La jugada maestra
La jugada maestra de Elba Esther Gordillo se hizo en 2006, cuando los votos del sindicato que ofreció a Felipe Calderón lo hicieron presidente.
Empezaba a lloviznar en el sur de Ciudad de México y terminaba la última reunión del “equipo de contienda” que había acompañado al candidato del Partido Acción Nacional, Felipe Calderón Hinojosa, durante los seis meses de la campaña presidencial. El abanderado del PAN tenía prisa y quería llegar a su casa para ver el silbatazo de arranque del partido en el que Brasil y Francia se disputaban el pase a las semifinales del Mundial de Futbol en Alemania. Quizá por eso, el reporte de Rafael Giménez, uno de sus estrategas mediáticos, congeló los ánimos en el salón de juntas donde se encontraba reunido el equipo de campaña: en la última encuesta que medía las preferencias de la competencia electoral, si bien quedaba registrada la caída del candidato de izquierda, Andrés Manuel López Obrador mantenía su calidad de puntero. El desaliento no pudo ser mayor: las elecciones presidenciales se celebrarían al día siguiente.
Mientras su jefe se relajaba con la transmisión televisiva de la Copa del Mundo, la plana mayor de la campaña, encabezada por Juan Camilo Mouriño —un empresario de 35 años, originario de España, que se ha convertido en el principal consejero de Calderón—, se concentró en un restaurante de comida mexicana. Franceses y brasileros empataban sin goles al medio tiempo cuando Giménez se incorporó a la mesa en la que, además de Mouriño, actual jefe de la Oficina de la Presidencia, estaban siete de los colaboradores más cercanos a Calderón, entre ellos Javier Lozano, actual secretario del Trabajo, y Arturo Sarukhán, actual embajador ante el gobierno de Estados Unidos. Giménez traía bajo el brazo la actualización de su encuesta: López Obrador aventajaba a Calderón por 1.4 puntos. Para evitar una reacción de pánico en cadena, Giménez sólo mostró el reporte a Mouriño y trató de serenarlo, explicando que entre quienes habían asegurado que acudirían a las urnas, el panista obtenía una ventaja de 2 puntos sobre el perredista.
Esa sensación de alivio se evaporó cuando Giménez escuchó el reporte de Ulises Beltrán, uno de los encuestadores más confiables por haber estado a cargo de los sondeos de opinión pública durante las administraciones de los ex presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo: el candidato del PAN estaba tres puntos porcentuales por debajo del oponente. A punto de terminar el partido, Mouriño abandonó el restaurante y enfiló hacia su departamento, en el barrio de Polanco.
En cuanto cruzó la puerta, recibió una llamada de Calderón, quien le contó que acababa de hablar con Elba Esther Gordillo. La líder del sindicato de maestros le había ofrecido medio millón de votos. Poco después, al departamento de Mouriño llegaron los dos hombres más cercanos a la dirigente magisterial: Miguel Ángel Jiménez, presidente del Partido Nueva Alianza (Panal), el partido que Gordillo había creado para estas elecciones, y Fernando González, esposo de una de sus dos hijas. Acompañados por un par de botellas de buen escocés, llamaron a cada uno de los 58 secretarios seccionales del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (snte) para indicarles cómo debería ser el voto de los maestros afiliados: Calderón por la presidencia y los candidatos del Panal para el resto de las posiciones en disputa. Terminaron con la tarea a las tres de la mañana.
Esa llamada telefónica entre la lideresa del sindicato nacional de maestros y el candidato derechista selló el pacto que sus colaboradores comenzaron a tejer tres meses antes de las votaciones del domingo 2 de julio de 2006. Los maestros le dieron los votos suficientes a Calderón para imponerse a López Obrador por una mínima diferencia (238 mil votos) y de paso obtuvieron el registro definitivo de un partido político nacional.
CONTINUAR LEYENDORaymundo Riva Palacio, columnista del diario El Universal, interpretó así la jugada de Gordillo: “Ella simplemente fue consistente con su fama de la política más pragmática de México. Leyó a tiempo qué pasaría en las urnas y buscó negociar con el puntero (López Obrador), sin éxito. De ella se puede pensar cualquier cosa, menos que permanecerá cruzada de brazos. Es astuta por naturaleza”.
El suyo es un poder casi autónomo, pues lo mismo es una fuerza electoral que un efectivo instrumento de presión y cabildeo: un poder con una base financiera independiente que además controla el futuro de la educación en México. Es también un poder que ha sobrevivido la corriente democratizadora del país. El lento proceso de transición a la democracia de México ha acabado con muchos de los poderes del pasado: un presidente casi omnipotente, un partido único y una corrupción rampante. De manera que si bien los sindicatos siguen siendo un coto de corrupción, muchos de los líderes fuertes, nacidos al amparo del PRI, han desaparecido. La Maestra, en cambio, ha tenido el instinto de sobrevivir y la capacidad de hacerse cada vez más fuerte. “Es la mujer más influyente de México —dijo Roy Campos, director ejecutivo de una de las empresas de encuestas más importantes del país—. A excepción de Cuauhtémoc Cárdenas y el Subcomandante Marcos, es la única personalidad que ha mantenido su lugar dentro de la política en México en los últimos cinco sexenios”.
Después de las elecciones, como hace siempre que enfrenta un entorno adverso, Elba Esther prácticamente desapareció de la escena pública. Mientras la clase política se debatía entre la exigencia de un recuento, promovida por el candidato perdedor y el débil cierre del presidente saliente, Vicente Fox, ella se refugió en San Diego, California, donde tiene una residencia en el lujoso fraccionamiento de Coronado Cays.
En febrero de este año reapareció en la casa presidencial, donde el presidente Calderón le festejó su cumpleaños número 62. Ese día usó un vestido de lino grueso, rojo, unos zapatos con tacones altos y una peluca pelirroja. También reanudó sus habituales reuniones con periodistas. A una de éstas, efectuada una semana después de su encuentro con Calderón, se presentó con maquillaje discreto, vestimenta sobria y una sola condición: respetar el off the record; a las preguntas indiscretas, no impuso limitaciones y respondió sin reservas, con ganas. Ahí se mostró convencida de haber salvado a los mexicanos del “delirio populista” de López Obrador y de “las mentiras” del candidato presidencial del PRI, Roberto Madrazo. Cuando se le hizo ver que, al menos en teoría, debió haber trabajado para sumar el mayor número de votos posibles a Roberto Campa Cifrián, nominado por el Panal a la Presidencia, no ocultó su enorme pragmatismo: “El magisterio tiene un poder social y, en esa medida, es garante de la gobernabilidad del país —dijo—. El país se había polarizado, lo que estaba en juego era el futuro del país y desde el año 2000, la alianza del snte va más allá de partidismos: es con el Estado mexicano. La decisión de apoyar a Calderón fue la correcta”.
Recientemente, La Maestra logró afianzar aún más su poder. El 6 de julio, en Tijuana, ciudad vecina de San Diego, California, se constituyó una nueva disidencia interna, denominada Dignidad Magisterial, que busca construir una candidatura propia rumbo al Congreso Nacional de marzo de 2008. La nueva disidencia contra Elba Esther actuaba con tácticas guerrilleras: había aparecido en la misma ciudad donde horas más tarde arrancaría una sesión extraordinaria del Consejo Nacional del snte.
La maestra enfrentó la crisis con frialdad: se llevó a los 160 dirigentes que acudieron al cónclave a uno de los hoteles más lujosos de Rosarito y abrió una sesión en la que, después de más de 12 horas de discusiones, extendieron un voto de confianza a su presidenta y quitaron los límites de tiempo a los cargos para los que ella y Rafael Ochoa Guzmán, el secretario general en funciones, fueron electos hace tres años. Así, Gordillo Morales, se sumó a la lista de líderes sindicales vitalicios, tan comunes en la historia de México.
Elba Esther Gordillo es originaria de Comitán, Chiapas, un pueblito españolado próximo a la frontera mexicana con Guatemala. Su padre fue Daniel Gordillo Pinto, un capitalino que enamoró a Estela Morales, la hija de Rubén Morales, un cacique chiapaneco dueño de fincas y productor de aguardiente. Estela Morales trabó relación con el joven Gordillo a pesar de las protestas del padre. La pareja estableció residencia en Ciudad de México, pero no por mucho tiempo pues Gordillo Pinto murió cuando Elba Esther tenía tres años. Estela Morales tuvo que regresar a Chiapas con la niña Elba y su hermana Martha.
El periodista José Martínez, autor de La Maestra. Vida y hechos de Elba Esther Gordillo (Océano, 2003), dice que hay una contradicción en los relatos de infancia y juventud, pues mientras sus contemporáneos la recuerdan como una niña que creció en condiciones muy precarias, en las pocas entrevistas que ha dado sobre su vida Gordillo deja ver su posición como nieta de uno de los caciques locales, entre nanas y grandes casas. El asunto adquirió recientemente mucha importancia a propósito de los cuestionamientos sobre la fortuna personal de Gordillo, pues ella dijo que a la muerte de su abuelo recibió una herencia cercana al millón de dólares, que fue la base a partir de la cual construyó su riqueza.
De cualquier forma, Gordillo relata en una de estas entrevistas citadas por Martínez, que cuando tenía once años su abuelo quiso darle un castigo ejemplar por haber tomado dinero de la casa para mandar hacer un regalo de plata que quería entregar a su adorada nana, ya que era el cumpleaños del novio y ella no tenía nada que darle. Cuando el abuelo se dio cuenta del dinero faltante, mandó llamar a todo el personal de servicio, quien asistió al patio central de la finca a una fuerte tunda, hasta que Gordillo tomó en sus manos el fuete con el que el abuelo le pegaba y le dijo que jamás la tocara de nuevo. Elba Esther, su madre y su hermana salieron entonces de la órbita del abuelo y vivieron algunos años en uno de los barrios más pobres de su pueblo natal.
Fue la necesidad de ayudar al ingreso familiar, y no la vocación docente, la que obligó a que iniciara, a los 12 años, a trabajar como alfabetizadora en comunidades indígenas cercanas a San Cristóbal de las Casas. A los 18 años Elba Esther desposó a Arturo Montelongo, quien había sido su mentor en los cursos de mejoramiento profesional, y juntos procrearon una hija. La unión apenas duró un par de años, por el deceso repentino de Montelongo, quien padecía de una insuficiencia renal crónica. Entonces se mudó a Ciudad Nezahualcóyotl, una incipiente urbanización en las afueras del Distrito Federal. A inicios de la década de los setenta daba clases a los alumnos de 5º y 6º de primaria en una pequeña escuela y al mismo tiempo incursionaba en las actividades sindicales, bajo la protección de militantes del movimiento trotskista. Sus dotes oratorias, que la hicieron popular desde niña, le abrieron paso en el mundo sindical, donde tradicionalmente las mujeres tienen un papel meramente ornamental.
Entonces, el snte era controlado por Carlos Jonguitud Barrios. En enero de 1973 conoció a Elba Esther Gordillo, la delegada de Ciudad Nezahualcóyotl que en un congreso magisterial rebatía ruidosamente los argumentos de los líderes sindicales. Un año más tarde, Jonguitud fue formalmente declarado líder del sindicato y se encontró de nuevo con Gordillo, quien lo fue a buscar personalmente para pedirle un cita y hablar directamente con él. La mitología alrededor de La Maestra indica que fue allí cuando entablaron una amistad duradera. Lo cierto es que al menos durante la siguiente década, según recuerdan en el snte, Jongitud mantuvo en su entorno a Gordillo. Bajo su amparo, La Maestra hizo carrera dentro del sindicato y logró un escaño en el Congreso Federal.
Elba Esther no existía entonces. En parte para borrar su infancia atroz, en parte para reinventarse, agregó el segundo nombre cuando comenzó a construir su propio mito, el de la entronización de una mujer que, superando innumerables trabas, incluyendo el ambiente machista de la política gremial, llegó al poder y a la riqueza.
Los sindicatos han desempeñado un papel clave en la historia del país. Desde la fundación del Partido Revolucionario Institucional en 1929, los dirigentes usaron a los sindicatos como un pilar de la estructura del partido. Se aseguraron el control y los votos de millones de trabajadores a cambio de prebendas de todo tipo. Los líderes de estos sindicatos, a su vez, se convirtieron en figuras públicas muy visibles y contradictorias, en caciques odiados y adorados que lo mismo lanzaban discursos proletarios mientras acumulaban una enorme riqueza personal y ponían a sus agremiados a las órdenes del presidente en turno.
Este orden de las cosas se mantuvo más o menos igual hasta finales de los ochenta, cuando sucesivas crisis económicas disminuyeron la capacidad de maniobra del régimen y Carlos Salinas de Gortari llegó a la Presidencia en medio de serios alegatos de fraude electoral. La contienda con Cuauhtémoc Cárdenas fue un pleito entre dos visiones de una misma clase política. Entre otras cosas, Cárdenas simbolizaba la rebeldía de algunos sectores priístas contra la incipiente tecnocracia que se había apoderado del gobierno. Entre los grupos cismáticos estaban los sindicatos petrolero y magisterial, dos de los gremios más poderosos dentro del PRI por el número de sus asociados y su capacidad económica.
Salinas de Gortari arremetió contra ellos. El 10 de enero de 1989, efectivos militares y policías judiciales tomaron por asalto la casa de Joaquín Hernández Galicia, el máximo líder petrolero, en Ciudad Madero, un importante puerto del noroeste del país. La Quina, como lo conocen, se había convertido en uno de esos líderes vitalicios y obtenido toda clase de concesiones de los regímenes priístas, desde tiendas hasta unidades habitacionales. Después de derribar la reja principal con una bazuca, lo sacaron en ropa interior y lo encarcelaron, acusado de almacenar 200 ametralladoras Uzi y 30 mil municiones.
Mucho más complicado fue destrabar el descontento del sindicato de maestros. A diferencia de otros sindicatos más dóciles, el de maestros ha sido tradicionalmente una agrupación muy politizada, con una disidencia sindical añeja muy combativa y un ala radical que ha alimentado movimientos subversivos. Poco después de que Carlos Salinas de Gortari tomara el poder, los profesores de Ciudad de México pusieron en escena numerosas marchas en demanda de una verdadera democracia interna y aumentos salariales. Paralizaron más de la mitad de las escuelas de la capital y con el paso del tiempo las acciones se fueron radicalizando: hubo marchas que simultáneamente desembocaron en la plancha de la Plaza Mayor de la capital y luego un paro nacional indefinido que duró una semana, hasta que a finales de abril de 1989 el presidente mismo depuso al líder Jonguitud Barrios.
La Maestra era en ese momento delegada de una de las demarcaciones administrativas en las que se divide Ciudad de México y una persona cercana al alcalde de la ciudad, Manuel Camacho Solís. Ambos se habían conocido unos años antes, cuando Elba Esther mostró sus dotes políticas enfrentando a las asociaciones de vecinos damnificados tras el temblor de 1985. También había hecho méritos políticos con el nuevo grupo durante las controvertidas elecciones de 1988, cuando fue nombrada delegada del PRI en Chihuahua, el estado dónde había iniciado un movimiento de resistencia civil para protestar contra el gobierno y su partido, y donde se temía un triunfo de la oposición. La presencia de Gordillo y la fuerza del snte ayudaron a la derrota del PAN. Camacho Solís, quien entonces era el principal operador político del presidente Salinas, intercedió a favor de La Maestra y fue así como llegó a la secretaría general del sindicato. Su ascenso se legitimó poco después en un Congreso Nacional extraordinario a finales de enero de 1990.
Muchos mexicanos recuerdan el año de 1994 como uno de los más dramáticos en la historia política reciente. Carlos Salinas de Gortari estaba a punto de terminar su sexenio como un presidente muy exitoso, no sólo por haber acallado las dudas sobre su legitimidad, sino por haber emprendido un intenso programa de modernización económica cuyo punto culminante fue el Tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos y Canadá. Pero en enero se alzaron los zapatistas y en marzo un sicario sin causa sacó un revolver brasileño y disparó contra el candidato del PRI a la Presidencia, Luis Donaldo Colosio, hiriéndolo de muerte ante la conmoción generalizada del pueblo mexicano.
En medio de la confusión, el PRI sustituyó a su candidato, pero las tensiones se dispararon. Preocupados, representantes de todos los partidos políticos, el sector privado, académicos y ciudadanos se unieron con el propósito de reducir, por medio del diálogo nacional, la explosividad en el ambiente. La primera reunión tuvo como sede la casa del politólogo Jorge Castañeda, entonces asesor del candidato de izquierda Cuauhtémoc Cárdenas y la prensa de aquella época bautizó al mecanismo como Grupo San Ángel. La reunión reflejaba una seria preocupación por la democracia mexicana, de cara a las elecciones del 21 de agosto de ese año. Se temía que el candiato de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas ganara las elecciones y que el PRI actuara como hacía 6 años. El grupo quería poner sus buenos oficios para contribuir a unas elecciones limpias y, dado el caso, establecer un acuerdo entre los actores politicos.
Jorge Castañeda incorporó a este grupo a Elba Esther Gordillo. Las reuniones tenían como propósito la discusión de los temas sustanciales de la política mexicana, pero también eran un foro de intensa politiquería. Lorenzo Meyer, historiador y miembro del grupo, recuerda cómo le impresionaba que la líder del sindicato magisterial hablara con tanta independencia de su partido. “Elba Esther se presentaba como un miembro importante del PRI pero con cierta distancia —recuerda Meyer—. No parecía muy dispuesta a seguir las líneas de los priístas ortodoxos y dejaba entender que si no le daban su lugar en el PRI ella podía irse a otro partido”. Gracias a su amistad con Jorge Castañeda y a su contacto con esta élite cultural, Gordillo pulió un lenguaje que la hacía aparecer mucho más fresca e interesante, no sólo que otros líderes sindicales sino que la mayoría de sus correligionarios priístas. Además, hipnotizaba a muchos políticos en turno por su enorme poder y capacidad de movilización. Firmó documentos, adquirió compromisos y participó en foros que ahora se miran como pilares de la transición política mexicana.
El PRI no cayó en 1994, como pensaba la mayoría dentro del Grupo San Ángel, sino en 2000. Y no fue la izquierda quien le arrebató 71 años de hegemonía, sino el PAN, un partido que nació como una respuesta de un pequeño grupo de profesionistas ilustrados de clase media a la corrupción del PRI, pero que en los últimos años había sido tomado por una nueva clase de empresarios metidos a la política, más pragmáticos, conservadores y agresivos.
Vicente Fox, ex director de Coca–Cola en México, llegó al poder con un enorme bono democrático. Y Gordillo, a diferencia del resto de sus compañeros de partido, era una priísta feliz y ya comenzaba a hablarse de ella como la mujer más poderosa de México. En agosto de 2000, poco después de las elecciones, la periodista Denise Dresser publicó una entrevista con Elba Esther Gordillo en el semanario Proceso, que captura el estado de ánimo del momento. Gordillo y Fox se conocieron en el Grupo San Ángel. Firmaron los mismos documentos y participaron en los mismos foros. Se especulaba que Gordillo iba a llegar a la Secretaría de Educación Pública: “Hoy cosecha lo que sembró fuera del pastizal del PRI —escribió Dresser—. Hoy igual que ayer va a terminar parada: con Fox o con el PRI, pero de pie y con poder”.
Cuestionada sobre la congruencia de este movimiento, Gordillo contestó que desde los noventa había entendido la necesidad de revisar las formas de hacer política y que reformar el Estado mexicano pasaba necesariamente por la democratización del país. “Ella practicaba con mucha claridad lo que muchos priístas no habían entendido —dijo recientemente Dresser a propósito de su entrevista del 2000—, que para sobrevivir tenían que modernizarse, al menos en apariencia: cambiar el discurso, volverse más abiertos y juntarse con la gente adecuada”.
La dirigencia del PAN impidió el ingreso de La Maestra al Gabinete, pero su pacto con Fox quedó inalterado. De hecho, se reforzó cuando recibió su aval para buscar la presidencia del PRI. La idea era arrebatar el poder formal al grupo que en ese momento controlaba al partido opositor y conseguir los votos en el Congreso para las necesarias reformas económicas. Desde entonces era evidente que el país necesitaba recoger más impuestos para invertir en escuelas, hospitales e infraestructura, así como cambiar las reglas de inversión en sectores clave como el eléctrico y el petrolero, que están muy anquilosados. También era evidente que los priístas perdedores no iban a cooperar.
En otoño de 2001, Elba Esther Gordillo y Roberto Madrazo, que había estado buscando la candidatura de su partido a la Presidencia de la República, viajaron a La Habana, Cuba, invitados por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, quien había sido su jefe político antes de dejar el poder. Allí sellaron un trato: competir en 2002 por la presidencia del partido y por la secretaría general, respectivamente, y un año después, si triunfaban, Madrazo buscaría una diputación con la intención de convertirse en el coordinador de los legisladores de su partido. Con este compromiso detentarían tanto poder que podrían marchar juntos para recuperar la Presidencia de la República en las elecciones de 2006. La Maestra ofreció hacerse cargo de los gastos de la campaña para la presidencia del PRI, para lo que tuvo que vender una casa valuada en 2 millones de dólares. En febrero de 2002 derrotaron en la elección interna del partido a sus contendientes. Dos semanas después, durante la ceremonia conmemorativa del 73 aniversario del PRI, asumieron sus cargos. “Seríamos miopes si orientáramos al partido hacia una oposición irreflexiva, meramente reactiva e intolerante —dijo La Maestra—. Vamos, juntos, a hacer del PRI el partido de las grandes iniciativas políticas, el partido que impulse y conduzca la reforma del Estado”.
Al paso de los meses, la lideresa se convirtió en la principal aliada política del presidente panista. “Fox, al llegar a la Presidencia, se dio cuenta de que no sabía hacer política —dice Dresser—. Elba Esther era la mujer que él necesitaba”. Era tal el poder de La Maestra que incluso gestionó un encuentro secreto entre el ex presidente Carlos Salinas —prácticamente proscrito de la vida pública mexicana por los escándalos de corrupción que se sucedieron al final de su mandato— y Fox. En esta reunión acordaron la liberación de Raúl Salinas, hermano del ex presidente, que llevaba ocho años en la cárcel acusado del asesinato en 1994 de su cuñado Francisco Ruiz Massieu, quien fuera secretario general del PRI. A cambio, Fox pidió que Salinas moviera sus influencias para que los diputados del PRI votaran a favor de las reformas estructurales.
Vinieron las elecciones de medio periodo. Gordillo pactó un cambio del acuerdo de La Habana. Madrazo quedó como presidente del partido y ella entró al Congreso como coordinadora de la bancada priísta. Al iniciar el periodo de debates parlamentarios, el gobierno presentó la propuesta de reforma fiscal. Pero los priístas se enredaron en su propio laberinto. Mientras La Maestra gestionaba con altos funcionarios del gobierno los términos de los cambios constitucionales, un grupo de legisladores cercanos a Madrazo comenzó a cuestionar la conveniencia de apoyar la reforma foxista. El viernes 12 de diciembre de 2003, Gordillo acudió a una reunión del grupo parlamentario del PRI. La mayoría de los diputados de su partido —leales a Madrazo— le anunciaron que votarían en contra de la línea marcada por ella, su coordinadora. La Maestra no lo podía creer. Madrazo la había traicionado.
Alfonso Durazo, un antiguo colaborador de Fox, narró en un libro las tensiones posteriores a la derrota de Fox y su aliada. Un día después de que Gordillo perdiera la votación en el Congreso, visitó a La Maestra en su casa y la encontró anímicamente devastada. “Qué bueno que no salió esa reforma”, le dijo, en ánimo de consolarla. Gordillo reaccionó con sorpresa al comentario. “Si hubiese salido, ya tendríamos candidata presidencial… y no sería usted”, remató.
A pesar su amistad con Fox y su esposa, La Maestra tuvo inconvenientes con las autoridades durante el sexenio pasado. En agosto de 2002, el viejo cacique Carlos Jonguitud Barrios decidió que era momento de ajustar cuentas con Gordillo y, en una entrevista a los reporteros de La Jornada Rosa Elvira Vargas y Jenaro Villamil, la incriminó en el asesinato, a principios de los ochenta, de Misael Núñez Acosta, un combativo dirigente del Valle de México que luchaba por la democratización del gremio. Cuando ocurrió el crimen, Elba Esther era diputada federal, y había ya establecido sus reales en la misma área de influencia.
La acusación de Jonguitud provocó que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, el grupo disidente del magisterio, presentara una denuncia ante una Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, una figura impulsada paradójicamente por el mismo Fox para aclarar los crímenes de los gobiernos priístas durante los años de la guerra sucia en México. El fiscal especial, Ignacio Carrillo Prieto, emitió una citación “urgente” que obligó a La Maestra a presentarse en calidad de acusada ante el Ministerio Público. El día de la comparecencia, los agentes judiciales la obligaron a desnudarse en un baño y revisaron su vestimenta. Al salir, tuvo que encarar a los denunciantes y los familiares del profesor asesinado.
Elba Esther quedó exonerada un año después, pero desde entonces el asunto ha sido utilizado constantemente por sus enemigos políticos. En diciembre de ese año, el semanario Proceso presentó un reportaje sobre “la indignante riqueza de Elba Esther Gordillo”. En la foto aparecía La Maestra sentada en una escalera, mirando de frente, con la mano en la barbilla y luciendo uno de sus costosos trajes sastres por los que ya era famosa. El artículo de Antonio Jáquez hacía un recuento de las numerosas propiedades de Elba Esther tanto en Ciudad de México como en el vecino estado de Morelos y en San Diego, California, calculadas en 10 millones de dólares. La nota reactivó la discrepancia de los recuentos sobre el pasado de La Maestra, pero sobre todo lanzaba una duda sobre la limpieza en el manejo de los recursos del sindicato.
Finalmente, a mediados de 2003, comenzó a circular en las redacciones de los principales medios del país el libelo “¿Elba de Troya o Lady Macbeth?”, impreso por una inexistente Asociación Ignacio M. Altamirano. Se trataba de la publicación de una serie de conversaciones telefónicas de La Maestra con distintos políticos y empresarios. El documento provocó cierta indignación entre el medio político, periodístico e intelectual, pero sus revelaciones generaban un placer culpable, pues mostraban una Elba Esther que lo mismo partía el PAN con los empresarios más poderosos que manipulaba los hilos del partido, es decir, enseñaba las cañerías de la política nacional y cómo La Maestra se movía hábilmente entre ellas.
Derrotada por su propio partido, Gordillo renunció a su cargo legislativo y se impuso un autoexilio de dos años, que transcurrieron entre San Diego y Buenos Aires. Aunque desapareció de escena, no dejó de hacer política. Sentó las bases para la creación de su partido, el Panal, integrado por sindicalistas del magisterio y disidentes del PRI. Quiso evitar el nombramiento de Roberto Madrazo como candidato del PRI a la Presidencia para las elecciones de 2006, pero falló. Intentó inclinar también la selección del candidato del PAN hacia Santiago Creel, el favorito de Fox y su esposa, pero se impuso Felipe Calderón. Buscó entonces al candidato de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, que encabezaba las preferencias electorales. El líder izquierdista ya había rechazado aliarse con La Maestra en 2000, cuando ésta le ofreció apoyo para la elección de jefe de Gobierno del Distrito Federal. Aún así la dirigente sindical entró en contacto con su viejo amigo Manuel Camacho y le pidió una audiencia privada de cinco minutos con López Obrador. “Andrés Manuel siempre se mostró reacio a esa negociación —dice Ricardo Monreal, ex gobernador de Zacatecas y otro de los cercanos al aspirante presidencial— Pero hizo una consulta para ver qué opinábamos y todos rechazamos la idea. Él tenía la convicción de que hubieran sido los cinco minutos más caros de su carrera política”.
Gordillo comenzó entonces a buscar acercamientos con Calderón, el candidato que aparecía segundo en la carrera por la Presidencia. Además del medio millón de votos, el día de las elecciones La Maestra desplegó un regimiento de maestros que se presentó a las mesas de votación y representó al PAN en los estados donde tenía delegados. Cuando estaban por cerrar las casillas, Gordillo contactó a cuatro gobernadores del PRI para que sus huestes promovieran el voto a favor de Calderón.
Pocos días después de los comicios, mientras convocaba a multitudinarias manifestaciones para protestar por el presunto fraude electoral en su contra, López Obrador divulgó la grabación de una llamada telefónica entre Gordillo y uno de estos gobernadores en la que lo urgía a reconocer al candidato del PAN como presidente electo. El día en que los magistrados del Tribunal Electoral declararon ganador a Felipe Calderón, López Obrador concedió una entrevista a Jean–Michel Caroit, reportero del diario francés Le Monde en la que explicó las razones de su derrota: “Hubo una serie de factores: los gobernadores del PRI, del PAN, el uso del dinero de los programas sociales del gobierno federal, las presiones de los empresarios… pero la verdadera delincuencia electoral, lo que llamamos ‘mapaches’ en México, fue operada por los gobernadores y por Elba Esther”. Días después, el PRI decretó la expulsión de La Maestra, luego de que quedara plenamente acreditado que trabajó a favor de candidatos distintos a los suyos.
Hace seis meses, la oficina del Banco Mundial para México y América Latina hizo público un Análisis Institucional y de Gobernabilidad (aig) sobre México que trató de englobar un mensaje claro para el gobierno de Calderón: si deseaba mejorar la gobernabilidad, impulsar la democracia y lograr un crecimiento sostenido, debería deshacerse de los grupos de interés y monopolios poderosos que ejercen una influencia política extraordinaria. Sin matices, el reporte identificó al sindicato nacional de maestros como un obstáculo a la reforma del sector educativo mexicano —inconclusa justo desde que Elba Esther Gordillo está al frente de la organización— y remarca que ni siquiera un presidente con grandes poderes, como lo fue Carlos Salinas de Gortari, pudo imponer su voluntad sobre el poderoso sindicato de maestros. En los tres sexenios anteriores, cada vez que el gobierno ha iniciado una reforma para llevar al sector a orientarse más hacia un sistema de gestión por resultados a fin de aumentar la calidad se ve forzado a llegar a compromisos con el sindicato.
En 1992, Elba Esther cedió a la propuesta oficial de descentralizar la estructura de la educación básica e introducir un esquema de evaluación del desempeño como base para determinar el sueldo de los maestros, pero mantuvo el dominio de las revisiones del contrato colectivo de trabajo, con el snte como único organismo representante de los trabajadores del gremio. “Mantuvo todos los privilegios de los viejos caciques, pero logró modernizar el corporativismo sindical con el apoyo incondicional de sus bases”, dice Carlos Ornelas, académico universitario especializado en temas educativos.
Tan sólo entre 1998 y 2001, los salarios de los maestros se incrementaron 52.4 por ciento en términos nominales (más de 13 por ciento en promedio anual), mientras que sus prestaciones aumentaron 9.1 por ciento. Para el Banco de México, la organización magisterial ha preservado un “considerable nivel de captura de la educación estatal”.
En 2002, diez años más tarde que Salinas, y en un ambiente político diferente, Vicente Fox también trató de hacer su propia reforma educativa y establecer un sistema de puntaje en pruebas estandarizadas como criterio para evaluar el desempeño docente. La resistencia sindical se alargó durante año y medio, sin alcanzar un acuerdo negociado.
Quizá nunca se sabrá qué ofreció el gobierno de Calderón a cambio de los votos de los maestros, pero actualmente hay cargos muy visibles que le pertenecen a la gente de Gordillo, especialmente la silla del subsecretario de Educación Básica, donde está sentado su yerno, quien fue motivo de un pequeño escándalo cuando el diario El Universal reveló que no había terminado su doctorado por no aprobar un seminario básico de investigación. También el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (issste) sigue en manos del clan de Gordillo, así como la Lotería Nacional, el Sistema Nacional de Seguridad Pública y la Dirección General de la Secretaría de Educación Pública (sep) encargada del Distrito Federal.
Durante aquella reunión informal con el grupo de periodistas, La Maestra habló de estos nombramientos y se definió como una soñadora. Sin embargo, tiene anhelos frustrados: después de una militancia de tres décadas fue expulsada del PRI, sin llegar a ser su dirigente nacional. Y al paso de los sexenios, los pleitos y las afecciones, ya se resignó a que nunca podrá ser presidenta de México. Pero dadas las circunstancias actuales, tal vez nunca lo necesite para ejercer el poder.
*Reportaje completo publicado originalmente en agosto del 2007, en el número 82 de Gatopardo.
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