Los 7 Magníficos: Había una vez otro remake…
A pesar de su elenco, “Los 7 Magníficos”, el modernizado western de Antoine Fuqua ofrece muy poco para quien conoce el género.
Ya sea por falta de interés en proyectos originales, por necesidad de mantener los derechos de una historia o propiedad intelectual hoy convertida en producto de nostalgia o en un clásico, o por mero pragmatismo financiero-industrial de una industria que prioriza el negocio, llega al cine un versión modernizada de un clásico del cine western: Los 7 Magníficos. El director Antoine Fuqua (Training Day) está a la cabeza de esta película, protagonizada por Denzel Washington, Chris Pratt, Ethan Hawke, Vincent D’Onofrio, Peter Sarsgaard, y el mexicano Manuel García-Rulfo. Es una adaptación tan necesaria como la nueva versión de Ben-Hur o una lobotomía casera hecha con una cuchara sopera.
El problema no es el hecho de la modernización de un clásico, ya que en 1960, John Sturgess adaptó Los 7 Samuráis de Akira Kurosawa (1954), con Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson, James Coburn e Eli Walach, en los roles centrales. Se trataba de varias de las figuras más populares de su época. La intención era la misma que Fuqua puede argumentar 56 años después: llevar a nuevas audiencias esa historia de valores, justicia y sacrificio. Construirla dentro de un vehículo fílmico que conectara con las audiencias masivas de sus respectivos contextos.
En 1960, eso significaba apelar a la popularidad del western, género en la cima (y en la salida, a la vez) de su relevancia artística. A la grandilocuencia que aportaba una producción en majestuosos escenarios reales, proyectados en CinemaScope, dándole al cine un grado de experiencia sensorial que la televisión (la gran rival del cine como medio de consumo de productos de entretenimiento a lo largo de la década de los 50) no podía proveer.
En 2016 esto significa que la aproximación debe ser más cercana a cómo una película de acción o de superhéroes observa y presenta a sus personajes centrales. Hay más intención en lucir la manifestación de una habilidad que en exponer la introspección que provoca saberse distinto o capaz de lograr algo que otros no y entender la responsabilidad que viene con ello. Significa más acción y más momentos para que cada una de sus varias figuras (al elenco no le faltan nombres que puedan ser atractivos a nivel taquilla) pueda lucirse a cuadro. Significa cabalgar a todo galope la necesidad de un elenco que sea un espejo multi étnico y multi racial donde hay espacio hasta para el feminismo –la “dama en apuros” no se asume como tal, ni se define a partir de qué galán la puede rescatar–. Así la premisa de esta nueva versión de Los 7 Magníficos suena al inicio de esos chistes ya caídos en desuso por el exceso de corrección política actual: En un bar del Viejo Oeste estaban un gringo, un negro, un mexicano, un chino, un indio americano, un bautista…
La premisa no ha cambiado en las 3 cintas (4, si recordamos que A Bug’s Life–Bichos: una aventura en miniatura, la animación de Pixar de 1998, también está basada en el filme de Kurosawa): Un pueblo pobre y sencillo pero honesto y trabajador se ve sometido por un bandido local y secuaces, quienes se roban todo solo porque pueden. Cansados, los del pueblo deciden hacer algo al respecto, y la solución que encuentran es contratar a samuráis/pistoleros/forajidos para que hagan el trabajo sucio y alejen a los malos definitivamente.
El escenario permite una exploración de ideas alrededor de valores como la justicia, hasta llegar al sacrificio, de principios morales y éticos entre quienes, vistos como hombres fuera de la ley o capaces de asesinar, se supone no tienen códigos ni respetan o valoran nada.
La necesidad de un ritmo más dinámico y menos pausado, lugar común de todo blockbuster moderno, sacrifica la evolución detallada de los personajes, la forma en que proyectan y comparten sus motivaciones y fantasmas escondidos, las complejidades íntimas que los llevan a tomar una postura de principios y valores determinada, un sentido de justicia, que va más allá del de pistoleros o forajidos.
Eso que los clásicos de Sturgess y Kurosawa se tomaban tiempo en desarrollar: el cómo llegan a esas ideas los protagonistas, cómo nos enteramos de esas creencias morales y principios éticos en sus interacciones y enfrentamientos con otros; en paralelo a la necesaria construcción de una tensión previa a las sangrientas batallas.
En persecución del ritmo frenético que la audiencia juvenil masiva actual demanda, Fuqua se centra en hacer lucir las secuencias de acción, las balaceras y corretizas de todo tipo, en saturar el filme de destellos de comedia entregados eficientemente por Chris Pratt –parece que no hay escena donde el one-liner que remata todo con un chiste no venga de la boca de Pratt–, y en hacer un show no de los perfiles y personalidades de los llamados magníficos –como Sturgess lo hacía al presentar a los personajes de Steve McQueen, Charles Bronson o James Coburn–, sino de sus habilidades con ciertas armas o de sus frases que van de pseudo filosóficas a dicharacheras, sin llegar a mucho más.
Una propuesta palomera que tenía material para ser más. Pero que prefiere quedarse en lo superficialmente llamativo para satisfacer a cierto tipo de espectador. Para los cinéfilos jóvenes que encuentren poco satisfactoria la experiencia, será una puerta de entrada para conocer trabajos de auténtica relevancia artística en la historia del cine, y el pretexto perfecto para que busquen y vean Los 7 Magníficos (Sturgess, 1960) y Los 7 Samuráis (Kurosawa, 1954).
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