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El Porvenir

El Porvenir

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
La insolación y la desmemoria abruman a un anciano que ha perdido la ruta a casa; es un cuento que camina en la narrativa gardeana. Ilustración de Mara Hernández.
12
.
01
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En el cuento inédito "El Porvenir" la exploración prosística del escritor Mariano Augusto Mangas sigue las huellas de Jesús Gardea y lo acompaña la musicalidad del habla coloquial en la idiosincrasia mexicana.

                                                                                                                                                                                                                                    El calor aplanaba los espíritus

                                                                                                                                                                                                                                     a la hora de la viva indignación.

                                                                                                                                                                                                                                                                 Jesús Gardea

Nomás no me hallo. Parece que estas vías son lo mismo pa’l sur que hacia el otro lado. Si solo era una hora de camino a El Porvenir. Con el tren no hay pierde, lo tengo bien claro, como si no me supiera el camino que tantas veces anduve de ida y de vuelta. Los huesos me han de doler, mis piernas ya no son tan fuertes, pero quien pisa suavecito de que llega lejos no te quepa la duda, Janita. Jum, por una sola vez de no encontrar las llaves me tiraron de loco. A veces siento la cabeza endurecida de los recuerdos; seguro están ahí, aunque me es difícil agarrarlos. Fíjate bien, aquí a una cuadra del Ayuntamiento están las vías. De ahí a la izquierda y es todo derechito. No hay pierde. Verás que en una hora voy a estar en el patio, descansado al aigre de la tarde y con una caguama bien muerta. El genterío me da muina y tantas mentiras vomitadas por el presidente municipal son una jaula, ¿a qué me quedaba? Mejor era aprovechar el sol y una rica caminata. Solo era un tramo despoblado hasta llegar a los alfalfares, bueno nos queda poco verde por mirar. El Porvenir era pura milpa tras milpa de aquí al terreno donde levanté la casa, eso me gustaba de acá muy distinto a lo que abandoné en la tierra de tus abuelos donde solo se daban maíces chirgos que ni a los marranos les gustaba tragarse. ¿Allá qué te podía ofrecer, mi Janita? Pura tierra seca. Al menos acá fui un hombre de bien con casas, carros, fajos de billetes. Vaya que le sudé sin importar que todos los días fueran iguales al anterior. Chinga tras chinga. ¡Jijos!, necesito cambiarles las suelas a los zapatos. Arrastro un pie, la tierra es herida y brota una polvareda acompañada por recuerdos que flotan hasta meterse por la nariz. Me pican. Saco un pañuelo de la bolsa del pantalón y los sueno con rabia, pero siempre queda uno aferrado a lo más hondo. Janita naciste a la hora que se diluye la luna en el rocío, cuando yo iba camino a la fábrica. Me vine a enterar para la hora de la comida. No me permití dejar la jornada a medias, ya se encargaría alguna de tus tías de cuidar a tu madre. Si hubieras sido un varoncito, no la pensaba para ir al hospital; tanto lo deseaba que cuando te vi envuelta en la cobijita azul, quietecita, con esa respiración casi silenciosa, me quedé callado. ¿Responder con cariño? No, qué va, de tus abuelos aprendí a ser igual a estas piedras mezquinas: hierven como si el mismísimo infierno quisiera brotar de entre ellas y los durmientes. Acá ni los perros ladran o hacen el esfuerzo por acercarse de tan atontados que están, refugiados en esa pequeña franja de sombra que les regala la pared de la fábrica de harina toda llena de pintarrajeadas obscenas y dibujos sabrá Dios de qué mente trastornada salieron. Ante la presencia del extraño se levantan más de miedo que de ganas. Frente a mí se plantan los más envalentonados. Calan mis movimientos y gruñen al acecho de mis pies que están a punto de escapar. En la siguiente fila se acomodan los que ante el golpe de miedo aúllan y ladran; esos son los que provocan que un niño corra en la dirección que despierta los instintos de caza. Si hubiera tenido un varoncito, le diría como lo hizo conmigo mi padre. Así quietecito sin mirarlos a los ojos porque por ahí se asoma el miedo. La espalda tan derechita como una regla, que te vean alto. Los esquivas de un paso a la vez. Janita, me hubiera gustado enseñarte a transitar esta tierra de carroñeros. Aún con el hocico de la mala fortuna al acecho, siento que jamás me abandonaste. Incluso cuando de mí solo abrazaste el desprecio. Janita, deja de crecer por favor. Déjame enseñarte cosas tan simples como utilizar una rama o una piedra para ahuyentar a los perros. Tanto tuve las esperanzas de criar a un chamaquito que me olvidé de siquiera darte un beso cuando regresaba de noche y dormías en tu cuna. ¿Qué iba a hacer un hombre solo con esas labores de tu abuela o tus tías? Me bastaba con que no te faltara comida, pañales y un techo. ¿De dónde sacabas esas ocurrencias de leerte cuentos? No, a mí no me compliques la vida, chamaca. Uno debe madrugar. Janita, me hubiera gustado confesar que las letras se me resbalaban. Me eran unos animales ajenos, nunca los supe domar. Antes no se necesitaba de eso como antes olía a frescor de tierra mojada y no a pinche orín de vago. ¿Pero sí será la harinera? Hace un rato que solo veo una barda tras otra y no se acaban los bodegones. Lo bueno es que al pasar este tramo nada más cruzo el puente sobre el canal de Cristo y de ahí al tramo de la ciudad perdida. Pronto llegaré a El Porvenir. En días calurosos como el de hoy, me bañaba en el río. Entre los arbustos se me apareció tu santa madre. La espié mientras tallaba la ropa contra las piedras. ¡Ay, mi prietita!, se asustó. Entre mentadas de madre se quiso escapar. Lástima, ya le había echado el ojo. De una forma u otra iba a ser mía. Cómo te extraño, Claridad, ojalá no te dilates mucho en venir por mí. En la familia no volvimos a ser los mismos, Janita. Si tan solo me hubiera regresado del trabajo directo al hospital. La abundancia dejó de visitarnos. El olvido es para los olvidados de Dios, dicen que esas fueron las últimas palabras de tu madre. El duelo se me guardó aquí adentro como un gusano que se alimentó de odio y alcohol. La sed está cabrona y aunque llegara al río, no podría beber del agua que ahora está colmada de la mierda que escupe la ciudad. No ha de tardar el tren, pero tiene rato que los rieles no se estremecen. Si al menos una nube me tuviera piedad. En cambio, el sol me da lengüetadas de ardor sobre la frente. Y luego tan caro que me salió este pinche reloj pa’que se muera a la primera de cambios. No’mbre, cuando llegue me voy a chingar una caguama completa. Hace hambre. Cómo se me antoja un taco de chile capeado del que preparaba Claridad, te hubiera gustado tanto como a mí. Decían en mi pueblo que un difunto nunca se va solo. Ojalá se hubieran equivocado. Los depredadores acechan en silencio escondidos tras los matorrales. Puedo enfrentarlos con las manos desnudas, menos a ese que te consumió las entrañas, Janita. Vine a esta ciudad a hacer dinero, no a vivir entre casas de cartón y madera como las que se vislumbran allá adelante. Ni todos esos papeles del demonio sirvieron para comprarte un año más de vida. Estas vías nomás no se acaban. Un tramo más o será que el sol me atarugó y debo de volver sobre mis pasos. No creo. Ahí está el canal, pero a diferencia del que tantas veces crucé, aquí hay un puente de fierro que lo atraviesa. No, qué va, es la insolación. Estoy tarugo. Ya va siendo la hora que pase el tren. Estoy cerca. Un esfuerzo más. Lo bueno es que el sol comienza a ceder en el horizonte. Camino sin norte sobre el hervor de las piedras. Mi reloj se detuvo en este purgatorio, sin futuro, sin abrazos de una hija, en un páramo donde se apilan cadáveres de momentos que hubiera deseado vivir contigo, Janita, y con tu madre. Los cubro con una sábana y me acuesto a un lado. Siento el palpitar suavecito de la oscuridad, me colma. ¡Te lo imploro! Desaparéceme junto con ellas. Responde el silencio como cada una de las horas, los días, los años que esperé antes del fin de los tiempos. Nadie me regala la piedad de consumirme de una vez; en cambio, habita en mi interior ese maldito gusano que se alimenta de memorias. Por más que intento ponerle un rostro, se me aparecen sombras nada más. Ellos pretenden apagar mi sed con un trago de refresco y alcohol de farmacia, pero solo avivan a la fiera. ¿Que cómo me llamo? La verdad no sé, mañana me acordaré. Aquí hay que sentarse un rato entre cartones y perros pulguientos pa’no pasar frío. Las tripas se me pegaron del hambre. Mi niña, ¿dónde está mi niña? En el cielo se agolpan y enfurecen las nubes. A lo lejos, por donde se pierden las vías del tren se vislumbran dos siluetas que se diluyen en la oscuridad. Cuando fallezca la madrugada las seguiré hasta El Porvenir donde aguarda mi pasado.

Te podría interesar leer "IXTAB": un cuento de Sophia B. Heredia.

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En el cuento inédito "El Porvenir" la exploración prosística del escritor Mariano Augusto Mangas sigue las huellas de Jesús Gardea y lo acompaña la musicalidad del habla coloquial en la idiosincrasia mexicana.

                                                                                                                                                                                                                                    El calor aplanaba los espíritus

                                                                                                                                                                                                                                     a la hora de la viva indignación.

                                                                                                                                                                                                                                                                 Jesús Gardea

Nomás no me hallo. Parece que estas vías son lo mismo pa’l sur que hacia el otro lado. Si solo era una hora de camino a El Porvenir. Con el tren no hay pierde, lo tengo bien claro, como si no me supiera el camino que tantas veces anduve de ida y de vuelta. Los huesos me han de doler, mis piernas ya no son tan fuertes, pero quien pisa suavecito de que llega lejos no te quepa la duda, Janita. Jum, por una sola vez de no encontrar las llaves me tiraron de loco. A veces siento la cabeza endurecida de los recuerdos; seguro están ahí, aunque me es difícil agarrarlos. Fíjate bien, aquí a una cuadra del Ayuntamiento están las vías. De ahí a la izquierda y es todo derechito. No hay pierde. Verás que en una hora voy a estar en el patio, descansado al aigre de la tarde y con una caguama bien muerta. El genterío me da muina y tantas mentiras vomitadas por el presidente municipal son una jaula, ¿a qué me quedaba? Mejor era aprovechar el sol y una rica caminata. Solo era un tramo despoblado hasta llegar a los alfalfares, bueno nos queda poco verde por mirar. El Porvenir era pura milpa tras milpa de aquí al terreno donde levanté la casa, eso me gustaba de acá muy distinto a lo que abandoné en la tierra de tus abuelos donde solo se daban maíces chirgos que ni a los marranos les gustaba tragarse. ¿Allá qué te podía ofrecer, mi Janita? Pura tierra seca. Al menos acá fui un hombre de bien con casas, carros, fajos de billetes. Vaya que le sudé sin importar que todos los días fueran iguales al anterior. Chinga tras chinga. ¡Jijos!, necesito cambiarles las suelas a los zapatos. Arrastro un pie, la tierra es herida y brota una polvareda acompañada por recuerdos que flotan hasta meterse por la nariz. Me pican. Saco un pañuelo de la bolsa del pantalón y los sueno con rabia, pero siempre queda uno aferrado a lo más hondo. Janita naciste a la hora que se diluye la luna en el rocío, cuando yo iba camino a la fábrica. Me vine a enterar para la hora de la comida. No me permití dejar la jornada a medias, ya se encargaría alguna de tus tías de cuidar a tu madre. Si hubieras sido un varoncito, no la pensaba para ir al hospital; tanto lo deseaba que cuando te vi envuelta en la cobijita azul, quietecita, con esa respiración casi silenciosa, me quedé callado. ¿Responder con cariño? No, qué va, de tus abuelos aprendí a ser igual a estas piedras mezquinas: hierven como si el mismísimo infierno quisiera brotar de entre ellas y los durmientes. Acá ni los perros ladran o hacen el esfuerzo por acercarse de tan atontados que están, refugiados en esa pequeña franja de sombra que les regala la pared de la fábrica de harina toda llena de pintarrajeadas obscenas y dibujos sabrá Dios de qué mente trastornada salieron. Ante la presencia del extraño se levantan más de miedo que de ganas. Frente a mí se plantan los más envalentonados. Calan mis movimientos y gruñen al acecho de mis pies que están a punto de escapar. En la siguiente fila se acomodan los que ante el golpe de miedo aúllan y ladran; esos son los que provocan que un niño corra en la dirección que despierta los instintos de caza. Si hubiera tenido un varoncito, le diría como lo hizo conmigo mi padre. Así quietecito sin mirarlos a los ojos porque por ahí se asoma el miedo. La espalda tan derechita como una regla, que te vean alto. Los esquivas de un paso a la vez. Janita, me hubiera gustado enseñarte a transitar esta tierra de carroñeros. Aún con el hocico de la mala fortuna al acecho, siento que jamás me abandonaste. Incluso cuando de mí solo abrazaste el desprecio. Janita, deja de crecer por favor. Déjame enseñarte cosas tan simples como utilizar una rama o una piedra para ahuyentar a los perros. Tanto tuve las esperanzas de criar a un chamaquito que me olvidé de siquiera darte un beso cuando regresaba de noche y dormías en tu cuna. ¿Qué iba a hacer un hombre solo con esas labores de tu abuela o tus tías? Me bastaba con que no te faltara comida, pañales y un techo. ¿De dónde sacabas esas ocurrencias de leerte cuentos? No, a mí no me compliques la vida, chamaca. Uno debe madrugar. Janita, me hubiera gustado confesar que las letras se me resbalaban. Me eran unos animales ajenos, nunca los supe domar. Antes no se necesitaba de eso como antes olía a frescor de tierra mojada y no a pinche orín de vago. ¿Pero sí será la harinera? Hace un rato que solo veo una barda tras otra y no se acaban los bodegones. Lo bueno es que al pasar este tramo nada más cruzo el puente sobre el canal de Cristo y de ahí al tramo de la ciudad perdida. Pronto llegaré a El Porvenir. En días calurosos como el de hoy, me bañaba en el río. Entre los arbustos se me apareció tu santa madre. La espié mientras tallaba la ropa contra las piedras. ¡Ay, mi prietita!, se asustó. Entre mentadas de madre se quiso escapar. Lástima, ya le había echado el ojo. De una forma u otra iba a ser mía. Cómo te extraño, Claridad, ojalá no te dilates mucho en venir por mí. En la familia no volvimos a ser los mismos, Janita. Si tan solo me hubiera regresado del trabajo directo al hospital. La abundancia dejó de visitarnos. El olvido es para los olvidados de Dios, dicen que esas fueron las últimas palabras de tu madre. El duelo se me guardó aquí adentro como un gusano que se alimentó de odio y alcohol. La sed está cabrona y aunque llegara al río, no podría beber del agua que ahora está colmada de la mierda que escupe la ciudad. No ha de tardar el tren, pero tiene rato que los rieles no se estremecen. Si al menos una nube me tuviera piedad. En cambio, el sol me da lengüetadas de ardor sobre la frente. Y luego tan caro que me salió este pinche reloj pa’que se muera a la primera de cambios. No’mbre, cuando llegue me voy a chingar una caguama completa. Hace hambre. Cómo se me antoja un taco de chile capeado del que preparaba Claridad, te hubiera gustado tanto como a mí. Decían en mi pueblo que un difunto nunca se va solo. Ojalá se hubieran equivocado. Los depredadores acechan en silencio escondidos tras los matorrales. Puedo enfrentarlos con las manos desnudas, menos a ese que te consumió las entrañas, Janita. Vine a esta ciudad a hacer dinero, no a vivir entre casas de cartón y madera como las que se vislumbran allá adelante. Ni todos esos papeles del demonio sirvieron para comprarte un año más de vida. Estas vías nomás no se acaban. Un tramo más o será que el sol me atarugó y debo de volver sobre mis pasos. No creo. Ahí está el canal, pero a diferencia del que tantas veces crucé, aquí hay un puente de fierro que lo atraviesa. No, qué va, es la insolación. Estoy tarugo. Ya va siendo la hora que pase el tren. Estoy cerca. Un esfuerzo más. Lo bueno es que el sol comienza a ceder en el horizonte. Camino sin norte sobre el hervor de las piedras. Mi reloj se detuvo en este purgatorio, sin futuro, sin abrazos de una hija, en un páramo donde se apilan cadáveres de momentos que hubiera deseado vivir contigo, Janita, y con tu madre. Los cubro con una sábana y me acuesto a un lado. Siento el palpitar suavecito de la oscuridad, me colma. ¡Te lo imploro! Desaparéceme junto con ellas. Responde el silencio como cada una de las horas, los días, los años que esperé antes del fin de los tiempos. Nadie me regala la piedad de consumirme de una vez; en cambio, habita en mi interior ese maldito gusano que se alimenta de memorias. Por más que intento ponerle un rostro, se me aparecen sombras nada más. Ellos pretenden apagar mi sed con un trago de refresco y alcohol de farmacia, pero solo avivan a la fiera. ¿Que cómo me llamo? La verdad no sé, mañana me acordaré. Aquí hay que sentarse un rato entre cartones y perros pulguientos pa’no pasar frío. Las tripas se me pegaron del hambre. Mi niña, ¿dónde está mi niña? En el cielo se agolpan y enfurecen las nubes. A lo lejos, por donde se pierden las vías del tren se vislumbran dos siluetas que se diluyen en la oscuridad. Cuando fallezca la madrugada las seguiré hasta El Porvenir donde aguarda mi pasado.

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12
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01
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25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En el cuento inédito "El Porvenir" la exploración prosística del escritor Mariano Augusto Mangas sigue las huellas de Jesús Gardea y lo acompaña la musicalidad del habla coloquial en la idiosincrasia mexicana.

                                                                                                                                                                                                                                    El calor aplanaba los espíritus

                                                                                                                                                                                                                                     a la hora de la viva indignación.

                                                                                                                                                                                                                                                                 Jesús Gardea

Nomás no me hallo. Parece que estas vías son lo mismo pa’l sur que hacia el otro lado. Si solo era una hora de camino a El Porvenir. Con el tren no hay pierde, lo tengo bien claro, como si no me supiera el camino que tantas veces anduve de ida y de vuelta. Los huesos me han de doler, mis piernas ya no son tan fuertes, pero quien pisa suavecito de que llega lejos no te quepa la duda, Janita. Jum, por una sola vez de no encontrar las llaves me tiraron de loco. A veces siento la cabeza endurecida de los recuerdos; seguro están ahí, aunque me es difícil agarrarlos. Fíjate bien, aquí a una cuadra del Ayuntamiento están las vías. De ahí a la izquierda y es todo derechito. No hay pierde. Verás que en una hora voy a estar en el patio, descansado al aigre de la tarde y con una caguama bien muerta. El genterío me da muina y tantas mentiras vomitadas por el presidente municipal son una jaula, ¿a qué me quedaba? Mejor era aprovechar el sol y una rica caminata. Solo era un tramo despoblado hasta llegar a los alfalfares, bueno nos queda poco verde por mirar. El Porvenir era pura milpa tras milpa de aquí al terreno donde levanté la casa, eso me gustaba de acá muy distinto a lo que abandoné en la tierra de tus abuelos donde solo se daban maíces chirgos que ni a los marranos les gustaba tragarse. ¿Allá qué te podía ofrecer, mi Janita? Pura tierra seca. Al menos acá fui un hombre de bien con casas, carros, fajos de billetes. Vaya que le sudé sin importar que todos los días fueran iguales al anterior. Chinga tras chinga. ¡Jijos!, necesito cambiarles las suelas a los zapatos. Arrastro un pie, la tierra es herida y brota una polvareda acompañada por recuerdos que flotan hasta meterse por la nariz. Me pican. Saco un pañuelo de la bolsa del pantalón y los sueno con rabia, pero siempre queda uno aferrado a lo más hondo. Janita naciste a la hora que se diluye la luna en el rocío, cuando yo iba camino a la fábrica. Me vine a enterar para la hora de la comida. No me permití dejar la jornada a medias, ya se encargaría alguna de tus tías de cuidar a tu madre. Si hubieras sido un varoncito, no la pensaba para ir al hospital; tanto lo deseaba que cuando te vi envuelta en la cobijita azul, quietecita, con esa respiración casi silenciosa, me quedé callado. ¿Responder con cariño? No, qué va, de tus abuelos aprendí a ser igual a estas piedras mezquinas: hierven como si el mismísimo infierno quisiera brotar de entre ellas y los durmientes. Acá ni los perros ladran o hacen el esfuerzo por acercarse de tan atontados que están, refugiados en esa pequeña franja de sombra que les regala la pared de la fábrica de harina toda llena de pintarrajeadas obscenas y dibujos sabrá Dios de qué mente trastornada salieron. Ante la presencia del extraño se levantan más de miedo que de ganas. Frente a mí se plantan los más envalentonados. Calan mis movimientos y gruñen al acecho de mis pies que están a punto de escapar. En la siguiente fila se acomodan los que ante el golpe de miedo aúllan y ladran; esos son los que provocan que un niño corra en la dirección que despierta los instintos de caza. Si hubiera tenido un varoncito, le diría como lo hizo conmigo mi padre. Así quietecito sin mirarlos a los ojos porque por ahí se asoma el miedo. La espalda tan derechita como una regla, que te vean alto. Los esquivas de un paso a la vez. Janita, me hubiera gustado enseñarte a transitar esta tierra de carroñeros. Aún con el hocico de la mala fortuna al acecho, siento que jamás me abandonaste. Incluso cuando de mí solo abrazaste el desprecio. Janita, deja de crecer por favor. Déjame enseñarte cosas tan simples como utilizar una rama o una piedra para ahuyentar a los perros. Tanto tuve las esperanzas de criar a un chamaquito que me olvidé de siquiera darte un beso cuando regresaba de noche y dormías en tu cuna. ¿Qué iba a hacer un hombre solo con esas labores de tu abuela o tus tías? Me bastaba con que no te faltara comida, pañales y un techo. ¿De dónde sacabas esas ocurrencias de leerte cuentos? No, a mí no me compliques la vida, chamaca. Uno debe madrugar. Janita, me hubiera gustado confesar que las letras se me resbalaban. Me eran unos animales ajenos, nunca los supe domar. Antes no se necesitaba de eso como antes olía a frescor de tierra mojada y no a pinche orín de vago. ¿Pero sí será la harinera? Hace un rato que solo veo una barda tras otra y no se acaban los bodegones. Lo bueno es que al pasar este tramo nada más cruzo el puente sobre el canal de Cristo y de ahí al tramo de la ciudad perdida. Pronto llegaré a El Porvenir. En días calurosos como el de hoy, me bañaba en el río. Entre los arbustos se me apareció tu santa madre. La espié mientras tallaba la ropa contra las piedras. ¡Ay, mi prietita!, se asustó. Entre mentadas de madre se quiso escapar. Lástima, ya le había echado el ojo. De una forma u otra iba a ser mía. Cómo te extraño, Claridad, ojalá no te dilates mucho en venir por mí. En la familia no volvimos a ser los mismos, Janita. Si tan solo me hubiera regresado del trabajo directo al hospital. La abundancia dejó de visitarnos. El olvido es para los olvidados de Dios, dicen que esas fueron las últimas palabras de tu madre. El duelo se me guardó aquí adentro como un gusano que se alimentó de odio y alcohol. La sed está cabrona y aunque llegara al río, no podría beber del agua que ahora está colmada de la mierda que escupe la ciudad. No ha de tardar el tren, pero tiene rato que los rieles no se estremecen. Si al menos una nube me tuviera piedad. En cambio, el sol me da lengüetadas de ardor sobre la frente. Y luego tan caro que me salió este pinche reloj pa’que se muera a la primera de cambios. No’mbre, cuando llegue me voy a chingar una caguama completa. Hace hambre. Cómo se me antoja un taco de chile capeado del que preparaba Claridad, te hubiera gustado tanto como a mí. Decían en mi pueblo que un difunto nunca se va solo. Ojalá se hubieran equivocado. Los depredadores acechan en silencio escondidos tras los matorrales. Puedo enfrentarlos con las manos desnudas, menos a ese que te consumió las entrañas, Janita. Vine a esta ciudad a hacer dinero, no a vivir entre casas de cartón y madera como las que se vislumbran allá adelante. Ni todos esos papeles del demonio sirvieron para comprarte un año más de vida. Estas vías nomás no se acaban. Un tramo más o será que el sol me atarugó y debo de volver sobre mis pasos. No creo. Ahí está el canal, pero a diferencia del que tantas veces crucé, aquí hay un puente de fierro que lo atraviesa. No, qué va, es la insolación. Estoy tarugo. Ya va siendo la hora que pase el tren. Estoy cerca. Un esfuerzo más. Lo bueno es que el sol comienza a ceder en el horizonte. Camino sin norte sobre el hervor de las piedras. Mi reloj se detuvo en este purgatorio, sin futuro, sin abrazos de una hija, en un páramo donde se apilan cadáveres de momentos que hubiera deseado vivir contigo, Janita, y con tu madre. Los cubro con una sábana y me acuesto a un lado. Siento el palpitar suavecito de la oscuridad, me colma. ¡Te lo imploro! Desaparéceme junto con ellas. Responde el silencio como cada una de las horas, los días, los años que esperé antes del fin de los tiempos. Nadie me regala la piedad de consumirme de una vez; en cambio, habita en mi interior ese maldito gusano que se alimenta de memorias. Por más que intento ponerle un rostro, se me aparecen sombras nada más. Ellos pretenden apagar mi sed con un trago de refresco y alcohol de farmacia, pero solo avivan a la fiera. ¿Que cómo me llamo? La verdad no sé, mañana me acordaré. Aquí hay que sentarse un rato entre cartones y perros pulguientos pa’no pasar frío. Las tripas se me pegaron del hambre. Mi niña, ¿dónde está mi niña? En el cielo se agolpan y enfurecen las nubes. A lo lejos, por donde se pierden las vías del tren se vislumbran dos siluetas que se diluyen en la oscuridad. Cuando fallezca la madrugada las seguiré hasta El Porvenir donde aguarda mi pasado.

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                                                                                                                                                                                                                                    El calor aplanaba los espíritus

                                                                                                                                                                                                                                     a la hora de la viva indignación.

                                                                                                                                                                                                                                                                 Jesús Gardea

Nomás no me hallo. Parece que estas vías son lo mismo pa’l sur que hacia el otro lado. Si solo era una hora de camino a El Porvenir. Con el tren no hay pierde, lo tengo bien claro, como si no me supiera el camino que tantas veces anduve de ida y de vuelta. Los huesos me han de doler, mis piernas ya no son tan fuertes, pero quien pisa suavecito de que llega lejos no te quepa la duda, Janita. Jum, por una sola vez de no encontrar las llaves me tiraron de loco. A veces siento la cabeza endurecida de los recuerdos; seguro están ahí, aunque me es difícil agarrarlos. Fíjate bien, aquí a una cuadra del Ayuntamiento están las vías. De ahí a la izquierda y es todo derechito. No hay pierde. Verás que en una hora voy a estar en el patio, descansado al aigre de la tarde y con una caguama bien muerta. El genterío me da muina y tantas mentiras vomitadas por el presidente municipal son una jaula, ¿a qué me quedaba? Mejor era aprovechar el sol y una rica caminata. Solo era un tramo despoblado hasta llegar a los alfalfares, bueno nos queda poco verde por mirar. El Porvenir era pura milpa tras milpa de aquí al terreno donde levanté la casa, eso me gustaba de acá muy distinto a lo que abandoné en la tierra de tus abuelos donde solo se daban maíces chirgos que ni a los marranos les gustaba tragarse. ¿Allá qué te podía ofrecer, mi Janita? Pura tierra seca. Al menos acá fui un hombre de bien con casas, carros, fajos de billetes. Vaya que le sudé sin importar que todos los días fueran iguales al anterior. Chinga tras chinga. ¡Jijos!, necesito cambiarles las suelas a los zapatos. Arrastro un pie, la tierra es herida y brota una polvareda acompañada por recuerdos que flotan hasta meterse por la nariz. Me pican. Saco un pañuelo de la bolsa del pantalón y los sueno con rabia, pero siempre queda uno aferrado a lo más hondo. Janita naciste a la hora que se diluye la luna en el rocío, cuando yo iba camino a la fábrica. Me vine a enterar para la hora de la comida. No me permití dejar la jornada a medias, ya se encargaría alguna de tus tías de cuidar a tu madre. Si hubieras sido un varoncito, no la pensaba para ir al hospital; tanto lo deseaba que cuando te vi envuelta en la cobijita azul, quietecita, con esa respiración casi silenciosa, me quedé callado. ¿Responder con cariño? No, qué va, de tus abuelos aprendí a ser igual a estas piedras mezquinas: hierven como si el mismísimo infierno quisiera brotar de entre ellas y los durmientes. Acá ni los perros ladran o hacen el esfuerzo por acercarse de tan atontados que están, refugiados en esa pequeña franja de sombra que les regala la pared de la fábrica de harina toda llena de pintarrajeadas obscenas y dibujos sabrá Dios de qué mente trastornada salieron. Ante la presencia del extraño se levantan más de miedo que de ganas. Frente a mí se plantan los más envalentonados. Calan mis movimientos y gruñen al acecho de mis pies que están a punto de escapar. En la siguiente fila se acomodan los que ante el golpe de miedo aúllan y ladran; esos son los que provocan que un niño corra en la dirección que despierta los instintos de caza. Si hubiera tenido un varoncito, le diría como lo hizo conmigo mi padre. Así quietecito sin mirarlos a los ojos porque por ahí se asoma el miedo. La espalda tan derechita como una regla, que te vean alto. Los esquivas de un paso a la vez. Janita, me hubiera gustado enseñarte a transitar esta tierra de carroñeros. Aún con el hocico de la mala fortuna al acecho, siento que jamás me abandonaste. Incluso cuando de mí solo abrazaste el desprecio. Janita, deja de crecer por favor. Déjame enseñarte cosas tan simples como utilizar una rama o una piedra para ahuyentar a los perros. Tanto tuve las esperanzas de criar a un chamaquito que me olvidé de siquiera darte un beso cuando regresaba de noche y dormías en tu cuna. ¿Qué iba a hacer un hombre solo con esas labores de tu abuela o tus tías? Me bastaba con que no te faltara comida, pañales y un techo. ¿De dónde sacabas esas ocurrencias de leerte cuentos? No, a mí no me compliques la vida, chamaca. Uno debe madrugar. Janita, me hubiera gustado confesar que las letras se me resbalaban. Me eran unos animales ajenos, nunca los supe domar. Antes no se necesitaba de eso como antes olía a frescor de tierra mojada y no a pinche orín de vago. ¿Pero sí será la harinera? Hace un rato que solo veo una barda tras otra y no se acaban los bodegones. Lo bueno es que al pasar este tramo nada más cruzo el puente sobre el canal de Cristo y de ahí al tramo de la ciudad perdida. Pronto llegaré a El Porvenir. En días calurosos como el de hoy, me bañaba en el río. Entre los arbustos se me apareció tu santa madre. La espié mientras tallaba la ropa contra las piedras. ¡Ay, mi prietita!, se asustó. Entre mentadas de madre se quiso escapar. Lástima, ya le había echado el ojo. De una forma u otra iba a ser mía. Cómo te extraño, Claridad, ojalá no te dilates mucho en venir por mí. En la familia no volvimos a ser los mismos, Janita. Si tan solo me hubiera regresado del trabajo directo al hospital. La abundancia dejó de visitarnos. El olvido es para los olvidados de Dios, dicen que esas fueron las últimas palabras de tu madre. El duelo se me guardó aquí adentro como un gusano que se alimentó de odio y alcohol. La sed está cabrona y aunque llegara al río, no podría beber del agua que ahora está colmada de la mierda que escupe la ciudad. No ha de tardar el tren, pero tiene rato que los rieles no se estremecen. Si al menos una nube me tuviera piedad. En cambio, el sol me da lengüetadas de ardor sobre la frente. Y luego tan caro que me salió este pinche reloj pa’que se muera a la primera de cambios. No’mbre, cuando llegue me voy a chingar una caguama completa. Hace hambre. Cómo se me antoja un taco de chile capeado del que preparaba Claridad, te hubiera gustado tanto como a mí. Decían en mi pueblo que un difunto nunca se va solo. Ojalá se hubieran equivocado. Los depredadores acechan en silencio escondidos tras los matorrales. Puedo enfrentarlos con las manos desnudas, menos a ese que te consumió las entrañas, Janita. Vine a esta ciudad a hacer dinero, no a vivir entre casas de cartón y madera como las que se vislumbran allá adelante. Ni todos esos papeles del demonio sirvieron para comprarte un año más de vida. Estas vías nomás no se acaban. Un tramo más o será que el sol me atarugó y debo de volver sobre mis pasos. No creo. Ahí está el canal, pero a diferencia del que tantas veces crucé, aquí hay un puente de fierro que lo atraviesa. No, qué va, es la insolación. Estoy tarugo. Ya va siendo la hora que pase el tren. Estoy cerca. Un esfuerzo más. Lo bueno es que el sol comienza a ceder en el horizonte. Camino sin norte sobre el hervor de las piedras. Mi reloj se detuvo en este purgatorio, sin futuro, sin abrazos de una hija, en un páramo donde se apilan cadáveres de momentos que hubiera deseado vivir contigo, Janita, y con tu madre. Los cubro con una sábana y me acuesto a un lado. Siento el palpitar suavecito de la oscuridad, me colma. ¡Te lo imploro! Desaparéceme junto con ellas. Responde el silencio como cada una de las horas, los días, los años que esperé antes del fin de los tiempos. Nadie me regala la piedad de consumirme de una vez; en cambio, habita en mi interior ese maldito gusano que se alimenta de memorias. Por más que intento ponerle un rostro, se me aparecen sombras nada más. Ellos pretenden apagar mi sed con un trago de refresco y alcohol de farmacia, pero solo avivan a la fiera. ¿Que cómo me llamo? La verdad no sé, mañana me acordaré. Aquí hay que sentarse un rato entre cartones y perros pulguientos pa’no pasar frío. Las tripas se me pegaron del hambre. Mi niña, ¿dónde está mi niña? En el cielo se agolpan y enfurecen las nubes. A lo lejos, por donde se pierden las vías del tren se vislumbran dos siluetas que se diluyen en la oscuridad. Cuando fallezca la madrugada las seguiré hasta El Porvenir donde aguarda mi pasado.

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La insolación y la desmemoria abruman a un anciano que ha perdido la ruta a casa; es un cuento que camina en la narrativa gardeana. Ilustración de Mara Hernández.

El Porvenir

El Porvenir

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Tiempo de Lectura: 00 min

En el cuento inédito "El Porvenir" la exploración prosística del escritor Mariano Augusto Mangas sigue las huellas de Jesús Gardea y lo acompaña la musicalidad del habla coloquial en la idiosincrasia mexicana.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

                                                                                                                                                                                                                                    El calor aplanaba los espíritus

                                                                                                                                                                                                                                     a la hora de la viva indignación.

                                                                                                                                                                                                                                                                 Jesús Gardea

Nomás no me hallo. Parece que estas vías son lo mismo pa’l sur que hacia el otro lado. Si solo era una hora de camino a El Porvenir. Con el tren no hay pierde, lo tengo bien claro, como si no me supiera el camino que tantas veces anduve de ida y de vuelta. Los huesos me han de doler, mis piernas ya no son tan fuertes, pero quien pisa suavecito de que llega lejos no te quepa la duda, Janita. Jum, por una sola vez de no encontrar las llaves me tiraron de loco. A veces siento la cabeza endurecida de los recuerdos; seguro están ahí, aunque me es difícil agarrarlos. Fíjate bien, aquí a una cuadra del Ayuntamiento están las vías. De ahí a la izquierda y es todo derechito. No hay pierde. Verás que en una hora voy a estar en el patio, descansado al aigre de la tarde y con una caguama bien muerta. El genterío me da muina y tantas mentiras vomitadas por el presidente municipal son una jaula, ¿a qué me quedaba? Mejor era aprovechar el sol y una rica caminata. Solo era un tramo despoblado hasta llegar a los alfalfares, bueno nos queda poco verde por mirar. El Porvenir era pura milpa tras milpa de aquí al terreno donde levanté la casa, eso me gustaba de acá muy distinto a lo que abandoné en la tierra de tus abuelos donde solo se daban maíces chirgos que ni a los marranos les gustaba tragarse. ¿Allá qué te podía ofrecer, mi Janita? Pura tierra seca. Al menos acá fui un hombre de bien con casas, carros, fajos de billetes. Vaya que le sudé sin importar que todos los días fueran iguales al anterior. Chinga tras chinga. ¡Jijos!, necesito cambiarles las suelas a los zapatos. Arrastro un pie, la tierra es herida y brota una polvareda acompañada por recuerdos que flotan hasta meterse por la nariz. Me pican. Saco un pañuelo de la bolsa del pantalón y los sueno con rabia, pero siempre queda uno aferrado a lo más hondo. Janita naciste a la hora que se diluye la luna en el rocío, cuando yo iba camino a la fábrica. Me vine a enterar para la hora de la comida. No me permití dejar la jornada a medias, ya se encargaría alguna de tus tías de cuidar a tu madre. Si hubieras sido un varoncito, no la pensaba para ir al hospital; tanto lo deseaba que cuando te vi envuelta en la cobijita azul, quietecita, con esa respiración casi silenciosa, me quedé callado. ¿Responder con cariño? No, qué va, de tus abuelos aprendí a ser igual a estas piedras mezquinas: hierven como si el mismísimo infierno quisiera brotar de entre ellas y los durmientes. Acá ni los perros ladran o hacen el esfuerzo por acercarse de tan atontados que están, refugiados en esa pequeña franja de sombra que les regala la pared de la fábrica de harina toda llena de pintarrajeadas obscenas y dibujos sabrá Dios de qué mente trastornada salieron. Ante la presencia del extraño se levantan más de miedo que de ganas. Frente a mí se plantan los más envalentonados. Calan mis movimientos y gruñen al acecho de mis pies que están a punto de escapar. En la siguiente fila se acomodan los que ante el golpe de miedo aúllan y ladran; esos son los que provocan que un niño corra en la dirección que despierta los instintos de caza. Si hubiera tenido un varoncito, le diría como lo hizo conmigo mi padre. Así quietecito sin mirarlos a los ojos porque por ahí se asoma el miedo. La espalda tan derechita como una regla, que te vean alto. Los esquivas de un paso a la vez. Janita, me hubiera gustado enseñarte a transitar esta tierra de carroñeros. Aún con el hocico de la mala fortuna al acecho, siento que jamás me abandonaste. Incluso cuando de mí solo abrazaste el desprecio. Janita, deja de crecer por favor. Déjame enseñarte cosas tan simples como utilizar una rama o una piedra para ahuyentar a los perros. Tanto tuve las esperanzas de criar a un chamaquito que me olvidé de siquiera darte un beso cuando regresaba de noche y dormías en tu cuna. ¿Qué iba a hacer un hombre solo con esas labores de tu abuela o tus tías? Me bastaba con que no te faltara comida, pañales y un techo. ¿De dónde sacabas esas ocurrencias de leerte cuentos? No, a mí no me compliques la vida, chamaca. Uno debe madrugar. Janita, me hubiera gustado confesar que las letras se me resbalaban. Me eran unos animales ajenos, nunca los supe domar. Antes no se necesitaba de eso como antes olía a frescor de tierra mojada y no a pinche orín de vago. ¿Pero sí será la harinera? Hace un rato que solo veo una barda tras otra y no se acaban los bodegones. Lo bueno es que al pasar este tramo nada más cruzo el puente sobre el canal de Cristo y de ahí al tramo de la ciudad perdida. Pronto llegaré a El Porvenir. En días calurosos como el de hoy, me bañaba en el río. Entre los arbustos se me apareció tu santa madre. La espié mientras tallaba la ropa contra las piedras. ¡Ay, mi prietita!, se asustó. Entre mentadas de madre se quiso escapar. Lástima, ya le había echado el ojo. De una forma u otra iba a ser mía. Cómo te extraño, Claridad, ojalá no te dilates mucho en venir por mí. En la familia no volvimos a ser los mismos, Janita. Si tan solo me hubiera regresado del trabajo directo al hospital. La abundancia dejó de visitarnos. El olvido es para los olvidados de Dios, dicen que esas fueron las últimas palabras de tu madre. El duelo se me guardó aquí adentro como un gusano que se alimentó de odio y alcohol. La sed está cabrona y aunque llegara al río, no podría beber del agua que ahora está colmada de la mierda que escupe la ciudad. No ha de tardar el tren, pero tiene rato que los rieles no se estremecen. Si al menos una nube me tuviera piedad. En cambio, el sol me da lengüetadas de ardor sobre la frente. Y luego tan caro que me salió este pinche reloj pa’que se muera a la primera de cambios. No’mbre, cuando llegue me voy a chingar una caguama completa. Hace hambre. Cómo se me antoja un taco de chile capeado del que preparaba Claridad, te hubiera gustado tanto como a mí. Decían en mi pueblo que un difunto nunca se va solo. Ojalá se hubieran equivocado. Los depredadores acechan en silencio escondidos tras los matorrales. Puedo enfrentarlos con las manos desnudas, menos a ese que te consumió las entrañas, Janita. Vine a esta ciudad a hacer dinero, no a vivir entre casas de cartón y madera como las que se vislumbran allá adelante. Ni todos esos papeles del demonio sirvieron para comprarte un año más de vida. Estas vías nomás no se acaban. Un tramo más o será que el sol me atarugó y debo de volver sobre mis pasos. No creo. Ahí está el canal, pero a diferencia del que tantas veces crucé, aquí hay un puente de fierro que lo atraviesa. No, qué va, es la insolación. Estoy tarugo. Ya va siendo la hora que pase el tren. Estoy cerca. Un esfuerzo más. Lo bueno es que el sol comienza a ceder en el horizonte. Camino sin norte sobre el hervor de las piedras. Mi reloj se detuvo en este purgatorio, sin futuro, sin abrazos de una hija, en un páramo donde se apilan cadáveres de momentos que hubiera deseado vivir contigo, Janita, y con tu madre. Los cubro con una sábana y me acuesto a un lado. Siento el palpitar suavecito de la oscuridad, me colma. ¡Te lo imploro! Desaparéceme junto con ellas. Responde el silencio como cada una de las horas, los días, los años que esperé antes del fin de los tiempos. Nadie me regala la piedad de consumirme de una vez; en cambio, habita en mi interior ese maldito gusano que se alimenta de memorias. Por más que intento ponerle un rostro, se me aparecen sombras nada más. Ellos pretenden apagar mi sed con un trago de refresco y alcohol de farmacia, pero solo avivan a la fiera. ¿Que cómo me llamo? La verdad no sé, mañana me acordaré. Aquí hay que sentarse un rato entre cartones y perros pulguientos pa’no pasar frío. Las tripas se me pegaron del hambre. Mi niña, ¿dónde está mi niña? En el cielo se agolpan y enfurecen las nubes. A lo lejos, por donde se pierden las vías del tren se vislumbran dos siluetas que se diluyen en la oscuridad. Cuando fallezca la madrugada las seguiré hasta El Porvenir donde aguarda mi pasado.

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