La isla en texto. Un viaje literario a La Habana

La isla en texto. Un viaje literario a La Habana

En Cuba, las editoriales pertenecen al Estado y publican con una lógica incluyente, no de mercado, lo que para muchos autores significa un debut y una despedida. ¿Bajo qué condiciones y con qué expectativas trabajan los escritores contemporáneos de la isla caribeña?

Tiempo de lectura: 33 minutos

«Cuando terminé mi primera novela la llevé a la editorial Letras Cubanas (oigan cómo suena: Letras Cubanas) y allí me dijeron que no estaban recibiendo originales. Más exactamente: que no estaban publicando libros. Visité otras editoriales y en todas recibí la misma negativa: ¿libros? No, ya no tenemos nada que ver con eso.

Mi última esperanza era una casa editora alternativa cuyo nombre omitiré. Pero hasta allí habían llegado las ronchas de la epidemia. O las orientaciones del Ministerio. En la entrada, un puercoespín disfrazado de recepcionista me explicó que se había tomado una decisión ante el éxodo masivo de autores. Cada vez quedaban menos autores en el país.

Me pareció una ligereza afirmar algo semejante, pero no quise discutir».

Jorge Enrique Lage
«15 000 latas de atún y no tenemos cómo abrirlas», en El color de la sangre diluida.

* * *

Una noche de abril de este año, en Brasilia, de pronto me encontré en la curiosa situación de estar sentado frente al enorme costillar de un pescado del Amazonas y al lado de un escritor cubano que vive en Cuba y es conocido y reconocido internacionalmente. Yo no sabía hacer ninguna de las dos cosas que el momento exigía: no sabía cómo acometer al pescado y tampoco sabía cómo conversar con un escritor cubano. El pescado se llamaba Tambaquí. El escritor, Senel Paz.

Senel había escalado a la celebridad en los años noventa, gracias al relato «El lobo, el bosque y el hombre nuevo», con el que ganó el premio Juan Rulfo de Radio France Internacional, y que acabaría transformándose, con un guión de su autoría, en la película Fresa y chocolate. El relato y la película, quizá sobra decirlo, cuentan la amistad entre Diego, un homosexual de costumbres y gustos exquisitos, y David, un homofóbico militante de la Revolución. En 1994, Fresa y chocolate se convirtió en la primera cinta cubana, y la única hasta el momento, en ser nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa.

Mi timidez ante el Tambaquí era fácil de entender: incluso a la distancia se podían distinguir unas espinas enormes, potencialmente homicidas. En cambio, mi incomodidad con la presencia de Senel era de naturaleza más compleja. Senel no tenía espinas, ni enormes ni pequeñas, todo lo contrario, era pura amabilidad y cortesía; pero muy pronto me di cuenta de algo que me avergonzaba: que salvo dos o tres generalidades sobre Pedro Juan Gutiérrez o Leonardo Padura, yo era un completo ignorante de la literatura cubana contemporánea.

Hablamos entonces de Pedro Juan Gutiérrez y de su Habana sucia, poblada de seres marginales, y también un poco del éxito internacional de Padura. El Tambaquí resultó ser un manjar inofensivo y el vino ayudó a que poco a poco yo dejara de acusarme de negligencia contra la literatura cubana y a que Senel me consolara argumentando que yo no era el único, que eso era más bien lo normal, que muy pocos conocían la literatura cubana que se estaba escribiendo en Cuba ahora mismo, ya sea porque a nadie le interesa o porque es muy difícil que esa literatura salga afuera.

«Es tan difícil conseguir un hipopótamo enano de Liberia que puede ser que la única manera sea yendo a capturarlo a Liberia», dice Tochtli, el protagonista de Fiesta en la madriguera, mi primera novela. Esta frase, convenientemente alterada, me vino a la cabeza antes de irme a dormir aquella noche: «Es tan difícil conocer la literatura cubana contemporánea que puede ser que la única manera sea yendo a Cuba».

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