El tesoro cautivo en las turberas del sur de Chile
Muriel Alarcón
Fotografía de Fernando Alarcón
Chile alberga alrededor de tres millones de hectáreas de turberas, un tipo de humedal que juega un papel relevante en la regulación del clima al capturar carbono de la atmósfera. Hoy, la explotación indiscriminada del pompón, un musgo que crece en ellas, amenaza esa capacidad de mitigación. Mientras en ese país se discute un proyecto de ley para proteger las turberas, un grupo de científicos chilenos busca la solución para preservar y regenerar estos ecosistemas y mantener la estabilidad económica de quienes viven del pompón.
Sobre una placa de Petri, la científica Carolina León recuesta una planta parecida a una hebra de lana gruesa de color beige. Mide cinco centímetros, tiene forma de espiral y desde su tallo emergen hojas milimétricas. León señala uno de sus extremos y dice: “Es la parte que va a estar más expuesta”. Se refiere al capítulo, coloquialmente llamado “cabecita”. Bajo la luz fría del laboratorio, donde trabaja junto a su equipo en Santiago de Chile, usa una botella rociadora para lanzarle un chorro de agua. La hebra adquiere lentamente un tono petróleo. Luego, empieza a hincharse. Esta planta es un musgo y se llama Sphagnum magellanicum. Se le conoce como “pompón” por su nombre en mapudungún, la lengua mapuche, que es poñ-poñ y significa esponja. Es capaz de absorber hasta veinte veces su propio peso en agua.
León, de cuarenta años, aunque aparente una década menos, menuda, formada como bióloga en la Universidad de Concepción, doctora en Biología de la Conservación de la Universidad Complutense de Madrid, estudia el pompón desde hace quince años. Es coautora de libros y publicaciones académicas, ha dictado decenas de conferencias, clases y talleres sobre este musgo, y lidera el Centro de Investigación en Recursos Naturales y Sustentabilidad de la Universidad Bernardo O’Higgins en Santiago, donde explora, con fondos de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo, las maneras de conservar el ecosistema donde crece el pompón.
Toma la hebra con sus dedos en forma de pinza. Minutos después, la fibra hidratada se vuelve verde fosforescente y de estructura porosa, como la de una esponja. “Tras un estado de latencia, resucita”, explica.
El pompón vive así, sobrepasado en agua, sobre la superficie de la turbera, un tipo de humedal que domina 2.85 millones de hectáreas en el sur de Chile, entre la región de Los Lagos y la de Magallanes. La turbera es como una cama de agua de cubierta pegajosa, en la que León ha aprendido a adentrarse, sin resbalar, con sus botas de agua.
“El gran tesoro es lo que tiene almacenado”, dice sobre el carbono que la turbera mantiene cautivo bajo su superficie en la turba, una especie de colchón gigante que puede medir entre cincuenta centímetros y diez metros de profundidad. La turba siempre está muy mojada, y eso evita que las plantas y restos de vegetales que la conforman tengan contacto con el oxígeno, se descompongan y liberen gases de efecto invernadero. La capacidad de almacenamiento de carbono vuelve a las turberas cruciales en la regulación del clima del planeta.
“Si no cuidamos estos ecosistemas, pueden dejar de ser sumideros de carbono y volverse grandes emisores de ese elemento”, advierte.
En Chile, el pompón y la turba se explotan para ser comercializados como sustrato para plantas. Pero malas prácticas en su extracción han puesto a las turberas en peligro.
León decidió enfocar su investigación en el pompón porque percibió que cada vez eran más las personas que lo explotaban sin control, lo que constituye la mayor amenaza para las turberas. Sostiene que a pesar de que a la turba se la trata como si fuera un mineral, tal como el oro o el cobre, y se la puede extraer a través de una concesión minera, su explotación en Chile “es muy marginal”. La turba que se comercializa en el país se importa de otros destinos, como Canadá y los Países Bajos. “En estos lugares, las turberas ya han sido drenadas”, dice. Dado que las turberas en el sur de Chile no están tan dañadas como las del hemisferio norte, cree que aún se está a tiempo de salvarlas, si se encuentran formas sustentables de extraer el pompón.
El pompón vive sobrepasado en agua, sobre la turbera, un tipo de humedal que domina 2.85 millones de hectáreas en el sur de Chile. La turbera es como una cama de agua, en la que León ha aprendido a adentrarse, sin resbalar, con sus botas de agua.
El pompón se recoge, se seca, se enfarda y se exporta en 85% a Asia, según la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (Odepa). Allí se utiliza como sustrato para las orquídeas. Al otro lado del planeta, al contacto con el agua, las hebras secas y onduladas del pompón despiertan de su letargo para hidratar a esa planta que necesita un ambiente húmedo.
León tomó esta hebra de pompón ocho meses atrás de una turbera en Maullín, en la provincia de Llanquihue, Región de Los Lagos, casi mil kilómetros al sur de Santiago.
En la Región de Los Lagos, que incluye a las provincias de Osorno, Palena y la isla de Chiloé, hace unos veinte años comenzó la recolección del pompón. Es el principal punto donde se lo explota, según el Servicio Agrícola y Ganadero de Chile (SAG).
Cinco años atrás, nadie hablaba del pompón en el país, hasta que un proyecto de ley que empezó a discutirse en 2018 para proteger las turberas —también conocido como la “Ley Pompón”— buscó, en sus inicios, prohibir la explotación y comercialización de la turba y el pompón. Pero esto despertó un conflicto entre ambientalistas y recolectores, por sus posiciones opuestas sobre el uso de las turberas. Los ambientalistas quieren que permanezcan intactas, mientras los recolectores aspiran a seguir extrayendo el recurso.
Entonces León abandonó el laboratorio y empezó a hacer sus experimentos en terreno.
“Me involucré en el problema —dice—. En la academia uno mira estos asuntos desde la vereda. No les pone cara. Que pasen nomás. Y te mentiría si te digo que en los momentos más duros no he pensado: ‘¿Y quién me manda a mí a meterme en esto?’”.
También puede interesarte: Las voces de Acapulco. Los días después del desastre
***
Vista desde la altura, una turbera parece el cráter que dejaría la explosión de una bomba en un bosque. Rebalsada de agua y salpicada de cabecitas de pompón rojo, amarillo, naranja y café, que agrietan su superficie como si fueran estrías en la piel. Aunque ocupan 3% del espacio del planeta, las turberas son uno de los mayores depósitos de carbono del mundo, según la Asamblea de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, que en 2019 se comprometió a conservarlas.
Un estudio publicado en mayo de 2023 en la revista científica Austral Ecology, encabezado por Jorge Pérez, profesor de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, concluyó que las turberas son uno de los ecosistemas que retienen mayor stock de carbono, al acumular cerca de 1 700 toneladas de este elemento por hectárea. Esto llevó a Pérez a concluir que tanto bosques como turberas de la Patagonia chilena almacenan casi el doble de carbono que los bosques de la Amazonía por hectárea.
“Si uno considera que el carbono que hay en el suelo a nivel mundial es tres veces el que está contenido en todas las plantas del mundo, las turberas contienen la misma cantidad de carbono que toda su vegetación”, dice Pérez, también investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad y del Centro Internacional Cabo de Hornos.
No hay registro de cuántas turberas existen en territorio chileno, pero bajo el Acuerdo de París, el Estado se comprometió a hacer un inventario para 2025.
Sin un catastro oficial de las turberas degradadas, Gabriela Navarro, encargada de la unidad de Vinculación Científica-Académica de la sede que la Universidad Austral de Chile tiene en Puerto Montt, dice que la principal amenaza de este ecosistema está en la Región de Los Lagos, sobre todo en la isla de Chiloé. Ella creó en 2005, con otros profesionales, la Mesa Humedales de Chiloé, instancia de la que es vocera.
El pompón se recoge, se seca, se enfarda y se exporta en 85% a Asia. Allí se utiliza como sustrato para las orquídeas. Al otro lado del planeta, al contacto con el agua, las hebras secas y onduladas del pompón despiertan de su letargo para hidratar a esa planta que necesita un ambiente húmedo.
Si bien la extracción de la turba ha sido condenada por la comunidad científica chilena, desde 2012, la Ley 19 300 (Ley sobre Bases Generales del Medio Ambiente) obliga a quienes la extraen a pasar por una evaluación del daño ambiental que provocan. Pero la recolección de pompón solo fue reglada a partir de 2018, cuando el SAG creó el Decreto 25. Esta norma, vigente desde 2020, indica que el musgo solo se corte con la mano o con una horqueta, siempre asegurando que queden al menos cinco centímetros de musgo vivo. También obliga un curso de prácticas sustentables de recolección y un plan de cosecha, y prohíbe usar máquinas pesadas y drenar el área. Para los investigadores, esta herramienta es insuficiente porque “el SAG no tiene capacidad de supervisar que la norma se esté cumpliendo, y el impacto es muy alto y muy rápido. No hay vuelta atrás”, dice Navarro. Según Carolina León, “es una fiscalización débil, porque no tiene parámetros del monitoreo del recurso ni establece cuotas máximas para controlar que se esté haciendo bien”.
Para Navarro, la importancia de la regulación es más relevante en esta isla por sus períodos de escasez de agua, a pesar de las fuertes lluvias invernales. Muchas familias chilotas de sectores rurales reciben agua potable en camiones aljibe. Si el pompón absorbe agua durante invierno, en verano es capaz de entregarla a las napas subterráneas, las reservas de agua dulce en Chiloé que, al no contar con una cordillera, no recibe abastecimiento durante los deshielos, como sí ocurre en el resto del país. “Lo único que va quedando son las napas subterráneas que están siendo nutridas por estas turberas —dice Navarro, desde su oficina en Puerto Montt—. No tenemos otra forma de conservar agua dulce en esa provincia”.
Fue la ausencia de una norma para explotar el pompón lo que produjo un boom de malas prácticas. Navarro, León y otros académicos saben de recolectores —también llamados “pomponeros”— que arrancan pompón sin dejar rastro vivo que permita su regeneración. En casos extremos, drenan la turbera para hacer más fácil el acceso al lugar, y más cómodo el transporte del pompón en sacos. Un daño irreparable, según León, pues cuando una turbera está drenada, el carbono ya no se puede recuperar. “En escala humana, la recuperación toma miles de años”, dice. Conoce casos de pomponeros que han sacado el pompón y la turba con motosierras y han usado tractores, retroexcavadoras y bueyes para trasladar sacos colmados de sus hebras. Asegura que la venta de la turba es condenada porque saben que su extracción significa arrasar con el pompón, lo que impide que se regenere. “Los pomponeros le dicen a la turba ‘musgo estañado’ y es mal visto —dice León—. Pero hay mafias y gente que la compra igual”.
Para muchos, el proyecto de ley para proteger las turberas, que sugería en sus inicios prohibir la explotación y comercialización de la turba y del pompón, podría acabar con este problema. Era la primera vez que una normativa miraba a la turbera como un ecosistema completo y reglamentaba la extracción de ambos recursos. Pero la propuesta fue rechazada por legisladores y repudiada en el sector agrícola —sobre todo entre viveristas que importan turba— y entre quienes viven del pompón.
También puede interesarte: Una guerra silenciosa, la crisis del agua en Chile
En marzo de 2022, ochenta pomponeros bloquearon por horas la Ruta 5 Sur, la carretera más importante de Chile, a la altura de Calbuco, en la Región de los Lagos, con banderas chilenas y mapuches, banderines negros y carteles, en rechazo al proyecto de ley, que decían: “Señores del Congreso, no nos quiten nuestro trabajo” y “Somos podadores de musgo pompón, no extractores de turba”. Exigieron la presencia de la delegada presidencial y la firma de un compromiso para ser recibidos en el Congreso.
Tras el incidente, cada nuevo intento por concretar esta ley ha sido rechazado por los legisladores. El 7 de agosto de este año hubo una sesión en el Congreso, que dirigió la ministra del Medio Ambiente, Maisa Rojas, con el objetivo de “solucionar las controversias surgidas durante la tramitación del proyecto de ley”. Rojas sugirió armar un comité científico, con un grupo de seis investigadores, que asesore la redacción del proyecto de ley. Ella puso sobre la mesa una nueva propuesta que impide la extracción de la turba, aunque permite importarla, y si bien acepta la extracción del pompón, la regula. El 16 de agosto, la científica León recibió la invitación para integrar este comité.
“Tengo la convicción y quisiera poder demostrar —dijo Rojas— de que aquí existe una manera de hacer uso del pompón de una forma sustentable, resguardando estos ecosistemas”.
***
Mucho antes de que la discusión sobre un proyecto de ley para proteger las turberas llegara al Congreso, un grupo de campesinos de la isla de Chiloé había avanzado en su conservación. Uno de ellos es Hermes Vera, 56 años, oriundo de Chonchi, una localidad de casas de madera de colores brillantes en la costa occidental de Chiloé, y dueño de un aserradero.
Vera creció frente a las turberas de Púlpito y ahí montó su palafito, una construcción típica de la isla levantada sobre pilares de madera, a principios de los 2000, cuando en Chiloé la extracción del pompón era incipiente. Si bien heredó parte del terreno de sus abuelos, hoy comparte las doscientas hectáreas con otra propietaria.
En un día lluvioso, junto a su cocina a leña, Vera habla con nostalgia de su niñez. Recuerda sus corridas por la turbera a pie descalzo y las veces en que desafió a sus amigos a desplazarse sin caerse sobre la superficie resbaladiza de este suelo siempre húmedo. Por mucho tiempo mantuvo la turbera cerrada al público, pero desde que comprendió su importancia ecológica la abrió para dar educación ambiental. Integra junto a Gabriela Navarro la Mesa Humedales de Chiloé y planea crear en el futuro una fundación para proteger estas formaciones.
“Cuando sacas la turba, no solamente liberas carbono. También contaminas las aguas que tienes en el humedal”, dice.
Vera se pone sus botas de agua y enfila hacia la pasarela que levantó para contemplar su turbera. Un cartel advierte: “Las turberas son el mayor reservorio de agua del archipiélago de Chiloé y la actual fuente de abastecimiento de agua para las comunidades locales”. El paisaje está salpicado de pompón inflado. También de líquenes, plantas hepáticas —parecidas a un hígado— e insectívoras que forman un tapiz verde, rojizo y anaranjado, el cual se extiende en montículos hasta donde alcanza la vista. Lo rodean cipreses, ñires y coihues, donde se asoman pudús, carpinteros negros y una rana que lleva por nombre sapo esmeralda de la selva.
“El pompón da vida a todas las especies que tenemos en este lugar —agrega Vera, tocando la superficie de su turbera como si le tomara el pulso—. Abarcas un metro cuadrado y hay muchas especies asociadas al Sphagnum”.
Fue la ausencia de una norma para explotar el pompón lo que produjo un boom de malas prácticas. Académicos saben de recolectores —“pomponeros”— que arrancan pompón sin dejar rastro vivo que permita su regeneración.
Hoy las turberas de Púlpito son parte de la Red de Turberas de Chiloé junto a las de Punta Lapa, en Quellón, y las de Aucar, en Quemchi. Una figura todavía simbólica, dice, pues su categoría no impide que en ellas se exploten la turba y el pompón. Muchas agencias turísticas le proponen visitas a la turbera, pero se ha negado a recibirlas. Solo permite el ingreso a estudiantes e investigadores.
También lo hace el agricultor Segundo Aquintuy, 45 años, dueño de las turberas de Aucar, a media hora de Quemchi, en la costa norte de Chiloé, quien muestra en su celular fotos de niños visitando su santuario. “Chiloé no tiene cordillera”, insiste Aquintuy cuando guía un recorrido al anochecer por su bosque. “Esta —dice refiriéndose a su turbera— es nuestra cordillera”. En muchas ocasiones le han ofrecido dinero para explotar el pompón. “Pero ¿para qué quieres tanta plata para vivir? Cuando uno se muere, no se lleva nada. Mi mamá hace como un mes murió y no se llevó nada. Yo prefiero ser un tipo feliz, levantarme en la mañana y caminar por el sendero. A mí me gusta vivir con lo justo nomás”, dice al recorrer un angosto camino, solo deteniéndose para comer chaura, algo así como un fruto nativo de Chile que él dice que tiene efecto antiinflamatorio.
Mientras salta con dominio los charcos que se forman en la huella, cuenta que hay días en los que el nivel del agua le llega hasta las rodillas. Si explotara el pompón y la madera de su bosque, ganaría “miles de millones. Pero yo me quedo con esto”.
Tanto Vera como Aquintuy estaban satisfechos con la idea de una legislación que protegiera las turberas y prohibiera completamente su uso, pero que la última versión del proyecto proponga regular la extracción de pompón preocupa a Vera. Insiste en que el pompón no debería ser explotado en Chiloé por el problema de escasez hídrica de la isla. Según él, quienes hoy escriben la ley “no saben lo que es vivir en el campo con necesidades. En este caso con la necesidad del agua. Ellos no reciben a un camión aljibe que le esté llenando un estanque para que puedan hacer la comida”.
El pasado 2 junio se celebró el Día Internacional de las Turberas en un refugio que Aquintuy levantó en las turberas de Aucar con pedazos de madera y que decoró con frazadas de lana de oveja chilota, en vez de cortinas, y dibujos hechos por niños de la ranita de Darwin, un anfibio de nariz puntuda que vive en la Patagonia, y el pájaro chucao, un ave pequeña, de rayas blancas y negras y pecho rojo. Cerca de treinta personas se reunieron alrededor de su cocina a leña mientras escuchaban a un grupo de estudiantes de enseñanza básica de la Escuela Rural Huite entonar con bombo, guitarra, acordeón y melódica una canción que decía: “El agua vamos a cuidar, los bosques a proteger, los humedales van a ser el tesoro de Chiloé”.
Activistas de la Fundación Mapa, un grupo liderado por mujeres medioambientalistas de Puerto Varas, guio una caminata al bosque de Aquintuy. Estaba con ellos el geógrafo Álvaro Montaña, integrante de Defendamos Chiloé, la agrupación medioambientalista más activa de la isla, y miembro del Centro de Estudios y Conservación del Patrimonio Natural de Chiloé, quien dijo: “Hemos estado impulsando fuertemente una ley que prohíba la extracción de este famoso pompón. Hoy se pueden sacar hasta cinco centímetros. Estos cinco centímetros crecen de manera diferente dentro de una turbera. En los cojines, como los que están acá, crecen a cierto ritmo, y en las partes deprimidas, crecen a otro. Creemos, como organización, que no es posible un manejo sustentable de esto”.
Montaña propone que se prohíba por completo la extracción.
También puede interesarte: Los cazadores de superbacterias, ¿cuál será la próxima pandemia?
***
No existe una cifra oficial de cuántos pomponeros hay en Chile. Si bien el Decreto 25 lleva registro de quienes han aprobado el curso que obliga la norma —hasta 2022 había 1 312 personas certificadas— y de planes de cosecha —a la misma fecha llegaban a 234—, según el SAG el número de quienes explotan el pompón es mucho mayor, pues las cifras no consideran toda la cadena productiva.
Cuando se empezó a discutir el proyecto de ley para proteger las turberas y prohibir la extracción de pompón, los extractores de la Región de Los Lagos se organizaron para plantear su rechazo. Los dos grupos más grandes son la Asociación Gremial de la Industria del Musgo Pompón de la Ruta Costera de Chiloé y la Asociación de Podadores de Musgo de la Provincia de Llanquihue. Están conformadas por decenas de campesinos, se reúnen en asambleas y están contactadas por Facebook y WhatsApp.
La primera es dirigida por Guillermo Correa, 33 años, santiaguino, extrabajador en una multitienda. Llegó a Chiloé por amor y cuenta que lleva diez años dedicado al negocio del pompón, mientras recorre el sector de Pido, en la ruta costera que lleva a Chacao, al extremo norte de Chiloé, donde lo cosecha. Asegura que el pompón les da un sueldo a sus suegros jubilados, y le permite pagar la educación de sus hijos y una parcela en cuotas. “Si me prohíben el pompón, pierdo la parcela”.
Los precios de venta del pompón han aumentado. Si hace tres años se pagaba por kilo cerca de dos dólares, hoy esa cifra llega a más del doble. Un pomponero puede ganar poco más de tres mil dólares al mes.
“Yo vivo de esto. Trabajo de esto. Tengo ovejas, pero tienen temporadas. Ya no tengo de adónde más sacar la plata. El pompón es todo el año, invierno y verano. ¿Qué mejores ambientalistas que nosotros mismos? Somos los que queremos que esto siga, que no se termine. Obviamente que vamos a querer cuidar el humedal. Y obviamente que no vamos a permitir que le metan máquina o que llegue cualquiera a sacar de raíz”.
Si bien el pompón se extrae en Chiloé, su secado se hace principalmente en Llanquihue, a poco más de doscientos kilómetros de la isla, donde el clima es mucho más cálido. Si en Chiloé viven los que extraen pompón, en Llanquihue están los que lo secan en tendales o secadores, unas carpas de madera y nailon con la apariencia de un invernadero. Allí los pomponeros limpian las hebras de impurezas antes de venderlas. Decenas de tendales pueden verse en la ruta que une Chiloé con Llanquihue, en el sector de Calbuco. Ahí tiene los suyos Natalie Uribe, 35 años, oriunda de Valdivia, la vocera de la Asociación de Podadores de Musgo de la Provincia de Llanquihue, secadora desde hace ocho años y quien lideró la protesta contra el proyecto de ley en la Ruta 5 Sur el año pasado. “Todo lo que nosotros hemos logrado ha sido gracias al pompón. Ya el mar no tiene todo lo que tenía antes, porque se sobreexplotó”, dice Uribe.
Los precios de venta del pompón han aumentado. Si hace tres años se pagaba por kilo cerca de dos dólares, hoy esa cifra llega a más del doble. Un pomponero puede ganar poco más de tres mil dólares al mes.
Luego ingresa a uno de sus ocho tendales, una estructura angosta de marcos de madera cubierta por nailon traslúcido, que permite la entrada de luz solar y retiene el calor y la humedad. “El secado es el mejor trabajo que puedo tener, porque yo estoy criando a mis tres hijos aquí mismo, estoy con ellos”, dice.
Cuando el pompón está seco, llama a su proveedor, que lo enfarda y lo exporta. Siempre hay demanda. Hay varias empresas, como Alimex y Chiloé Moss, pero ella trabaja para Lonquén Chile, dirigida por Luis Matta.
En Puerto Montt, a poca distancia de la isla de Chiloé, Lonquén Chile funciona en un camino rural, tras un portón metálico. Se creó en 2000 y es de las plantas exportadoras más grandes y antiguas. La oficina principal de Matta está construida en madera y tiene el aspecto de una tienda de artesanías. Pero en vez de souvenirs, sus vitrinas exhiben decenas de muestras enfardadas de pompón de distintos tamaños. Los envases llevan descripciones sobre su origen, cuidado y usos. La mayoría ilustra el producto con dibujos de orquídeas y frases en taiwanés.
De acuerdo al SAG, las exportaciones de pompón en 2022 tuvieron como principales destinos Taiwán, China, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Vietnam. La cantidad en kilos no ha variado entre 2018 —cuando se contó en 3 603 530— y 2022 —3 969 179 kilos—.
Según la Odepa, las exportaciones chilenas de pompón crecieron hasta 2013, cuando alcanzaron un tope de 21.9 millones de dólares, y se estabilizaron en catorce millones. En 2022 se incrementó el volumen exportado, con un aumento del valor, porque hubo una subida de 46% en los precios.
Matta, un hombre de 67 años que trabajó treinta como gerente en un banco internacional en Santiago y España, conduce a las instalaciones de su planta, donde el murmullo de unos cincuenta hombres y mujeres jóvenes, varios haitianos, venezolanos y colombianos, se mezcla con el bolero que proviene de una radio. El espacio es amplio, con mesas de trabajo dispuestas en filas ordenadas. Los trabajadores limpian y clasifican el pompón seco en cintas transportadoras. Eliminan sus impurezas: juncos, hojas verdes y restos de tierra. El pompón limpio se coloca en máquinas que lo enfardan en paquetes compactos y uniformes. Hay de cien gramos, 150 gramos, un kilo. Matta estima en setenta sus clientes, dispersos en más de treinta países. Sus órdenes de venta son para Estados Unidos, Japón, Corea, Taiwán, China, Turquía y Singapur, entre otros.
“Es un producto renovable. Lo que tienes que hacer es enseñar, cosechar en forma adecuada, porque lo cosechas y vuelve a crecer. Tenemos proveedores, por ejemplo, que partieron sacando quinientos sacos de su humedal o mil sacos y hoy están sacando ocho mil”.
Dice que diez años atrás, cuando no se lo regulaba, el pompón no se trabajó bien. Pero que de esa experiencia aprendieron. Muestra en su celular fotos con drones que vigilan la cosecha de sus clientes. “No creo que este sea un producto que le está haciendo daño al medio ambiente. Lo puedes desarrollar, tienes que cuidarlo”.
Hay un sistema de trabajo, asegura, y también modelos internacionales que mirar. Pone como ejemplo la experiencia del Centro Greifswald Mire, en Alemania, de referencia en el estudio de la regeneración de turberas degradadas. Allí logran que el musgo vuelva a crecer en las turberas en mal estado, tal como si trasplantaran un órgano: toman musgo sano de una turbera saludable y lo colocan sobre la turbera dañada para que vuelva a crecer.
El 25 de septiembre pasado, en el más reciente encuentro para discutir el proyecto de ley, el comité científico que convocó la ministra Maisa Rojas entregó un informe preliminar a legisladores. En la sesión, su coordinador, el académico de Ciencias Biológicas Pablo Marquet, dijo que habían revisado la última versión del proyecto que incluía la modificación propuesta por la ministra: prohibir la explotación de turba, permitir la importación, y regular la extracción del pompón. Según Marquet, presentaba un avance respecto del Decreto 25, pero había una palabra que está poco en el proyecto y es la palabra “restauración”, que consideran una prioridad. También recalcó que más que un plan de cosecha del pompón, lo que se necesita es un plan de manejo que se ocupe de todo el ecosistema; es decir, que la ley no solo regule cómo se debe extraer el pompón, sino que obligue a monitorear el entorno de la turbera de donde se lo saca, su ubicación, sus niveles de agua, la capacidad del pompón de crecer en esas condiciones.
“Esa es una mirada holística a la que hay que propender —dijo Marquet—. Cuando uno remueve la cubierta vegetal, lo que está afectando es al resto de la biodiversidad”. Agregó que era posible la recolección sustentable del pompón, pero bajo ciertas condiciones y en lugares definidos. Citó la evidencia internacional y dijo que lo que determinaba la velocidad con la que se regeneraba el pompón eran las condiciones climáticas y el tipo de turberas.
Hacia el final de la presentación, Carolina León agregó: “Hemos hablado de hacer un plan de manejo y no un plan de cosecha”, pero “los planes de manejo necesitan apoyo. Establecer mejores y otras formas de recolección va a implicar que voy a recibir menos, y eso necesita una estrategia de soporte a esas familias. Por eso, esto no puede pensarse como que solo la ley va a tener como consecuencia la conservación de las turberas”.
También puede interesarte: Un liceo para todes. La revolución de la educación incluyente en Chile
***
Son cerca de las diez de la mañana de un viernes de mayo en Quemchi, y varios pomponeros se agrupan en la entrada de la Biblioteca Municipal. En el auditorio del segundo piso de un palafito chilote construido en teja de alerce, Carolina León saluda con familiaridad a hombres y mujeres de mediana edad, chequea sus nombres en una lista y les indica una mesa con café, té y galletas.
León se presenta y presenta a su equipo: el antropólogo Eduardo Leiva y la socióloga Catalina Castillo. El equipo también está conformado por el biólogo Alfonso Benítez y el bioquímico Jaime Herrera, que ese día no se encuentran en Quemchi, sino en su laboratorio.
“Vamos a trabajar varias cositas —dice, cómoda en su rol de oradora—. ¿Por qué actualmente han cobrado tanta relevancia los humedales y las turberas? Porque reconocemos en ellas muchas cosas beneficiosas para todos.
”La turba, lo que está abajo, tiene una gran cantidad de carbono, y si se descompone va a generar un gas que va a gatillar el cambio climático. Por eso, lo que nosotros queremos es que la turba, lo que está allá abajo, se quede ahí quietito… ¿Podemos hacerlo? —pregunta León y, antes que alguien responda, dice—: Sí, con cosas bastante sencillas.
”El costo para reparar el lugar dañado por la extracción de turba es muy alto, y nadie está dispuesto a pagar ese daño. Pero con buenas prácticas el pompón crece. Cuando se trabaja mal, es como si metiesen un chancho que da vuelta todo”.
León ha sido en Chile una de las principales impulsoras de los planes de manejo del pompón. Esta mirada que pone de protagonista al ecosistema, y no al pompón, está presente en varios protocolos de extracción desarrollados por universidades.
Si bien León proviene del mundo de las ciencias naturales, con el tiempo se dio cuenta de que lo que más le gustaba era la conservación. Cuando constató que los problemas no se resolvían solo enseñándole a la gente, supo que su disciplina no le daba todas las herramientas. Empezó a buscar turberas para muestrear, conoció a pomponeros que hacían el trabajo muy mal. Habían perdido predios al drenarlos, pero otros lo hacían muy bien. Pensó que cambiar la fuente laboral para una preservación estricta sería imposible. “Porque ni cultural ni económicamente están preparados. Necesitaba entender más a las personas que generaban esas amenazas, entender por qué las generaban y cómo cambiarlas”, confiesa. Así se propuso generar alianzas. “No vamos a estar en cada turbera para decirle a la gente: ‘Cuídela’”.
Los trabajadores limpian y clasifican el pompón seco en cintas transportadoras. Eliminan sus impurezas: juncos, hojas verdes y restos de tierra. El pompón limpio se coloca en máquinas que lo enfardan en paquetes compactos y uniformes. Hay de cien gramos, 150 gramos, un kilo. Matta estima en setenta sus clientes, dispersos en más de treinta países.
Para esto, integró a su equipo a profesionales de las ciencias sociales y empezó a escuchar los métodos con los que los campesinos aseguraban hacer un buen trabajo. Hablaban de la “primera mano” para referirse a los quince centímetros que sacaban de pompón cuando cosechaban la turbera. Equivalía, en muchos casos, al cuarto del total del musgo vivo.
Lo decía la investigación científica. Una hebra de pompón podía medir entre cinco y veinticinco centímetros, pero siempre la zona más alejada de la cabecita del pompón era la que tenía menos posibilidad de regenerarse. Mientras el tejido que quedara a la intemperie fuera más nuevo, su capacidad de generar nuevos brotes sería mayor. Muchos pomponeros, en cambio, extraían calculando el volumen necesario para cumplir con la meta de dinero que se habían propuesto. “Conociendo esos dos lados, dije: ‘Esto no es ni tan malo ni tan bueno’”.
León dice que varios pomponeros empezaron a pedirle su guía. “Por favor, vengan a darnos talleres, a ayudarnos”, le decían. A muchos, también, les molestaba que les dijeran cómo hacerlo: “Yo tengo mi predio hace veinte años. Si lo hiciese mal, ya no me quedaría nada y lo tengo lleno de pompón”, repetían.
Tiempo atrás, León conoció a Tomás Ovando, un agricultor de 67 años, oriundo de Santiago, antes dedicado a obras civiles, primero para empresas constructoras y luego forestales. Ovando vivía en Calbuco hacía treinta años y era un nombre recurrente en investigaciones académicas sobre el pompón. Había empezado a trabajar con científicos de la Universidad Santo Tomás, compartiendo y recibiendo datos. Toda esta información le había enseñado a ver que su turbera podía darle más pompón si vigilaba que sus niveles de agua no decayeran. “Si nosotros sacáramos el bosque nativo, este humedal muere. Y si nosotros sacamos el humedal, muere el bosque, entonces hay que cuidarlos a los dos”, dice desde de su predio, rodeado de canelos, coihues, ciruelillos, donde suele vigilar que no le roben el pompón.
Ovando muestra las nueve hectáreas de turbera que cultiva hace más de una década. Diez sacos de pompón que pueden hurtarle en una hora, dice, hoy se comercializan en unos 86 dólares. Y lo hacen: cuadrillas de cinco personas llegan en camionetas, cargan y se desvanecen por los senderos del bosque.
El hombre guía hasta su turbera. Antes de ingresar da introducciones para recorrerla tal como si fuera un terreno minado. Pasos cortos sin cruzar los pies, buscando las partes más altas y duras, pisando la chaura, un pequeño arbusto parecido al arándano de color blanco y rosado, o los juncos. Hay quienes han tenido que salirse de sus botas de agua y, en pies descalzos, desenterrarlas.
El predio está dividido en doce parcelas. En él, Ovando estableció un método para cosechar el pompón mirando su rendimiento, con una rotación que él calcula que completará en nueve años. Según su propio análisis, el agua ha aumentado diez centímetros en poco más de una década.
Ovando había escuchado de León, porque ella había coescrito un libro con las investigadoras Christel Oberpaur y María Francisca Díaz, con instrucciones para un plan de manejo sustentable que él había adoptado en su turbera. Pero solo la conoció en persona en 2018, cuando ella llegó a su terreno. León comprobó que Ovando llevaba monitoreos precisos del crecimiento del pompón y ofreció medir sus niveles de agua, con tubos de PVC equipados con registradores automáticos, que indican cuánto impactan las precipitaciones en la turbera. Según Ovando, en 2011 su turbera le daba trescientos sacos de pompón por hectárea. El año pasado, asegura, le dio 4 800. Su pompón es exportado por Lonquén Chile y se vende en Walmart como alimento de orquídeas. El dueño de la exportadora, Luis Matta, le ofreció el negocio, con la condición de mostrarle a su cliente en Estados Unidos la trazabilidad que no le ofrecían otros agricultores. Él aceptó y recibió a un grupo de norteamericanos en su terreno.
También puede interesarte: Mapuche, la denfesa por la tierra y el agua
Además de Ovando, León empezó a convocar a todos los pomponeros que son parte de la cadena productiva, incluyendo a Matta, pero también a la secadora Natalie Uribe, de Llanquihue; al extractor Guillermo Correa, de Ancud, y a la comunidad de pomponeros de Quemchi para aprender de su extracción. Como entre sus objetivos está el de replicar la experiencia del Centro Greifswald Mire, en Alemania, recuperando turberas degradadas, quería mejorar las técnicas para extraer y donar pompón a turberas donde se había perdido.
León y su equipo también han hecho talleres en terreno, en los que los pomponeros, como Ovando, han medido sus niveles de agua. Ha visto cómo varios han perfeccionado sus procesos. Pero también ha conocido la resistencia. Ha sufrido ataques. Dice que sus mediciones y las de otros investigadores sobre cuánto crece el pompón se han usado, sin especificar las condiciones ni el contexto, para respaldar posiciones “erradas y sesgadas” en el debate por el proyecto de ley.
León se ha sentido tan sobreexpuesta que borró sus redes sociales, sobre todo tras ser atacada verbalmente, a poco de iniciar una charla a los pomponeros. Una chilota le gritó: “Vienes aquí, no sé qué te crees”. “Hubo un momento que gritaba tanto que pensé que me iba a escupir”, recuerda. Fue tanto el desorden que el encuentro se suspendió. A un año del incidente, León dice que no ha dudado en que este es el sitio donde quiere estar.
“La ciencia tiene que aportar a la ciudadanía, tiene que servir, tiene que ser una herramienta, aunque a veces tiene sinsabores. Es que ¿para qué generar papers, si no van a tener un impacto en la calidad de vida de las personas?”.
El antropólogo Leiva dice que para que las estrategias de sustentabilidad y sostenibilidad sean exitosas en comunidades deben ser altamente participativas: “Es lo que también esta investigación intenta: pensar en conjunto la conservación”.
“La respuesta está en la ciencia en parte, pero no somos los que resuelven el problema”, agrega León.
“La ciencia tiene que aportar a la ciudadanía, tiene que servir, tiene que ser una herramienta, aunque a veces tiene sinsabores. Es que ¿para qué generar papers, si no van a tener un impacto en la calidad de vida de las personas?”.
***
Tras dictar su taller a pomponeros por tres horas en la Biblioteca Municipal de Quemchi, Carolina León deja atrás el pueblo para internarse en vehículo con su equipo de investigadores en un predio ripioso de 1 600 hectáreas. Al bajar, se pone sus botas y conduce el recorrido por un bosque de coihues de tonos apagados de verde y marrón. Atardece y la temperatura desciende.
Hace un año, integrantes de una sociedad agrícola le hablaron acerca de tres turberas que habían descubierto entre sus praderas. León identificó que una de ellas estaba muy dañada por la recolección del pompón, con zonas desnudas, y les pidió permiso para montar ahí su experimento basado en el modelo de manejo regenerativo alemán del Centro Greifswald Mire. Su idea era hacer renacer el pompón, llevando a estas turberas el pompón de otras que, en el mismo predio, estuvieran en buenas condiciones. Replicar la experiencia le pareció viable —el daño de las turberas chilenas no era tan profundo como el de las alemanas—, e imaginó que debía enseñar el método en sus talleres para que los pomponeros se transformaran en restauradores.
Tras una caminata en silencio, León llega a la turbera degradada donde están las seis unidades experimentales —son rectángulos en fila de cinco por veinticinco metros— en las que intenta devolver a la turbera el pompón perdido. En todas roció cabecitas de pompón, tal como se añade el orégano a una pizza. Pero a unas las cubrió con tepú —ramas de un arbusto— y a otras con una malla negra Raschel, un tipo de cobertura tejida para generar sombra.
León inspecciona que los sensores que instaló en el predio para medir la temperatura, la humedad y el nivel del agua hayan sobrevivido al último temporal. Quiere saber cuánto influye el clima en la regeneración. Con su equipo ha perfeccionado el método. Sobre todo cuando confirmó que aparatos que permitían el riego por medio de paneles solares se echaban a perder rápido, y difícilmente podrían usarlos pomponeros en el futuro.
En agosto pasado, su experimento cumplió un año y comprobó que la turbera sí podía regenerarse, especialmente bajo la malla Raschel. “Es de largo plazo —dice—. Esto tiene que considerarse en el tiempo, no como de la rotación del trigo o de la papa, que es anual, sino que esto es a una escala como la del bosque. Son varios años”, dice.
Tras conversar con pomponeros, León escuchó a varios hablar de la regeneración, pero sembrando lo que ellos llamaban una “semilla”. Entendió que era, más bien, un residuo que surgía al limpiar el pompón. Junto a su equipo, decidió hacer un experimento también con esa “semilla” y confirmó que la regeneración, bajo la malla, no distaba tanto de la que ofrecía la técnica local.
El sol empieza a esconderse y sobre la turbera se posan los colores amarillos y rojos del bosque: “Hay que salir pronto”, sugiere León al grupo con las piernas incrustadas en la turbera. Para ella, lo ideal sería que la extracción se hiciera en turberas recuperadas, “mientras que las que no están dañadas ni degradadas, sino todavía prístinas o bien conservadas, se dejen así”.
Antes de marcharse, León recoge pequeñas hebras y las guarda en bolsas Ziploc. Las analizará en su laboratorio. Si bien sus datos le han demostrado que es posible restablecer el pompón en este lugar, todavía no sabe cuánto tiempo tomará.
De regreso en Santiago, someterá al pompón a nuevas condiciones en una cámara climática. Piensa, por ejemplo, cambiar el color de la malla y ver si la absorción de la luz impacta su brote. Así podrá saber la próxima vez que vuelva a Chiloé si al exponerlo a otras circunstancias consigue su regeneración y mantiene cautivo el carbono en las turberas.
Este reportaje se realizó con apoyo del Pulitzer Center.
MURIEL ALARCÓN es periodista chilena y tiene un MA en periodismo de ciencias y salud de la Universidad de Columbia en Nueva York. En Chile es colaboradora habitual de los diarios El Mercurio y La Segunda y es académica de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica. En EEUU fue fellow del Global Migration Project de la Unidad de Periodismo Investigativo de Columbia y en la actualidad es becaria del Programa Joan Konner en Periodismo de Ideas y Climate Science Fellow del Pulitzer Center. Su trabajo ha sido publicado en medios como The New York Times, NY Magazine y MIT Technology Review.
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.