Rescatando al pulpo maya del cambio climático

Rescatando al pulpo maya

Los pulpos maya son muy sensibles a la temperatura, que ha aumentado por el calentamiento global. Un biólogo creó la primera granja para preservarlos.

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La captura del pulpo maya, endémico de la península de Yucatán, es un potente recurso económico: de su pesca dependen más de quince mil familias mexicanas. En el pueblo mágico de Sisal, donde la comunidad de pescadores artesanales enfrenta las amenazas que ponen en riesgo a la especie y la tradición de su oficio, un biólogo ha creado la primera granja de pulpos.

El aire está templado cuando las primeras luces del amanecer iluminan las caras de los más madrugadores en el puerto. Aun en el invierno, porque es diciembre, en este territorio caribeño la temperatura rara vez baja de los veinte grados. A ojos de cualquiera el cielo anticipa un día de calma, pero Ramiro Partenilla, que tiene ojos expertos, señala las nubes que pasan veloces por el cielo:

—Aunque el día esté recio, ¡saldremos a faenar!

Desde niño aprendió el oficio del mar: en esa tarea se juega y se gana la vida. Su trabajo no se rige por días laborales o festivos. Como el resto de sus compañeros pescadores, con base en el temporal, decide cada mañana si partirá o no en lancha desde el embarcadero de Sisal, un pueblo de menos de dos mil habitantes en el litoral yucateco que, sin calles asfaltadas ni hospitales —sólo hay una clínica sin servicio las veinticuatro horas—, recibió la designación de Pueblo Mágico en 2020.

A pesar de situarse a sólo 75 kilómetros de la capital del estado, de su proximidad a la Reserva de la Biósfera Ría Celestún, de sus playas de arena blanca, de su ecosistema de manglares que dan refugio a especies tan singulares como el flamenco rosa, Sisal todavía se mantiene como un territorio virgen para el turismo, y gran parte de su comunidad se dedica a la pesca artesanal de pulpo, un oficio que se hereda por tradición familiar.

—A mí me enseñó mi padre y a él, el suyo, pero no creo que mis hijos se dediquen a esto. Las nuevas generaciones ya se van a la ciudad y vamos quedando los mayores —cuenta Partenilla mientras pone un pie en la pequeña lancha de motor. Lleva al hombro varias pértigas de bambú de cuatro metros, llamadas jimbas, a las cuales se les amarra el cebo y se colocan en la proa y la popa.

—Normalmente, una jaiba como éstas —detalla el pescador, señalando las patas de los crustáceos que cuelgan enredadas en los hilos.

Mientras la embarcación queda a la deriva, se lanzan los hilos al agua y los pescadores esperan hasta que algún pulpo hambriento ataque la carnaza y se aferre a ella.

—Entonces jalamos despacito y lo agarramos por la cabeza —explica Partenilla.

El método de gareteo es él único permitido para capturar pulpo en Yucatán: una técnica sustentable que protege en su época reproductiva a las hembras. Éstas se resguardan en alguna cavidad oceánica –una cueva, un coral, una roca– y anclan allí sus centenares de huevos, semejantes a un racimo de uvas. Para cuidar a sus descendientes, su biología las fuerza a no salir del refugio en busca de alimento y, tras la eclosión de los huevos, las madres mueren de inanición.

—Ellas no agarran el cebo y así se protege la especie —asegura el pescador.

La predicción del tiempo no es buena: el viento sopla fuerte, pero Partenilla decide adentrarse contra la marea en su lancha ribereña. No importa qué tan agitado esté el mar ni qué tan agresivas sean sus olas:

—¡Es el último día de la temporada y hay que aprovecharlo!

En Yucatán la pesca de pulpo se extiende de agosto a mediados de diciembre. Con 65.2% del total nacional, es el estado que más contribuye a su captura. De acuerdo con la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca, en 2018 México seguía siendo el tercer productor en el mundo de esta especie y en 2017 generó un valor comercial en el país de alrededor de 1,900 millones de pesos.

—Este año la pesca fue muy buena desde que arrancó. El pasado, en cambio, malísima. La peor que recuerdo fue la de hace cinco temporadas: tuvimos agua mala y eso lo arrasa todo, ¡corretea a cualquier especie! —recuerda el sisalense refiriéndose a la marea roja, una proliferación de microalgas acuáticas que contienen toxinas nocivas para el ser humano y otros animales; llegan a ser mortíferas.

—Desde la barca se podía ver cómo una mancha rojiza avanzaba por el mar, como si estuviera desplazando capas de agua.

La marea roja, científicamente conocida como florecimientos algales nocivos, es un fenómeno natural que ocurre en todos los mares del mundo, desde las zonas tropicales hasta las regiones de Alaska, pero a lo largo de esta década se han registrado aumentos en su frecuencia, duración y distribución, debidos al cambio climático, la explotación de los recursos costeros y la contaminación. En los últimos años esta ola tóxica ha estado afectando con mayor intensidad al golfo de México, provocando la muerte de miles de peces, tortugas y aves, y poniendo en riesgo la salud humana.

—Pero lo que más perjudica es la captura ilegal del pulpo. Buceadores sin licencia que usan técnicas prohibidas, como el arpón, o que arrojan cloro en los escondites de los pulpos para que salgan —detalla José Nazario Chuc, expresándose en español con dificultad; normalmente se comunica en maya, su lengua materna. En 2020 quedaban en todo Yucatán unos quinientos mil hablantes de este idioma en peligro de desaparecer.

Chuc nació en Hunucmá, una localidad que está a veinticuatro kilómetros de Sisal, a donde llegó con sus padres cuando era un crío. Vivir al pie de la costa lo curtió en el oficio de las redes; las profundas líneas en las palmas de sus manos lo atestiguan. Con 78 años de edad, es el pescador más experimentado del pueblo.

—Al principio no se capturaba tanto pulpo porque no había mucha demanda. Se pescaba, sobre todo, escama y camarón —recuerda el yucateco.

Hasta el 2006 la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) ni siquiera incluía al pulpo en el consumo nacional de especies marinas.

—Hubo un momento en el que empezó a haber demanda del extranjero, lo que provocó que aquí también se empezara a comer —cuenta Chuc, cabeza de una numerosa familia de pescadores. Siete de sus diez hijos siguieron su camino.

—Nuestra comunidad se gana el sustento en el mar, por eso la pesca furtiva resulta una amenaza para nosotros —se queja el patriarca.

La primera granja de pulpos maya

—La sobrepesca forma parte de los mitos del pueblo porque incluso en los años malos salen producciones enormes. Lo que es cierto es que la pesca del pulpo siempre ha sido oscilante —afirma Carlos Rosas, biólogo marino y uno de los mayores expertos en el pulpo maya, una especie endémica de Yucatán.

En las profundidades del litoral también se puede encontrar al pulpo patón, hasta ahora considerado Octopus vulgaris —tras una reciente investigación está en proceso de ser renombrado como Octopus americanus—. No obstante, la pesquería de la zona recae principalmente en la especie propia de este estado, el pulpo maya.

—Es muy parecido al pulpo común, pero un poco más pequeño, con una mancha oscura redondeada como un enorme lunar bajo cada ojo. Su distribución se reduce a esta pequeña región del mundo —explica el biólogo Rosas, quien, después de muchos años trabajando con camarones en Campeche, se instaló en Sisal para dedicarse en cuerpo y alma a este cefalópodo.

—A finales de los noventa la producción de pulpo bajó en picada de repente, afectando el ritmo tan bueno de comercialización que mantenía Yucatán año tras año. Se perdió mucho dinero y el gobierno creó un convenio con la UNAM para que investigáramos qué estaba pasando con la especie —explica—. Yo no sabía nada de este animal, pero ya estaba algo aburrido del camarón, así que cuando me lo propusieron ¡para mí fue como si hubiera conocido un nuevo amor! —se emociona Rosas mientras observa diminutos ejemplares de pulpo maya moviéndose en un tanque.

En un laboratorio al borde del mar de Sisal, el equipo con el que trabaja Rosas trata de criar al pulpo maya desde su nacimiento hasta la edad adulta con el objetivo de comercializarlo. El grupo científico lo conforman estudiantes de biología que allí hacen sus prácticas de doctorado y de licenciatura. La mayoría son mujeres jóvenes y, mientras su jefe explica el proyecto, ellas, entre probetas y básculas, intentan mejorar con vitaminas y aditivos el alimento para los ejemplares de pulpo maya, elaborado a base de desechos de la pesca, de calamar y jaiba.

—La idea es satisfacer la demanda del mercado internacional sin devastar a la población salvaje —aclara el biólogo y enseguida recuerda—: Uno de cada diez pulpos capturados en el mundo es mexicano.

El proyecto científico avanza de la mano de una cooperativa de mujeres. Ellas acuden varias veces al día al campus universitario para alimentar a los animales.

—Les enseñamos a mantenerlos y hacerlos crecer. Cuando ya son adultos, los venden. Los pulpos son suyos, ¡los datos son nuestros! —exclama el experto.
La iniciativa surgió de Rosas, cuando en el 2004 conoció a un grupo de mujeres que vendían rábanos cultivados de sus propias huertas. El biólogo les propuso sustituir la hortaliza por los pulpos maya y crear una cooperativa.

—Al principio hubo resistencia, sobre todo de parte de algunos esposos, a quienes no les parecía una buena idea. ¡Muchos creyeron que estaban locas! Pero cuando vieron que sí vendían los pulpos, las animaron a seguir y algunos se unieron al proyecto. El primer año vendieron quinientos kilos.

Doña Silvia Canul Padernilla fue la pionera:

—Mi esposo creía que perdía mi tiempo, hasta que me vio llegar con el dinero —cuenta esta yucateca que es parte de una de las seis familias integrantes de la cooperativa Moluscos del Mayab.

Canul visita hasta tres veces al día las piscinas que rodean el laboratorio para alimentar a sus pulpos.

—Son muy exigentes y no puedo faltar ningún día ni retrasarme con la hora, si no, se comen unos a otros. ¡Pero con esta masa crecen muy rápido! —anuncia orgullosa mientras reparte pedazos de la fórmula del equipo de biólogos. Para asegurase de que los ejemplares más pequeños no se queden sin comer, los busca entre las caracolas y les lanza un pedacito cerca.

Conseguir la reproducción en cautividad de un animal que exhibe comportamientos tan complejos para los entornos cerrados de la acuicultura le ha llevado al biólogo Rosas más de dos décadas de investigación y muchos quebraderos de cabeza, pero ya logró ser el creador de la primera granja de pulpos en México.

Casi todas las especies de cefalópodos, entre ellos el pulpo común, las sepias y los calamares, eclosionan del huevo en una etapa paralarval y flotan después como plancton a través de las columnas de agua del océano.

—Una ventaja del pulpo maya es que se salta esta fase. Las crían nacen como adultos en miniatura, lo cual facilita mucho la tarea de que nos sobrevivan —explica Rosas—. Aun así, estos animales son demasiado quisquillosos, se muestran muy sensibles a una infinidad de factores…

La principal dificultad para criarlos con la que se encontró el equipo de la UNAM fueron los desoves.

—Desconocíamos que había que controlar tanto la luz. En estado salvaje se mueven en un hábitat con muy poquita. Probamos roja, azul y verde. Sólo con la primera luz, que ellos no pueden ver, era posible la puesta.

Los pulpos acostumbran vivir en un entorno de muy poca perturbación, acantonados en guaridas que bloquean con piedras. Las piscinas revestidas de plástico negro que rodean el laboratorio de la UNAM tratan de imitar ese ecosistema. Las enormes piletas están atestadas de caracolas que sirven como refugio para los ejemplares más pequeños.

Resueltos los anteriores problemas, se presentó otra incógnita para los científicos:

—Aunque alimentábamos bien a los juveniles, se comían entre ellos. Por fin, después de muchos experimentos, acabamos con el canibalismo —dice el científico. Esta conducta es común en pulpos que viven en estado salvaje, pero el cautiverio aumenta el estrés, provocando que las poblaciones se coman con mayor fiereza entre ellos.

No obstante, una de las observaciones más interesantes que han salido del laboratorio de Rosas es que los pulpos maya crecen de manera exponencial.

—Nacen con sólo cien miligramos y al mes ya son diez veces más grandes. ¡Son los animales marinos con la mayor tasa de crecimiento! —declara el biólogo mientras se pasea por una sala apenas iluminada por una luz tenue, diseñada así para emular una cueva. De los recipientes de plástico llenos de agua de mar asoman cientos de tentáculos.

Cuando comenzaron los primeros ensayos de esta granja de pulpos, las hembras se mostraban tan estresadas que arrojaban sus propios huevos. En vez de protegerlos, los retiraban de las cuevas donde estaban resguardadas y dejaban que se desparramaran por la piscina, sin que llegaran a eclosionar.

Rosas decidió entonces patentar una incubadora con una temperatura que se mantuviera entre veintidós y veintiséis grados centígrados, permitiendo conservar los huevos sin la presencia de la hembra.

—Teniendo en cuenta que se trata de una especie tropical, al principio nos resultaba muy extraño que no desovaran a más de veintiocho grados centígrados. Hasta que descubrimos que, debido a una adaptación, exhiben un intervalo de tolerancia térmica muy estrecho. Esto explica la escasez de pulpo que se produjo cuando el gobierno nos pidió ayuda y que, en realidad, fue lo que originó este proyecto. ¡Aquel año hubo una ola de calor tremenda y por eso los pulpos no se reprodujeron! —exclama Rosas, orgulloso de haber resuelto el enigma, pero consternado por la gravedad del descubrimiento.

—Conociendo lo mucho que el calor afecta a los pulpos y a tantas otras especies, estamos creando modelos que reproduzcan distintos escenarios para ver sus consecuencias en el ecosistema del golfo de México y en la pesca—comenta el biólogo mientras echa un vistazo a los tanques que albergan su experimento y cierra la puerta del laboratorio, todavía con la bata puesta.

El calentamiento global y la acidificación oceánica son dos de los mayores desafíos de nuestro siglo. De acuerdo con el escenario menos favorable que estimó el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, los estados de la costa sur del golfo de México y de la península de Yucatán se verán notablemente afectados en los próximos años, por el impacto medioambiental y sus grandes consecuencias económicas. Según los pronósticos, las repercusiones del cambio climático golpearán con más violencia a las comunidades pesqueras artesanales, como la de Sisal, una zona de gran influencia biológica para el Caribe. La conservación de sus zonas costeras y manglares resulta esencial para que se mantenga productiva la pesca, que es una fuente esencial de ingresos y bienestar social. La pérdida de la diversidad —por ejemplo, del pulpo maya— y el deterioro de los ecosistemas abocarían a un brutal empobrecimiento de sus pobladores humanos.

Como explica un estudio llevado a cabo por el equipo de Rosas, la temperatura es un factor clave que modula la reproducción, el desarrollo temprano, el metabolismo y el sistema inmunológico del pulpo maya, pero el equipo también teme que la aparición de otra especie invasora afecte su reproducción. Ante la posibilidad de que ocurra este fenómeno, la granja de pulpos sería una alternativa para los habitantes que dependen de su venta.

Para tantos yucatecos que, como Partenilla, necesitan del mar para sobrevivir, el calentamiento global es una de sus preocupaciones.

—Dicen que ése es nuestro mayor enemigo y que podría acabar con la biodiversidad de nuestras costas… —declara el pescador, a la vuelta de su jornada.

La pesca del día fue escasa: algún pargo y apenas cuatro pulpos en un balde con agua; le pagan alrededor de ciento cincuenta pesos por cada pulpo. Mientras los descarga, vitoreado por los graznidos de las gaviotas y el bullicio de los pelícanos que se acercan a por las sobras de pescado, el sisalense confiesa, con una muestra de inquietud:

—Yo del cambio climático y esas cosas no entiendo muy bien, pero si es cierto lo que dicen, ¿de qué vamos a vivir tantas familias? El mar es nuestro sustento de vida y el pulpo, nuestro mejor caudal.

Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.

 

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