificaban como una forma de protesta pacífica. Pero luego, cuando terminaron las protestas, hicimos un esfuerzo para quitarnos esa etiqueta y justificar nuestra existencia: ejercer una actividad contra el olvido. Porque la noción y conciencia de informarse es un gesto que la propia supervivencia ha diluido en este país —dice Laura Helena.

Aquellos primeros pasos los dieron con recursos propios. Divulgaban información general pero, muy pronto, cuando ampliaron su red de distribución, incluyeron noticias hiperlocales, de servicio, derechos humanos y resúmenes de reportajes de investigación publicados en medios que se suelen bloquear.

A Cheo Carvajal siempre le pareció una osadía el proyecto en un momento en el que el ecosistema de medios independientes en Venezuela se estaba apenas gestando y se veía con escepticismo el impacto de estas nuevas maneras de informar.

—Este trabajo no consiste en construir un mensaje para cientos de miles, como es la cultura política y de polarización —dice Cheo—. Hay que meterse en los pequeños espacios, que se vaya haciendo visible desde un ejercicio con los medios que están a la mano.

Un mes después de aquella primera emisión, la Fundación Gabo y SembraMedia los seleccionaron para participar en un encuentro latinoamericano de periodismo emprendedor en Perú. Allí comenzaron a pensar en un modelo de negocios y se enfocaron en fuentes de financiamiento internacionales y locales a través de becas, alianzas y donaciones. A los seis meses recibieron un capital semilla de una organización internacional que apoya emprendimientos periodísticos. Claudia y Laura Helena renunciaron a sus empleos formales para consolidar el proyecto junto con la otra cofundadora, Abril Mejías. El propósito era impulsar un formato alternativo que pudiera replicarse en varios sectores de la capital y del interior del país.

Al año siguiente, en 2018, obtuvieron una nueva financiación para expandirse. También las nominaron al Premio Gabo en la categoría de innovación y para ese momento ya estaban contactando a varias universidades para incorporar estudiantes de comunicación social como aprendices de reporteros regionales. Poco a poco ampliaron su alcance: primero multiplicaron sus rutas en Caracas; luego, en ocho estados (Miranda, Mérida, Táchira, Trujillo, Zulia, Carabobo, Nueva Esparta y Bolívar); y ahora son una redacción de más de cuarenta personas.

En Caracas, un equipo central conformado por siete mujeres (Laura Helena Castillo, Abril Mejías, Florantonia Singer, Andrea Quintero, Roximar Tovar, Andrea Bello y Katherine Rosas) se encarga de tomar decisiones, redactar guiones, crear proyectos y gestionar las redes sociales. Tanto ellas como los reporteros, los expertos de foros y chats que organizan y los vecinos que alquilan los altoparlantes reciben una remuneración por sus labores en El Bus TV.

En cada ruta hay un reportero encargado de buscar contenidos. Las editoras en Caracas redactan un guion con las noticias más relevantes y agregan las novedades de cada localidad. También incluyen cápsulas de trabajos publicados en medios digitales venezolanos como El Pitazo, Armando.info, Tal Cual, Runrunes, Efecto Cocuyo, Historias que Laten, Prodavinci, La Vida de Nos y Cinco8 y han creado alianzas con ONG para sensibilizar contra la violencia de género o sobre el derecho a la información.

En 2019 surgió una oportunidad de informar más allá de los buses. Florantonia Singer, también periodista, se unió al equipo para postular un proyecto al concurso de urbanismo y arte CCScity450. Diseñaron una estructura portátil para leer noticias dentro de las comunidades: “La Parada TV”. La idea era aliarse con los líderes comunitarios para que fueran los propios vecinos quienes produjeran y narraran sus noticias. La propuesta fue una de las ganadoras. Comenzaron a trabajar en el barrio La Cruz y, un año después, en Bello Campo, Chapellín y La Lucha, todos en Caracas. Cuando llegó la pandemia, adaptaron un nuevo formato para mantener la distancia social: presentar el noticiero desde los balcones de los vecinos. Así fue cómo “La Parada TV” se volvió, en tiempos de covid, “La Ventana TV”.

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Maximilian Bruzual (izquierda) dejan pasar un bus de transporte lleno de pasajeros, mientras esperan otro que puedan abordar.

***

A Miriam Peña y a sus amigas les gusta esta hora del viernes, justo antes del atardecer, porque es cuando tienen la excusa para salir de casa con su sillita de plástico y sentarse a conversar en la vereda. En ese momento, a las cinco, casi siempre puntualmente, llegan los reporteros de El Bus TV a Bello Campo, este vecindario humilde de Caracas.

—¡Tráete un banquito pa’ que escuches las noticias! —le grita Miriam a una vecina.

Las noticias son voceadas desde un balcón en el primer piso de una casa. Allí, un chico, Joshua de Freitas, de veintitrés años, estudiante en la Universidad Central de Venezuela, se asoma y sostiene un micrófono:

—Buenas tardes a nuestros vecinos. Ésta es “La Ventana TV”. La Asociación de Vecinos realizará la segunda jornada de limpieza en las veredas. La iniciativa forma parte de una solución para las quejas de los vecinos por los desechos y el excremento de las mascotas en la zona.

Miriam y sus amigas cuchichean entre ellas. Asienten, voltean para ver cómo reacciona la de al lado, se posan la mano sobre el tapabocas, se tapan los ojos. Dos balcones más allá, un hombre sienta a un niño de unos tres años sobre el descanso de una reja, mientras la madre del niño le sirve la merienda. Desde allí escuchan lo que narra Joshua, que lee el guion.

—Nicolás Maduro anunció en diciembre que el gobierno venezolano había pagado doscientos millones de dólares para comprar diez millones de vacunas Sputnik V. Aseguró que llegarían en noventa días al país. De acuerdo con la Alianza Periodística Latinoamericana #InvestigaLaPandemia, coordinada por Convoca de Perú y Runrunes y El Pitazo de Venezuela, hasta el 13 de abril sólo habían llegado 380 mil dosis rusas.

Las vecinas hacen gestos de ofuscación. No es raro que estén preocupadas: las tres son adultas mayores y tienen riesgo de agravarse si se contagian.

—Es que hay noticias que ellos dan que yo no las sabía —dice Miriam—. Ponen un papel grandísimo con cosas que debemos saber, sobre lo que pasa en la comunidad, sobre las vacunas contra el covid. El otro día contaron sobre los niños que se van solos por la frontera y ésas son noticias que uno no sabe.

En uno de los papelógrafos que pegaron resumieron un reportaje publicado en la Alianza Rebelde Investiga, que reúne los medios digitales Runrunes, El Pitazo y Tal Cual, en el que se leía:

“Corruptómetro Caso PDVSA”

El sector petrolero ha sido fuente de riqueza nacional, pero también del enriquecimiento de unos pocos funcionarios públicos y empresarios vinculados al poder: 42 mil 321 millones de dólares de fondos públicos relacionados al sector petrolero han sido mal manejados. Petróleos de Venezuela (PDVSA), que desde 2003 ha financiado proyectos vinculados a alimentación, salud y vivienda, encabeza la lista de las veinte organizaciones con más casos de corrupción en Venezuela.

Miriam trata de hacer memoria de cuándo fue la última vez que vio un noticiero en televisión o leyó un periódico y siente que perdió esa cuenta.

—Pero fue hace más de tres años.

Más de tres años enterándose de lo que pasa en su país cuando alguien le reenvía por WhatsApp una cadena con información, que a veces resulta falsa, o cuando un conocido le comenta lo que vio en la televisión estatal.

Varios vecinos han atravesado la vereda sin alzar la vista al balcón. No todos escuchan atentamente, con la concentración de Marilyn Figueroa, la reportera vecinal que hace equipo con Joshua. Hace un año la invitaron a trabajar en el equipo de El Bus TV.

—Trabajaba en una juguetería, pero la cerraron por la pandemia. Me quedé desempleada, en casa, cuidando a mi niña de cuatro años.

Cuando iniciaron las emisiones en su comunidad, Marilyn, de 42 años y madre soltera de tres, empezó como enlace para conseguir noticias entre sus vecinos y a los dos meses le ofrecieron empleo para armar los papelógrafos y tomar fotografías en La Cruz y en Bello Campo. Por estas tareas recibe un pago que le permite cierta independencia de los programas sociales del gobierno y mayor estabilidad económica, pues es mucho más de lo que ganaba en la juguetería (el salario mínimo mensual en Venezuela ronda los tres dólares). Los honorarios de estos reporteros, que trabajan entre seis y veinte horas semanales, equivalen a lo que suelen ganar los becarios en un medio venezolano.

—Si alguien me pregunta qué hago, le digo: “Soy reportera del Bus TV. Damos noticias offline y también las enviamos por redes sociales”.

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Personas escuchan a Darío Chacón (derecha) mientras lee noticias desde el balcón de una casa en el barrio La Cruz, en Caracas.

***

Cada vez que hay un apagón en Mérida o en Táchira —sucede casi a diario; algunos duran más de diez horas—, las cocinas eléctricas se detienen, no bombea el agua para ducharse, no hay internet ni llamadas por celular. El transporte público colapsa porque hay pocas unidades rodando por la escasez de gasolina —las colas para surtir son kilométricas— y entonces, para practicar el oficio durante la pandemia, Paula, María Fernanda y Alejandro, todos estudiantes de comunicación, se esmeran escribiendo en periódicos murales noticias como éstas:

“Alumbran doce países y apagan Venezuela”

Reportaje publicado en El Pitazo.

Desde 2006 el gobierno venezolano entregó al menos dos mil millones de dólares a las empresas estatales de electricidad de doce países del Caribe y Bolivia. Con ellos se financió la compra de equipos y bombillos ahorradores, envío de combustible, subsidios en la tarifa eléctrica, construcción y mantenimiento de infraestructura. Algunos de los países beneficiados fueron Nicaragua, Bolivia, Haití, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, Jamaica, Granada, Guyana y Antigua y Barbuda. Con lo que se financiaron los sistemas eléctricos de otros países, invertidos correctamente en el país, Venezuela no hubiera padecido apagones de ninguna clase.

—A muchos nos ha tocado hacer papelógrafos a la luz de la vela —cuenta Alejandro Herrera, de veintiún años, de la Universidad de Los Andes, Mérida—. A mí me ayuda una tía. Yo hago el diseño y ella escribe con marcadores. A otros compañeros, sus familiares los alumbran con el celular para que, en medio de esa penumbra, haya un poco de luz.

Otra de las reporteras que continuó trabajando sin subir a los buses por las restricciones del covid fue María Fernanda Chaparro. Vive en San Cristóbal, la capital de Táchira, un estado fronterizo con Colombia, en una región que está a más de doce horas en carretera del equipo central en Caracas.

—Quienes aprecian más el trabajo que hacemos son las personas mayores. Cuando comenzamos a pegar papelógrafos en farmacias, le preguntaban al dueño que por qué no habíamos ido a actualizar las noticias. El comentario constante es: Esto no lo dicen en la televisión, no lo dicen en la radio.

Después de más de un año de cuarentena, hace unas semanas María Fernanda volvió a subirse a los buses, como cuando se estrenó en sus primeras emisiones y los reconocían como “los muchachos de las noticias”.

—Una vez, después de una emisión en un bus —recuerda—, una señora quería darnos dinero y nosotros respondimos: No, señora, este noticiero se transmite de manera gratuita.

La mayoría de los reporteros de las regiones aprendió a producir y narrar noticias en El BusTV, que fue su primer trabajo y, por tanto, su primera escuela práctica. María Fernanda y otros veinticinco estudiantes reciben remuneración, al igual que los nueve reporteros vecinales en las comunidades de Bello Campo, La Cruz, Chapellín y La Lucha. Los estudiantes que han iniciado sus prácticas periodísticas en este proyecto se han curtido, a veces, tragando insultos. La cobertura en Bolívar, el estado de la minería y las industrias básicas han sido unas de las más difíciles. Allí, en Guayana, la ciudad más poblada de esta región, Marialejandra Meléndez, de veintitrés años, aprendió por las malas el significado de una disputa por territorio. Por esos días, pegaron un papelógrafo con el extracto de un reportaje de investigación de Runrunes sobre la minería ilegal en la región, que decía cosas como: “El oro extraído no sólo es canjeado como moneda común dentro del parque, sino que también se trafica fuera del país como parte de una red de contrabando, conocida por el Estado venezolano”. Un mes antes de iniciar la cuarentena comenzaron a narrar noticias en una parada de transporte rodeada de vendedores ambulantes. Entre ellos había una mujer que vendía helados artesanales en bolsitas y siempre se molestaba al verlos llegar.

—Ella no quería que estuviéramos allí. Nos dijeron: “La cabeza de ustedes tiene precio, mejor váyanse a otro lugar”. La señora era parte de un colectivo [así llaman a los grupos de choque oficialistas] y era la que mandaba en la zona.

Entonces hicieron un “repliegue táctico”, algo que ya tienen en su protocolo de seguridad cuando ocurren este tipo de roces.

Guayana ha sido la única región donde han cancelado una ruta por precaución. En el resto del país, el impacto de El Bus TV repuntó durante la pandemia. De su informe anual se desprende que durante el año pasado lograron triplicar su audiencia: de 59 mil personas en 2019 a más de 138 mil en 2020.

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Una mujer se asoma desde el balcón de su casa para escuchar las noticias que pregonan los reporteros de El Bus TV en el barrio Bello Campo, en Caracas.

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Darío Chacón es famoso en el barrio La Cruz. Famoso allí y en otros países, porque aparece en varias de las más de cien reseñas que han publicado medios nacionales y extranjeros sobre El Bus TV. Cuando Darío pasa gritando: “¡Oído, comunidad!”, los vecinos saben que se enterarán de algo útil. Se sabe de memoria la fecha de cada emisión:

—Van 68, contando la de hoy. Aquí está ordenado para recordar todo lo que he aprendido. Antes de redactar las noticias, sé que tengo que responder qué, quién, dónde, cuándo, cómo y por qué.

Darío tiene tantos años viviendo en La Cruz que muchos lo ven como fundador del barrio. Allí formó su familia, ahora atomizada: cuatro de sus cinco hijos emigraron a Chile, España, Miami.

La emisión de hoy toca en la casa 18.06 de la vereda principal, donde vive Rosa Elena Román, una doña que se pone celosa si se suben a otro balcón.

—Si no fuera por el señor Darío, no nos enteramos de lo que está pasando —dice Rosa Elena mientras despeja el balcón para que instalen el altoparlante y conecten el sonido.

A Florantonia, quien coordina el vínculo con las cuatro comunidades en Caracas donde dan noticias, le impacta cómo la gente ha olvidado la costumbre de informarse desde que se hizo imposible conseguir efectivo para ir a un kiosco a comprar el periódico y desde que la televisión dejó de pasar noticieros independientes.

—Se van desprendiendo de ese hábito porque hay otras cosas que copan todo su tiempo.

Como sucedió en Chapellín, otro barrio del centro de Caracas, donde también presentan “La Ventana TV”. Allí a muchos les aterra dar y recibir noticias porque sienten que si los pillan, pueden perder los beneficios sociales que les da el gobierno, como las bolsas de comida a precios subsidiados, los bonos por maternidad, vejez, discapacidad. En ese sitio los reporteros son dos vecinos: Roberto Colmenares, un mototaxista a quien le falta una pierna, y Joel Barreto, un exbasquetbolista que se convirtió en productor de eventos deportivos.

—Al principio hubo escepticismo por las diferencias políticas: nos etiquetaban de opositores —lamenta Roberto.

Comenzaron pegando papelógrafos y se los arrancaron. Explicaron al consejo comunal que ellos daban información de interés. Pegaron otro cartel con reportajes provenientes de medios censurados y se lo volvieron a arrancar. Luego les tocaron la puerta y amenazaron a su familia: “Ya sabemos lo que estás haciendo”. Tenían apenas un mes de trabajo en esa comunidad.

—Poco a poco hemos ido abriendo el espacio —dice Joel—. Nos preguntan qué sabemos de las vacunas, cómo quedó el partido, cuándo pagan el seguro social. Hasta los del consejo comunal (oficialista) han comentado que les gustaría dar un noticiero así también.

La desinformación en este barrio, donde habitan más de cuatro mil personas, es tal que pocos sabían que había muerto Diego Armando Maradona hasta que los “señores de la radio”, como llaman a Roberto y Joel, lo anunciaron en su noticiero una semana después.

—Una señora no lo creía y nos preguntó de dónde habíamos sacado la información —cuenta Joel—. En la siguiente emisión, dos días después, otro señor gritaba: “¿Cómo que se murió Maradona? ¡No puede ser! ¿De dónde sacaron esa noticia?”

Parece inverosímil que una noticia tan viral pase inadvertida en la era de las redes sociales, pero Chapellín semeja un búnker en el que rebotan hasta las señales de teléfono.

—Cada vez que tengo que enviar o recibir mensajes de texto o WhatsApp tengo que salir de mi casa y caminar hacia el puente para que llegue la señal —explica Roberto—. Además, hay muchas fallas de electricidad y la luz se va a cada rato, por lo que casi no podemos ver televisión.

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Jamil Espinoza lee noticias desde un balcón del barrio La Lucha, en Caracas.

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Durante la pandemia, el regreso al transporte público en Venezuela ha sido lento y nada masivo. Está claro que muchas cosas cambiaron durante este periodo, entre ellas, la dinámica de El Bus TV con su público.

—Varias líneas de autobuses desaparecieron, otras cambiaron de ruta, pero la gente sigue con hambre de información —dice Marylee Blackman, reportera de Maracaibo, capital del Zulia, estado que tiene frontera norte con Colombia.

Todos estos reporteros que, como ella, rondan los veinte años tienen algo en común: no han conocido otro sistema de gobierno distinto al chavismo.

—Al empezar en la primera cohorte de Comunicación en Mérida —recuerda Alejandro Herrera — éramos 36 estudiantes. Ahora quedamos ocho y cuatro estamos en el equipo de El Bus TV. Muchos emigraron, otros buscaron empleos para sobrevivir. Pero yo desde el primer momento sentí que estaba haciendo algo por mi país, un frente a la censura. A mis veintiún años no me quiero ir de Venezuela, no he dejado que la crisis influya en mi cabeza, y Bus TV ha sido clave en esto.

Pero ¿en cuánto puede contrarrestar un medio así el vacío de noticias? Son apuestas que tendrían que multiplicarse, advierte el director de Medianálisis, Andrés Cañizález.

El Bus TV representa la profunda desinformación que hay en Venezuela, pero su impacto es reducido y muy local —dice el investigador—. Tendría que haber muchos Bus TV en otros lugares para que tuviera mayor efectividad. Necesitamos a mucha más gente comprometida que asuma que la información forma parte de su activismo ciudadano.

La indiferencia de la ciudadanía, de hecho, parece haberse acrecentado durante la pandemia. Juan Pablo Lares, el reportero de Caracas, dice que antes la gente agradecía en casi todos los buses donde leían el noticiero, pero que en estos momentos los aplausos son esporádicos.

Ahora están por subirse al séptimo bus de la jornada. Piden permiso al chofer, dan los buenos días. Tres adolescentes sentados en la última fila voltean por cinco segundos cuando los ven subir y luego continúan hablando entre ellos. La noticia sobre los venezolanos que migraron a Chile no les llama la atención.

Un hombre en sus sesenta grita desde los asientos traseros:

—¡No se escuchaaaaaa!

Maximilian se pega el micrófono al tapaboca para que su voz no rebote en la máscara de plástico. Entonces dice, como ha dicho en todos los otros buses, como dirá en el próximo y último del día, que la meta del gobierno chileno es deportar este año a 1 500 extranjeros sin papeles y que esta semana fueron deportados sesenta venezolanos.

Antes de terminar agrega:

—¿Sabes por qué no puedes ver reportajes de Armando.info a través de algunas operadoras? Porque Armando.info es constantemente bloqueado como parte de la censura sistemática del gobierno. Este noticiero offline es una forma de vencer la censura. Gracias por su atención y seguiremos informando.

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Darío Chacón ayuda a Marilyn Figuera a revisar los toques finales de un papelógrafo, en el suelo de su sala, mientras el hijo de Marilyn los alumbra con su teléfono móvil, en el barrio La Cruz, en Caracas.

 


Liza López

Periodista, editora y profesora de periodismo de la Universidad Central de Venezuela con veinticinco años de experiencia como reportera y coordinadora editorial en medios nacionales y corresponsalías. Fundó en 2007 la revista de crónicas Marcapasos y en la actualidad es directora del medio digital independiente Historias que laten. Tiene una especialización en edición de revistas del Centro Profesional para Periodistas de París y en Sociología de América Latina del Instituto de Estudios Latinoamericanos. Trabajó en El Universal, El Nacional y Últimas Noticias. Ha sido corresponsal de la revista colombiana Semana y del diario argentino La Nación, así como productora para la BBC, ARD Radio y ARD TV de Alemania. Ha recibido reconocimientos por proyectos periodísticos de organizaciones como el IPYS, Fundación Gabo y el ICFJ. Actualmente coordina el Diplomado de Nuevas Narrativas Multimedia de Historias que laten, en alianza con el Centro Internacional de Especialización Profesional de la ucab y la Fundación Konrad Adenauer.

Cristian Hernández Fortune

Periodista y fotógrafo autodidacta. Egresado de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, busca explorar y capturar el surrealismo único de Caracas y su gente, además de contar historias de interés humano. Trabajó en diarios impresos y digitales y colabora como freelance con agencias de noticias internacionales y medios dedicados a la crónica y el periodismo de largo aliento.

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