Todxs ellxs siempre parten de su comunidad, de la comunidad, para tlamatih, tlailnemiliah. Perdón si no lo pongo en español, pero los términos con los que normalmente traducimos al castellano no alcanzan… “saber” y “pensar” no dan el ancho.
Entre ellxs, toda actividad va entretejida con trabajo, plática, pleito y desmadre; y todo mundo sabe que ninguna de esas cosas se hace en solitario. No tenemos ninguna duda, porque muchxs sabixs, como Santos de la Cruz, bien ya lo han dicho: el “espíritu” del ser “indígena nahua” es el ser comunitarix.
Yo no tengo eso. Yo no estoy inmerso en las dinámicas de ninguna comunidad, pues crecí en la ciudad. Ahí vivimos la comunidad, pero siempre fragmentada, intermitente: la vecina que le echaba un ojo a los niños, el vecino a quien le prestabas la herramienta, el tendero que te fiaba… Había redes, había cooperación, había incluso un cierto sentido de pertenencia; pero no estábamos inmersxs en ello. El mismo sistema nos arrancaba siempre que podía las oportunidades para hacer comunidad. Siempre hay resistencia, pero hasta el cuero más duro se desgasta.
No soy nahua. Tengo antepasados que fueron nahuas, pero yo ya no lo soy. Lengua y prácticas culturales comunes, análogas, paralelas o de raíz compartida fueron siempre uno de los temas favoritos cuando platicábamos luego de clase. Por aquí y por allá se hablaba de cómo se hacía la tortilla, de quién sí le sabía, de los mil usos de la caña y la hoja de maíz, de los seres que hay escondidos en las grutas, de los que salen de noche y son peligrosos, de cómo beber y en qué ocasiones, de la discriminación, de la situación política y religiosa imperante en los pueblos, etc.
En esas pláticas no me sentía tan ajeno. En esas pláticas descubría recuerdos perdidos de las palabras de mi abuelo, entendía actos aparentemente insignificantes y naturales que había visto hacer a alguien de mi familia, recordaba secretos y comentarios fugaces que me llegaban como ecos desde abajo. En estas pláticas fui redescubriendo esos elementos culturales y esas prácticas que compartíamos y por las que, en cierto momento, algunx por ahí me llegó a decir que yo era nahua.
En su momento, lo admito, esto me hizo sentir que podía reivindicar una identidad que ahora veo ajena. “Eres uno de nosotrxs”, pero en ese momento ese “nosotrxs” era una pequeña comunidad que se formaba en la complicidad de compartir algunos saberes y, en mayor o menor medida, la lengua en medio de un entorno hostil como la UNAM. Sin embargo, ese “nosotrxs” se extinguía cuando la palabra se volvía hacia fuera. Yo era “más nahua” en tanto que participaba de la lengua, compartía en alguna medida la cultura y estaba inmerso, aunque fuera por un momento, en nuestra pequeña y fugaz dinámica comunitaria.
Por eso, como alguna vez lo comentaron los compañeros de Tlakotenko, tlahtolli es lo que sostiene y lleva la tlamantilistli: In wewetlahtolli, in tlamatilistli, tomasewaltlamantilis. La palabra de los abuelos y abuelas, la sabiduría y el conocimiento es lo que nos dejaron a los masewalmeh. La palabra y el saber son la vía para escarbar hasta llegar a nuestra raíz, tonelwayoh, para desenterrar tomasewaltlamantilis, nuestra “cultura indígena”, y poder hacer que reverdezca. Está ahí, profunda, todavía no ha muerto.
Ahora van algunas conclusiones en español, cosa que no me gusta, pero es por si algún día le doy esto a leer a alguien más que no sepa/entienda/sienta desde fuera de esa lengua:
Se puede ser más o menos nahua; es decir que es una gradación que permite el reconocimiento de ciertos individuos como parte del colectivo en tanto que exhiban una serie de elementos comunes con el resto del grupo. La existencia de una colectividad con lazos de reciprocidad es condición para que se dé este reconocimiento.
No soy nahua. Tengo antepasados que fueron nahuas, pero yo ya no lo soy. No he vivido la violencia como ellxs la han vivido. No he conocido lo que es no poder comunicarme con abuelos porque hablamos lenguas diferentes, no he sentido el renegar de padre o madre por vergüeza de su lengua o color, no crecí lejos de servicios de salud ni nos robaron la tierra. No pasé por el despojo que mi familia experimentó antes de que yo naciera ni por los procesos violentos que muchxs amigxs siguen sintiendo sobre sus cuerpos. No podría decir que entiendo cabalmente su dolor. Soy como el bebé que perdió a sus padres y fue criado por alguien más: podré dolerme de no haberlos conocido, pero no se compara con la experiencia de aquella persona que, habiéndolos conocido y amado, sufre su pérdida. Sé que algo me falta, lo siento, puedo palpar sus bordes en esta lengua, en este estilo de vida, en esta situación que experimento. Sé que falta, siento que falta, pero no por eso puedo simplemente pegarle algo encima, no puedo “parchar” mi existencia.
A nosotrxs, lxs desindigenizadxs, lxs citadinxs, lxs hispanoparlantes, nos caracteriza este vacío. Somos en tanto que dejamos de ser. No somos una “mezcla”, somos una foto a la que le han ido recortando círculos cada vez más grandes que han dejado ya irreconocible la cara de quien en ella aparecía. Este dolor es nuestro, este vacío es nuestro, este despojo es nuestro y no hay que callárnoslo.
Nos quitaron lengua, nos mataron familia, nos arrebataron tierras, nos fueron apagando uno a uno los fuegos de la memoria: pero todavía no estamos muertxs. No podemos dejar de decir, es nuestro derecho y herencia, es nuestra única oportunidad de recuperar el rostro: tenemos que decir. Hay que gritar que nos han borrado los ojos y nos han descompuesto los oídos, pero al mismo tiempo tenemos que extender las manos y buscar a tientas el camino. Hay que dejarnos guiar por aquellxs que saben a dónde van porque bien caminan. Podemos dejarnos guiar, podemos reaprender. Podemos volver a experimentar el mundo y a bien vivirlo. ¿Cómo lo hacemos?
“Mestizo” es el desindigenizado, el trasplantado. “Mestizo” es el que puede reaprender a andar bien y vivir bien; pero para eso tiene que poner sus privilegios al servicio de lxs hermanxs en resistencia: ceder espacios, apoyar como se pueda en la lucha por la vida, estorbar siempre que se pueda a quienes oprimen y despojan.
Es en ese camino que se va reaprendiendo el “ser indígena». Se reaprende la lengua de toachtokawan porque se descubre su capacidad para nombrar mundos nuevos. Se recupera la humildad para saber que es necesaria la tlamanalistli y el saber por qué y cómo se hace este agradecimiento a la tierra y la lluvia y al sol. Se reconecta con los pueblos de los que nuestros padres y madres y abuelos y abuelas vinieron, preguntamos y buscamos y rastreamos y platicamos y escuchamos mucho, mucho.
No podemos «reaprender a bien vivir» (no digo reindigenizar por diversas cuestiones, otro día escribo al respecto) sólo por nuestro gusto ni por nuestros medios. Eso es partir del individualismo y el privilegio. No se puede elegir una identidad «indígena» y apropiársela por mero gusto (como muchos hacen, esos «neomexicas» por ejemplo). Tenemos una historia, una raíz, y si no escarbamos para llegar a ella, si no buscamos realmente de dónde somos, no vamos a poder hacer crecer nuevamente esa matita que las políticas públicas y el racismo fueron desbrozando y rompiendo día con día al lo largo de 500 años, lo único que vamos a lograr es hacerle el caldo más gordo al sistema que todo mata.
Si unx escoge cualquier identidad y dice “esto soy” sin seguir los pasos de quienes vinieron antes, le está faltando el respeto a lxs abuelxs que un día sí fueron y que se la rifaron por llevar adelante todo aquello que venía acompañándoles de sus pasadxs. Si unx escoge cualquier identidad y dice “esto siempre he sido” sin ser eco y parte de aquellos que lo son y siempre lo han sido, está poniéndose una máscara para hacerse pasar por alguien más: está haciendo un cosplay nada más (otro día ahondo más en por qué “cosplay”). Si unx escoge cualquier identidad y dice “así hacemos lxs verdaderxs tal”, unx está echándole la mano al sistema de muerte que nos arrebató la memoria, unx está ayudando a que otrxs que están perdidxs sigan perdidxs, unx está evitando que las voces de lxs hermanxs que aún resisten sean oídas y está dificultando que sus caras sean vistas y está impidiendo que sus manos sean tomadas.
Elegir “ser indígena” no existe. Elegir “ser indígena” no es una opción para quien ha sido desindigenizadx, porque justo somos la ausencia de lo que han borrado 500 años de violencias y dolores. No podemos un día decir “soy nahua porque mis bisabuelos lo eran”, porque el “ser nahua” o el “ser indígena” no es algo que se lleva en la sangre. No podemos decir “soy nahua porque mis abuelos lo eran”, si ya hablo puro francés, si ya actúo como unx perfectx parisinx y si no hago comunidad ni el día de Navidad. Decir “soy indígena porque digo que soy indígena”, es al mismo tiempo mentirse a unx mismx y borrar a quienes sí lo son, a nuestrxs hermanxs que son consideradxs indígenas y que por eso mismo pasan dolores que nosotrxs no. Además, feo es hacerse collar de la cruz ajena. Si yo no soy oprimidx así por ser indígena, ¿tengo derecho a reclamar ese “ser indígenx”?
No. Ni de chiste. No somos “indígenas que no lo han descubierto aún”, es mentira eso de que “ya hablamos náhuatl, nada más que no nos damos cuenta”. Dice un viejo saber que “el que siembra su maíz que se coma su pinole”; decía también mi General Emiliano que “la tierra es de quien la trabaja”. Al final de fondo está la misma verdad: si no le trabajaste, si no lo padeciste, no te pertenece. Tekipanoa, pasa trabajos, lleva de fondo “tekitl” (trabajo), que significa que al final, por más amargo que sea todo, se tiene el digno derecho de conservar el resultado del esfuerzo hecho. Luchar y resistir por conservar la identidad no debería tener como resultado que cualquier persona llegue y se declare tal o cual sin haber hecho ningún esfuerzo.
La palabra «Mestizx» debería nombrar a una persona que reaprende a andar bien sobre la tierra, alguien que escucha a tokoltsitsinwan, tosihtsitsinwan y que busca siempre apoyar a los hermanos y hermanas que aún son masewalmeh para que la tlamantilistli, la tlahtolli que dejaron los pasados y pasadas siga vigente.
«Mestizx» no debería ser ya «mestizx», que mezclas no somos de nada y a la vez somos de todo, sino el hijo o la hija que fue criadx lejos y que poco a poco ha de recordar cómo era ser parte de su familia. Así, sus descendientes nacerán como parte de aquella familia perdida y ya no andarán perdidxs y lejos.
Nosotrxs lxs desindigenizadxs tenemos como herencia el vacío sólo porque así lo quiso el poder. Nosotrxs tenemos también la oportunidad y la capacidad de retomar el buen andar, para recorrer veredas que, aunque tengan sus dificultades, lleven a la vida y a la memoria. No será hoy, no será mañana, pero eventualmente lxs que vengan luego de nosotrxs van a mirar la vereda que anduvimos, allá a lo lejos, y podrán sentirse agradecidxs de que sus pasados y pasadas supieran enmendar el rumbo.