Gatopardo 221: La vida en las ciudades

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Tiempo de Lectura: 00 min

Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

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Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

— Los editores

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Gatopardo 221: La vida en las ciudades

Gatopardo 221: La vida en las ciudades

07
.
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22
2022
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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable.

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Las ciudades fueron concebidas para ser prósperas, ideales, particulares. Sus propios habitantes determinaron su funcionalidad y el equipamiento con los que cobrarían vida. Si hay algún vínculo que pueda unir a todas ellas en América Latina, ese ha sido la esperanza, aquello que deseamos, lo que esperamos que ocurra, impregnado en una arquitectura de emergencia, en la inmediatez de sus soluciones, en los barrios que evolucionan gracias a y a pesar de los flujos migratorios y en los asentamientos irregulares que ofrecen la promesa de un pedazo de tierra donde vivir. Como dice Miquel Adrià, la esperanza aparece cuando “las señales de progreso eclipsan”.

Pero este número no va sobre arquitectura. Esta es una edición sobre la vida en las ciudades, una edición necesaria después de años pandémicos, porque es tiempo de recuperarlas, de apropiárnoslas de nueva cuenta, de incidir en el curso que han tomado, aunque sea un derrotero inevitable. Hace meses nos preguntamos qué podríamos contar de ellas en 2022, de lo que cunde en sus barrios, así como de las búsquedas que emprenden sus habitantes. Para nosotros, los latinoamericanos, ¿qué significan estas urbes?, ¿a qué nos remiten?, ¿a qué suenan? Si 68% de la población mundial vivirá en zonas urbanas para 2050, como ha vaticinado la ONU, y la mitad de sus habitantes serán pobres, teníamos que mirar hacia el crecimiento sin control, las periferias, las poblaciones flotantes que se desplazan kilómetros para estudiar o trabajar, quienes en su migración a las urbes no encuentran un espacio que habitar o no pueden pagar por ese suelo, como dice Emiliano Ruiz Parra en su más reciente Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo. La esperanza de las ciudades se convierte, entonces, en una espera perpetua. 

Así que salimos a las calles y olvidamos por un momento el cubrebocas. Vimos cómo el ajetreo urbano colma de nuevo la vida urbana, las plazas se llenan de transeúntes y los parques, de niños y jóvenes que ponen en práctica sus habilidades. Recorrimos las ciudades con esa “hipnosis de los pies en movimiento”, como dice un verso de Luigi Amara. Y todo ha sido como volver a un sueño memorable. Vimos enunciarse con mayor fuerza a las voces colectivas. Las que protestan contra la homogeneidad que borra la gráfica popular, ese oficio artesanal que ha guarnecido de letras brillantes y precisas los negocios y comercios callejeros. Las de los colectivos que siguen resignificando con fuerza los espacios públicos, interviniendo glorietas, haciendo de la memoria individual una memoria colectiva. Vimos cómo la Glorieta de la Palma se convirtió en la Glorieta de las y los Desaparecidos, solo por unos días, hasta que fue reemplazada por un ahuehuete. Y en ese proceso de desentrañar la ciudad, llegamos a las esquinas, ese ángulo donde es posible hacer un zoom a escala humana y ver su realidad llena de suspenso, donde no se adivina lo que hay ni lo que viene. “Toda esquina es un acto de fe”, escribe Adrián Chávez en estas páginas, acompañado de artículos escritos por Tamara De Anda, Lisa Pérez Fournier, Juan Mayorga, Carlos Ortega Arámburo y Sergio Beltrán-García, así como por María José Evia Herrero y Luis Mendoza Ovando, quienes se vuelcan en dos relatos que exploran las problemáticas sociales que enfrentan, a su manera, Pesquería y Mérida, en su inevitable expansión. 

Y dado que las ciudades son, ante todo, sus habitantes, este pulso ha sido la directriz que recorre Tali Goldman, desde Argentina, en una crónica sobre las plazas del rap. Lo que comenzó como un simple evento de Facebook, que convocaba a una competencia de freestyle en un parque de Buenos Aires, se convirtió en un movimiento underground que ha hecho de las plazas públicas un escaparate para cientos de hiphoperos que sueñan con disputar los rankings en Spotify. Jóvenes de bajos recursos que se desplazan hasta dos horas en colectivo, con el fin de demostrar sus habilidades de improvisación y flow. En esta historia, el espacio público se convierte en un espacio de resistencia, el lugar donde poder decir, poder abuchear, poder gritar. 

Ricardo Hernández Ruiz regresa a estas páginas para revelar el rostro menos promocionado de la ciudad turística de México por excelencia, Cancún, con apenas 52 años de historia. Visitó los territorios más vulnerables, la “ciudad de apoyo” que ayudó a levantar la zona hotelera, la ciudad migrante y desplazada por la pobreza, engañada por el turismo electoral, y retrató la vida cruda y violenta que se abre conforme se limpian brechas en medio de la selva. Una ciudad con 213 asentamientos irregulares donde la gente lleva a cuestas una vida precarizada, sin servicios municipales, tierra de nadie. Este es el otro Cancún, ese que no aparece en las postales de Instagram. 

En busca de estos contrastes, Karen Villeda, poeta y ensayista, incursiona en el periodismo narrativo y lo hace con un texto sobre Santa Fe, uno de los corredores empresariales más importantes de la Ciudad de México, y también uno de los más conflictivos, de arterias viales que democratizan a todos los que quedan atrapados con el motor encendido. Un distrito en constante transformación, donde la arquitectura es una competencia de alto rendimiento y donde un tren interurbano propone resolver los conflictos viales. Su texto propone la lectura de un castillo contemporáneo fortificado, cuyo acceso está restringido —una ciudad sellada— con fosos, torres, puntos de control y un alcázar. Santa Fe es una ciudad fragmentada, de murallas invisibles. 

Cerramos esta edición con una historia de dos ciudades, Huaquillas y Aguas Verdes, situadas a sesenta pasos entre sí y conectadas por un puente, una frontera que no separa, sino que adhiere. Alexis Serrano Carmona cuenta que da lo mismo ser ecuatoriano que peruano, porque ser de un lado o del otro de la frontera es apenas una circunstancia. Estos pequeños pueblos, separados por las guerras, han sido unidos por el comercio fronterizo; tras su crecimiento en el siglo XX, fueron reconocidos como ciudades en los años ochenta. Ese es el pulso frenético que detona las actividades de sus calles: una vida citadina de migraciones, contrabando, comercios informales y familias binacionales. Así es la vida en las ciudades de América Latina. 

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