Islas Feroe, donde las ovejas vagan en libertad – Gatopardo

Feroe, las islas donde las ovejas vagan en libertad

Joaquim Pujals
Fotografía de Roger Rovira


Las islas Feroe apenas han sido tocadas por la pandemia. Esta nación autónoma de Dinamarca cuenta con más ovejas que personas. Además de tener la tasa de criminalidad más baja en el planeta, realizan proezas como conectar sus islas a través de túneles submarinos. Solo una tradición local empaña su imagen en el exterior: la caza de ballenas piloto de aleta larga.

Tiempo de lectura: 20 minutos

Dicen que los inuit, los pobladores del Ártico, tienen decenas de palabras para referirse a los tantos matices del color blanco que tiene la nieve y el hielo que los rodean (cada vez menos a causa del calentamiento global). En feroés, el idioma escandinavo que se habla en el archipiélago noratlántico de las Feroe, bajo soberanía danesa y situado a mitad de camino entre Noruega, Islandia y Escocia, hay nada menos que 37 términos para describir el mismo número de tipos de niebla.

En definiciones más que aproximadas —la misma bruma envuelve tanta sutileza para un foráneo— están la mjørkakógv (la niebla muy espesa), la mjørki (la niebla de verano), la mjørkatám (filamentos en el aire), los flóki (bancos más bien aislados), la pollamjørki (la que se pega al mar, aunque el cielo encima siga azul), la hjallamjørki (una suerte de cinturón neblinoso), la toka, la tám….

Alguna de ellas, a saber cuál, nos envolvió pasada la medianoche cuando abandonamos el pequeño aeropuerto de Vágar, el único del que dispone este remoto rincón del planeta, y nos impidió disfrutar de nuestra primera noche blanca de mediados de junio, una de las más largas y luminosas del verano, que alcanzan su plenitud con el solsticio, cuando el sol apenas llega a rozar el horizonte antes de volver a alejarse de él.

Torshávn (“el puerto de Thor”, el dios vikingo del trueno), hogar de casi la mitad de los 52 000 feroeses, es una de las capitales más pequeñas y pintorescas del mundo, donde algunos barcos pesqueros son más grandes que muchas de sus coloridas casas. Para llegar a Torshávn hay que cambiar de isla cruzando el estrecho de Vestmannasund, un antiguo fiordo convertido en canal por la subida del nivel del mar hace milenios. ¿Se cruza en transbordador?, ¿por un puente? No: se llega a través de un túnel, en coche, por debajo del mar.

Nuestro vehículo se adentra en la pequeña y oscura boca occidental del Vágatunnilin, el más antiguo de los dos túneles submarinos que unen entre sí las islas principales, inaugurado en 2002 y de casi cinco kilómetros de longitud. Nada en su modesto aspecto exterior hace pensar que va a cruzar algo más que una verde colina pero, en realidad, nos llevará hasta los 105 metros de profundidad bajo las gélidas aguas del Atlántico Norte y sus ballenas, bacalaos y salmones. La travesía resulta tan rápida y cómoda como inquietante.

El otro túnel subacuático de las Feroe, el Norðoyatunnilin, que conecta la isla de Eysturoy, la segunda mayor del archipiélago, con la de Borðoy, lo superó con creces cuatro años después con sus 6 300 metros de trazado que llega a hundirse 150 metros bajo las olas, pese a que el lecho marino se halla solamente a 103 metros de la superficie. Ambos son de peaje: 100 coronas danesas (algo más de 15 dólares) a abonar a lo largo de los tres días siguientes en cualquier gasolinera donde se pare a repostar o a hacer alguna compra.

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