A inicios del milenio, Vandana Shiva, una de las pensadoras indias más provocadoras en temas relacionados con el medio ambiente, escribió sobre la histórica erosión del acceso al agua en el mundo, haciendo énfasis en la destrucción del planeta y el término “refugiados ambientales” para hablar de comunidades desplazadas como consecuencia de las inundaciones, las sequías y los cultivos muertos. Veinte años después, su aproximación es más vigente que nunca: la economía basada en combustibles fósiles determinará el futuro del agua y, por ende, el futuro de la toda vida.
"El exceso o la escasez de agua destruyen la creación".
—Expresión oriya
En octubre de 1999, un ciclón asesino afectó la zona oriental del estado de Orissa 1 en el este de la India. Este meteoro, uno de los desastres humanos más devastadores que se hayan vivido, dañó 1.83 millones de casas y 729 000 hectáreas de arrozales en doce distritos costeros. Ochenta por ciento de los cocoteros fueron sacados de raíz o se rompieron por la mitad y todas las plantaciones de banano y papaya desaparecieron. Más de trescientas mil cabezas de ganado perecieron; más de mil quinientos pescadores, hombres y mujeres, perdieron toda su fuente de sustento y más de quince mil estanques se contaminaron o salinizaron. Si bien no hay una cifra oficial de muertos, observadores independientes y trabajadores locales estiman que ésta asciende a unas veinte mil personas.
En el verano de 2001 Orissa fue golpeada por una de las peores sequías de la historia y, durante el monzón, fue afectada por la peor inundación. Más de siete millones de personas resultaron afectadas: seiscientas mil aldeas quedaron aisladas, 42 personas perdieron la vida y se destruyeron 550 000 hectáreas de cultivos en pie. Debido a las fuertes lluvias en la cuenca fluvial de Mahanadi, no quedó más remedio que abrir la presa Hirakud para liberar trece millones de metros cúbicos de agua por segundo.
El agua es vida, pero mucha o muy poca puede convertirse en una amenaza para aquélla. Los relatos sobre Noé y Vishnu Purana hablan de inundaciones míticas que acabaron con la vida en el planeta. Siempre han ocurrido sequías e inundaciones, pero ahora se han vuelto más intensas y frecuentes. Estos extremos en el clima tienen que ver con el cambio climático, un término relacionado con la contaminación de la atmósfera mediante la utilización de combustibles fósiles.
La injusticia climática como injusticia del agua
Las repercusiones de la crisis climática en todo tipo de vida tienen como intermediaria al agua en forma de inundaciones, ciclones, oleadas de calor y sequías. La furia del agua sólo puede aplacarse si el dióxido de carbono deja de saturar la atmósfera. Aunque para los bolsillos de las compañías petroleras tiene sentido subvertir la lucha internacional que se da para impedir un desastre climático, sus estratagemas se traducen en desastre político y ecológico para gran parte de la comunidad terrestre. Más que nada, los efectos ambientales externos —contaminación atmosférica y cambio climático— de la economía basada en el petróleo determinarán el futuro del agua y, con ésta, el futuro de toda la vida.
La inestabilidad climática inició con el nacimiento de la industrialización, pero no se aceleró hasta hace muy poco. En 1850, el dióxido de carbono global en la atmósfera era de alrededor de 280 partes por millón (PPM); para mediados de los noventa, había aumentado a 360 ppm, aproximadamente.2 La inestabilidad climática —en forma de inundaciones y sequías extremas, oleadas de calor más frecuentes e inviernos crudos— se debe a que la contaminación atmosférica se ha agravado por culpa de las regiones más ricas del mundo. Desde 1950, once países han arrojado 530 300 millones de toneladas de dióxido de carbono: Estados Unidos ha contribuido con 186 100 millones; la Unión Europea, con 127 800 millones; Rusia, con 68 400 millones; China, con 57 600 millones; Ucrania, con 21 700 millones; la India, con 15 500 millones; Canadá, con 14 900 millones; Polonia, con 14 400 millones; Sudáfrica, con 8 500 millones; México, con 7 800 millones; y Australia, con 7 600 millones.
A medida que aumenta el nivel de dióxido de carbono, las moléculas de este gas atrapan más calor y la temperatura global aumenta. Junto con otros gases de efecto invernadero, como el metano y el nitrógeno, la repercusión del dióxido de carbono promete ser catastrófica. La concentración de metano, por ejemplo, ha aumentado de 0.7 PPM, hace cuatro siglos, a 1.7 PPM en 1988.3 Alrededor de 10% del alimento que se da a los animales en las plantas de producción pecuaria llega a la atmósfera en forma de metano.4 Este gas también es responsable del olor desagradable que rodea a dichas instalaciones.
En mayo de 1988, cincuenta países celebraron la primera Conferencia Mundial sobre Atmósfera Cambiante para solucionar el efecto de la utilización de combustibles industriales en el cambio climático. La conferencia originó el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (ipcc, por su nombre en inglés), que actualmente reúne a 2 500 científicos. La preocupación por el cambio climático ha ido en aumento. En 1992, la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro convocó a 132 jefes de Estado que aprobaron la Convención Marco sobre Cambio Climático con el fin de promover un acuerdo entre todas las naciones sobre cómo responder a la amenaza climática. Finalmente, más de 160 países ratificaron la convención.
En un informe de 1994 el IPCC advirtió que las emisiones provenientes de la combustión de carbón y petróleo estaban atrapando más calor del sol de lo normal. El informe agregó que se habían observado muchos cambios de gravedad, “inclusive el incremento, en algunas regiones, en la incidencia de temperaturas extremadamente elevadas, siniestros, inundaciones y sequías, además de sus consecuencias: incendios, plagas y ecosistemas”.5 En 1997, la Convención sobre Cambio Climático celebrada en Kioto, Japón, fijó objetivos y fechas para reducir la emisión de gases de efecto invernadero.
Más de mil científicos trabajaron durante dos años en la elaboración del informe Cambio climático 2001, publicado recientemente. El ipcc ahora cree que las temperaturas de la Tierra ya están aumentando y aumentarán hasta 5.8 grados centígrados hacia finales de este siglo, casi dos veces el incremento pronosticado en el informe del grupo en 1995. Tal aumento conduciría a la pérdida de cosechas, escasez de agua, enfermedades, inundaciones, deslizamientos de tierra y ciclones. El Global Commons Institute ha calculado que los daños debidos al cambio climático podrían sumar doscientos mil millones de dólares para 2005 y cuatrocientos mil millones para 2012. Para 2050 los daños a propiedades podrían alcanzar los veinte billones. Es por esta razón que las aseguradoras están tomando en serio el cambio climático.6
Las principales víctimas de los desastres climáticos son quienes menos han tenido que ver en la inestabilidad del clima: comunidades costeras, isleños, campesinos y comunidades de pastores. Los pequeños estados insulares, cuya existencia misma puede ser borrada del mapa mundial por los fuertes huracanes, las tormentas y el aumento del nivel del mar, se han organizado en la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS, por su nombre en inglés) para demandar la reducción activa de emisiones de dióxido de carbono en el mundo industrializado. El embajador Tuiloma Neroni Slade, de Samoa, refleja el espíritu de AOSIS: “El instinto humano más fuerte no es la avaricia... es la supervivencia. Y no permitiremos que alguien permute nuestra tierra, nuestra gente y nuestra cultura por un interés económico de corto plazo”.7
La aosis demanda que los niveles de emisiones de dióxido de carbono registrados en 1990 se reduzcan 20% para el año 2005.8 Varios países industrializados abogan por una reducción similar: Alemania y Gran Bretaña piden una reducción de 10% en los niveles de emisión para 2005 y de 15% para 2020. La propuesta más drástica la hicieron los científicos holandeses, quienes piden al mundo industrializado reducir de 60% a 70% sus emisiones de dióxido de carbono para estabilizar la atmósfera.9
A pesar de que todo el mundo admite el cambio climático y se ha comprometido a combatir el calentamiento global, Estados Unidos es un enérgico opositor del Acuerdo de Kioto para reducir los gases de efecto invernadero. Cuando George W. Bush llegó a la presidencia de Estados Unidos en 2001, una de sus primeras decisiones fue abandonar el acuerdo y dar marcha atrás a la promesa de reducir las emisiones de dióxido de carbono provenientes de las plantas de energía en su país. Bush argumentó: “Nuestra economía se ha desacelerado. Vivimos también una crisis de energéticos y la idea de poner límites al dióxido de carbono no sigue una lógica económica”.10 Estados Unidos, país que produce 25% de los gases de efecto invernadero del mundo, más que cualquier otra nación, ha anunciado oficialmente que no hará reducciones. Irónicamente, el propio Estados Unidos se encuentra amenazado por el calentamiento global. El aumento en el nivel del mar podría arrasar la costa este y los estados del Golfo de México, como Florida, Alabama, Mississippi, Luisiana y Texas. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) estima que un aumento de 61 centímetros en el nivel del mar —causado por el incremento en la temperatura del océano y por el deshielo de los polos— podría destruir entre 17% y 43% de los pantanos estadounidenses. Las pérdidas económicas totales en Estados Unidos debidas a siniestros relacionados con el clima sumaron 253 000 millones de dólares entre 1985 y 1999. El valor estimado de la pérdida de propiedades costeras al año de 1993 fue 3.15 billones de dólares.11 El medio oeste también está amenazado por las sequías.
El superciclón de orissa: un desastre de fabricación humana
El término “ciclón” proviene de la palabra griega “kukloma”, que significa “espiral”. Una vez desarrollado completamente, el ciclón es un extenso remolino de violencia extraordinaria que se desplaza a un ritmo de entre trescientos y quinientos kilómetros diarios sobre la superficie del mar. Cuando la tormenta se acerca a la costa, el nivel del mar aumenta súbitamente e inunda las áreas adyacentes. Cuando ocurre un aumento súbito en el nivel del mar o marejada ciclónica, ésta puede devastar un área en cuestión de minutos, como sucedió con el superciclón de Orissa.
El ciclón de 1999 no fue un simple desastre natural, sino una crisis ecológica fabricada por el hombre, que estalló por el efecto conjunto del cambio climático, la industrialización y la deforestación. El cambio climático está causando un clima extremo en la región. La velocidad promedio del viento de los ciclones anteriores era de 73 kilómetros por hora; la velocidad registrada en 1999 fue de 260 kilómetros por hora.12
El ipcc supone que el cambio climático se debe a las cantidades crecientes de gases de efecto invernadero antropogénicos, causados principalmente principalmente a actividades industriales y corporativas. Estos gases aumentan la temperatura superficial de los mares tropicales e intensifican las precipitaciones en esas áreas. Estos cambios climáticos y el consecuente aumento en el nivel del mar pueden tener efectos adversos en la actividad de los ciclones. El aumento en el nivel del mar amenaza con inundar las tierras bajas, destruir los manglares, erosionar las líneas costeras, ocasionar inundaciones en las costas e incrementar la salinidad de las fuentes de agua. Se espera que el aumento mundial en el nivel del mar durante los próximos cien años dañe principalmente las tierras bajas de la bahía de Bengala. Estas regiones, creadas por los sedimentos que bajan por el Ganges, el Brahmaputra y el Meghna, son más vulnerables a quedar sumergidas. También se espera un aumento en la frecuencia de estos desastres. Una de las condiciones necesarias para la formación de ciclones tropicales es una temperatura de la superficie del mar de 26 a 27 grados centígrados. Se espera que el calentamiento global aumente la temperatura del mar y, por ende, la frecuencia de los ciclones.
La destrucción de los manglares
Los ecosistemas costeros como los de Orissa tienen manglares que, junto con los cortavientos, reducen la velocidad del viento y las inundaciones. Los manglares también absorben la energía de oleajes y mareas, con lo cual protegen la tierra detrás de ellos. Los árboles, además, forman una barrera contra el viento. Sin embargo, la destrucción de los manglares en la costa de Orissa ha reducido la capacidad de amortiguamiento de los ecosistemas costeros y permitió que los oleajes y vientos ciclónicos causaran estragos en la región.
Los manglares también resultan útiles para tratar los efluentes, dado que las plantas absorben el exceso de nutrientes, como nitratos y fosfatos, y previenen la contaminación de las aguas costeras. En las regiones donde se eliminaron estos bosques protectores costeros han ocurrido graves problemas de erosión y azolve —y, a veces, una gran pérdida de vidas humanas y propiedades. Los manglares pueden sobrevivir en los humedales salubres debido a características especiales como sus raíces aéreas, que filtran las sales, y sus hojas que excretan sal. Las comunidades locales dependen de los ecosistemas del manglar para obtener alimento, medicinas, madera como combustible y materiales de construcción. Para millones de residentes costeros indígenas alrededor del mundo, los manglares representan un medio de subsistencia fiable y un sostén para su cultura. De acuerdo con las comunidades locales y el Departamento Forestal en Orissa, los manglares en la región proporcionan diez importantes especies madereras.
La liberalización del comercio es una de las razones principales de la desaparición de los manglares. Las presiones para liberalizar el comercio y fomentar la producción orientada a las exportaciones están favoreciendo la cría de camarón en todas las regiones costeras. Notables menguas de los manglares debido a la acuicultura se observan, sobre todo, en la costa occidental de la India y en los distritos de Karwar y Kumta (estado de Karnataka), Palghar y Shrivardhan (Maharashtra) y Valsad (Gujarat). Los manglares de Issukapalli, que solían abarcar quinientas hectáreas en Andhra Pradesh, han disminuido notablemente. En toda la India, donde solía haber manglares ahora hay caminos y estanques para la acuicultura.
Los manglares son ideales para la cría de camarón, ya que proporcionan nutrientes importantes. En los estados de Orissa y Bengala Occidental se han abierto muchas granjas de camarón en los manglares. En la región de los Sundarbans de Bengala se han construido estanques para camarón en 35 000 hectáreas de terreno anteriormente ocupadas por manglares. En 1995, el gobierno de Orissa abrió una licitación para el establecimiento de granjas para la acuicultura. Esta iniciativa condujo a un crecimiento descontrolado de la acuicultura a costa del sostenimiento social y ecológico.
La diseminación de la acuicultura en las áreas costeras ha reducido la capacidad protectora de la costa y dejado las regiones vulnerables a ciclones, inundaciones y nuevas escalas de desastres ambientales. En 1991, un tsunami cobró miles de vidas en Bangladesh a causa de los estanques para la cría de camarón. Una ola similar, que ocurrió en 1960, no dañó las aldeas, puesto que los manglares protegieron la tierra en ese entonces. Los expertos sugieren que la destrucción causada por el superciclón en Orissa se podría haber minimizado si no se hubieran destruido los manglares a lo largo de la costa para la cría de camarón: “La costa [de Orissa] solía estar cubierta de bosques de mangle y éstos podrían haber disipado la energía de la ola”.13 Los manglares exportan materia orgánica, con lo cual proporcionan nutrientes a los sistemas del mar y los estuarios adyacentes. Los humedales de mangle constituyen la base de la cadena alimenticia en las aguas marinas y costeras. La riqueza de la materia orgánica permite que prosperen varias especies, tanto marinas como de agua dulce.
Inundaciones y huracanes
El superciclón en Orissa no fue un desastre aislado. Tan sólo en los últimos cinco años hemos sabido de cientos de calamidades relacionadas con el cambio climático. En 1995 una inundación en Bangladesh mató a más de setenta personas y afectó a casi diez millones. En 1995, la isla de Santo Tomás, en el Caribe, quedó en ruinas a causa de los huracanes; ese mismo año, Francia y los Países Bajos se enfrentaron a precipitaciones sin precedentes y a grandes inundaciones.
En 1996, el peor ciclón del siglo mató a dos mil habitantes de Andhra Pradesh, la India. Ese mismo año, un tifón en Angola causó la muerte de más de seiscientas personas. Las inundaciones en Corea del Norte causaron que cinco millones de personas padecieran escasez de alimentos. En marzo de 1996 una ventisca mortal en la meseta de China occidental llevó a la inanición a por lo menos sesenta mil pastores tibetanos en la provincia de Qinghai y el Tíbet al matar 750 000 cabezas de ganado y reducir drásticamente sus suministros de alimento; 48 pastores murieron. La nieve fue cuatro veces más abundante que el promedio y las temperaturas bajaron a –49 grados centígrados. Ese mismo mes, veinte de los arrozales de Laos resultaron dañados debido a inundaciones, lo cual puso a diez millones de laosianos en riesgo de inanición. En junio de ese año más de 330 personas murieron en Yemen debido a las peores inundaciones en cuarenta años, las cuales causaron daños por mil millones de dólares. Las aguas estancadas generaron una epidemia de malaria que afectó a 168 000 personas y mató a treinta más.
En 1997 más de treinta personas perdieron la vida y 120 000, sus hogares en Filipinas, debido a una tormenta torrencial. Una serie de tormentas y granizadas en el noroeste del Pacífico causaron daños por veinticinco millones de dólares ese mismo año. En marzo, cien mil granjas fueron arrasadas en Bolivia debido a inundaciones. Aquel año murieron 57 personas y miles tuvieron que abandonar sus hogares en Indiana, Kentucky, Ohio y Virginia del Oeste cuando las aguas del río Ohio subieron 3.6 metros por encima de los niveles de crecida. La inundación causada por el río Red generó daños por dos mil millones de dólares en Manitoba, Canadá, en Dakota del Norte y del Sur, y en partes de Minnesota.
En enero de 1998, en Perú, cayeron trece litros de lluvia por metro cuadrado en catorce horas. Cerca de sesenta puentes se vinieron abajo y 852 kilómetros de carreteras desaparecieron en las siguientes semanas. En febrero, 3 084 personas se contagiaron de cólera en Ecuador, 108 murieron por inundaciones y deslaves y veintiocho mil más perdieron su hogar. Ese mismo año los ríos Juba y Shabeele en el cuerno de África se desbordaron y causaron la muerte de dos mil personas y millones de cabezas de ganado.
Sequía, oleadas de calor y derretimiento glaciar
El cambio climático está causando más inundaciones y ciclones, pero también está agravando las sequías y oleadas de calor. Hay demasiada agua o muy poca y ambos extremos plantean una amenaza a la supervivencia. La repercusión más grave del calentamiento global es el derretimiento de los casquetes polares y los glaciares. Aunque los cambios de clima ocurren desde siempre, la comunidad científica y la mayoría de los gobiernos concuerdan en que la actual crisis de ablación de glaciares y capas polares está relacionada ecológicamente con la economía de los combustibles fósiles y la contaminación atmosférica. Durante las últimas tres décadas, la capa de nieve en el hemisferio norte se ha reducido alrededor del 10%.14
Debido al cambio climático, la Tierra se ha calentado entre 0.4 y 0.8 grados centígrados, durante el último siglo. Los doce años más tórridos de los últimos cien años han ocurrido desde 1983 y los tres con temperaturas más elevadas se presentaron en los noventa. Desde 1980 la temperatura anual promedio ha aumentado hasta cuatro grados centígrados en Alaska y Siberia. En partes de Canadá, el casquete glaciar se forma dos semanas más tarde que antes y se rompe antes que en años anteriores.15
Las temperaturas en aumento también están ocasionando el derretimiento de glaciares y mantos de hielo. Según John Michael Wallace, profesor de ciencias atmosféricas en la Universidad de Washington, “el derretimiento estival permanente de todo el Ártico podría ocurrir en unas cuantas décadas si prevalecen las tendencias de los últimos veinte años”.16
Durante los últimos cuarenta años ha disminuido 40% el espesor del casquete polar perenne sobre el océano Ártico. Entre 1950 y 1970 el límite del hielo sobre el Antártico se redujo 2.8 grados de latitud. La temporada de derretimiento anual ha aumentado a tres semanas en los últimos veinte años. Entre 1961 y 1997, los glaciares en montañas se han reducido cuatrocientos kilómetros cúbicos. El calor que se acumula mediante el efecto invernadero representa ocho mil joules en términos del derretimiento del hielo en la Antártida y Groenlandia y mil cien joules por lo que se refiere al derretimiento de los glaciares de montaña.17 El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático pronostica un incremento promedio de la temperatura global de 1.5 a 6.0 grados centígrados para 2100.
Los glaciares están desapareciendo en los Alpes, Alaska y el estado de Washington. El Kilimanjaro, la montaña más alta de África, ha perdido 75% de su capa de hielo desde 1912. La totalidad de su nieve podría desaparecer en un lapso de quince años.18 Sólo sobreviven dos de los seis glaciares en Venezuela y, si la desaparición de los glaciares continúa al ritmo actual, se espera que Montana pierda la totalidad de los glaciares en el Glacier National Park para el año 2070.19 De acuerdo con los lugareños, el glaciar Gangotri, la principal fuente de afluentes perennes del poderoso río Ganges, retrocede cinco metros por año.20 Supuestamente, la retirada de todos los glaciares fuera de la región polar ha contribuido entre dos y cinco centímetros al aumento en el nivel del mar.21
El año 1995 fue particularmente activo: la ciudad de Cádiz en el sur de España, una región que una vez recibió la mayor cantidad de lluvia del país, padeció sequía por cuarto año consecutivo. Las precipitaciones disminuyeron de 213 a 94 centímetros anuales. En junio, las temperaturas en Rusia alcanzaron los 34 grados centígrados; el asfalto se derritió en las carreteras y pistas aeroportuarias. El norte de la India también registró altas temperaturas, de 45 grados centígrados. La oleada de calor mató a trescientas personas. En esa misma época en Chicago causó la muerte de quinientas personas y Gran Bretaña vivió su verano más caluroso desde 1659 y la estación más seca desde 1721. El noreste de Brasil padeció la peor sequía del siglo: la precipitación pluvial disminuyó 60%. En junio de 1995 los incendios en Canadá que destruyeron los bosques se extendían más de 97 200 hectáreas diariamente. Los incendios forestales fuera de control también destruyeron 283 500 hectáreas de bosque y dehesas en Mongolia.
Las calamidades no ocurrieron únicamente en 1995. Un año después la peor sequía del siglo en Estados Unidos asoló Kansas y Oklahoma, causando la destrucción de miles de hectáreas de trigo. Las reservas estadounidenses de este grano alcanzaron su nivel más bajo en cincuenta años. En la India las sequías consecutivas también causaron una escasez de alimento y agua en Gujarat, Rajastán, Madhya Pradesh, Orissa y Chhattisgarh. Durante su campaña de reelección, mientras se encontraba en el estado de Gujarat, tan afectado por la sequía en 1999, el ministro del interior de la India, L. K. Advani, fue recibido por gente que gritaba: “Pehle paani, phir Advani” (“Primero agua, luego Advani”). En 1997 las temperaturas en Río de Janeiro durante el invierno aumentaron a 42 grados centígrados. En 1998 ocurrieron más de trece mil incendios en México; murió gente, los aeropuertos cerraron y la capital estuvo en alerta ambiental. Cuando la manta de humo se desplazó hacia el Golfo de México, Texas se puso en alerta sanitaria.
En septiembre de 1997, debido a incendios en Indonesia y Malasia, la contaminación atmosférica causó una emergencia. Cerraron aeropuertos y escuelas. Las colisiones navieras en el Estrecho de Malaca causaron la muerte de veintinueve personas y la neblina de los incendios forestales fue la causa de un accidente de aviación que cobró 234 vidas. Los accidentes de tránsito debidos a la baja visibilidad mataron a cientos de personas más.
Es la gente pobre del tercer mundo la que resultará más afectada por el cambio climático, la sequía, el derretimiento de los glaciares y el aumento en el nivel del mar. Campesinos, pastores y comunidades costeras se convertirán en refugiados ambientales cuando la lluvia desaparezca, los cultivos mueran y los ríos se sequen. El riesgo de inundación para las comunidades costeras debido al cambio climático es alto: “En circunstancias extremas, el aumento en el nivel del mar y sus consecuencias podrían desencadenar abandonos y ‘migraciones extrainsulares’ con elevados costos económicos y sociales”.22
Que el agua sea amenaza para la vida o sustento de ésta depende, en gran medida, de que los movimientos que claman justicia climática puedan poner fin a la contaminación ambiental y lograr que los países y las empresas bribonas actúen dentro de los límites de la responsabilidad ecológica.
{{ linea }}
1 En 2011 el estado de Orissa, en el este de la India, cambió su nombre oficial, actualmente es conocida como Odisha; lo mismo sucedió con su idioma oficial, que pasó de oriya a odia. [nota de Gatopardo].
2 Aubrey Meyer, Contraction and convergence: The global solution to climate change. Totnes, Devon: Green Books for the Schumacher Society, 2000, p. 22.
3 Paul Brown, Global warming: can civilization survive? Londres: Blandford Press, 1996, p. 57.
4 Ibid.
5 Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, Climate Change, 2001. Cambridge: Cambridge University Press, p. 1.
6 Meyer, op. cit.
7 Ross Gelbspan, The heat is on: the climate crisis, the cover-up, the prescription. Boulder, Colorado: Perseus Books, 1998, p. 109.
8 Ibid.
9 “Global warming much worse than predicted”, The Independent, 12 de junio de 2001.
10 Jeffrey Kluger, “A climate of despair”, Time Magazine, 9 de abril de 2002, p. 34.
11 Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, Climate Change, 2001, p. 363.
12 Vandana Shiva y Ashok Emani, Climate change, deforestation, and the Orissa supercyclone. Nueva Delhi: Research Foundation for Science, Technology and Ecology, 2000, p. 4.
13 Shiva y Emani, op. Cit., p. 10.
14 Ibid., pp. 810-815.
15 “The big meltdown”, Time Magazine, 4 de septiembre de 2000, p. 55.
16 John Michael Wallace, International Herald Tribune, 19 de abril de 2001.
17 Sydney Levitus, New York Times, 13 de abril de 2001.
18 “Climate crisis”, The Ecologist, vol. 29, p. 2.
19 Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, op. cit., p. 700.
20 K. S. Foma, The traveller’s guide to Uttarakhand. Chamoli, India; Garuda Books, 1998, p. 51.
21 Brown, op. cit., p. 87.
22 Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, op. cit., p. 856.
Éste es un fragmento del libro Las guerras del agua: privatización, contaminación y lucro de Vandana Shiva. México: Siglo XXI Editores, 2003.
Cortesía de Siglo XXI Editores: sigloxxieditores.com.mx