José Martí: su persistencia a 170 años de su nacimiento

Persistencia y distancia de José Martí a 170 años de su nacimiento

Dice el crítico Cintio Vitier que es muy difícil hablar de José Martí porque en Cuba es como el aire que se respira, y en toda América Latina su influencia continúa presente. A 170 años del nacimiento del inagotable Martí, este texto destaca el rasgo central de su vida —un periplo interminable, entre deportaciones y exilios, pues luchó por la independencia de su país— y nos acerca el contexto de algunos de sus poemas más recordados.

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En la Plaza de la Revolución, en la Habana, se levanta un monumento en forma de estrella de ciento cuarenta y dos metros de altura. Se pueden subir sus quinientos sesenta y siete peldaños si se desea tener una vista privilegiada de la ciudad. Justo delante, hay una estatua que representa a José Martí, sentado y meditabundo.

A un costado de la Alameda Central, en la Ciudad de México, se ubica un centro cultural con su nombre. Este espacio tiene una biblioteca, un teatro, además de un callejón del arte, una galería y una explanada con una estatua. Además de La Habana y la Ciudad de México, otros lugares donde hay monolitos martianos son Nueva York, Caracas, Zaragoza y Sofía, en Bulgaria, sin contar los cientos de calles y plazas que llevan su nombre alrededor del mundo.

En 2016, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, durante su histórica visita a la capital de Cuba, ofreció una corona de flores en su honor. Fue entonces que la novelista Achy Obejas describió la trascendencia del cubano: “¿Buscas algunas palabras fascinantes y antiimperialistas que tachen a Estados Unidos de ser una nación intimidante? Las encontrarás […] ¿Buscas algo de poesía que exalte la libertad individual? La encontrarás. ¿Un poco de antirracismo? No hay problema. ¿Advertencias sobre los dictadores? Aquí están”.

Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.

Dice una de las estrofas de José Martí musicalizadas por Pablo Milanés en el disco de 1973 dedicado al gran prócer isleño. Un ejemplo más de esta persistencia: “El Estilos”, interpretado por Óscar Chávez, canta “La niña de Guatemala” junto al resto de Caifanes, mientras comparten una botella en un automóvil en una escena icónica de la película de 1967, de Juan Ibáñez, homónima de esa pandilla ficticia.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda…

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

La letra de esta canción corresponde al libro Versos sencillos del poeta, novelista, ensayista, abogado, profesor, filósofo, periodista, patriota y combatiente cubano José Martí, nacido el 28 de enero de 1853. Es uno de sus poemas más conocidos y la historia de estas líneas es curiosa y representativa de la vida de su autor. Alude a la muerte de la guatemalteca María Granados —hija del expresidente guatemalteco, Miguel García Granados—, con quien el libertador caribeño sostuvo una relación amistosa en 1877. En ese entonces, Martí, de veinticuatro años, impartía clases de historia y literatura en una escuela normal de Guatemala. María tenía dieciséis.

Se frecuentaron hasta que Martí partió rumbo a México donde se casó con Carmen Zayas Bazán. Poco después, en enero de 1878, volvió a Guatemala de la mano de su esposa, pero decidió no acercarse a María, quien le escribió el siguiente mensaje: “Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto”.

María, quien sufría de una enfermedad respiratoria y cuya salud era frágil, falleció unos meses después, pero la causa no fue el despecho, sino una neumonía. ¿Por qué habrá escrito entonces Martí que “murió de amor”? ¿Ostentación galante o culpa? ¿Por qué a más diez años de su muerte María continuó siendo inspiración para él, como lo constatan algunos poemas publicados en periódicos?

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.

Vocalizan “La niña de Guatemala” Eugenia León, Óscar Chávez y Nacha Guevara. Pero los versos de ese radiante poema no hacen honor a la realidad, sino a la verdad poética, a la belleza de las palabras. Si bien hay testimonios de que María acudió a nadar a un río con sus familiares unos días antes de su fallecimiento, no hay constancia de que haya deseado morir.

La vida del héroe nacional cubano estuvo llena de soledad y sinsabores. La lucha por la independencia de su país trajo consigo una serie de encarcelamientos, sacrificios, abandonos, persecuciones, deportaciones, ocultamientos y, por fin, como el héroe romántico que era, una muerte trágica. Cuando el lector se asoma a la obra de José Martí, lo primero que le llama la atención es su extensión y luego es posible que se tope con esta pregunta: ¿Cómo un hombre que murió tan joven —a los cuarenta y dos años— fue capaz de ser tan prolífico y además de vivir con tanta intensidad, siendo la piedra angular para la liberación de Cuba? Sus escritos, reunidos en veintisiete volúmenes (¡sí, veintisiete!), comprenden ensayos literarios; tratados filosóficos, políticos y pedagógicos; teatro; cuentos infantiles; crónicas periodísticas; una impetuosa obra epistolar; además de un destacadísimo ejercicio poético. ¿A qué hora?

Pero volvamos a los abandonos, sin los que es muy difícil entender a esta figura.

En 1880, un par de años después de la muerte de María, tuvo que dejar solos a Carmen y a su hijo de dos años, José Francisco, a quien le decía de cariño “Ismaelillo”. José Martí se refugió en Nueva York, ya que le estaba prohibido volver a Cuba a causa de su participación en la Guerra de los Diez Años, conflicto precursor de la liberación del pueblo cubano del yugo del imperio español. Poco después, en su periplo interminable, llegó a Venezuela, donde escribió su primer poemario, Ismaelillo. “Hijo:/ Espantado de todo, me refugio en ti./ Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti”, se lee en la sobrecogedora dedicatoria para José Francisco. A pesar de que su vida de trasiego se lo impidió, Martí sueña con verlo crecer:

¡Pudiera yo, hijo mío,
Quebrando el arte
Universal, muriendo,
Mis años dándote,
Envejecerte súbito,
La vida ahorrarte!
Mas no; ¡que no verías
En horas graves
Entrar el sol al alma
Y a los cristales!

En los versos de ese primer libro también es patente el estoicismo con que libró las batallas de su vida. José Martí describe los peligros que lo acechan y la templanza con que los recibió:

Los gritos espantables
Escúchanse, que evocan
Callados capitanes;
Y mésase soberbia
El áspero crinaje,
Y como muere un buitre
Expira sobre el valle;
En tanto, yo a la orilla
De un fresco arroyo amable,
Restaño sonriendo
Mis hilillos de sangre.

Martí vivió numerosas separaciones a lo largo de su vida o, mejor dicho, José Francisco, su madre Carmen y María Granados no fueron los únicos que padecieron su ausencia. Este vivió en un exilio casi permanente, que solo le permitió convivir con sus seres queridos por periodos breves. La paradoja es que el cubano entre cubanos entregó su vida por la emancipación de un país en el que vivió muy poco.

En una carta fechada en 1895, José Martí se dirige a la niña María Mantilla: “Y mi hijita ¿qué hace, allá en el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo, en saber, en querer, —en saber para poder querer, —querer con la voluntad, y querer con el cariño? ¿Se sienta, amorosa, junto a su madre triste? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego […]?”.

Durante su estancia en Nueva York, en 1880, tras una de sus frecuentes deportaciones por conspirar para la lucha independentista, se estableció en la casa de huéspedes de Manuel Mantilla y su esposa, Carmen Miyares. Ahí vivió durante unos meses y algunos testigos certifican que María Mantilla fue hija de Martí, lo que explicaría la forma en que el poeta se dirigió a ella. En estas cartas Martí no solo le habla con amor, sino que le advierte sobre los desafíos que se avecinan y le da pautas de cómo debe conducirse. Martí volvió más tarde a Nueva York y tuvo oportunidad de convivir con la niña. No obstante, las últimas cartas que le escribió en 1895, justo antes de partir desde Haití hacia Cuba, son premonitorias de la muerte que se avecina: “Que cuando mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la mañana, bañada de luz. Siéntete limpia y ligera, como la luz. Deja a otras el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro, el libro que te pido —sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. Trabaja. Un beso. Y espérame”.

Dice el crítico y poeta Cintio Vitier que es muy difícil hablar de José Martí porque en Cuba es como el aire que se respira. En Latinoamérica su impronta perdurable se desplaza en las bibliotecas, en los colegios, en las canciones y en la literatura reciente, sin hablar de la referencia obligada que resulta en la lucha anticolonialista y a favor de los derechos humanos.

Versos sencillos (1891), escrito unos pocos años antes de su muerte, es la culminación de su proyecto literario. Ahí quedan de manifiesto el candor y la belleza, la preocupación social y la intimidad franca, una proeza literaria que fue el desenlace de su obra poética, pero el principio del modernismo hispanoamericano. Este movimiento significó la soberanía y reivindicación de la literatura escrita por los latinoamericanos frente a España, camino paralelo y análogo de las preocupaciones anticoloniales de José Martí frente a Europa y Estados Unidos. No es casual que Rubén Darío lo llamara: “el escritor más rico en lengua española”. Martí, quien nunca pudo vivir la independencia de su patria, trascendió su vida insular a través de su palabra redentora:

Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.

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