Antón Chéjov: El naturalista de la ficción - Gatopardo

El naturalista de la ficción

El escritor y dramaturgo ruso Antón Chéjov logró capturar el pulsar de la sociedad rusa de finales del siglo XIX con sus piezas teatrales.

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En 1896, el médico ruso convertido en dramaturgo Antón Chéjov presentó en los escenarios de San Petersburgo su primera gran obra de teatro: La gaviota, una pieza en cuatro actos en la que dilucidaba las relaciones románticas y artísticas entre cuatro personajes: un dramaturgo experimental con problemas familiares, un famoso escritor, una actriz en decadencia y una ingenua muchacha. La obra, a pesar de que parecía centrarse sólo en un círculo alto de la sociedad rusa de finales del siglo XIX, lograba capturar el sentir de la población, rodeada por conflictos de clase y el inicio de la caída del gran imperio ruso.

A pesar de que su talento era evidente, la puesta en escena fue un rotundo fracaso. Chéjov, un hombre que siempre había encontrado en las letras un vehículo hacia la libertad y la supervivencia, se planteó entonces renunciar a la escritura. Sin embargo, y como cualquier amante del teatro puede constatar, ese fue sólo uno de los retos que el autor ruso tuvo que sortear para convertirse en uno de los nombres más importantes de la literatura mundial.

Antón Pávlovich Chéjov, nació en Taganrog, una de las localidades del Imperio ruso, el 29 de enero de 1860 (17 de enero, en el antiguo calendario Juliano), y desde entonces se encontró con dos de los grandes tópicos que abordó en su obra: la pobreza y las dinámicas de una familia rota. A pesar de que su padre –cuya libertad y la de sus tres hermanos había sido comprada por su padre, un siervo del mar de Azov– había intentado darle a sus seis hijos una educación regida por las normas cristianas ortodoxas, sus problemas con el alcohol y su comportamiento violento dificultaron su relación con el resto de su familia. En 1875, tras la quiebra de su negocio, el padre de Chéjov huyó a Moscú para evitar ser llevado a la cárcel.

Antón Chéjov no pudo trasladarse a la capital rusa sino hasta 1879, cuando llegó para estudiar medicina en la Universidad de Moscú. Ante las adversidades económicas a las que se enfrentaba su familia, el joven encontró trabajo como escritor de relatos cortos y caricaturas sobre la Rusia cotidiana. Los trabajos, escritos bajo el seudónimo “Antosha Chejonté” capturaban la vida de las personas de a pie, algo que aprendió de su madre, la cuentacuentos Yevguéniya Yákolevna, quien entretenía a sus hijos relatándoles los múltiples viajes que emprendió junto a su padre por todo el país.

Chéjov sabía cuales eran sus pasiones, pero sus necesidades eran más importantes. “La medicina es mi esposa legal; la literatura, sólo mi amante”, le confesó el autor a su amigo, el también escritor Alexi Suvorin a través de una carta. En 1884, se recibió como médico y comenzó a trabajar en poblados cercanos, además continuó su carrera como escritor en gacetas y diarios del país. Dos años después, publicó su primer libro de relatos y cuentos cortos, con el que emprendió una gira publicitaria por Europa. Para ese entonces, el autor ruso ya había presentado con mediano impacto las obras Platónov, En el camino real, Sobre el daño que hace el tabaco y El canto del cisne, por lo que el estreno de La gaviota, en el Teatro Alexandrinski de San Peterburgo no fue una gran noticia para el público ruso de 1886.

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Antón Chéjov – Fotografía: Leonid Valentinovic, vía Wikimedia Commons

Tras el estrepitoso fracaso de esa obra, Chéjov decidió ocultarse en Ucrania, donde trataría –sin éxito– la tuberculosis que adquirió meses atras. A su regreso a Rusia, se encontró con una sorpresa: el afamado director Konstantín Stanislavski había visto La gaviota y decidió montarla en el Teatro de Arte de Moscú con actores que seguían al pie de la letra su conocido método de actuación, basado en la observación e interpretación de experiencias humanas aplicables a los personajes a encarnar. Gracias a este acercamiento actoral, la obra obtuvo la profundidad naturalista que el autor había impreso en cada una de las páginas de su argumento. El éxito del nuevo montaje de La gaviota fue tal que Chéjov comenzó a trabajar de cerca con la compañía de Stanislavski, que interpretó las que después se considerarían sus tres obras maestras: Tío Vania, estrenada en 1897; Las tres hermanas, estrenada en 1901; y El jardín de los cerezos, estrenada en 1904.

Su éxito en las tablas rusas sólo fue detenido por su muerte, el 15 de julio de 1904. Si bien el dramaturgo había tratado de curarse, incluso abandonando su gran hacienda de Mélijovo, a unos 60 kilómetros de Moscú, para mudarse al clima templado de Yalta, en Crimea, su salud se había debilitado mucho a causa de la tuberculosis. Durante sus últimos días, Chéjov estuvo acompañado por su madre, quien también se había contagiado de la enfermedad pulmonar, y su esposa Olga Leonárdovna Knipper, protagonista de muchas de sus obras más reconocidas. Además había establecido una gran relación con León Tolstoi y el joven escritor Máximo Gorki, considerado el fundador del realismo socialista.

Con un final aún más trágico que muchos de los que apuntaba en sus textos, Antón Chéjov falleció el 15 de julio de 1904 en Badenweiler. Sus restos fueron trasladados a Moscú en un vagón refrigerado, que solía ser utilizado para transportar ostras. Ahí fue enterrado junto a su padre, figura que inspiró a algunos de sus personajes más desagradables.

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Antón Chéjov y Máximo Gorki – Fotografía: Leonid Valentinovic, vía Wikimedia Commons

Sin embargo, un talento como el de Antón Chéjov resiste a la muerte. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, el autor fue retomado por producciones inglesas que buscaban reiniciar la vida ordinaria del Reino Unido. Las traducciones de Constance Garnett, al igual que las de James Joyce, Virginia Woolf y Katherine Mansfield, se hicieron famosas e inspiraron a personajes como George Bernard Shaw, Tennesse Williams, Raymond Carver, William Boyd, Ernest Hemingway, Vladimir Nabokov y Ai Nagai, además sus piezas han sido remontadas en alrededor del mundo constantemente. A pesar de que ninguna de sus dos pasiones lo pudieron salvar de la muerte, las letras acudieron al rescate y lo llevaron a la inmortalidad.

* Imagen de portada: Wikimedia Commons


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