La guerra de las pornógrafas: el auge del porno para mujeres

La guerra de las pornógrafas

El “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros con mayor potencial de la industria.

Tiempo de lectura: 23 minutos

El negocio de la pornografía se ve modificado desde sus raíces por la web: con la banda ancha, el tráfico de fotografías y videos llevó a una especialización sin precedentes al cine para adultos. Entre el porno realidad y el altporno, el “porno para mujeres” se perfila como uno de los subgéneros más nuevos y con mayor potencialidad de la industria. Sandra Uve y Erika Lust, las dos precursoras del género en España, explican qué es el porno femenino.

Si esta primera parte de la nota tuviera una música de fondo, en este momento usted estaría escuchando, digamos, un disco de Leonard Cohen (o uno de Carla Bruni, antes de que Bruni se convirtiera en la mujer de Nicolas Sarkozy y así desinflara la libido de buena parte del planeta). Si esta nota tuviera relieve, usted pasaría la yema de los dedos por el papel que tiene entre las manos y lo encontraría suave, rugoso y húmedo. Húmedo, sobre todo. Si la tecnología hubiera avanzado lo suficiente como para que las imágenes que la acompañan fueran tridimensionales, habría una chica rubia, no bella en exceso pero auroleada de ingenuidad, los dientes pequeños y algunas pecas en las mejillas que la hacen lo suficientemente sexy, que comenzaría a hablarle a la cámara (es decir, comenzaría a mirarlo a los ojos y a hablarle a usted) en medio de la escena de una película porno, como si se tratara de un truco de distanciamiento propio del teatro de Bertolt Brecht. Pero esta nota no huele, ni suena música mientras se pasan las páginas, ni los caracteres adquirieron todavía vida propia. Así que mejor hablemos de cuerpos humanos, que sí vienen equipados de fábrica con todas estas características. Hablemos de cuerpos y de su comunicación, es decir: de sexo. Porque la escena de la chica rubia mencionada apenas más arriba que habla a cámara sí existe, es decir, es real (primero fue un cortometraje y después fue una escena titulada “Ser o no ser una buena chica” incluida en la película Cinco historias para ellas, de la realizadora sueca Erika Lust), y volvemos a ella, porque ella, la chica rubia de pecas es, tal vez, el personaje más prototípico de la película más vendida de lo que hoy se conoce como “porno para mujeres”.

Y lo que pasa en la escena es esto: la chica de pelo rubio y dientes pequeños y perfectos y blancos y pecas en las mejillas nos cuenta que está un poco harta de los llamados de una amiga liberada, que le habla todos los días para contarle sus nuevas proezas sexuales. Y de un momento a otro decide que ya es hora de espabilarse un poco. Aunque le causa gracia el cliché porno del repartidor de pizza y la chica que lo atiende envuelta en una toalla, recién salida de la ducha, no puede dejar de representarla en su cabeza. ¿Qué hace entonces? Bueno, pues pide una pizza por teléfono y, por supuesto, va a darse una ducha. Sabe que los repartidores no suelen ser como en las películas, así que no se hace ilusiones. Pero siempre hay una primera vez, sobre todo en el sexo. Así que cuando el timbre suena, suena el río, y del otro lado de la puerta aparece un muchacho que no tiene pinta de actor porno, sino, oh sorpresa, el aspecto físico del novio ideal: masculino pero sin exagerar, moreno pero no tanto, alto pero no inalcanzable, callado pero sin llegar a niveles patológicos, distraído pero con los pies en la tierra. El problema es que el chico no parece darse cuenta de sus intenciones, que van un poco más allá del nutritivo círculo de masa hecho de harina, agua y sal.

porno para mujeres, 9

—No es para nada un repartidor cualquiera, por Dios, es guapísimo.

Piensa en voz alta nuestra niña, y nosotros la escuchamos mientras lo piensa, del otro lado de la pantalla, porque claro, estamos en sus fantasías.

El repartidor, lo dijimos, es un tanto distraído y hasta ahora no se da cuenta de nada. Pero de nada, eh. Así que se va sin decir palabra. Agarra sus 10 euros y sale del departamento. Pero vuelve. ¿A qué? Vuelve a buscar el casco que se olvidó. Hombres. Así que nuestra chica, por fin, decide pasar a la acción. “Espera, por favor”, le dice. Y hace lo que tiene que hacer para captar la atención de éste y de cualquier otro chico sobre la faz de la Tierra: deja caer al suelo la toalla que la cubre. Entonces comienza a sonar en nuestra película una música pop delicada, pero con ritmo. Y sabemos lo que se viene. O no tanto.

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