Boric vs. Kast: la disputa de un nuevo ciclo político en Chile
Chile está a la expectativa de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. La disputa está entre el ultraderechista José Antonio Kast y el izquierdista Gabriel Boric. Quien resulte electo marcará el inicio de un nuevo ciclo político en el que ninguno tendrá una mayoría clara en la Cámara de Diputados y el Senado. Analistas apuntan a una crisis de los partidos políticos tradicionales y al miedo del mundo rural por los fuertes cambios en el país desde el estallido social de 2019.
Qué lejana parece esa noche. Qué lejano el ruido de los fuegos artificiales, las voces que cantaban “El baile de los que sobran”, el contorno de un grupo de jóvenes que quemaba un cuadro del dictador Pinochet. Qué lejanos los gritos y la euforia a su alrededor. Ha pasado un año desde ese 28 de noviembre de 2020 en el que miles de personas coparon, en medio de una pandemia, la Plaza Baquedano —rebautizada como “Plaza de la Dignidad”—, en el centro de Santiago de Chile, celebrando los resultados del plebiscito para cambiar la Constitución de 1980, que la dictadura instauró y fue piedra fundacional del modelo neoliberal chileno.
Esa noche, en esa plaza y muchas otras, se festejaba lo que parecía el inicio de un nuevo país. El 80% de votos de la opción “Apruebo” —a crear otra Constitución— consagraba algo que, en ese momento, pocos ponían en duda: el apoyo transversal de la sociedad chilena a un cambio de modelo, uno menos desigual y con mayor protección en áreas como salud, educación y pensiones, que en Chile son manejadas por las AFP, fondos privados, en base al ahorro individual. Una sensación que se ratificó en mayo de este año, con el buen resultado que obtuvieron los independientes y los partidos de izquierda en la elección de los 155 delegados para escribir la nueva Constitución, y la simbólica elección de la lingüista Elisa Loncón, de origen mapuche, como su presidenta.
Pero ese discurso tuvo un fuerte choque con la realidad el pasado 21 de noviembre, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, cuando el ultraderechista José Antonio Kast, del Partido Republicano, consiguió 27.9% de los votos, superando el 25.5% que obtuvo el diputado Gabriel Boric, de Apruebo Dignidad, el pacto que reúne al Frente Amplio con el Partido Comunista. ¿Cómo se explica que a solo un año del triunfo del “Apruebo” el más duro defensor del “Rechazo” haya conseguido posicionarse para ser presidente? ¿Con qué sensibilidades conectó Kast, un reivindicador sin complejos de la dictadura que ha dicho que si Pinochet estuviera vivo votaría por él?
El propio Kast, a quien no le gusta que le digan que es de extrema derecha —“candidato del sentido común”, prefiere—, lo resumió en su discurso de esa noche con una dicotomía que cala muy hondo entre sus seguidores, y que ha repetido hasta el hartazgo:
—No solamente vamos a elegir un presidente: vamos a elegir entre libertad y comunismo —declaró, sobre un podio con la bandera de Chile—. Entre democracia y comunismo.
Con su tono de voz sereno, ajeno a cualquier arrebato, el candidato cercano a Jair Bolsonaro y al partido Vox en España volvió a repetir sus tópicos: recuperar el orden en las calles, acabar con el narcotráfico, enfrentar militarmente el “terrorismo” en la Araucanía —la zona del conflicto mapuche—, disminuir impuestos y el tamaño del Estado, echar a los familiares de los políticos, y empoderar a Carabineros y a las Fuerzas Armadas.
—Quieren indultar a los vándalos que destruyen —dijo, apuntando contra Gabriel Boric, su rival en la segunda ronda de la elección—. Quieren seguir avanzando por esa senda del odio, de la intolerancia y de la destrucción, porque han avalado la violencia y el odio.
Su discurso de campaña culpa a la izquierda de validar la violencia que sobrevino con el estallido social que comenzó en octubre de 2019, cuando millones de chilenos salieron a las calles a reclamar por un país más equitativo. Fueron varios meses caóticos en los que hubo saqueos, ataques a inmuebles y a la red de Metro (y una brutal represión policial que llevó a los organismos internacionales a alertar sobre violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos). Es un discurso que, según los analistas, logró conectar con los sectores agobiados por la violencia en las calles, tomó fuerza en zonas rurales y especialmente en el sur del país: en la Araucanía, militarizada por el gobierno de Piñera debido al conflicto entre el Estado y algunos grupos radicales mapuches que aspiran a la autonomía territorial y exigen que las empresas forestales se retiren de la zona, Kast triplicó en votación a Boric, quien insistió en la vía del diálogo. Frente a la crisis migratoria en el norte del país, por donde han ingresado miles de personas por pasos irregulares en la frontera con Bolivia, Kast propuso cavar una enorme zanja en el desierto para evitar que entren a Chile.
El diputado Gabriel Boric, exlíder estudiantil y uno de los creadores del Frente Amplio, una coalición de izquierda fundada en 2017 entre varios partidos ligados a los movimientos sociales, llegó a las elecciones como favorito para convertirse en el presidente más joven de la historia, con solo 35 años. Su rol clave en la negociación del acuerdo político que permitió el plebiscito constitucional y su programa en línea con las demandas sociales del estallido, lo hicieron liderar las encuestas casi toda la primera vuelta. De estilo dialogante, centró sus propuestas en reformas de impacto social, tales como reemplazar las AFP por un modelo solidario de pensiones, crear un sistema universal de salud y llevar al país hacia un desarrollo verde y regionalista, todo financiado con una fuerte reforma tributaria.
Pero algunos errores en el manejo de cifras macroeconómicas, el cuestionamiento que hicieron sus adversarios y los medios acerca de la influencia que tendría el Partido Comunista en su gobierno —y la idea de que sus reformas podrían generar mayor inestabilidad en un país golpeado económicamente por la pandemia—, lo hicieron perder fuerza en el último tramo de la primera vuelta. Sus rivales le criticaron no tener medidas fuertes frente a temas como la violencia en la Araucanía, el narcotráfico o la crisis migratoria, y su apoyo a un proyecto de ley, actualmente en el Senado, que busca indultar a los acusados de cometer delitos durante el estallido social de 2019, muchos aún en prisión preventiva. Luego de los resultados de la primera vuelta, Boric matizó su postura: dijo que no apoyaría el indulto a quienes saquearon o incendiaron, sino solo a quienes no tuvieron un debido proceso.
En su acto la noche de las elecciones del 21 de noviembre no quiso responder los ataques de Kast. En cambio, habló de “entender los miedos y las angustias de quienes no votaron por nosotros”.
—La decisión es una sola: o avanzamos hacia un Chile mucho más inclusivo y generoso con los suyos, o hacia el Chile del rechazo, de la exclusión y de los privilegios contra los cuales Chile se levantó —dijo el diputado, nacido en la ciudad austral de Punta Arenas—. Seremos voceros de la esperanza, del diálogo y la unidad, y nuestra cruzada, por la que nos vamos a desplegar en todo Chile, es la cruzada de que la esperanza le gane al miedo.
Su discurso, sin embargo, fue criticado por los mismos motivos por los que, aseguran los analistas, no conectó con el Chile profundo: hablarle a sus “compañeros y compañeras”, un círculo mayormente universitario, con frases como “no salimos a las calles para que nos persigan por pensar diferente”, que tienen poco eco fuera de las grandes ciudades. En la primera vuelta, donde solo votó 46% del padrón —en un país donde la votación no es obligatoria desde 2009—, Boric sacó la mayor parte de sus votos en zonas urbanas, con resistencia al conservadurismo de Kast, pero perdió en la mayoría de las comunas rurales.
En gran parte de esos territorios se impuso Kast, un hijo de inmigrantes alemanes llegados a Chile tras la Segunda Guerra Mundial —su padre combatió en el ejército nazi—, que hicieron fortuna con una fábrica de embutidos. Hasta hace pocos meses, su candidatura no parecía tener opciones reales, debido a sus posturas extremas: en 2017 dijo no creer en «todas las cosas que se dicen» de Miguel Krassnoff, uno de los peores criminales de la dictadura, condenado a más de 840 años por causas de desaparición, asesinato y tortura.
Tampoco maquilló mucho su pensamiento en el programa que presentó durante la primera vuelta: entre otras medidas, propuso derogar la ley de aborto que de hecho está permitido en Chile solo por violación, inviabilidad fetal o riesgo de vida para la madre; eliminar el Ministerio de la Mujer; clausurar el Instituto Nacional de Derechos Humanos; sacar a Chile del Consejo de Derechos Humanos de la ONU; crear una coordinación internacional “antiradicales de izquierda”; cerrar la sede en Chile de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) por su “activismo político”; y modificar el Estado de Emergencia, para facultar al propio presidente a interceptar comunicaciones y ordenar arrestos de personas durante cinco días, en sus casas o sitios indeterminados.
Según las encuestas, sus votantes serían, en su mayoría, hombres mayores de 40 años. El doctor en Ciencias Políticas Juan Pablo Luna, director de Plataforma Telar —un proyecto que analiza el debate político con trabajo de campo, ciencia de datos e inteligencia artificial—, no cree que los resultados de la primera vuelta muestren un giro del país a la ultraderecha, pero sí un profundo sentimiento antipolítico, un colapso de los partidos tradicionales, y la influencia de una fuerte campaña en medios y redes sociales contra la Convención Constituyente. Cinco días después de la elección, varios medios hablaron de una supuesta fiesta de un grupo de constituyentes, en la que se habrían producido desmanes, realizada en el bar y la piscina de un hotel en el sur, hasta que el hotel, que tenía su piscina en mantención, lo desmintió. La convención, según Luna, ha perdido apoyo en las clases populares, por un inicio del debate muy cargado de causas simbólicas, y por el impacto fuerte que tuvo el caso de Rodrigo Rojas Vade, uno de los constituyentes electos, que hizo campaña testimoniando tener un cáncer muy avanzado aunque, luego de haber sido electo constituyente, la prensa reveló que había inventado la enfermedad.
—Al principio, la gente en esos sectores percibía dos políticas: una que era una mierda y es la política de siempre, y una política nueva, que era la promesa de la Constitución. Y en el tiempo esas dos políticas se fusionan en el imaginario colectivo —dice el investigador—. La ventaja de Kast es que habla en simple y que les habla a problemas que son serios para la gente en su cotidianidad, como el tema de seguridad. Con soluciones que van a generar un incendio más que una solución, pero ante una izquierda que es más de elite, que tiene giros identitarios en exceso y que no conoce mucho a los sectores populares.
Las elecciones dejaron un dato relevante: el candidato del Partido Republicano se impuso en las veinte comunas más pobres del país, la mayoría de ellas en la Araucanía. Según el sociólogo Eugenio Tironi, un intelectual muy influyente dentro la centroizquierda chilena y uno de los cerebros de la campaña que en 1989 sacó del poder por las urnas al dictador Pinochet, lo que se vio en la primera vuelta fue la expresión de un “contraestallido silencioso”. La resaca de la revuelta en un mundo más conservador, que se empezó a sentir amenazado por el discurso refundacional de la Constituyente, el miedo a la delincuencia y a la violencia en las calles, el efecto de la pandemia y el estancamiento económico del país, que hoy tiene una inflación del 6.7%, la más alta desde 2008.
—Una reacción del mundo rural, de los mayores, de los grupos más conservadores, de los hombres —dice Tironi—. Ese mundo que sintió que le habían cambiado el país, que miran la televisión y ven un país que ellos no conocen. Su gran temor es que ese planeta los invada. Lo que ha ocurrido un poco en la Convención es que ha sido una suerte de carnaval de las causas hipsters y de la discusión de identidades. Ese espectáculo en televisión, porque esa es la principal fuente de información del mundo rural, fue un shock y explica este voto tan pro Kast, creo yo, que responde a la bandera chilena, a la defensa de tradiciones, a la contención de la inmigración.
En el norte del país, en las ciudades muy impactadas por la crisis migratoria, como Iquique y Arica, el voto anti-establishment fue más evidente: el primer lugar lo obtuvo Franco Parisi, un economista de discurso rabioso contra la izquierda y la derecha, que hizo su campaña desde Alabama, Estados Unidos, a través de lives y programas de YouTube, sin asistir a los debates y anunciando una y otra vez su inminente llegada a Chile. Pero no llegó; de hecho, ni siquiera votó. Aunque se escudó en un supuesto contagio de covid, con PCR “inconcluso”, el motivo por el que no podía hacer campaña siempre estuvo claro: una demanda por deber más de 200 millones de pesos chilenos en la pensión alimenticia de sus hijos, por la cual tiene una orden judicial que le impediría volver a salir de Chile.
Alguien como Parisi, que pocos tomaban en serio hasta que salieron los primeros cómputos, sacó la tercera mayoría en el país, con casi 13% de los votos. En las elecciones presidenciales de 2013 ya había salido cuarto, con un 10%. Las encuestas y los analistas han definido a sus votantes como jóvenes de clase media-baja, con un fuerte rechazo por los políticos, que sienten desconfianza por el Estado y tienen la convicción de que lo que tienen se lo ganaron por méritos propios. Son casi novecientos mil votos que se han transformado en la mayor incógnita de la segunda vuelta, y que Parisi buscó transformar en una especie de reality show, invitando a los dos candidatos a su programa de YouTube, Bad Boys, los que incomodan a la elite, a ganarse su favor.
“El programa del candidato Boric no es viable en términos económicos y el del candidato Kast no es viable en términos políticos”, dijo Parisi a Bloomberg el domingo pasado, el mismo día en que el candidato ultraderechista asistió a su programa, donde tuvieron un diálogo cordial. Aunque no se ha decantado por ninguno de los dos, ha mostrado señales de mayor sintonía con él que con Boric, quien declinó la invitación al programa, argumentando que no estaba dispuesto a legitimar actos como no pagar una pensión de alimentos.
Sin embargo, Boric ha vuelto a liderar todas las encuestas de cara a la segunda vuelta, que se realizará este domingo 19 de diciembre, con un discurso que pone mayor énfasis en la gradualidad de las transformaciones que propone y en recuperar el orden público, y una campaña que lo ha tenido mucho más en terreno, enfocada en que él y embajadores de su proyecto toquen “un millón de puertas” en 66 comunas de todo el país. “Nos bajamos del árbol y estamos en el territorio con los chilenos y chilenas que quieren seguridad para vivir en paz”, dijo en la población Santo Tomás, afectada por el narcotráfico, en referencia a la que fue su imagen más icónica de su campaña para la primera vuelta: él trepado a su árbol favorito de Punta Arenas, con los brazos abiertos, abrazando al resto de Chile.
También fue clave el rápido apoyo que le dieron todos los partidos de la ex Concertación, la centroizquierda que lideró la transición a la democracia, luego de que su candidata, la democratacristiana Yasna Provoste, terminara quinta en la votación. Un pésimo resultado para un sector que gobernó en cinco de los últimos siete periodos, muy criticado por el Frente Amplio por no transformar más el modelo heredado de la dictadura, pero que se cuadró detrás de Boric ante la posible llegada de la ultraderecha al poder.
La candidatura de Kast fue golpeada fuertemente, dos días después de su triunfo en primera vuelta, cuando salieron a la luz unos videos de años atrás, en los que un diputado electo por su partido, Johannes Kaiser, ironizaba sobre si fue una buena decisión permitir el voto de las mujeres, entre otros comentarios misóginos y xenófobos. Aunque Kaiser renunció a su militancia, el escándalo reabrió la discusión sobre las propuestas del programa de Kast y lo llevó, diez días después, a descartar su idea de eliminar el Ministerio de la Mujer, en un acto en que pidió perdón rodeado de mujeres. También lanzó un segundo programa de gobierno, trabajado en conjunto con toda la centroderecha (que se plegó a su candidatura luego de que el candidato apoyado por el actual gobierno, el exministro de Piñera Sebastián Sichel, quedara cuarto en la elección). En esta versión del programa ya no figuran muchas de sus propuestas más duras, como derogar la ley de aborto, salirse del Consejo de DD.HH. de la ONU, clausurar el Instituto Nacional de Derechos Humanos —que, en vez de clausurado, sería reformado—, cerrar la FLACSO o perseguir agitadores de izquierda. Ya no se habla de modificar el Estado de Emergencia para que el presidente pueda intervenir comunicaciones y arrestar personas en lugares que no sean cárceles, pero se propone un nuevo Estado de Emergencia Calificado que le permitiría esas y otras atribuciones, con autorización del Congreso.
De todas formas, ambos candidatos son conscientes de que tendrán que lograr grandes acuerdos en el Congreso si pretenden hacer realidad sus propuestas. Aunque ganen las elecciones, ninguno de los dos tendrá una mayoría clara ni en la Cámara de Diputados ni el Senado, luego de que las elecciones de parlamentarios, realizadas junto con las presidenciales, conformaran un nuevo Congreso con fuerzas muy heterogéneas.
—Va a ser un Ejecutivo que va a tener una agenda muy modesta, muy concordada y bastante moderada, eso en la versión más positiva —dice Eugenio Tironi.
La más negativa, asegura, sería llegar a un empate catastrófico de fuerzas:
—Y que tengamos un gobierno de administración. Un gobierno enfrentado con el Congreso, un Congreso enfrentado con la Convención y, la suma de todo, un congelamiento. Ese es un riesgo bastante alto.
Quien resulte electo marcará el inicio de un nuevo ciclo político en Chile, con las fuerzas que guiaron la transición a la democracia en segundo plano, y una Convención Constituyente que en 2022 deberá entregar su propuesta al país. Entonces las calles se llenarán de votantes, y en ellos estará la respuesta final, la última palabra de estos años turbulentos en los que hubo estallido, marchas de millones, víctimas de represión policial, esperanza, miedo y pandemia.
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