Vik Muniz: el arte de la ilusión. La estrella del arte brasileño.

Vik Muniz: el arte de la ilusión

Su obra es tan peculiar como su biografía, que comienza en una favela de Sao Paulo y hoy transita por los museos de todo el mundo. Emigrado a Estados Unidos casi por casualidad, Vik Muniz tardó años en pensarse a sí mismo como artista.

Tiempo de lectura: 19 minutos

Es un tórrido día de verano en Río de Janeiro y en el estudio de Vik Muniz están arreglando el aire acondicionado. Sin embargo, en la estancia no hace calor. En una callejuela del barrio de Gávea, que termina en la selva, se alza una casona con amplios cristales y un salón gigante y sobrio, con apenas un escritorio corrido en el fondo, una fotografía de gran formato firmada por el autor en otra pared, un sofá y una mesa de reuniones a la entrada. Ningún rastro de material de pintura o fotografía.

Muniz es uno de los artistas latinoamericanos con mayor presencia en Estados Unidos, donde ha vivido los últimos 30 años. Nació como Vicente José de Oliveira Muniz en una favela de la periferia de Sao Paulo en 1961, donde incubó alma de artista sin saberlo. Con 22 años recibió accidentalmente un tiro de revólver en una pierna y, gracias al dinero que le pagó el agresor para evitar una denuncia, se compró un pasaje a Estados Unidos, adonde llegó sin ínfulas artísticas. Trabajó en publicidad y muchas otras cosas más antes de dedicarse por completo al arte. Inicialmente fue escultor pero, desde mediados de los noventa, comenzó a experimentar técnicas pictóricas y de collage con materiales inesperados, que luego registraba con su cámara y convertía en fotografía, objeto final de su arte. Ha usado sustancias perecederas e inestables, como el azúcar, el chocolate o el caviar, objetos de desecho —polvo, tierra, basura, chatarra—, o lujosos, como diamantes. Más allá de lo formal, su intención es tender un puente entre el objeto usado y la imagen que representa y perpetuar el carácter efímero de sus materiales a través de la fotografía.

Su carrera despegó con la serie Sugar Children, retratos de niños que trabajaban en plantaciones de caña, hechos con azúcar espolvoreado sobre papel negro, y luego fotografiados. Después vinieron los trabajos en tierra, tinta, hilo y, más adelante, las series más cotizadas, en las que retrató a Frankenstein o Drácula usando caviar, a Elizabeth Taylor silueteada por los diamantes prestados por un coleccionista, y fotografió un dibujo de Marilyn Monroe hecho con chocolate líquido que terminó por alcanzar los 300 mil dólares en Sotheby’s. La técnica, aunque con diferente materia prima, es parecida. Sus obras tienen una apariencia tradicional, pero cuando el espectador se acerca a las fotografías comprueba que las imágenes originales están construidas con materiales inesperados en un juego de perspectiva y escala, de ilusión, como, por ejemplo, los clásicos que recrea Muniz: una doble Mona Lisa, hecha con crema de maní y mermelada; una foto de Jackson Pollock a base de chocolate; una Medusa de Caravaggio reproducida con spaghetti y tomate; una Venus de Botticelli elaborada a partir de chatarra.

El trabajo de Muniz llamó la atención del público y la crítica a partir de mediados de los noventa. Su participación en la muestra New Photography le sirvió de trampolín internacional. Seis años más tarde fue elegido para representar a Brasil en la Bienal de Venecia, y a partir de 2005 su nombre se disparó, con su libro Reflex y con la exposición homónima, su primera gran retrospectiva, iniciada en el Museo de Arte de Miami y luego paseada durante varios años por Estados Unidos (PS1 del MoMA, en Nueva York, entre otros), Canadá, México y Brasil. Dos años después trascendió el mundo artístico al producir y protagonizar un documental nominado a los Oscar, Waste Land, en torno a la serie en la que retrató a los recolectores de basura y chatarra de un basurero de Río de Janeiro a partir de los propios materiales reciclables que ellos trabajaban. En el último año ha codirigido otro documental, Más que un balón, sobre el fútbol alrededor del mundo, en el que creó una instalación con 10 000 pelotas en el Estadio Azteca de México. Ha construido geoglifos, obras hechas con excavadoras sobre la tierra de una mina de Brasil, a escala kilométrica, y ahora investiga junto a científicos la manera de construir imágenes impresas a partir de bacterias y células. Su obra integra las colecciones del MoMA, la Tate Gallery o el Georges Pompidou. Mientras, en paralelo, Muniz trabaja en proyectos sociales relacionados con la formación de talentos en favelas de su país como en la que él mismo creció.

“Cuando descubrí el retrato que Rubens hizo de su hija, pensé: “Voy a hacer esto. He decidido que voy a ser artista”.

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