Cartagena. Postales de una pandemia en el trópico - Gatopardo

Cartagena. Postales de una pandemia en el trópico

La pandemia frenó la llegada de miles de visitantes a Cartagena, cerrando hoteles, playas y restaurantes. En uno de los puertos más importantes de América Latina, unas 200 mil personas viven del turismo y hoy intentan sobrevivir. Los barrios más pobres de la ciudad, sin los servicios básicos más elementales, luchan para que no falte un plátano y un pescado.

Tiempo de lectura: 20 minutos

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Apenas aterrizó el avión, sentí alivio. En Cartagena nadie mostraba la intranquilidad que había visto horas antes en algunas personas con quienes me había cruzado en Nueva York. En la caseta de la aduana, el oficial del DAS me recibió el pasaporte sin guantes de látex; frente a la cinta de equipajes, un mulato entrado en años se ofreció a cargarme las maletas y en ningún momento mostró inquietud porque habláramos sin tapabocas. Walter, el taxista, no solo me recibió las maletas con la misma despreocupación, sino que en el tránsito hasta Castillo Grande ni reparó en que mis gotas de saliva pudieran contagiarlo. Ese día pensé que la Covid-19 nunca tocaría Cartagena.

Una semana más tarde, ya era evidente que estaba equivocada: en vez de escapar del coronavirus lo que había hecho era ir a encontrarlo. Después de estudiar dos años en Nueva York, regresaba a Colombia por una promesa de trabajo con la Cinemateca Distrital de Bogotá. Antes de llegar a la capital, quería pasar por el Festival de Cine de Cartagena donde, por casualidad, me encontré con cuatro amigos que tenían el mismo plan que yo: ver cine. Pero el 12 de marzo, horas después de su apertura, el Festival tuvo que ser cancelado. Ese día se supo que cinco pasajeros del crucero Braemar estaban en el hospital de Bocagrande y que, al parecer, ya había más de cien casos en la ciudad. El alcalde William Dau decretó el toque de queda.

El lunes siguiente, el toque de queda se convirtió en cuarentena y no tuve más remedio que acomodarme con mis cuatro amigos en un apartamento de mi familia y ver cómo mi supuesto empleo en Bogotá quedaba en suspenso. El apartamento se convirtió en nuestra nueva dirección postal de manera indefinida.

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