Las juventudes de Morena
Luis Mendoza Ovando
Ilustraciones de Amanda Mijangos
Cuatro años después de que Morena se convirtiera en uno de los puntos de encuentro político más relevantes entre los jóvenes, al interior del partido hay un desgaste innegable. El obradorismo no es ambientalista ni feminista, ha desplegado un enorme apoyo militar y no avanza en la legalización de las drogas. Pensar distinto causa intransigencias. ¿Qué es lo que motiva a los jóvenes militantes a permanecer?
¿Qué es ser un joven de izquierda? La manera más sencilla de responder a esta pregunta es con aquella escena de Los Simpson en la que Lisa increpa a su maestra: “¡Usted está mal! ¡Todo este maldito sistema está mal!”, y la señala con el dedo, al borde de su silla, en un tono desafiante, y después procede a gritar y patear el pupitre en clara frustración.
Los jóvenes han llegado a la izquierda por ese sentimiento de no encajar en el mundo y tienen la convicción de que es posible cambiarlo; así sucede con los rebeldes, los freaks, los intensos del salón que sienten un magnetismo poderoso por las ideologías revolucionarias. En ocasiones, esa identidad viene de un contexto familiar o por haber leído, con genuina admiración, acerca de los movimientos sociales sudamericanos, las historias del Che Guevara, de Fidel, de los peronistas, pero en muchas otras se debe a que, en la realidad, ven injusticias que los llenan de indignación hasta desbordarlos y llevarlos a las calles a protestar.
En los últimos veinte años hay varios ejemplos que explican el recorrido de las juventudes de México. La elección cerrada de 2006 entre Andrés Manuel López Obrador, AMLO, y Felipe Calderón, y el posterior plantón de Reforma. Seis años después de aquel “voto por voto”, en 2012, una nueva generación de jóvenes se volcaría nuevamente a las calles en un proceso electoral, gracias al movimiento #YoSoy132, que unió a las universidades privadas y públicas del país para protestar contra el apoyo de las televisoras al candidato del PRI, Enrique Peña Nieto. El descontento continuaría, cuando Peña Nieto ya era presidente, con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en 2014, un caso doloroso que involucraba, hoy sabemos, al crimen organizado coludido con autoridades de los tres niveles de Gobierno. Finalmente, en 2018, AMLO ganó por una mayoría aplastante (53.2% de los votos); entonces 54% de los electores entre dieciocho y veintinueve años votaron por él.
El resultado de la politización que provocaron el #YoSoy132 y el caso Ayotzinapa fue la movilización de una generación que ha terminado integrándose a los medios informativos, las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones públicas. A cuatro años de que AMLO y Morena llegaran al poder, ¿siguen siendo él y su partido el punto de encuentro para todos estos jóvenes que sienten que el mundo y el sistema están mal y necesitan cambiar?
Hace tres años, el Observatorio de la Juventud en Iberoamérica, un programa de la Fundación SM, realizó una encuesta para dar continuidad al estudio del Instituto Mexicano de la Juventud de 2010, que buscaba perfilar a los mexicanos de entre quince y veintinueve años respecto a sus valores políticos. Si 61% de los jóvenes había considerado, en 2010, que los partidos impactaban poco o nada en la democracia y 51% que la ciudadanía influía poco o nada en las decisiones políticas, para 2019 el escenario era muy distinto: 42.9% aseguró sentir confianza en los partidos y el porcentaje se elevó a 57.8% cuando se preguntó sobre el presidente. Además, la mayoría de ellos se identificaba con Morena (24.2%) —el partido en el poder—, mientras que 18.9% lo hacía con el PAN y 16.7% con ningún otro. Los datos revelan que el conjunto de ideas que acompañan a los movimientos sociales emprendidos por AMLO, el obradorismo, se volvió popular entre los jóvenes en los últimos diez años.
Pero ¿se trata de una moda o realmente de un movimiento? “Es una nueva manera de hacer política y de hacer gobierno”, dice y repite Grecia Benavides, quien se volvió obradorista antes de que fuera cool serlo.
Benavides tiene 38 años, trabaja como maestra en la Universidad Pedagógica Nacional en Guadalupe, Nuevo León, donde da clases sobre género y problemas sociales, y es una de las militantes de Morena más reconocidas en el norte; ha sido presidenta del Consejo Estatal del partido y candidata a diputada local en 2018. Su madre era obrera y de joven encabezó huelgas en las maquilas de Nuevo León. Su padre estudió Derecho y participó en los movimientos estudiantiles de finales de los sesenta. En ese contexto de lucha fue que sus padres se conocieron. A los quince años, en los noventa, Benavides acompañaba a los brigadistas del PRD por las calles de Monterrey, promoviendo el partido, e hizo campaña para AMLO en las tres ocasiones en que contendió a la presidencia.
Aunque ella ya no sea tan joven, dice, es sin duda un referente para entender el obradorismo. “El ir casa por casa y el hablar con la gente, te politiza y te hace sensible a cosas con las que no lo eres en tu vida cotidiana. Andrés Manuel decía [que] si querías ser político de verdad, el lugar donde había que estar era la calle”. Llevar la política a cada domicilio y plantarle cara a cada persona es la forma en que aprendió a hacer política.
“La forma de gobernar. No descansar, levantarte temprano. Hacer que el presupuesto sirva para atender a los más necesitados. Realizar obras reales para la gente, con diagnósticos sociales y no solo ambientales. Involucrar a los empresarios, como hizo con Slim, aunque él se hizo rico con Salinas”.
Tras escucharla hablar desde el fondo de una cafetería de Monterrey, sobre ese espíritu do it yourself en la política obradorista, la idea de que se aprende más estando en las calles y metiendo las manos la hace sentir más actual, que yendo a las escuelas de cuadros a tomar cursos sobre el nacionalismo de Lázaro Cárdenas o la obra de Manuel Gómez Morín. Sin embargo, su visión del obradorismo revela que defiende el movimiento como proyecto ideológico. Pero fuera de la noción de ayudar a los más necesitados, Benavides no ofrece otra brújula que permita entender qué políticas públicas son preferibles y cómo se ordena la escala de valores de quienes se asumen como obradoristas. Sin una definición clara, ¿cómo entender en qué cree el partido con el que se siente identificado uno de cada cuatro jóvenes del país?
Paradójicamente, quien puede esbozar la respuesta es alguien que ya no milita en Morena, Estefanía Veloz. A sus veintiocho años llegó a ser una de las voces más importantes de la Cuarta Transformación: participaba lo mismo escribiendo artículos para Regeneración —publicación impresa y digital que ha fungido como medio oficial del partido, editada por Jesús Ramírez Cuevas, hoy coordinador general de Comunicación Social a nivel federal— que defendiendo las posturas del Gobierno en programas de debate de televisión nacional como Sin filtro, conducido por Genaro Lozano, que surgió, al menos en papel, como un espacio de conciliación entre las juventudes y Televisa después de la elección de 2012.
Para Veloz, el obradorismo defiende tres ideas centrales, que repasa en entrevista, y desarrollarlas es clave para entender qué sustenta el discurso del Gobierno federal y si es posible que Morena trascienda al presidente que lo originó. “Primero, el obradorismo busca cambiar la lógica de las élites en México. Hacer de este país uno en el que no haya mucha gente que tenga poco y poca gente que tenga mucho. Poner de frente las necesidades de las personas más despojadas, que son las personas pobres”, dice, y quizás sea este el elemento ideológico más reconocible.
“Segundo, defender las instituciones del Estado, y que el Estado pueda tomar decisiones sobre ellas y no los entes privados, porque un ente privado jamás va a pensar en el bienestar de la gente. Por eso a mí me gustaba eso que proponía el presidente de ‘Al diablo con sus instituciones’, esas que se habían construido a partir de esquemas de corrupción y de entreguismo, y darnos a la tarea de construir nuevas instituciones con una visión sólida de un Estado que estuviera para defender a la gente”, detalla.
Bajo esta lógica podría entenderse la posición de choque del gobierno de AMLO, que ha enfrentado a organismos como el Instituto Nacional Electoral (INE) o, en su momento, la Comisión Reguladora de Energía, instituciones generadas por entes privados, aunque hay que decir que, si bien López Obrador lo enuncia así, nunca se ha dado a la tarea de probar que fueron directamente concebidas desde esquemas de corrupción.
“La tercera es la identidad del pueblo como él la ha construido, esta identidad popular al hablar de las masas, de cuál es la voluntad de la gente, y salir de la lógica de que la gente no sabe lo que quiere y del desprecio a lo popular y a la mayoría”, y este tercer valor podría ayudar a entender la tenacidad con la que este gobierno ha promovido consultas populares sin importar que a veces sus preguntas sean redundantes; es decir, votar por que se enjuicie a los expresidentes no es un mero deseo, sino que el Estado tiene la obligación de escrutar los gobiernos actuales y anteriores, y castigar los casos de corrupción que encuentre.
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Durante el V Congreso Nacional Extraordinario de Morena, en agosto de 2018, se anunció la creación de una escuela de cuadros en el partido. Ahí se dio a conocer que sería dirigida por el caricaturista político Rafael Barajas, alias El Fisgón, quien hasta la fecha la preside. Barajas dijo a los reporteros presentes en la conferencia que se destinaría 50% de los recursos a garantizar la operación de este proyecto. Pero el camino para consolidar el Instituto Nacional de Formación Política (INFP) tuvo más tropiezos de lo esperado, explica Rodrigo Cornejo, quien vive en Guadalajara y trabaja como capacitador en proyectos de este organismo, en su ciudad y en el estado de Hidalgo.
“En los inicios, la formación política se hacía de manera más artesanal. Había un programa más o menos general que involucraba círculos de estudio, y estos eran relativamente autónomos en lo que tenían que estudiar”, dice Cornejo. .
Por “artesanal” se refiere a que en esencia eran charlas de café que tenían una temática más o menos filosófica, en las que se procuraba invitar a una figura local que fuera respetada como fuente de conocimiento, como luchadores sociales o académicos, y se hablaba lo mismo de marxismo que de la lucha obrera en el país. En ese momento, Enrique Dussel, un importante filósofo argentino naturalizado mexicano de 87 años, fue fundamental porque sus textos de divulgación sobre el marxismo, por ejemplo, fueron el currículo básico en la formación política de Morena.
Hasta noviembre de 2017, fecha en que se cerró la afiliación al partido, Morena contaba con 3 000 100 afiliados; sin embargo, de acuerdo con un informe entregado al Tribunal Electoral en enero de 2020, solo 21% de los registros contaban con un documento oficial que permitiera validar que se trataba de afiliaciones en forma. Las inconsistencias en el padrón fueron la causa de que el Tribunal anulara las elecciones internas de Morena en 2019, y se tuvo que nombrar presidente interino del partido a Alfonso Ramírez Cuéllar, en lo que se reanudaba el proceso. Fue tal el caos desatado que nuevamente el Tribunal intervino e instruyó al INE a organizar las elecciones vía encuesta. Fue así como, en noviembre de 2020, Mario Delgado resultó presidente de Morena y Citlalli Hernández, secretaria general.
Una vez normalizada la vida interna de Morena, el INFP pudo retomar su proceso de consolidación, y hay que reconocer que ha hecho esfuerzos creativos para promover sus cursos entre la militancia. A inicios de este año lanzó una plataforma, Morenflix, “Como Netflics, pero en chairo”, dice su eslogan, en la que se puede navegar y observar todos los videos que publica el INFP en YouTube, aunque hay que decir que la gran mayoría de los videos no logra superar las mil reproducciones y algunos ni siquiera pasan de las cien. Asimismo, se creó un reglamento interno que explica el funcionamiento del instituto e incluso un consejo interno que ayuda a guiar las actividades, conformado por el propio Dussel y funcionarios clave, como la socióloga Elvira Concheiro, titular de la Tesorería de la Federación, y el director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, entre otros académicos.
“A mí me llevaron a algunos estados para que diera charlas de cómo tuitear, cómo publicar en Facebook, cómo hacer videos, cómo construir mensajes efectivos, etc., y también para ayudarles a crear manuales de activismo para saber cómo hacer para que los vecinos te hagan jalón y vayan a las asambleas, o cómo promover el voto. No se veían temas electorales, y esa era una de mis frustraciones inicialmente. Me preguntaba todo el tiempo cuándo le íbamos a enseñar a la gente a ganar elecciones”, dice Cornejo, y agrega que los cursos que atendían temas de tecnología eran muy socorridos sobre todo por adultos mayores.
“Una pregunta muy sincera de los adultos mayores es que no entendían qué carajos tenía de importancia esta red social [Twitter]. Fue dificilísimo, pero poco a poco se creó una estructura de replicación, que luego fue caracterizada erróneamente como red de bots”, dice.
Cornejo se refiere a un estudio realizado por el Signa Lab del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, que descubrió que la #redAMLOVE opera como un enjambre de bots. Encontró que, en una tendencia que podía contener hasta cien mil tuits, menos de doscientas cuentas dominaban la conversación y el resto eran solo réplicas. “Sí te puedo decir que evidentemente, como todo, hay cuentas automatizadas, pero el caso de la #redAMLOVE tuvo un gran auge y encontró la expresión de los principios de brigada. Gente de más de cuarenta o cincuenta años empezó a entender algunas cosas muy fundamentales de Twitter, como el hecho de que para que crezcas debe de haber reciprocidad en las audiencias. Entonces empezaban a seguirse unos a otros y las cuentas crecieron rápido, y se empezaron a identificar referentes muy claros de opinión, sobre todo jóvenes, como youtubers, que decían estas cosas de manera muy clara y digerible, de una forma muy alejada de la comunicación tradicional”, dice.
Su plan de estudios es uno más orientado a detonar movilizaciones sociales, en tierra y en redes, y no tanto a analizar a profundidad las ideas de justicia, participación y Estado que defiende el obradorismo. Sobre esto, Estefanía Veloz concluye: “Yo sabía que no teníamos una base formada. Si tú preguntabas a alguien la diferencia entre izquierda y derecha, nadie te iba a poder decir. Entiendo que compartíamos el obradorismo en términos de valores democráticos mexicanos y nacionalistas. Estábamos en contra de las minorías rapaces y en contra de la oligarquía. Fuera de eso, no sé si compartíamos más cosas”, dice, señalando ese vacío ideológico que la llevó a abandonar Morena.
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“Elegir un partido no es elegir unos zapatos. Uno tiene incidencia sobre lo que ese partido es, pero tu incidencia compite con la de otros cientos de miles o millones de personas […] con más o menos poder y que son de distintas latitudes y distintas realidades. Esperar a que venga el vehículo perfecto que se ajuste a mis estándares morales y principios, primero, no va a pasar, y segundo, es condenarte a la inacción y a estar casado con el purismo que no te permite ningún tipo de incidencia en nada”, dice Roberto Castillo, mientras escucho las notificaciones de su celular que no dejan de sonar, en una videollamada que toma desde su oficina a las nueve de la noche, mientras él y su equipo preparan un informe de Claudia Sheinbaum.
Castillo tiene 32 años y es director ejecutivo de Comunicación Digital del Gobierno de la Ciudad de México. Llegó hace ya más de diez años a la capital desde La Paz, Baja California Sur. Él no viene de una familia de izquierda; por el contrario, sus padres son militares, y los recuerda en su infancia más cercanos al PRI. A Castillo lo conocí cuando ambos formábamos parte del movimiento Wikipolítica, un esfuerzo, en su mayoría de jóvenes, que buscaba impulsar candidaturas independientes en todo el país para reemplazar las prácticas de la política partidista. Las campañas que hicimos también implicaban caminar y caminar, tocar timbres y escuchar a mucha gente desilusionada. Después de 2018, el movimiento se disolvió, y en Jalisco, donde era más fuerte gracias a la figura de Pedro Kumamoto, se convirtió en lo que juró destruir: un partido político. Castillo, entonces, se afilió a Morena.
“Si quieres hacer política, debes aceptar que eres uno más en un proceso democrático y que si quieres lograr que las cosas pasen, tienes que entrar a incidir, entendiendo que no puedes obligar a la realidad a que sea como tú quieres”, dice, y en sus palabras entreveo el rol que juegan los partidos para los jóvenes que se asumen de izquierda: sentir que, si estás más cerca del poder, cambiará algo, así sea una transformación que rebasa las prioridades personales.
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“Una vez que te cuelgan la etiqueta de la chaira del salón, cuando hay una crítica al presidente, al partido, lo que sea, todo es contra ti. Entonces hay que aguantar vara y asumirlo”, dice Majo Soberanis, de veinticinco años. Ella estudiaba Derecho en la Anáhuac, pero no completó sus estudios ahí porque en 2020, en plena pandemia, decidió cambiarse a Ciencias Políticas en la UNAM. Milita en Morena y también escribe en El Soberano, un medio de comunicación en línea afín al gobierno de AMLO.
“Yo tengo un tema con los medios, y es que siento que son muy tramposos. Muchos, no todos, no quiero generalizar. Hay quienes ejercen el periodismo superdignamente, pero creo que no son la mayoría”, dice Soberanis. Esta crítica no es personal, está enmarcada en todo el movimiento. AMLO, desde que es presidente, ha aprovechado las conferencias matutinas para establecer una relación tensa, cuando no conflictiva, con algunos medios de comunicación. Además, diversas áreas administrativas han tratado de crear proyectos de verificación de la información en los que es el Gobierno el que establece si lo que dicen los medios es verdad o no. Recientemente, esta relación se agravó aún más gracias al hackeo masivo de archivos militares por parte del grupo Guacamaya, en el que se reveló en documentos oficiales que hay periodistas espiados por la Secretaría de la Defensa Nacional.
Precisamente la tensión entre los grupos afines al presidente y la prensa tradicional ha permitido que jóvenes como Soberanis ganen seguidores. Sin embargo, los mensajes que logran propagar con éxito no necesariamente favorecen el debate. Ella recuerda que la primera vez que tuvo un tuit viral recibió, al mismo tiempo, una marea de descalificaciones. “Fue la primera vez que me llovió. No quería agarrar el teléfono, la pasaba muy mal. Yo me preguntaba cómo le haces para vivir esto todos los días y recibir comentarios tan hirientes de ‘cuentas huevito’ que no sabes ni quién está del otro lado. Ya dos años después confirmo que te acostumbras y no está bien”, reflexiona. Ahora bien, el tuit en cuestión, hay que decir, no era una invitación al diálogo: “Puro pendejo extraña a Calderón”, tuiteó.
Su anécdota permite ver que la estructura de difusión de mensajes en Twitter, que analizan en el INFP, tiene una predilección clara por la estridencia y, por lo tanto, ¿cuáles son los incentivos de los jóvenes morenistas para escuchar a quien se opone? El ambiente polarizado premia las manifestaciones más vistosas de la intransigencia.
La moderación es, si acaso, una obligación para ciertos funcionarios del Gobierno. Roberto Velasco, quien a sus 35 años es jefe de la Unidad de América del Norte de la Secretaría de Relaciones Exteriores, es un ejemplo de esa moderación por contrato.
“Siento que quienes ahora acusan la polarización antes estaban muy cómodos y no se dieron cuenta [de] que había gente que pensaba distinto a ellos y que se sentía completamente fuera del espectro. Es decir, quizás la pluralidad, la polarización, ya existía desde antes; quizás ya había gente que se sentía así, solo que ahora se invirtieron los roles y es otro sector de la sociedad el que se siente, digamos, en el lado que está fuera de la toma de decisiones”, aclara, y añade: “Jamás voy a ser partidario ni de la violencia ni del insulto ni de ninguna forma de violencia. No me parece, no puede llevar a nada positivo, al contrario, va dejando heridas”.
Ahora bien, la posición de Velasco es más la de un funcionario que se dedica a la diplomacia que la de un joven militante, y no hay manera de saber si él, en caso de tener un empleo fuera del Gobierno, actuaría así. En suma, la otredad que plantea implica que quien se opone al proyecto de la administración actual lo hace porque fue beneficiado por las anteriores, y eso no es necesariamente verdad. ¿No valdría la pena admitir que allá afuera o dentro del partido puede haber jóvenes y no tan jóvenes que sienten una inconformidad como la que los volcó a la calle hace apenas unos años?
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Estefanía Veloz empezó a tener conflictos con sus compañeros de partido cuando hizo público, en un programa de debate en televisión, que ella no pensaba igual que el presidente o que todos sus compañeros. “De pronto me preguntaron si había diferencias en Morena, y yo dije que claro que las había. Los compañeros me empezaron a decir: ‘Uy, no, les diste lo que querían, te llevaron a su terreno, dijiste que estamos divididos’, y ahí yo sabía que iba a luchar entre decir lo que pienso y quedar bien, y creo que mi camino en el partido fue así”, detalla.
Tres años después, Veloz renunció a Morena por medio de una carta en la que dejó claro que la reticencia del partido a incorporar el feminismo le hacía imposible seguir militando. El hecho se dio en el contexto en que el presidente y el partido trataron de que Félix Salgado Macedonio, quien tenía múltiples acusaciones de violencia sexual, fuera candidato a la gubernatura de Guerrero y después eligieron a su hija como candidata definitiva. Esto durante un año en que las protestas feministas fueron muy intensas en el país, y la respuesta del Gobierno federal iba desde vallar el Palacio Nacional hasta denostar el movimiento en las conferencias de prensa matutinas.
Veloz cuenta que desde que participó en las protestas por el feminicidio de Lesvy Berlín en 2017, en el campus de la UNAM, “comencé a sentir cómo me jalaba la ola del feminismo hacia pertenecer a un grupo que no se conectaba con el espacio que yo creía que era el más justo de todos, que era un movimiento que luchaba por una transición democrática que le diera no solo derechos y libertades al pueblo, sino una democracia verdadera. ¿Cómo no se podían juntar esas dos cosas?”, se pregunta.
Sin embargo, pasaba algo que, desde su perspectiva, ocurre mucho en la izquierda: “Todo el tiempo es ‘ahorita’, es que ahorita hay otras cosas más importantes, ahorita necesitamos ganar, ahorita metamos todo al territorio, ahorita la defensa de votos, ahorita hay que defender las casillas. El pragmatismo era en lo electoral y en engranar al partido en una lógica de ganar que va a terminar por desdibujar a Morena como un partido de izquierda”.
Pero la propia Veloz manifiesta un conflicto: “Claro, ahora lo veo en retrospectiva, en un país como el que vivimos, con el sistema económico y con las élites que tenemos, era muy difícil plantear un purismo de izquierda”.
Este texto inicia con un recuento de los momentos en que los jóvenes tomaron las calles, movidos por el deseo de cambiar el mundo. Después de 2018 son los jóvenes quienes han vuelto a hacer presencia, pero sus causas y luchas, como las del feminismo, han sido descalificadas por el presidente, y las manifestaciones incluso han sido reprimidas. Mientras el morenismo siga sin admitir que un gobierno de su partido puede tener temas pendientes, irá dejando ir a aquellos que le dieron mística y perderá la posibilidad de adaptarse al futuro.
Esta historia se publicó en la edición impresa “Región de extremos”.
LUIS MENDOZA OVANDO. Guadalajara, 1994. Suele mentir y afirmar que es de Monterrey. En esa ciudad del noreste mexicano estudió Ingeniería Química en el ITESM porque, aún hoy, tiene un amor por los números que no puede ocultar, aunque su verdadera vocación sea escribir. Corrigió su rumbo en la Ciudad de México, donde entró a la maestría en Periodismo sobre Políticas Públicas en el CIDE. Actualmente es columnista en El Norte, dirige el pódcast de la revista Contextual y escribe en Gatopardo. En esta edición escribió sobre las juventudes de Morena.
AMANDA MIJANGOS. Ciudad de México, 1986. Egresada de la Facultad de Arquitectura y del diplomado de Ilustración de la Academia de San Carlos de la UNAM. Estudió ilustración en el taller de Daniel Roldán en Buenos Aires, Argentina. Fue seleccionada en la exhibición de la Bologna Children’s Book Fair (2019), ganadora de la octava edición del catálogo Iberoamérica ilustra, SM-FIL Guadalajara (2017) y seleccionada en el Sharjah Children’s Reading Festival, la Bienal de Ilustración de Bratislava y en el catálogo The white ravens de la International Youth Library. Ha ilustrado literatura y poesía para personas de todas las edades en editoriales como SM, Fondo de Cultura Económica, Macmillan-Castillo y Ediciones El Naranjo y revistas como Tierra Adentro, Brígida y Altäir Magazine.
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