Tiempo de lectura: 6 minutosCuando Mario Pani proyectó el Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco, su premisa era crear un ambiente para la vida comunitaria por medio del diseño de espacios que propiciaran relaciones solidarias, tendientes a fortalecer el sentido de identidad y la conservación del patrimonio edificado. Era un México sin vecindades, dijo Monsiváis.
Pero desde su inauguración, en 1964, la disputa por el uso del espacio común y los problemas asociados al alto costo del mantenimiento y la infraestructura de servicios —además de otros conflictos, como los que causó el terremoto de 1985— terminaron pronto con este ideario urbano. En uno de los jardines abandonados de esta fallida utopía, que los habitantes utilizaban como tránsito hacia un kínder, una escuela primaria y dos edificios de departamentos, Macia Estudio —un joven despacho de arquitectura que busca transformar las ciudades desde la perspectiva del juego y la infancia— diseñó en 2019 un juguete urbano permanente, Tamaulipas, que se gestó de manera participativa y marcó un antes y un después en las dinámicas de esparcimiento de los niños y adolescentes que habitan Tlatelolco.
Antes del proyecto, los vecinos percibían el espacio como inseguro y sucio. “Hicimos un análisis de la vida pública. Se invitó a niños, niñas y vecinos a que se enteraran de los objetivos. Se creó el programa de juego para generar confianza. Meses después iniciamos el proceso de diseño participativo, donde se tradujeron todas las aportaciones de niñas y niños. Y se lo presentamos a la comunidad. Tamaulipas es el resultado a partir de lo que observamos, platicamos, dibujamos y diseñamos con ellos”, explica Leticia Lozano, cofundadora de Macia Estudio con Mariana Ríos. Diseñaron tres plataformas circulares de concreto que se elevan para crear un diálogo con el lugar; en la plataforma más alta situaron una hamaca, donde se puede tomar una siesta, leer un libro o tocar las hojas de un par de árboles. Durante la noche, la pieza invita a los vecinos a interactuar y pasar el tiempo en este espacio, especialmente a niñas y niños, que ahora, tal como lo imaginó Pani, juegan, disfrutan y cuidan el área en conjunto. “Todos deberíamos tener acceso fácil y gratuito a experiencias que no tengan un fin, como el juego. Sabemos lo importante que es para ellos tener espacios donde no haya adultos. Ahí es donde van probando sus identidades y habilidades”, dice Lozano.
Para Tarango, un proyecto de intervención de espacios para el juego y el cuidado del medio ambiente, los habitantes de la colonias aledañas, El Ruedo y La Milagrosa, en la alcaldía Álvaro Obregón, trabajaron en conjunto para recuperar la barranca de Tarango, de la que deriva el nombre del proyecto, que solía usarse como basurero. En alianza con Estudio Abierto, el programa social Colectivos Culturales Comunitarios y la Secretaría del Medio Ambiente, el diseño consideró espacios de juego y contemplación, áreas educativas, senderos de exploración y áreas de cuidado de la flora y la fauna. El proceso participativo ayudó a revincular a los vecinos con la naturaleza que estaba escondida debajo de la basura que habían tirado. “El proceso de diseñar el espacio, al mismo tiempo que se daban cuenta del daño que le habían hecho al área natural, fue valiosísimo, logró un cambio cultural”, explica Lozano. Tarango demostró que el consenso de participación también ofrece un sentido de pertenencia y conlleva el mantenimiento comunitario y la mejora de la seguridad, pues el área rehabilitada queda custodiada por los ojos de los habitantes. En la actualidad, Macia y Estudio Abierto siguen trabajando para recuperar otro de los brazos de la barranca. Para el mantenimiento del espacio restaurado organizan juntas en torno a la gobernanza y el cuidado con los vecinos.
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Leticia Lozano recuerda que, de niña, construía escenarios idílicos para sus muñecas. Pasarían muchos años para que, como adulta, buscara abrir la brecha en el inexplorado camino de la perspectiva infantil y del juego como una herramienta para el diseño urbano y de políticas públicas. Arquitecta por la Universidad de las Américas Puebla y maestra en Ambientes Narrativos por el Colegio de Arte y Diseño de la Central Saint Martins, en Londres, siempre ha creído que las personas que diseñan tienen la responsabilidad de lo que los habitantes experimentan. Eso la llevó a cuestionarse: ¿cómo influimos? y ¿cómo, además, lo hacemos de manera positiva? En la búsqueda de respuestas, Lozano fue aproximándose a la creación de experiencias y juegos que transformaran la cotidianidad comunitaria; comenzó en el Laboratorio para la Ciudad, proyecto público que, de 2013 a 2018, buscó cambiar, por medio de la creatividad urbana, la manera de entender la metrópoli para realizar acciones conjuntas.
Desde el área de investigación y acción Ciudad Lúdica, que Lozano creó en el Laboratorio, nació la iniciativa Juguetes urbanos como un concurso para intervenir espacios públicos cercanos a zonas de alta densidad de población infantil que no estaban prestando su servicio lúdico, e inició la búsqueda de una metodología que midiera el impacto que tiene el juego para transformar contextos sociales. También se dio la primera colaboración con Mariana Ríos, con quien se reencontró después en la creación del libro digital Arquitectura para el juego urbano (2018), que reunió los proyectos de cuatro años de investigación-acción. Pero en un país, dice, con una deuda histórica con la infancia, como lo es México, es decir, con 38.5 millones de niñas, niños y adolescentes (Enadid, 2018), donde la desigualdad se deja ver en los metros cuadrados a los que tienen acceso según la alcaldía en que les tocó nacer, una metodología con un proceso de investigación participativo y colectivo es la única herramienta certera para abordar los retos de cómo entender el juego como una prioridad para el desarrollo de una persona, así como es fundamental dejar de lado la postura adultocentrista que sigue perpetuando los roles de género.
Para el UNICEF, el juego constituye una de las formas más importantes en las que los niños obtienen conocimientos y competencias esenciales. “Es crucial entender que el juego tiene el mismo nivel de relevancia que el acceso a la educación o a la salud. En la creación de estos espacios-juegos, el adulto tomador de decisiones asegura que van a invertir en espacios que cubran las necesidades de la niñez, pero nadie les pregunta a los niños lo que realmente quieren”. La lotería de nacimiento también determina a qué experiencias se van a enfrentar los niños y dictamina su calidad de vida. Lo que nos lleva a otro factor complejo: la injusticia social. “Deberíamos ser capaces de ofrecer la misma calidad de experiencias a todos”.
Terminado el ciclo del Laboratorio, Lozano y Ríos deciden, a principios de 2019, unir fuerzas y enfrentar estos retos, ahora desde la iniciativa privada, con su estudio propio. Desde un inicio, Macia Estudio ha buscado abordar el conflicto de la subjetividad que implica la construcción desde una mirada adulta, incorporando a su proceso de investigación a interlocutores que trabajan los proyectos por separado con niños y adultos, para evitar sesgos, para que no todo sean resbaladillas y columpios. En este proceso, los niños juegan, descubren qué les da miedo, qué les gusta. También se analizan factores como las características sociales y culturales y se hace un proceso de generación de confianza con la comunidad.
Construir proyectos con perspectiva de género también es un elemento esencial en su estrategia de trabajo. Para la arquitecta veracruzana, el problema de la inequidad tiene que ver con el entendimiento social del lugar que ocupa la mujer desde niña y empieza desde la forma de designar los espacios de juego en las escuelas. Durante décadas, los centros educativos han priorizado —para los niños— la construcción de canchas de futbol sobre otros espacios, lo que deja muy poco margen para el desarrollo de otras actividades que fomenten la diversidad y posteriormente traslada la inequidad a las áreas de juego de la ciudad. “Los lugares que integran naturaleza, por ejemplo, son mucho más equitativos. Y es que partir de los ocho años, las niñas dejan de usar el espacio público, dejan de jugar cuatro veces más que los niños”, dice.
Lozano explica que el urbanismo feminista busca entender las diferencias que hay en las ciudades para integrar espacios para la mayoría de las diversidades. Lo ideal, sugiere, sería diversificar la manera en que entendemos el juego. Para esto, hay que entender el contexto social y dar variedad a las áreas donde culturalmente los hombres deciden cómo se utilizan. “Somos activistas y educadoras, porque, si no, podemos caer en hacer más daño del que podemos resolver, por ejemplo, hacer más canchas, poner más módulos de juegos de plástico, invisibilizando así una vez más a las infancias, dejándolas de lado”.
Para el futuro de Macia, Lozano, que ahora lidera el estudio sola, tiene la ambición de crecer el negocio a la par de generar redes de colaboración más extensas para posicionarse como un estudio de consultoría que apoye el desarrollo de proyectos con mayor perspectiva y una metodología que pueda replicarse. También le entusiasma volver a impactar en la política pública, trabajar directamente con las municipalidades, no solo para transformar espacios, sino para cambiar estructuras. “Jugar en el contexto latinoamericano es una postura política y es activismo a nivel calle”. Si nos permitiéramos jugar más, tendríamos conceptos mucho más comunitarios de vida y sería menos peligroso vivir allá afuera en la vorágine citadina.
Lisa Pérez Fournier
Periodista mexicana con quince años de experiencia como reportera, editora y directora de medios impresos y digitales. Actualmente es editora en jefe para la agencia internacional de comunicación y relaciones públicas Weber Shandwick, donde además forma parte del Comité de Diversidad e Inclusión.