La polarización en México y sus pliegues intanglibles - Gatopardo

La polarización en México y sus pliegues intangibles

¿Son las polarizaciones un asunto de minorías o una grieta insalvable?, ¿fomentan perfiles con posturas radicales o narrativas provocadas por actores que construyen su popularidad desde la división? Hemos visto en las redes sociales —el barómetro digital de nuestro tiempo— un “nosotros” y un “ellos” confrontados. ¿Qué hay detrás de las polarizaciones en la agenda pública de México? 

Tiempo de lectura: 9 minutos

Esta es una colaboración del VIF.

Ante el ascenso al poder de figuras populistas en nuestra región, como Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador o Andrés Manuel López Obrador en México, la polarización se ha convertido en un tema central de las sociedades democráticas de nuestros tiempos. En cuanto a la literatura especializada, existe un debate profundo sobre los impactos negativos, como el hecho de que erosiona la posibilidad de alcanzar consensos, socava la legitimidad del sistema político, debilita las posiciones intermedias, destruye las condiciones del debate y, a largo plazo, representa un riesgo de quiebre democrático y social. Este diagnóstico catastrófico no debe ocultar que la polarización tiene dos caras, lo que incluye también aspectos positivos: vivifica la participación política, aumenta el rango de la diversidad ideológica, fortalece la relación entre votantes y partidos, simplifica los dilemas del electorado en la intimidad de las urnas y construye identidades políticas fuertes. Recordemos, por ejemplo, que Francia fue una sociedad tan polarizada como participativa entre los años sesenta y ochenta.

Aunque en términos académicos la polarización supone pros y contras, son mayores los riesgos que las ventajas que ofrece, sobre todo al considerar que lo que promete se puede alcanzar por otros medios que no pongan en riesgo la vida democrática. Por ejemplo: es posible robustecer la participación política al impulsar los mecanismos ciudadanos de incidencia; se puede aumentar la diversidad ideológica de un país al promover medios públicos que la reflejen; hay condiciones para fortalecer la relación entre los ciudadanos y los partidos al vigorizar los procesos internos de estos últimos, y también se puede facilitar la elección de los votantes y construir identidades políticas sólidas con programas más arriesgados que permitan a la ciudadanía diferenciar sus opciones de forma clara y distinta.

Dicho lo anterior, una primera conclusión es que la polarización es la vía rápida para lograr un proceso de politización y activación ciudadana, aunque no es el mejor camino para un país, en atención a los riesgos graves que supone. Pero hay que dar un paso más allá en el debate. Primero hay que decir que existen condiciones que favorecen el surgimiento de la polarización, por ejemplo, los cambios demográficos relevantes —se ha demostrado que los adultos son más propensos a ella que los jóvenes—; también aparece con mayor facilidad ante crisis económicas o de Estado, así como en situaciones en las que existen profundos resentimientos instalados en sectores sociales que consideran que han perdido terreno frente a otros grupos. Esto nos lleva a un punto importante: la polarización es folclor sin tierra, porque ha aparecido y está presente tanto en las democracias más fuertes como en las más precarias, y en realidad su impacto tiene que ver sobre todo con los mecanismos de contención de cada país.

Y aquí tocamos un tema clave: o la polarización realmente divide a la sociedad hasta crear una brecha insalvable, o en realidad es una narrativa provocada por actores políticos intransigentes o élites intelectuales alarmistas, sin que realmente se conformen dos visiones de país incompatibles y mutuamente excluyentes. Este último es el argumento de Viri Ríos, en un texto de opinión publicado en el diario Milenio, en el que toma como prueba las encuestas de Latinobarómetro, que demuestran que una alta proporción de los mexicanos (40%) se considera de centro político, mientras que en una revisión histórica las posiciones de izquierda y de derecha nunca han rebasado un margen minoritario (23%). De hecho, Ríos señala que tanto votantes de Morena como de la oposición coinciden (82% y 83%) en que el sistema de justicia mexicano no funciona, y la mayoría (54% y 55%) dice estar a favor de la economía de mercado. Siguiendo esta lógica, la polarización es más un asunto de “minorías ruidosas” y no tanto una grieta en la sociedad. Su argumento estadístico debe ser escuchado, pues muestra un aspecto del análisis que se suele desestimar. La discordia que vivimos no puede aparecer en las encuestas que ella utiliza, y esto se debe a que existen distintos tipos de polarización: hablar de polarización temática, por ejemplo, es señalar que existen asuntos públicos que dividen opiniones al interior de la sociedad —como puede ser el modelo económico, el derecho a decidir, la eutanasia o el matrimonio entre personas del mismo sexo—. Esta clase de oposición respecto a “asuntos” es la que captura las encuestas que utiliza Ríos y, de hecho, es normal que exista en todo país democrático que cuenta con mecanismos de gestión del conflicto para encauzar sus diferencias.

Sin embargo, hay otras formas que no operan de este modo, como es el caso de la polarización afectiva, que tiene lugar cuando las diferencias no se construyen a partir de que existan posturas opuestas frente a temas polémicos, sino que se fundamentan en una división existencial entre un “nosotros” contra un “ellos”. Esto solo es posible cuando hay actores políticos que establecen el eje amigo-enemigo (en la conceptualización de Carl Schmitt) como el centro de su forma de entender y hacer política, de modo que en un punto la confrontación ya no es para defender una opinión, sino que se convierte en una cuestión campal e identitaria, que se juega en clave de barras bravas.

Académicos especialistas como Richard Fletcher, Jennifer McCoy y Lilliana Mason remarcan que este tipo de polarización saca del juego el debate programático para reducir las diferencias a una sola dimensión, que es afectiva en tanto que da un giro hacia las emociones y que se sostiene en la percepción de un “nosotros” y un “ellos” enfrentados y sin posibilidad de acuerdo. En conclusión, se puede decir que en México no existe un quiebre social por la polarización temática, como muestran los datos que Ríos utiliza; sin embargo, hay que apuntalar que el gobierno actual de López Obrador ha apostado por una polarización afectiva.

Este tipo de política necesita de varios ingredientes: requiere que se exageren las diferencias; hay que estigmatizar y estereotipar a los rivales, reforzar prejuicios, tensar de manera constante los conflictos, enardecer pasiones divisorias, desacreditar y descalificar la crítica, presentar un juego de suma cero (ante los enemigos, se gana todo o se pierde todo), entre muchas otras formas de conformar identidades en confrontación perpetua. En mi opinión, lo más peligroso de esta forma de hacer política es que se arrasa con el debate público y llega un punto en que ya no se atacan los argumentos, sino que el único objetivo es deslegitimar a quien los enuncia; así las cosas, cae en picada la calidad del debate público y se malogra cualquier camino dialogado para cooperar en torno a los grandes problemas nacionales.

Siguiendo con el análisis, aunque en el largo plazo un alto nivel de polarización tiene efectos negativos para la sociedad —porque destruye los incentivos para cooperar, perjudica la gobernabilidad y crea una brecha de desencuentro social—, en la inmediatez ofrece un escenario que fomenta y premia perfiles con posturas más radicales, lo que tiene como consecuencia la irrupción en medios y en redes sociales de políticos cada vez más intolerantes y periodistas que se convierten en estrellas al construir su popularidad desde este alineamiento divisorio del panorama público.

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Rossana Reguillo es una reconocida antropóloga y cronista que actualmente coordina el Signa Lab del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), un espacio interdisciplinario de la Universidad Jesuita de Guadalajara para producir conocimiento, metodologías y herramientas que contribuyan a la comprensión del mundo sociodigital. En su opinión, “la polarización en redes se mide por la disrupción y desviación de ideas de consenso. El problema cuando se construye una idea simplista de ‘nosotros contra ellos’ es que se agitan las aguas emocionales, y eso dificulta mucho cualquier proceso porque se pierde el espacio para el diálogo y la disidencia”. Desde el Signa Lab, Reguillo ha encabezado los esfuerzos para documentar y pensar las transformaciones en los imaginarios sociales, las disputas por la interpretación de la realidad en el contexto de la posverdad, la emergencia de discursos de odio, así como los impactos de estas lógicas en la discusión pública ante la manipulación automatizada o coordinada en asuntos clave para la agenda pública. El Signa Lab ha publicado informes sobre la evolución de las discusiones digitales en temas como las elecciones en México y en Estados Unidos, los ataques orquestados contra periodistas y contra la libertad de expresión, los feminicidios, entre otros.

Ilustración 1. Visualización de hashtags relevantes en la discusión #IngridEscamilla en Twitter.
Fuente: Signa Lab / ITESO

Pongamos un ejemplo de su trabajo: “Ingrid Escamilla: apagar el horror”. El 9 de febrero de 2020, Ingrid Escamilla fue asesinada en la Ciudad de México por su pareja, un caso con enorme resonancia mediática por el impacto de la filtración de fotografías de su cuerpo violentado y de la escena del crimen. El equipo decidió analizar la repercusión del acontecimiento en redes, por lo que descargó los tuits que tuvieran los hashtags #IngridEscamilla e #Ingrid —los que se utilizaron con mayor frecuencia—. Después, procesaron cientos de miles de tuits en tiempo real y observaron cómo se estaba construyendo la conversación (ver Ilustración 1). Lo que podemos ver en la imagen es cuáles fueron los principales puntos de encuentro colectivo en la discusión digital; si nos acercamos a cada núcleo descubriremos de qué manera participa y se conecta cada cuenta que se involucró. Ahora bien, en un segundo nivel de exploración, el Signa Lab realizó un análisis de las redes semánticas que se conformaron —se muestran en la siguiente nube de palabras (ver Ilustración 2)—, en las que cada término adquiere su relevancia de acuerdo con la frecuencia con la que apareció en Twitter, lo que permite visualizar los significados desde los que se entabló la discusión.

Ilustración 2. Visualización de palabras con mayor incidencia en la discusión #IngridEscamilla Fuente: Signa Lab / ITESO

De acuerdo con el informe del Signa Lab, en esta discusión de redes “prevalece el término feminicidio, que indica que la dinámica colectiva reconoce y se identifica con el término; sin embargo, la prevalencia y relación entre ‘monstruo’, ‘cuerpo’, ‘desolló’ y especialmente ‘fotos’ indican que había dos narrativas en choque: la indignación, la rabia y la tristeza que articulaban y formaban ‘comunidades’ en Twitter y, de otro lado, la burla, la criminalización de la víctima y especialmente el morbo y la obsesión por ‘consumir’ la imagen más terrible de la destrucción de #Ingrid”.

En este caso en concreto, surgió una iniciativa orgánica por parte de los usuarios para “salir del horror” de las imágenes filtradas e intervinieron el algoritmo: comenzaron a publicar miles de imágenes de paisajes naturales, atardeceres, fauna viva, entre otras, en tuits con el hashtag #IngridEscamilla.

La idea era que “el relato que prevalece en las búsquedas a largo plazo sobre cualquier tema en estos sitios es el correspondiente al conjunto de palabras e imágenes que mayor número de veces hayan circulado asociadas a dicho tema. En este caso, si bien en un primer momento […] era esperable que las búsquedas de Ingrid estuvieran y quedaran atadas a la exacerbación de la violencia, desde [que se realiza esta intervención], el empuje de un relato distinto no solo empezó a producir una memoria colectiva afectiva y crítica, de reivindicación de Ingrid, sino que puso en circulación un volumen masivo de datos con la intención de que estos prevalezcan en el espacio virtual como gramática de la esperanza alrededor de esta tragedia”.

Como coordinadora del Signa Lab e intelectual pública, Reguillo ha dado seguimiento a la polarización en México, por lo que en entrevista para Gatopardo propone claves para su análisis: “Identifico por lo menos tres dimensiones en las que debemos centrar nuestra atención: primero, en la relación entre el gobierno y la prensa, a nivel local, estatal y federal, porque es muy fácil desde posiciones de poder descalificar todo aquello que suene a crítica y a la vez hacer una aprobación enérgica de lo que se sienta como felicitación, que es muy grave, porque instala en la opinión pública la idea de que hay prensa buena y prensa mala, lo que genera confrontaciones y ataques entre personas usuarias de redes sociales”.

“El segundo eje que demanda análisis y seguimiento es lo que podemos llamar ‘controversias políticas’, para no adjetivar. Pienso, por ejemplo, en el informe sobre el caso Ayotzinapa: ¿desestabiliza la verdad histórica anterior? Aquí también está la polarización, porque la información y la verdad dejan de tener importancia, de modo que la discusión se traslada al terreno de la creencia, y entonces cualquiera puede decir: ‘Yo creo que esto es cierto y bueno; tú eres malo, por tanto, tú no debes existir’. En esta lógica es muy difícil intervenir hacia la construcción de un diálogo y un debate democrático, porque lo que desaparece es la posibilidad de levantar puentes de reconocimiento mutuo”.

Finalmente, el tercer y último eje es el de las confrontaciones culturales, “que se están agravando, sobre todo en Estados Unidos y en Europa, y tienen que ver con temas como la migración, los refugiados, el ascenso de las derechas raciales a los espacios de Gobierno, así como los grupos antiderechos que, de hecho, están escapando creativamente a los controles configurados para contenerlos. En el Signa Lab descubrimos que estos grupos han aprendido a usar una fachada cientificista para justificarse y ganar espacios. En conclusión, estos son los grandes ejes que tenemos que monitorear para entender lo que está pasando, porque son los que están organizando la ausencia del debate público”.

Respecto a los retos de la polarización, Reguillo declara: “Mi posición es optimista pero realista. No veo en lo inmediato que existan fuerzas colectivas que intenten frenar la polarización: lo que hay son esfuerzos aislados por parte de ciertas cuentas con impacto de opinión que buscan no caer atrapadas en el pro y en el anti, que es el núcleo de la polarización digital. Pero lo que encontramos en general son actores reales que piensan de manera muy lastimosa: me aterra lo que leo, de un signo y de otro, con llamados incendiarios a la negación de la existencia del punto de vista del otro. Necesitamos mucho trabajo de educación, de contención, de información. Es difícil, pero hay ejemplos de que se pueden romper los ciclos de la polarización”.

Posdata: Considerando lo aquí expuesto, sostengo que se equivocan quienes piensan que la polarización es unidireccional y que se reduce a nombre y apellido. Lo que vemos es una forma de entender el mundo que está habitando los pliegues, los meandros y los intersticios de nuestras conversaciones. Se vislumbra una pequeña esperanza de fortalecer la inteligencia colectiva y apostar por los esfuerzos de una despolarización democrática, porque nada sería más lamentable que una polarización que se resuelva en clave autoritaria.

Esta historia se publicó en la edición impresa “Región de extremos”.


CÉSAR RUIZ GALICIA.  Ciudad de México, 1987. Licenciado en Ciencia Política (UAM), licenciado en Estudios Latinoamericanos (UNAM) y maestro en Periodismo sobre Políticas Públicas (CIDE). Autor de Yo Soy 132. Inventario personal (2018). Ha publicado artículos en medios nacionales (La Jornada, Sin Embargo, entre otros) e internacionales (Vice, MO, Americas Program, Anuario del Conflicto Social, etc.). Fundador y director editorial del medio digital Tercera Vía. Ganador del Concurso de Ensayo Aniversario 2020 de la Revista Zócalo. En 2021 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo. Actualmente es profesor de tiempo completo en el ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara.

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