La fantasía oscura y sentimental. Un perfil de Mariana Enriquez - Gatopardo

La fantasía oscura y sentimental. Un perfil de Mariana Enriquez

Pablo Plotkin
Fotografía de Félix Busso


Patti Smith y los de Suede hablan de ella, la rockstar de las letras argentinas. Pasa los días contestando mensajes privados a lectores fanáticos que quieren saber más y extender la estadía en su mundo literario. Todos quieren ser parte de la noche asfixiante que sus relatos evocan desde hace 25 años. Su más reciente novela, Nuestra parte de noche, editada por Anagrama, es un Frankenstein de 670 páginas que cierra dos décadas y media de un ciclo creativo.

Tiempo de lectura: 26 minutos

En estos días de febrero, Mariana Enriquez mantiene chats privados con lectores y fanáticos que la contactan por intereses específicos. Con una chica habla de The Little Drummer Girl, la miniserie británica basada en la novela de John Le Carré. Con otro discuten sobre si los sigilos, los símbolos de la magia del caos, permiten abrir puertas o no. Alguien le pregunta por qué en Nuestra parte de noche, la novela publicada por Anagrama con la que ganó el Premio Herralde en noviembre de 2019, cita La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin, y si la ambigüedad sexual de sus personajes está inspirada en ese libro de 1969 que imaginaba un planeta habitado por hermafroditas. Un polaco que planea viajar a la Argentina para investigar religiosidades paganas de frontera le consulta sobre San La Muerte, un santo que aparece una y otra vez en sus relatos. Le llegan, también, mensajes de una fan enamorada de los hombres abismalmente bellos y rotos de su última novela. Todos quieren extender la estadía en el mundo de Enriquez, ser parte de la noche asfixiante que invoca desde hace 25 años.

Pero es media mañana y estamos junto a una ventana tocada por el sol en un bar afrancesado del barrio de Palermo, en Buenos Aires, frente a dos tazas de café con leche y unos pancakes con arándanos, frutillas y miel. No hay fantasmas ni demonios a la vista. Enriquez usa una remera negra con el logo de Black Sabbath y tiene un poco cara de dormida. Se revuelve el pelo —históricamente oscuro, ahora veteado de descargas blancas y rubias— con un gesto muy suyo, un ojo casi guiñado y los labios torcidos en forma de corazón. Es una gran conversadora, no solo por el espectro de temas sobre los que ha desarrollado una mirada fascinada y personal —de los poetas románticos al pop coreano, de Manuel Puig a Tik-Tok—, sino por la gracia con la que habla, sus énfasis de comedia, los vaivenes entre el análisis cultural y el chismorreo pueblerino, su capacidad de escuchar al otro. Lo sabe cualquiera que la haya tratado. Lo saben los fans que la buscan por internet.

—Los acercamientos de estos lectores no son necesariamente para que yo opine sobre algo, sino que hay un interés en común, y eso me gusta. Del millón y medio de obsesiones que hay en mis libros, encuentran una que les copa y dicen: “ah, ¡interlocutor!” Son temas bastante angostos, además. No es que escribo una novela sobre el aborto y entonces vienen a hablar sobre el aborto. Vienen a hablar sobre si determinado sello mágico puede llamar a un demonio o no.

Nuestra parte de noche es la peregrinación de ese “millón y medio de obsesiones” a la tierra maldita de Enriquez. Es la coagulación de su aleph, un Frankenstein de 670 páginas que cierra de manera imponente un ciclo creativo de dos décadas y media en el que se mezclan la mutilación, la enfermedad, la belleza imposible, la crueldad absoluta, los dramas políticos argentinos, los dioses antiguos, los ritos paganos, la mitología del rock & roll, los poetas suicidas, la sexualidad omnívora, el vampirismo, la contaminación, los huesos, las drogas, el fuego, la carne podrida, las casas que devoran vidas, las tragedias de América Latina, la impunidad del dinero, los cortes de energía, el sida, la infancia rota, la adolescencia ardorosa, los fantasmas, la tortura, las pestes, lo heredado, lo insalvable.

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