Colegio Rébsamen: Una trampa mortal
Una crónica del sismo del 19-s en el Colegio Rébsamen, donde murieron 19 niños y 7 adultos.
A Ximena, porque ese día también me dijiste:
“ve, es tu deber estar ahí…”.
A Nico y Ale,
por su amor y por decirme siempre: “te cuidas, papá”.
A miss Paty,
con admiración y gratitud.
*Este texto es un fragmento del libro 19 edificios como 19 heridas, Por qué el sismo nos pegó tan fuerte, del sello Grijalbo de Penguin Random House.
Era una escuelita Inaugurado en los años ochenta, el colegio Enrique Rébsamen comenzó como el negocio familiar de una maestra; era una escuela modesta, que poco a poco fue ampliando su matrícula y servicios, extendiendo su terreno y aumentando su altura. Su registro de incorporación a la Secretaría de Educación Pública (sep) data de 1984 y, según los registros del Sistema Nacional de Información de Escuelas, en septiembre de 2017 contaba con 32 alumnos en preescolar, 185 en primaria y 130 en secundaria. Además de los 347 alumnos, todos los días laboraban ahí 27 maestras y una docena de trabajadoras de intendencia.
El terreno, ubicado en una zona habitacional de Coapa, en la esquina de Rancho Tamboreo y Calzada de las Brujas, albergaba dos edificios escolares con 24 aulas de primaria y secundaria. Pero sobre el edificio que se derrumbó tras el sismo del 19 de septiembre, y donde quedaron atrapadas 37 personas, no se encontraban los salones de clase, sino dos departamentos propiedad de la dueña y directora del colegio, Mónica García Villegas, y su hermano Enrique.
El área que colapsó era conocida como el “edificio administrativo”, el cual tenía cuatro niveles: en la planta baja se ubicaban las direcciones de primaria y secundaria y dos patios techados; en el primer piso, un laboratorio, un salón de usos múltiples, una sala de cómputo y oficinas administrativas; en el segundo piso, los dos departamentos de la propietaria y su hermano, y dos azoteas habilitadas como roof garden, con terraza techada y muebles de jardín.
Las fotografías del colegio Rébsamen antes del sismo permiten ver que el “edificio administrativo” era, en realidad, dos edificios contiguos de cuatro niveles, cuyas fachadas fueron remodeladas para dar una sola vista hacia la calle Rancho Tamboreo. Los vecinos y familiares de los empleados del colegio Rébsamen recuerdan que ese edificio fue construido en dos etapas en 20 años y que tuvo al menos tres clausuras por presuntas irregularidades. Zaida, una mujer de más de 60 años que habita justo enfrente del edificio colapsado, recuerda muy bien cómo aquella escuela cambió la vida de la calle y de la colonia. A más alumnos, más coches, más tráfico, más claxonazos y más prepotencia de la directora.
Esto era como un penthouse de dos pisos; arriba ya era habitacional, ahí habitaban los dueños; hasta arriba tenían asadores, sillas y carpas. La casa es de la directora, que es la hija de la directora original; se llama miss Mónica. Antes era una escuelita; al lado el hermano de la señora tenía un taller, y de repente quitaron el taller y se construyó la secundaria, hicieron más salones. Esa obra se paró porque la clausuraron, pero la terminaban los fines de semana. Así se hizo la secundaria, poniendo y quitando sellos de clausura.
El 19 de septiembre de 2017 la casa de Zaida quedó dentro de lo que la Marina denominó “el núcleo” de la tragedia, una zona acordonada a la que sólo tenían acceso los vecinos, los cuerpos de rescate, los familiares de los alumnos y las maestras y un puñado de periodistas. Aquella tarde, el patio de la casa de Zaida y el de su vecina fueron usados para improvisar una especie de morgue, a donde se trasladaron los primeros cuerpos rescatados. En las fachadas había hojas pegadas con listas de difuntos, heridos, sobrevivientes y extraviados.
Cerca de las diez de la noche, cuando los cuerpos de las víctimas ya habían sido trasladados al patio del colegio, la vecina me contó cómo la escuela se fue expandiendo a base de permisos irregulares otorgados por alguna autoridad. “Lo clausuraron cuando cerraron el taller y construyeron ahí la secundaria. Lo clausuraron cuando miss Mónica decidió construir su casa, cuando hicieron el cuarto piso, cuando arreglaron todo y pintaron para que se viera así, muy bonito. Esto tuvo varias veces sellos de clausura que, de la noche a la mañana, alguien los quitaba.”
Impactada por la tragedia, Zaida no ocultó su indignación. “No puede haber tanta corrupción; todo el mundo debe tener la astucia y sagacidad de saber a dónde le entra y a dónde no; tiene que haber límites, pero nadie se los pone; todo el mundo dice ‘viene y vámonos, al cabo voy a estar dos años’, y vea: esta escuela tiene ya 30 años y cuántos niños muertos van. No es justo, porque les roban la vida a los que apenas van empezando.” Mientras hablaba, Zaida manoteaba al aire, señalando una mole de escombros apuntalada con polines de madera que, a esa hora, ya parecía un enorme queso gruyer por el que pasaban marinos, topos, perros, ingenieros, albañiles, rescatistas improvisados y voluntarios que, linterna en mano, buscaban una señal de vida.
Habían pasado apenas ocho horas desde que el temblor cimbró a la ciudad, con especial saña en el sur, una zona a la que, después de 1985, muchos capitalinos huyeron porque ahí, en Coapa, “casi no se sentían los temblores”.
La estructura de cuatro pisos, rematada con la terraza en la que miss Mónica organizaba comidas familiares, se veía como si sólo hubiera tenido un nivel. Lo que era un roof garden a esa hora parecía el primer piso de un sándwich de varilla y hormigón. El letrero “Colegio Rébsamen” y el número de incorporación a la sep, pintados hasta arriba del edificio, se veían a escasos cinco metros del suelo.
NO NOS VAMOS A MORIR
Según la información oficial que difundió la Marina, un total de 37 personas quedaron atrapadas en el primer nivel y en la planta baja del edificio administrativo del colegio Rébsamen. Once fueron rescatadas con vida, 26 fallecieron.
El patio techado del jardín de niños era utilizado como el área donde, todos los días a las 13:30 horas, se reunía a los alumnos para organizar su salida de manera ágil, por la calle de Rancho Tamboreo. La puerta daba justo frente a la casa de Zaida.
En el momento del temblor, una veintena de niños quedaron atrapados en esa zona, pero fueron rescatados gracias a un hueco que se formó justo ahí, pues una camioneta evitó que la estructura cayera a ras del suelo. La mayoría de los alumnos que quedaron atrapados estaban en la escalera ubicada entre el edificio administrativo y la escuela, que servía como ruta de emergencia en caso de temblor o incendio.
Una de las sobrevivientes de la tragedia del Rébsamen es Patricia Godoy, conocida en el colegio como miss Paty, una profesora de inglés con amplia experiencia, comunicóloga de profesión y vecina de la zona de Coapa. Platiqué con miss Paty un mes después del sismo y me contó detalladamente cómo fue la mañana del martes 19 de septiembre en el Colegio Rébsamen. Miss Paty llegó temprano. Como todos los días, los niños tenían que llegar a las 7:30 para empezar clases a las 7:50. Las maestras de inglés eran las encargadas de recibir a los niños en la bahía de descenso, con un alegre good morning. El primer turno de la jornada empezaba a las 8:30 y terminaba a las 11:00.
Ese día, a miss Paty le tocaban dos grupos: 2º A antes del recreo y 2º B después. Ese orden, obra del azar, le salvó la vida. A las once de la mañana sonó la alerta sísmica, como ocurría cada 19 de septiembre, Día Nacional de Protección Civil. “Todos los niños sabían lo que tenían que hacer, porque lo practicábamos constantemente; los dos grupos de segundo y los dos de tercero bajábamos por una escalera, la que estaba pegada al edificio de la dirección, y de cuarto a sexto bajaban por la otra.” En menos de un minuto, todos los alumnos de preescolar y primaria, y sus maestras, salieron de sus salones y se ubicaron en la zona de seguridad, que era el patio de la escuela. “Me acuerdo que todavía nos dijeron ‘felicidades, primaria lo hizo en 45 segundos’.” Los alumnos de secundaria se tardaron un poco más en llegar al patio, pues su edificio se encontraba atrás del de primaria y tenían que pasar por el patio techado, debajo del edificio administrativo.
Mónica García Villegas, directora y dueña del colegio, también participó en el simulacro. Al final dirigió un breve mensaje a la comunidad escolar: “Recuerden que esto es serio, deben participar todos y poner atención en las instrucciones. Un día puede ser real”, les advirtió.
Después del simulacro, los niños subieron por su lunch y bajaron al recreo. A las 11:30 se formaron y regresaron a sus salones para la segunda etapa de la jornada. Las maestras de inglés retomaron clases con su segundo grupo: miss Claudia con 2º A y miss Paty con 2º B. Ambos salones estaban en el primer piso y eran los primeros en evacuar en los simulacros, pues estaban junto al edificio administrativo, cuyos pasillos y escalera eran su ruta de evacuación en caso de sismo. “Los salones de 2º A y 2º B son los que están a unos cuantos pasos del edificio que se cayó. Había un ‘hallesito’, el salón de actos, unos baños, la oficina de inglés y luego ya la escalera para bajar al patio. Ésa era la escalera que nos tocaba a los de segundo y de tercero.”
A las 13:00 horas, miss Paty estaba trabajando con sus alumnos los adverbios de frecuencia: always, never, sometimes… Como para la actividad necesitaba proyectar un video, la maestra estaba al fondo del salón, donde se encontraban la pantalla y el dvd, lejos de la puerta. Acababa de repartir unos libros a sus alumnos, cuando sintió una sacudida. Se quedó paralizada y, al instante, los chicos gritaron: “¡Está temblando!”. En automático, los 10 alumnos que estaban en ese momento en clase se levantaron y avanzaron hacia la salida.
Yo espero en la puerta, porque tú como maestra tienes que cerciorarte de que nadie se quede en el salón. Y entonces empiezan a salir, y uno de mis chiquitos, que era de los que se sentaban hasta adelante, se regresa a su escritorio, y yo vuelvo a entrar y le digo: “no, no te regreses”; lo tomo con una mano y lo llevo hasta adelante. Pero entonces empieza más fuerte el temblor y nos hace caer. Y me quedo yo tirada en el pasillo, con cinco niños. Los pongo pegados a la pared, porque del otro lado era barandal, y se empiezan a oír vidrios caer, y yo trato de cubrirlos… Ya te imaginarás: chiquitos de siete años, súper asustados, gritaban “nos vamos a caer”, “nos vamos a morir”. Y en ese momento oí cómo se desplomaba el edificio.
Adelante del grupo de miss Paty iban los niños de 2º A con miss Claudia, que estaban más cerca del edificio administrativo, la ruta de evacuación. Cinco de sus alumnos alcanzaron a irse con ellos. Paty dice que vio cómo su compañera caminó detrás del grupo y cuando llegó al pasillo, volteó hacia arriba, quizá porque alcanzó a oír cómo empezaba a tronar la estructura.
Patricio es el que se regresa y yo lo tomo, él queda de frente hacia lo que se está derrumbando, hincado. Está Yuraci, está Alonso, está Gerardo y André. Y yo hincada, mirando hacia ellos, tratando de cubrirlos… Y sentíamos cómo nos caían pedacitos de piedra, polvo y todo. Llegó un momento en el que yo perdí la noción del tiempo. No sabía si había pasado mucho o poco, pero el desplome sí fue rapidísimo. Me acuerdo perfecto que tenía la carita de Alonso aquí, en mi cuello, y me gritaba “nos vamos a morir, llámale a mi mamá”. Y yo le decía “no nos vamos a morir, yo te estoy cuidando”.
Miss Paty decidió quedarse en el piso hasta que terminara el temblor. No quería ponerse de pie, porque no sabía si el barandal estaba ahí y le daba miedo que un menor cayera al vacío. “Pero yo sentía que el movimiento del edificio nos jalaba hacia la izquierda y hacia atrás, y pensaba ‘¿en qué momento se cae el otro edificio?’. Ellos tenían miedo y eran mi responsabilidad. A miss Claudia le toca el temblor en la escalera. La última imagen que tengo es que ella va caminando, igual de rápido, y voltea, porque oye algo… fueron dos pasos míos antes de llegar al espacio que se derrumbó. Si mi alumno no se hubiera regresado, si hubiéramos alcanzado a pasar todos, otra hubiera sido la historia…”
Cuando miss Paty se incorporó regresó a su salón, donde se encontraban sus dos compañeras de tercero con sus grupos, que tampoco alcanzaron a llegar a la ruta de evacuación, convertida en ese momento en una trampa mortal. Cuatro alumnas de miss Paty que sí alcanzaron a llegar a la ruta de evacuación murieron en el derrumbe: Paola, Eileen, Aned y Valentina. Leo, un pequeño que se fue con ellas, fue rescatado de entre los escombros horas después y trasladado a un hospital.
Los demás esperaron con Paty y cuando bajaron al patio se encontraron con un caos. Un hombre gritaba “¡se está escapando el gas!”. Los alumnos de preescolar y primaria corrían hacia las salidas del colegio, que eran dos puertas angostas, una sobre Rancho Tamboreo y otra sobre Calzada de las Brujas. Las maestras trataban de reunir a sus grupos y sacarlos en fila ordenadamente para que no se dispersaran al llegar a la calle. La puerta principal estaba justo debajo del edificio colapsado, cubierto aún por una nube de polvo. Niñas y niños lloraban, gritaban, pedían auxilio. Los adultos corrían de un lado a otro del patio. Y el hombre seguía gritando “¡se está escapando el gas!”.
Paty cruzó el patio con sus cinco niños aferrados a su uniforme de maestra. Llegó a la calle, donde los vecinos de Brujas 13 ya habían abierto el zaguán de su privada para improvisar un albergue y reunir a todos los niños. Por otro lado, un grupo de vecinos auxiliaba a los alumnos de secundaria para ayudarlos a salir por la parte de atrás. La mayoría lo lograron, pero ocho quedaron atrapados en el patio techado ubicado debajo del edificio que colapsó. Cuatro fallecieron. En ese momento ya había mamás buscando a sus hijos. Una patrulla cerró el paso de vehículos en Calzada de las Brujas, y los primeros rescatistas espontáneos comenzaron a inundar el patio del Rébsamen.
No puedes llorar, te tiemblan las rodillas, pero tienes que estar entera. Hicimos listas y nos pusimos a entregar a los niños y anotar a quién se llevaban y quién se lo llevaba. Y también empecé a hacer la lista de los que sabía que estaban atrapados. Yo deseaba que se hubiera hecho un triángulo de la vida, un hueco, algo… Hice la lista rápido para que los buscaran. Y fui al colegio para entregarla a un oficial de la Policía Federal que estaba en el techo, arriba de los escombros, que dijo “gracias”, la dobló y se la guardó… Y me sacaron.
La maestra siguió recibiendo a mamás, papás, tías, abuelas que buscaban a sus niños. En la lista que le dio al oficial anotó a los que fueron entregados a sus familiares, los que fueron trasladados a un hospital y a los desaparecidos; pero no se quedó conforme, así que volvió al colegio para asegurarse de que buscaran en el lugar correcto. “Me dejaron pasar un filtro, otro filtro, y llegué con la delegada y le dije: ‘yo entregué la lista de los niños que están atrapados ahí’. Me preguntó: ‘¿a quién se la dio?’. Señalé al oficial y éste le entregó la lista a la delegada. Ella me dijo que no me preocupara y le dio la lista a otro policía que me preguntó dónde buscar; yo le señalé el lugar donde estaba la escalera. Y entonces me sacaron de nuevo.”
Miss Paty regresó a la privada de Brujas 13, donde sus compañeras improvisaron un pequeño hospital con cobijas, colchonetas y una cantidad considerable de medicinas que fueron entregadas por voluntarios desde las primeras horas. Unos minutos después, un doctor se acercó a miss Paty, le preguntó si podía ayudar a identificar a los niños y la condujo a una casa ubicada en la calle Rancho Tamboreo. La casa de Zaida. “En ese momento sientes que te quieres soltar llorando, pero no tienes que seguir siendo fuerte.”
Esa noche Paty identificó los cuerpos de cuatro menores y una mujer adulta. Entre ellos el de Santiago Flores, el niño a cuyos padres Cristiano Ronaldo les regaló una camiseta autografiada semanas después de la tragedia, tras haber contado la madre su historia en Facebook. En el momento en el que vio por última vez a Santi, miss Paty se acordó de lo que le dijo el día en que lo conoció: “vas a tener un problema, porque yo tengo tres nombres: Santiago, Ronaldo Junior y Messi”. “‘¿Y cuál te gusta más?’, le pregunté. ‘Ronaldo Junior’, me dijo… y, en sus dictados, así escribía su nombre: Ronaldo Junior.
CALAMBRES, FRÍO, MIEDO…
La dueña y directora del colegio Rébsamen, Mónica García Villegas, fue rescatada pasadas las 17:00 horas del martes 19 de septiembre; fue una de las 11 personas que salieron con vida de aquella mole de cemento. En las horas críticas del rescate sus maestras, empleadas y su hermano Enrique hicieron frente a la tragedia.
La maestra María del Pilar Martí y otra que se identificó como miss Jenny aparecieron como responsables de la escuela cuando el presidente Enrique Peña Nieto visitó el lugar a las ocho de la noche. Peña Nieto hizo un breve recorrido y dio un primer reporte de 22 niños y dos adultos muertos, y 30 niños y ocho adultos desaparecidos.
A lado del presidente se encontraba el almirante José Luis Vergara, oficial mayor de la Secretaría de Marina, quien se presentó por primera vez como mando y vocero oficial en este punto de la tragedia. Desde ese primer momento, el almirante aseguró que se escuchaban voces bajo los escombros y que no cesarían hasta rescatar al último sobreviviente.
Pero aún reinaba el caos: había al menos tres listas de rescatados, fallecidos y posibles sobrevivientes. Brigadistas iban y venían. Marinos y soldados contenían a los curiosos desde un retén instalado en la avenida División del Norte y la Calzada Acoxpa, a tres calles del colegio, donde formaron cuadrillas para recibir la ayuda que cientos de personas comenzaron a llevar a la zona. Los vecinos de la privada de Brujas 13 preparaban comida y café y acomodaban cientos de cajas con medicinas, agua, cereales, dulces, chocolates, agua embotellada, suero… Un grupo de psicólogas también instaló una carpa para brindar ayuda y consuelo. Mientras, topos y soldados trabajaban con dificultad dentro del edificio que parecía queso gruyer, sin saber que su labor se prolongaría durante cinco días.
A las once de la noche, un ingeniero colgó un pedazo de plomo atado con una cuerda a una varilla que sobresalía de la estructura colapsada. El pedazo de plomo colgaba a unos cinco centímetros del piso. “Vamos a ver cuánto aguanta”, me dijo cuando me acerqué a preguntarle qué hacía. La estructura fue apuntalada con polines de madera y gatos hidráulicos y perforada por obreros que apenas podían maniobrar los taladros en los estrechos túneles que se iban abriendo. El peligro de derrumbe total era evidente. Los perros de rescate trabajaban a ciegas.
Aproximadamente a las 22:00 horas, se rescató a la última persona viva en el Colegio Rébsamen. Pero las labores continuaron durante días. Cerca de la medianoche llamaron a miss Paty para ingresar nuevamente al colegio. Esta vez el personal de Protección Civil le pidió dibujar un croquis del edificio colapsado.
“¿Qué había aquí?”, me preguntaron. “El patio techado, arriba el salón de actos, la oficinita de inglés y hasta arriba la casa de la miss”, les dije. “¿Y cuántas losas?” Yo trataba de ubicarme; les respondía y les dibujaba, mientras ellos me mostraban pedazos de material. “¿Identificas este material?”, me preguntaron. “Sí, son las mesas en donde los niños tomaban el lunch.” “¿Cuántas había?” “Seis mesas.” “¿Identificas éste?”, y me enseñaron unos pedazos de un material azul. “Sí, eran las mesas de ping-pong.” Me preguntaron: “¿Había sótano?” “No.” “¿Cómo era el piso?” Y yo raspé el suelo con el pie y les dije: “Así, como éste”. “Pero dinos bien cómo era.” Y de nuevo les dije: “El patio techado, el salón de actos, la oficina de inglés y la casa de la miss”. Y me llevaron un pedazo como de granito o de mármol, y pues yo ni idea, ha de haber sido de la casa. Les dije que buscaran en la escalera.
Los rescatistas le pidieron a Paty que los ubicara en el edificio que estaba junto a la secundaria. “Me preguntaron: ‘¿Qué había aquí?’. Y pues yo les dije lo mismo: el patio techado, el laboratorio, el salón de actos y un departamento arriba… Todo era oscuro. La verdad, no tenía ni idea de la hora.”
A un costado del patio, las autoridades de la Marina habilitaron un área para atender a los heridos y otra para el Servicio Médico Forense (Semefo). Ahí la coordinadora de las maestras de inglés, miss Jenny, le informó a Paty del deceso de su amiga Claudia. “Me dijeron ‘ya encontramos a Claudia’. Y yo pregunté a qué hospital la habían llevado, y miss Jenny me hizo una cara… Yo creo que la misma cara que hacía yo cuando me preguntaban por un niño que yo sabía que no había sobrevivido…” Paty alcanzó a ver el cuerpo de su amiga.
A las dos de la mañana entregó su casco y sus guantes al personal de Protección Civil. Sentía el cuerpo acalambrado, sentía frío, tenía miedo.
“¿Me puedo ir?”, les pregunté. Me dieron una lamparita, porque estaba súper oscuro, y comencé a caminar hacia Miramontes. A la salida me encontré a unos chavos que iban caminando también, había mucha gente ayudando. En ese momento sentí mi celular, le llamé a mi esposo y le dije: “Pase lo que pase, yo voy a llegar al Sanborns de Acoxpa y ahí pasas por mí”. Ya para esto eran las dos y media de la mañana. 19 EDIFICIOS COMO 19 HERIDAS (Grijalbo15x23) INT.indd 109 7/2/18 5:02 PM 110 ernesto núñez albarr án Yo, la verdad, pensé que eran como las diez u once. Sí pierdes la noción del tiempo. Sí estaba asustada. Sí estaba triste…
JÉSICA CASTREJÓN
Entre las doce de la noche y las tres de la mañana del día siguiente, sólo un cuerpo fue rescatado; era de una mujer adulta, quien fue sacada por la fachada de la calle Rancho Tamboreo y llevada en camilla a la carpa, “el núcleo del núcleo”, donde un grupo de médicos forenses laboraban en el reconocimiento de las víctimas, auxiliados por las maestras.
Alrededor de las cuatro de la mañana del miércoles 20 de septiembre, tres ambulancias grises del Semefo se estacionaron en la Calzada de las Brujas frente a un hoyo perforado en una de las bardas perimetrales del colegio. Un grupo de marinos formó una valla desde la carpa hasta las camionetas y, de dos en dos, otros cadetes cargaron las camillas con los cuerpos envueltos en sábanas blancas. Algunos estaban manchados de sangre y 15 eran de no más de un metro con 40 centímetros, de niñas y niños de segundo grado de primaria. Esta labor detuvo momentáneamente los trabajos de rescate. Se impuso un profundo silencio, que sólo se rompió hasta que partieron las camionetas del Semefo. Una maestra rompió en llanto. Los marinos deshicieron la valla y regresaron a sus labores.
A esa hora, un nombre aparecía en todas las listas de desaparecidos que se distribuyeron en los alrededores del colegio: Laura Jésica Castrejón Hernández (adulta). Su cuerpo no estaba entre los que salieron en medio de la valla del silencio.
Jésica, como la conocían en la escuela, era una mujer de 30 años que vivía en el barrio de Santa Úrsula y todos los días llegaba a las siete de la mañana para trabajar en labores de limpieza. Ella quedó sepultada en el edificio administrativo, junto con Lucha, Yolanda, Rosalba, Reyna y otras dos trabajadoras que perdieron la vida. Su hermano Juan, también de unos 30 años, me confirmó que en esa escuela había algo extraño: las empleadas de intendencia del colegio también hacían labores de limpieza en los departamentos de los dueños. “Mi hermana tiene como 15 años trabajando aquí, empezó como a los 17… Yo a veces venía a ayudarle a limpiar el salón de usos múltiples. Antes sólo eran dos pisos, ya después hicieron los pisos de arriba, la casa de la dueña y hasta su jardín arriba. Mi hermana también hacía el aseo de las casas.” Cuando le pregunté a Juan cómo era posible que hubiera departamentos arriba de las instalaciones escolares, se encogió de hombros. “La señora tiene mucho dinero y el señor también; ya sabes, con dinero baila el perro…”
Entrevistado en la madrugada del miércoles 20, el joven se quejaba de que a su hermana no la estaban buscando, como sí se hacía con los menores que, supuestamente, aún estaban bajo los escombros. Incluso a él y al marido de Jésica les llegaron a decir que ese día no se había presentado a trabajar y que, por lo tanto, no estaba en la lista de víctimas. Pero Juan y media docena de familiares se apostaron frente al colegio, esperando noticias y rezando para que Jésica saliera con vida. Así estaban, en vigilia, cuando empezó a amanecer.
EL “TESORO” DE MISS MÓNICA
Ya era miércoles. Los brigadistas luchaban por encontrar sobrevivientes. Pero antes de que se cumplieran las primeras 24 horas del terremoto, Mónica García, la hija de miss Mónica, apareció en la zona vestida con unos pants rosas y sudadera blanca. Los topos le pidieron subir a la estructura colapsada, entrar al queso gruyer y guiarlos en el rescate de posibles sobrevivientes. La hija de la dueña ayudó a los topos a mapear el edificio colapsado, pero se negó a meterse hasta el fondo. Tenía miedo. Para ese momento, el edificio colapsado ya se había hundido 10 centímetros sobre sí mismo. Aun así, Mónica aprovechó para llevarse algunas pertenencias. Con ayuda de brigadistas, rescató bolsas, zapatos y vestidos envueltos en fundas de Julio y otras boutiques. “Al menos no perdimos todo”, le dijo Mónica a un joven que la acompañaba mientras caminaba por la zona del desastre. En ese momento la abordé para preguntarle qué había visto dentro del edificio y si creía que aún podría haber sobrevivientes. Mónica me miró con desprecio, preguntó quién o qué era yo y, al identificarme, endureció el rostro. “Los periodistas son de lo peor”, dijo, ofendida, y apresuró el paso.
Durante las siguientes dos horas pude ver cómo trabajadores de la delegación Tlalpan la ayudaban a cargar sus cosas: aparatos electrodomésticos, sillas, joyas, papeles e incluso una tina blanca que, cargada por cuatro trabajadores, cruzó la calle de Rancho Tamboreo ante la mirada atónita de soldados, topos, vecinos, curiosos y decenas de rescatistas que, a esa hora, todavía creían que el milagro era posible.
También vi pasar a Claudia Sheinbaum, jefa delegacional de Tlalpan, quien, a la una de la tarde del 20 de septiembre, ya tenía un reporte preliminar de que todos los alumnos del colegio habían sido rescatados, vivos o muertos. Pero había aún trabajadoras atrapadas y sus familiares seguían ahí, esperando noticias. Sheinbaum no quiso descartar la posibilidad de que hubiera alumnos, a pesar de que, desde esa hora, ya no había padres de familia en los alrededores del colegio. Los rescatistas seguían buscando. Una perrita llamada Frida y tres pastores entraban y salían de la montaña de escombros.
FRIDA SOFÍA
Durante los trabajos de rescate, brigadistas del grupo Topos, de la Cruz Roja y de la Secretaría de la Defensa (Sedena) coincidieron en señalar que una de las dificultades para llegar hasta los posibles sobrevivientes era que estaban sepultados debajo de losas de mármol negro que cubrían los pisos de las viviendas y las escaleras del inmueble, así como dos barras de cocina hechas de granito.
Oswaldo y Andrea, topos que trabajaron las primeras 48 horas en la zona, me dijeron que pudieron hacer contacto con una niña, pero una pesada losa les impidió llegar hasta ella. Lo mismo dijo el capitán de la Marina Israel Velázquez Gutiérrez, quien mostró, a las 19:00 horas del miércoles, una imagen de escáner en la que supuestamente había detectado movimiento, calor y pulso cardiaco de cinco personas, entre ellas una niña de nombre Frida Sofía. Este reporte alimentó, en las horas siguientes, la versión sobre el posible rescate de más alumnos.
Dentro del “núcleo” era difícil notarlo, pero la historia del Colegio Enrique Rébsamen se convirtió en noticia mundial. En el patio, cerca del puesto de mando de la Marina (donde la delegada Claudia Sheinbaum y el secretario de Educación Aurelio Nuño también se instalaron), fue habilitada una tarima para las cámaras de televisión, que desde la mañana del miércoles 20 transmitían la imagen de una mole de escombros de la que, tarde o temprano, saldría por lo menos una niña rescatada con vida.
Los rescatistas del grupo Topos, de la Cruz Roja y de la Marina aseguraron que habían establecido contacto con cuatro menores, una de ellas de nombre Sofía o Frida Sofía, que “movía la mano cuando la llamaban por su nombre”. En ese momento me acerqué al ingeniero que había colgado la cuerda y la plomada. Más de 50 centímetros de cuerda estaban tendidos sobre el piso. “Esto se está hundiendo más o menos dos centímetros por hora”, calculó el ingeniero, mientras el nombre de Frida Sofía pasaba de boca en boca.
La transmisión en vivo del rescate, por parte de Televisa, amplificó la versión de que un milagro podría ocurrir en el Colegio Rébsamen en medio de la tragedia nacional. Incluso el secretario de Educación Pública Aurelio Nuño confirmó que había menores sobrevivientes. Aunque fue también el titular de la sep el primero en decir, en la madrugada del jueves, que era extraño que los papás de Frida Sofía no estuvieran en el colegio. Aun así, Nuño dejó correr la versión de que era posible el rescate de ella y otros niños. Por su parte, Danielle Dithurbide, conductora de Televisa, entraba cada cinco minutos al aire desde el lugar de los hechos, en cadena nacional, a dar pormenores del “rescate”. Aunque en realidad no tenía información, la periodista logró mantener la atención de millones de televidentes repitiendo, hasta la mañana del jueves, más o menos el mismo relato: que una menor luchaba por su vida, mientras los topos y marinos intentaban llegar a ella.
A las cinco de la mañana del jueves rescataron a una persona, pero no era Frida Sofía. Los marinos salieron del queso gruyer cargando el cuerpo sin vida de Jésica Castrejón, a quien Juan, su esposo, y su pequeña hija seguían esperando a las afueras del colegio. Después la tensión empezó a crecer entre rescatistas, autoridades y periodistas. Pasadas las diez de la mañana, cuando faltaba poco para que se cumplieran las primeras 48 horas después del sismo, quedó claro que el rescate no se produciría; por lo que la Marina tuvo que retractarse. Para ello fue enviado a la zona otro almirante, el subsecretario de la Marina Enrique Sarmiento Beltrán, cuya rivalidad con el almirante Vergara es muy conocida en el medio castrense. “Queremos puntualizar que de la versión que se sacó del nombre de una niña no tenemos conocimiento, nunca tuvimos conocimiento de esa versión y creemos, no creemos, estamos seguros de que no fue una realidad. Se corroboró con Educación Pública, con la delegación (Tlalpan) y con la escuela, y todos, la totalidad de los niños, desgraciadamente algunos fallecieron, otros, repito, están en el hospital y otros están en su casa”, declaró el almirante Sarmiento. El mando militar precisó que, en las últimas 24 horas, sólo un cuerpo sin vida había podido ser rescatado de entre los escombros. Además, el subsecretario comentó que, en ese momento, ya sólo se podía confirmar la presencia de un cuerpo entre los escombros, perteneciente a otra mujer adulta. Por ello, se mantendrían los trabajos de rescate, pero ya sólo con un grupo élite y reforzando el acordonamiento de la zona para evitar un accidente en caso de que colapsara la estructura.
Periodistas y brigadistas se fueron en busca de otros puntos de la ciudad donde sí hubiera sobrevivientes. Danielle Dithurbide decidió permanecer en el Rébsamen hasta que fuera rescatado el último cuerpo, pero dejó de aparecer cada cinco minutos en cadena nacional. Frente a la andanada que se desató en redes sociales por haber inventado a Frida Sofía, Televisa culpó a la Marina y dijo que su periodista en la zona no hizo más que transmitir la información que le dieron los mandos militares. En los días siguientes, la conductora de Televisa fue objeto de escarnio en redes sociales, y ella dedicó las largas horas de espera afuera del Rébsamen a leer y responder los mensajes furiosos que le dedicaban en Twitter.
REYNA DÁVILA
En la tarde del jueves, una grúa —de las que se utilizan para la construcción— fue estacionada enfrente del edificio administrativo, lo que desató una nueva polémica en redes sociales. Se afirmaba que la maquinaria pesada era para demoler el edificio, cuando en realidad era para sujetar con una polea la losa superior de la casa de la directora y evitar el derrumbe definitivo.
La Marina identificó a la última persona que aún permanecía bajo los escombros como Reyna Dávila, una empleada del colegio, de más de 40 años, casada y madre de dos hijos. Su esposo, sus hermanos y primos se habían mantenido atentos pero discretos durante los tres días de rescate. En medio del reality de Frida Sofía, ellos fueron unas sombras que deambularon por ahí, esperando informes. José Guadalupe Dávila, su hermano, accedió a platicar conmigo al amanecer del viernes 22 de septiembre. Se veía cansado y molesto. Me contó que las autoridades los mantuvieron informados en todo momento, pero sí dijo estar preocupado porque la atención se centró en el rescate de niños y eso pudo haber provocado que se perdiera tiempo vital para encontrar a Reyna. “Hasta eso, nos dicen que le están echando ganas y sí, se ve que están trabajando, pero obviamente esas losas, como están sobrepuestas, no se pueden ir quitando y moviendo como se quisiera para poder liberarla más pronto. Pero sí, se están esforzando.” Los Dávila estaban esperando un milagro que no se produjo.
EL ÚLTIMO RESCATE
El sábado, cuando quedábamos muy pocos periodistas haciendo guardia en el colegio, regresaron Claudia Sheinbaum y Mónica García Villegas. La jefa delegacional hizo un recorrido con ingenieros y solicitó formalmente a la Secretaría de Marina que el lugar fuera resguardado hasta que se hiciera una investigación sobre las condiciones estructurales del edificio colapsado. “Queremos que se haga un peritaje previo a la demolición. Finalmente, aquí hubo una tragedia y creo que todo el mundo va a estar de acuerdo en que, antes de cualquier cosa, es importante hacer la investigación”, declaró la funcionaria al salir del lugar.
Miss Mónica y su hija llegaron más tarde. Llevaron al colegio una cuadrilla de maestras y empleados, así como una camioneta para recoger las mochilas de los alumnos, sus suéteres y chamarras. Aprovecharon el viaje para llevarse más de 20 balones de basquetbol, computadoras, pupitres y una banca metálica de jardín que adornaba el patio.
Ese día la directora sostuvo una reunión con la comunidad del Rébsamen en el estacionamiento de un centro comercial de Villa Coapa. Les prometió que el seguro indemnizaría a las familias que perdieron a sus niños y dijo que la escuela sería reconstruida y reabierta. Asimismo, ofreció reunirse nuevamente con ellos el miércoles siguiente. Pero nunca más volvieron a verla.
El domingo 24 de septiembre, a las 16:14 horas, la Marina localizó el cuerpo sin vida de Reyna Dávila. Los brigadistas tardaron cuatro horas en sacarlo y entregarlo a sus familiares. Cerca de las nueve de la noche, la autoridad dio por concluido el rescate en el Colegio Enrique Rébsamen. Pero la historia no ha concluido: Mónica García Villegas fue denunciada; se le giró orden de presentación y ficha de Interpol para buscarla en más de 100 países. Prófuga, contrató a un poderoso abogado para defenderse: Javier Coello Trejo, defensor de Emilio Lozoya, exdirector de Pemex, en el caso Odebrecht.
Hasta la fecha el colegio de miss Mónica sigue siendo una mole de cemento y varilla, tapiada con muros de madera, acordonada por la policía como escena del crimen y con una bandera de México en lo alto desteñida por el sol y la lluvia. Los días 19 de cada mes un grupo de mamás, papás, alumnos y vecinos llevan ofrendas florales. Algunas veces sueltan 19 globos blancos al aire con el nombre de los niños que perdieron la vida y celebran una misa en su memoria. Todos recuerdan a miss Mónica como una mujer obsesiva, que no dejaba que sus alumnos pisaran el pasto de los jardines, tiraran basura o mancharan las paredes. Presumía su colegio como el más lindo del sur de la ciudad. Pero su ambición, y la corrupción de las autoridades que aún son investigadas, convirtió al Rébsamen en una trampa mortal.
*Este texto es un fragmento del libro 19 edificios como 19 heridas, Por qué el sismo nos pegó tan fuerte, del sello Grijalbo de Penguin Random House.
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