Cuándo Kati Horna (entonces de apellido Deutsch) huyó de Hungría en 1933, lo hizo con su cámara Rolleiflex al hombro. Llevaba también una maleta repleta de ropa, negativos y el recuerdo imaginado de su padre siendo arrestado por los nazis. Nunca lo vio partir, pero se lo contaron y eso bastó para que la escena se grabara en su mente. Apenas había llegado de Berlín, donde tomó algunos cursos de fotografía. Ante la situación, su madre le insistió que tomara otro con José Pecsi, a quien más tarde le llamaría “su maestro”. Todos sabían que Kati sería una fotógrafa talentosa. Lo mostraban ya sus primeros ejercicios. Con apenas 22 años llegó a París, donde gracias a su talento y a sus contactos, conoció al fotógrafo Robert Capa. Durante esos años, mientras experimentaba con la lente en las calles de un país ensombrecido por la constante amenaza de la guerra, consiguió uno de sus primeros trabajos con la compañía Agence Press Photo. Ahí explotó su talento en series donde muñecas y juguetes, mercados de pulgas y cafés fueron los protagonistas. Desde entonces, Kati Deutsch ya era considerada una fotógrafa del surrealismo, pero también una de las primeras mujeres en convertirse al fotoperiodismo.
Los tiempos en Europa parecían oscuros para Kati, quien decidió ir hacia España en 1937. Instalada en Barcelona se reencontró con Robert Capa, con quien mantuvo una relación muy cercana y le ayudó a encontrarse también con sus ideales políticos.
A través de su lente retrató la cruenta Guerra Civil Española, con la que, dicen, hizo propaganda republicana hacia el exterior. Al menos eso pensaban quienes vieron en sus fotografías una amenaza al régimen. Entre la provincia valenciana, Aragón y Barcelona retrató también la vida cotidiana de los campos, de las fábricas y sus trabajadores, al mismo tiempo que lo hizo Tina Modotti. Muchas de sus fotografías terminaron publicadas en revistas con una fuerte tendencia hacia la izquierda política. El fascismo era algo de lo que Kati quería huir, pero la persiguió al menos durante toda su juventud. En esos años conoció a José Horna, un artista e ilustrador que trabajaba para revistas y prensa republicana. Su amor fue casi instantáneo, se casaron pronto, en 1938, y huyeron a París. Trabajaron juntos en algunas series fotográficas, collages y fotomontajes. La ciudad de la luz se encontraba entonces invadida por los alemanes. Sin papeles y o suficiente dinero, huyeron de nuevo con la cámara al hombro, los negativos en la maleta y la poca ropa que pudieron meter. Esta vez, el viaje sería mucho más largo.Cuando Kati llegó al puerto de Veracruz lo hizo en un barco de exiliados españoles con la vida y el pasado en las maletas. Ese octubre de 1939, Lázaro Cárdenas acogió entre 20 y 25 mil refugiados españoles, muchos de ellos intelectuales y científicos. Kati Horna se convirtió en una más. Se instaló en la Ciudad de México hasta el día de su muerte —el 19 de octubre del 2000— tal vez cansada de huir.
Durante sus primeros años en México, Horna conoció a Leonora Carrington, a Remedios Varo y Benjamin Péret, con quienes formó lazos de amistad importantes. Leonora, Remedios y Kati —todas parte del movimiento surrealista— se hacían llamar brujas y lanzaban hechizos artísticos que se convirtieron en colaboraciones de las dos pintoras y la fotógrafa, quienes se reunían seguido en una casa porfiriana pintada de rojo, en la calle de Tabasco en la Colonia Roma.Tras la muerte de su esposo José y de su amiga Remedios Varo, encontró en Leonora a una confidente cercana. Colaboraron juntas durante toda esta década en la construcción y fotografía de las piezas teatrales de Alejandro Jodorowsky, además de collages y fotomontajes. Durante esos años el lente de Kati documento las tradiciones mexicanas, de sus artistas, sus intelectuales y hasta de la arquitectura funcionalista que tomó la ciudad en aquellos años. Activa en la vida cultural de México y constantemente publicada en infinidad de revistas, algunas legendarias como S.nob y la revista de la UNAM; nunca buscó tener una exposición propia, ni hacerse publicidad, por lo que muchas de sus fotografías quedaron en el olvido. Desde su muerte, Ana María Norah Horna — su hija— ha cuidado el enorme archivo de su madre. El Fondo Kati Horna alberga más de 20 mil negativos. Desde ese día los homenajes y las exposiciones de esta misterioso fotógrafa han develado a una mujer que intentó borrar sus propias huellas. La única entrevista que otorgó fue en 1993, y se televisó, pero ese fue el único testimonio público de una larga vida dedicada a la fotografía, al arte y la docencia. Incluso su hija desconocía la cantidad de negativos que su madre dejaría a su poder, pues en 1985 Kati Horna ya había donado cerca de 6 mil fotografías al Instituto Nacional de Bellas Artes.Al final del curso que daba en la Academia de San Carlos, la fotógrafa decía: “La cámara no es un obstáculo, es uno mismo”.
*Fotografías vía Etherton Gallery.
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La pionera del surrealismo en la fotografía murió el 19 de octubre del año 2000.
Cuándo Kati Horna (entonces de apellido Deutsch) huyó de Hungría en 1933, lo hizo con su cámara Rolleiflex al hombro. Llevaba también una maleta repleta de ropa, negativos y el recuerdo imaginado de su padre siendo arrestado por los nazis. Nunca lo vio partir, pero se lo contaron y eso bastó para que la escena se grabara en su mente. Apenas había llegado de Berlín, donde tomó algunos cursos de fotografía. Ante la situación, su madre le insistió que tomara otro con José Pecsi, a quien más tarde le llamaría “su maestro”. Todos sabían que Kati sería una fotógrafa talentosa. Lo mostraban ya sus primeros ejercicios. Con apenas 22 años llegó a París, donde gracias a su talento y a sus contactos, conoció al fotógrafo Robert Capa. Durante esos años, mientras experimentaba con la lente en las calles de un país ensombrecido por la constante amenaza de la guerra, consiguió uno de sus primeros trabajos con la compañía Agence Press Photo. Ahí explotó su talento en series donde muñecas y juguetes, mercados de pulgas y cafés fueron los protagonistas. Desde entonces, Kati Deutsch ya era considerada una fotógrafa del surrealismo, pero también una de las primeras mujeres en convertirse al fotoperiodismo.
Los tiempos en Europa parecían oscuros para Kati, quien decidió ir hacia España en 1937. Instalada en Barcelona se reencontró con Robert Capa, con quien mantuvo una relación muy cercana y le ayudó a encontrarse también con sus ideales políticos.
A través de su lente retrató la cruenta Guerra Civil Española, con la que, dicen, hizo propaganda republicana hacia el exterior. Al menos eso pensaban quienes vieron en sus fotografías una amenaza al régimen. Entre la provincia valenciana, Aragón y Barcelona retrató también la vida cotidiana de los campos, de las fábricas y sus trabajadores, al mismo tiempo que lo hizo Tina Modotti. Muchas de sus fotografías terminaron publicadas en revistas con una fuerte tendencia hacia la izquierda política. El fascismo era algo de lo que Kati quería huir, pero la persiguió al menos durante toda su juventud. En esos años conoció a José Horna, un artista e ilustrador que trabajaba para revistas y prensa republicana. Su amor fue casi instantáneo, se casaron pronto, en 1938, y huyeron a París. Trabajaron juntos en algunas series fotográficas, collages y fotomontajes. La ciudad de la luz se encontraba entonces invadida por los alemanes. Sin papeles y o suficiente dinero, huyeron de nuevo con la cámara al hombro, los negativos en la maleta y la poca ropa que pudieron meter. Esta vez, el viaje sería mucho más largo.Cuando Kati llegó al puerto de Veracruz lo hizo en un barco de exiliados españoles con la vida y el pasado en las maletas. Ese octubre de 1939, Lázaro Cárdenas acogió entre 20 y 25 mil refugiados españoles, muchos de ellos intelectuales y científicos. Kati Horna se convirtió en una más. Se instaló en la Ciudad de México hasta el día de su muerte —el 19 de octubre del 2000— tal vez cansada de huir.
Durante sus primeros años en México, Horna conoció a Leonora Carrington, a Remedios Varo y Benjamin Péret, con quienes formó lazos de amistad importantes. Leonora, Remedios y Kati —todas parte del movimiento surrealista— se hacían llamar brujas y lanzaban hechizos artísticos que se convirtieron en colaboraciones de las dos pintoras y la fotógrafa, quienes se reunían seguido en una casa porfiriana pintada de rojo, en la calle de Tabasco en la Colonia Roma.Tras la muerte de su esposo José y de su amiga Remedios Varo, encontró en Leonora a una confidente cercana. Colaboraron juntas durante toda esta década en la construcción y fotografía de las piezas teatrales de Alejandro Jodorowsky, además de collages y fotomontajes. Durante esos años el lente de Kati documento las tradiciones mexicanas, de sus artistas, sus intelectuales y hasta de la arquitectura funcionalista que tomó la ciudad en aquellos años. Activa en la vida cultural de México y constantemente publicada en infinidad de revistas, algunas legendarias como S.nob y la revista de la UNAM; nunca buscó tener una exposición propia, ni hacerse publicidad, por lo que muchas de sus fotografías quedaron en el olvido. Desde su muerte, Ana María Norah Horna — su hija— ha cuidado el enorme archivo de su madre. El Fondo Kati Horna alberga más de 20 mil negativos. Desde ese día los homenajes y las exposiciones de esta misterioso fotógrafa han develado a una mujer que intentó borrar sus propias huellas. La única entrevista que otorgó fue en 1993, y se televisó, pero ese fue el único testimonio público de una larga vida dedicada a la fotografía, al arte y la docencia. Incluso su hija desconocía la cantidad de negativos que su madre dejaría a su poder, pues en 1985 Kati Horna ya había donado cerca de 6 mil fotografías al Instituto Nacional de Bellas Artes.Al final del curso que daba en la Academia de San Carlos, la fotógrafa decía: “La cámara no es un obstáculo, es uno mismo”.
*Fotografías vía Etherton Gallery.
La pionera del surrealismo en la fotografía murió el 19 de octubre del año 2000.
Cuándo Kati Horna (entonces de apellido Deutsch) huyó de Hungría en 1933, lo hizo con su cámara Rolleiflex al hombro. Llevaba también una maleta repleta de ropa, negativos y el recuerdo imaginado de su padre siendo arrestado por los nazis. Nunca lo vio partir, pero se lo contaron y eso bastó para que la escena se grabara en su mente. Apenas había llegado de Berlín, donde tomó algunos cursos de fotografía. Ante la situación, su madre le insistió que tomara otro con José Pecsi, a quien más tarde le llamaría “su maestro”. Todos sabían que Kati sería una fotógrafa talentosa. Lo mostraban ya sus primeros ejercicios. Con apenas 22 años llegó a París, donde gracias a su talento y a sus contactos, conoció al fotógrafo Robert Capa. Durante esos años, mientras experimentaba con la lente en las calles de un país ensombrecido por la constante amenaza de la guerra, consiguió uno de sus primeros trabajos con la compañía Agence Press Photo. Ahí explotó su talento en series donde muñecas y juguetes, mercados de pulgas y cafés fueron los protagonistas. Desde entonces, Kati Deutsch ya era considerada una fotógrafa del surrealismo, pero también una de las primeras mujeres en convertirse al fotoperiodismo.
Los tiempos en Europa parecían oscuros para Kati, quien decidió ir hacia España en 1937. Instalada en Barcelona se reencontró con Robert Capa, con quien mantuvo una relación muy cercana y le ayudó a encontrarse también con sus ideales políticos.
A través de su lente retrató la cruenta Guerra Civil Española, con la que, dicen, hizo propaganda republicana hacia el exterior. Al menos eso pensaban quienes vieron en sus fotografías una amenaza al régimen. Entre la provincia valenciana, Aragón y Barcelona retrató también la vida cotidiana de los campos, de las fábricas y sus trabajadores, al mismo tiempo que lo hizo Tina Modotti. Muchas de sus fotografías terminaron publicadas en revistas con una fuerte tendencia hacia la izquierda política. El fascismo era algo de lo que Kati quería huir, pero la persiguió al menos durante toda su juventud. En esos años conoció a José Horna, un artista e ilustrador que trabajaba para revistas y prensa republicana. Su amor fue casi instantáneo, se casaron pronto, en 1938, y huyeron a París. Trabajaron juntos en algunas series fotográficas, collages y fotomontajes. La ciudad de la luz se encontraba entonces invadida por los alemanes. Sin papeles y o suficiente dinero, huyeron de nuevo con la cámara al hombro, los negativos en la maleta y la poca ropa que pudieron meter. Esta vez, el viaje sería mucho más largo.Cuando Kati llegó al puerto de Veracruz lo hizo en un barco de exiliados españoles con la vida y el pasado en las maletas. Ese octubre de 1939, Lázaro Cárdenas acogió entre 20 y 25 mil refugiados españoles, muchos de ellos intelectuales y científicos. Kati Horna se convirtió en una más. Se instaló en la Ciudad de México hasta el día de su muerte —el 19 de octubre del 2000— tal vez cansada de huir.
Durante sus primeros años en México, Horna conoció a Leonora Carrington, a Remedios Varo y Benjamin Péret, con quienes formó lazos de amistad importantes. Leonora, Remedios y Kati —todas parte del movimiento surrealista— se hacían llamar brujas y lanzaban hechizos artísticos que se convirtieron en colaboraciones de las dos pintoras y la fotógrafa, quienes se reunían seguido en una casa porfiriana pintada de rojo, en la calle de Tabasco en la Colonia Roma.Tras la muerte de su esposo José y de su amiga Remedios Varo, encontró en Leonora a una confidente cercana. Colaboraron juntas durante toda esta década en la construcción y fotografía de las piezas teatrales de Alejandro Jodorowsky, además de collages y fotomontajes. Durante esos años el lente de Kati documento las tradiciones mexicanas, de sus artistas, sus intelectuales y hasta de la arquitectura funcionalista que tomó la ciudad en aquellos años. Activa en la vida cultural de México y constantemente publicada en infinidad de revistas, algunas legendarias como S.nob y la revista de la UNAM; nunca buscó tener una exposición propia, ni hacerse publicidad, por lo que muchas de sus fotografías quedaron en el olvido. Desde su muerte, Ana María Norah Horna — su hija— ha cuidado el enorme archivo de su madre. El Fondo Kati Horna alberga más de 20 mil negativos. Desde ese día los homenajes y las exposiciones de esta misterioso fotógrafa han develado a una mujer que intentó borrar sus propias huellas. La única entrevista que otorgó fue en 1993, y se televisó, pero ese fue el único testimonio público de una larga vida dedicada a la fotografía, al arte y la docencia. Incluso su hija desconocía la cantidad de negativos que su madre dejaría a su poder, pues en 1985 Kati Horna ya había donado cerca de 6 mil fotografías al Instituto Nacional de Bellas Artes.Al final del curso que daba en la Academia de San Carlos, la fotógrafa decía: “La cámara no es un obstáculo, es uno mismo”.
*Fotografías vía Etherton Gallery.
La pionera del surrealismo en la fotografía murió el 19 de octubre del año 2000.
Cuándo Kati Horna (entonces de apellido Deutsch) huyó de Hungría en 1933, lo hizo con su cámara Rolleiflex al hombro. Llevaba también una maleta repleta de ropa, negativos y el recuerdo imaginado de su padre siendo arrestado por los nazis. Nunca lo vio partir, pero se lo contaron y eso bastó para que la escena se grabara en su mente. Apenas había llegado de Berlín, donde tomó algunos cursos de fotografía. Ante la situación, su madre le insistió que tomara otro con José Pecsi, a quien más tarde le llamaría “su maestro”. Todos sabían que Kati sería una fotógrafa talentosa. Lo mostraban ya sus primeros ejercicios. Con apenas 22 años llegó a París, donde gracias a su talento y a sus contactos, conoció al fotógrafo Robert Capa. Durante esos años, mientras experimentaba con la lente en las calles de un país ensombrecido por la constante amenaza de la guerra, consiguió uno de sus primeros trabajos con la compañía Agence Press Photo. Ahí explotó su talento en series donde muñecas y juguetes, mercados de pulgas y cafés fueron los protagonistas. Desde entonces, Kati Deutsch ya era considerada una fotógrafa del surrealismo, pero también una de las primeras mujeres en convertirse al fotoperiodismo.
Los tiempos en Europa parecían oscuros para Kati, quien decidió ir hacia España en 1937. Instalada en Barcelona se reencontró con Robert Capa, con quien mantuvo una relación muy cercana y le ayudó a encontrarse también con sus ideales políticos.
A través de su lente retrató la cruenta Guerra Civil Española, con la que, dicen, hizo propaganda republicana hacia el exterior. Al menos eso pensaban quienes vieron en sus fotografías una amenaza al régimen. Entre la provincia valenciana, Aragón y Barcelona retrató también la vida cotidiana de los campos, de las fábricas y sus trabajadores, al mismo tiempo que lo hizo Tina Modotti. Muchas de sus fotografías terminaron publicadas en revistas con una fuerte tendencia hacia la izquierda política. El fascismo era algo de lo que Kati quería huir, pero la persiguió al menos durante toda su juventud. En esos años conoció a José Horna, un artista e ilustrador que trabajaba para revistas y prensa republicana. Su amor fue casi instantáneo, se casaron pronto, en 1938, y huyeron a París. Trabajaron juntos en algunas series fotográficas, collages y fotomontajes. La ciudad de la luz se encontraba entonces invadida por los alemanes. Sin papeles y o suficiente dinero, huyeron de nuevo con la cámara al hombro, los negativos en la maleta y la poca ropa que pudieron meter. Esta vez, el viaje sería mucho más largo.Cuando Kati llegó al puerto de Veracruz lo hizo en un barco de exiliados españoles con la vida y el pasado en las maletas. Ese octubre de 1939, Lázaro Cárdenas acogió entre 20 y 25 mil refugiados españoles, muchos de ellos intelectuales y científicos. Kati Horna se convirtió en una más. Se instaló en la Ciudad de México hasta el día de su muerte —el 19 de octubre del 2000— tal vez cansada de huir.
Durante sus primeros años en México, Horna conoció a Leonora Carrington, a Remedios Varo y Benjamin Péret, con quienes formó lazos de amistad importantes. Leonora, Remedios y Kati —todas parte del movimiento surrealista— se hacían llamar brujas y lanzaban hechizos artísticos que se convirtieron en colaboraciones de las dos pintoras y la fotógrafa, quienes se reunían seguido en una casa porfiriana pintada de rojo, en la calle de Tabasco en la Colonia Roma.Tras la muerte de su esposo José y de su amiga Remedios Varo, encontró en Leonora a una confidente cercana. Colaboraron juntas durante toda esta década en la construcción y fotografía de las piezas teatrales de Alejandro Jodorowsky, además de collages y fotomontajes. Durante esos años el lente de Kati documento las tradiciones mexicanas, de sus artistas, sus intelectuales y hasta de la arquitectura funcionalista que tomó la ciudad en aquellos años. Activa en la vida cultural de México y constantemente publicada en infinidad de revistas, algunas legendarias como S.nob y la revista de la UNAM; nunca buscó tener una exposición propia, ni hacerse publicidad, por lo que muchas de sus fotografías quedaron en el olvido. Desde su muerte, Ana María Norah Horna — su hija— ha cuidado el enorme archivo de su madre. El Fondo Kati Horna alberga más de 20 mil negativos. Desde ese día los homenajes y las exposiciones de esta misterioso fotógrafa han develado a una mujer que intentó borrar sus propias huellas. La única entrevista que otorgó fue en 1993, y se televisó, pero ese fue el único testimonio público de una larga vida dedicada a la fotografía, al arte y la docencia. Incluso su hija desconocía la cantidad de negativos que su madre dejaría a su poder, pues en 1985 Kati Horna ya había donado cerca de 6 mil fotografías al Instituto Nacional de Bellas Artes.Al final del curso que daba en la Academia de San Carlos, la fotógrafa decía: “La cámara no es un obstáculo, es uno mismo”.
*Fotografías vía Etherton Gallery.
La pionera del surrealismo en la fotografía murió el 19 de octubre del año 2000.
Cuándo Kati Horna (entonces de apellido Deutsch) huyó de Hungría en 1933, lo hizo con su cámara Rolleiflex al hombro. Llevaba también una maleta repleta de ropa, negativos y el recuerdo imaginado de su padre siendo arrestado por los nazis. Nunca lo vio partir, pero se lo contaron y eso bastó para que la escena se grabara en su mente. Apenas había llegado de Berlín, donde tomó algunos cursos de fotografía. Ante la situación, su madre le insistió que tomara otro con José Pecsi, a quien más tarde le llamaría “su maestro”. Todos sabían que Kati sería una fotógrafa talentosa. Lo mostraban ya sus primeros ejercicios. Con apenas 22 años llegó a París, donde gracias a su talento y a sus contactos, conoció al fotógrafo Robert Capa. Durante esos años, mientras experimentaba con la lente en las calles de un país ensombrecido por la constante amenaza de la guerra, consiguió uno de sus primeros trabajos con la compañía Agence Press Photo. Ahí explotó su talento en series donde muñecas y juguetes, mercados de pulgas y cafés fueron los protagonistas. Desde entonces, Kati Deutsch ya era considerada una fotógrafa del surrealismo, pero también una de las primeras mujeres en convertirse al fotoperiodismo.
Los tiempos en Europa parecían oscuros para Kati, quien decidió ir hacia España en 1937. Instalada en Barcelona se reencontró con Robert Capa, con quien mantuvo una relación muy cercana y le ayudó a encontrarse también con sus ideales políticos.
A través de su lente retrató la cruenta Guerra Civil Española, con la que, dicen, hizo propaganda republicana hacia el exterior. Al menos eso pensaban quienes vieron en sus fotografías una amenaza al régimen. Entre la provincia valenciana, Aragón y Barcelona retrató también la vida cotidiana de los campos, de las fábricas y sus trabajadores, al mismo tiempo que lo hizo Tina Modotti. Muchas de sus fotografías terminaron publicadas en revistas con una fuerte tendencia hacia la izquierda política. El fascismo era algo de lo que Kati quería huir, pero la persiguió al menos durante toda su juventud. En esos años conoció a José Horna, un artista e ilustrador que trabajaba para revistas y prensa republicana. Su amor fue casi instantáneo, se casaron pronto, en 1938, y huyeron a París. Trabajaron juntos en algunas series fotográficas, collages y fotomontajes. La ciudad de la luz se encontraba entonces invadida por los alemanes. Sin papeles y o suficiente dinero, huyeron de nuevo con la cámara al hombro, los negativos en la maleta y la poca ropa que pudieron meter. Esta vez, el viaje sería mucho más largo.Cuando Kati llegó al puerto de Veracruz lo hizo en un barco de exiliados españoles con la vida y el pasado en las maletas. Ese octubre de 1939, Lázaro Cárdenas acogió entre 20 y 25 mil refugiados españoles, muchos de ellos intelectuales y científicos. Kati Horna se convirtió en una más. Se instaló en la Ciudad de México hasta el día de su muerte —el 19 de octubre del 2000— tal vez cansada de huir.
Durante sus primeros años en México, Horna conoció a Leonora Carrington, a Remedios Varo y Benjamin Péret, con quienes formó lazos de amistad importantes. Leonora, Remedios y Kati —todas parte del movimiento surrealista— se hacían llamar brujas y lanzaban hechizos artísticos que se convirtieron en colaboraciones de las dos pintoras y la fotógrafa, quienes se reunían seguido en una casa porfiriana pintada de rojo, en la calle de Tabasco en la Colonia Roma.Tras la muerte de su esposo José y de su amiga Remedios Varo, encontró en Leonora a una confidente cercana. Colaboraron juntas durante toda esta década en la construcción y fotografía de las piezas teatrales de Alejandro Jodorowsky, además de collages y fotomontajes. Durante esos años el lente de Kati documento las tradiciones mexicanas, de sus artistas, sus intelectuales y hasta de la arquitectura funcionalista que tomó la ciudad en aquellos años. Activa en la vida cultural de México y constantemente publicada en infinidad de revistas, algunas legendarias como S.nob y la revista de la UNAM; nunca buscó tener una exposición propia, ni hacerse publicidad, por lo que muchas de sus fotografías quedaron en el olvido. Desde su muerte, Ana María Norah Horna — su hija— ha cuidado el enorme archivo de su madre. El Fondo Kati Horna alberga más de 20 mil negativos. Desde ese día los homenajes y las exposiciones de esta misterioso fotógrafa han develado a una mujer que intentó borrar sus propias huellas. La única entrevista que otorgó fue en 1993, y se televisó, pero ese fue el único testimonio público de una larga vida dedicada a la fotografía, al arte y la docencia. Incluso su hija desconocía la cantidad de negativos que su madre dejaría a su poder, pues en 1985 Kati Horna ya había donado cerca de 6 mil fotografías al Instituto Nacional de Bellas Artes.Al final del curso que daba en la Academia de San Carlos, la fotógrafa decía: “La cámara no es un obstáculo, es uno mismo”.
*Fotografías vía Etherton Gallery.
Cuándo Kati Horna (entonces de apellido Deutsch) huyó de Hungría en 1933, lo hizo con su cámara Rolleiflex al hombro. Llevaba también una maleta repleta de ropa, negativos y el recuerdo imaginado de su padre siendo arrestado por los nazis. Nunca lo vio partir, pero se lo contaron y eso bastó para que la escena se grabara en su mente. Apenas había llegado de Berlín, donde tomó algunos cursos de fotografía. Ante la situación, su madre le insistió que tomara otro con José Pecsi, a quien más tarde le llamaría “su maestro”. Todos sabían que Kati sería una fotógrafa talentosa. Lo mostraban ya sus primeros ejercicios. Con apenas 22 años llegó a París, donde gracias a su talento y a sus contactos, conoció al fotógrafo Robert Capa. Durante esos años, mientras experimentaba con la lente en las calles de un país ensombrecido por la constante amenaza de la guerra, consiguió uno de sus primeros trabajos con la compañía Agence Press Photo. Ahí explotó su talento en series donde muñecas y juguetes, mercados de pulgas y cafés fueron los protagonistas. Desde entonces, Kati Deutsch ya era considerada una fotógrafa del surrealismo, pero también una de las primeras mujeres en convertirse al fotoperiodismo.
Los tiempos en Europa parecían oscuros para Kati, quien decidió ir hacia España en 1937. Instalada en Barcelona se reencontró con Robert Capa, con quien mantuvo una relación muy cercana y le ayudó a encontrarse también con sus ideales políticos.
A través de su lente retrató la cruenta Guerra Civil Española, con la que, dicen, hizo propaganda republicana hacia el exterior. Al menos eso pensaban quienes vieron en sus fotografías una amenaza al régimen. Entre la provincia valenciana, Aragón y Barcelona retrató también la vida cotidiana de los campos, de las fábricas y sus trabajadores, al mismo tiempo que lo hizo Tina Modotti. Muchas de sus fotografías terminaron publicadas en revistas con una fuerte tendencia hacia la izquierda política. El fascismo era algo de lo que Kati quería huir, pero la persiguió al menos durante toda su juventud. En esos años conoció a José Horna, un artista e ilustrador que trabajaba para revistas y prensa republicana. Su amor fue casi instantáneo, se casaron pronto, en 1938, y huyeron a París. Trabajaron juntos en algunas series fotográficas, collages y fotomontajes. La ciudad de la luz se encontraba entonces invadida por los alemanes. Sin papeles y o suficiente dinero, huyeron de nuevo con la cámara al hombro, los negativos en la maleta y la poca ropa que pudieron meter. Esta vez, el viaje sería mucho más largo.Cuando Kati llegó al puerto de Veracruz lo hizo en un barco de exiliados españoles con la vida y el pasado en las maletas. Ese octubre de 1939, Lázaro Cárdenas acogió entre 20 y 25 mil refugiados españoles, muchos de ellos intelectuales y científicos. Kati Horna se convirtió en una más. Se instaló en la Ciudad de México hasta el día de su muerte —el 19 de octubre del 2000— tal vez cansada de huir.
Durante sus primeros años en México, Horna conoció a Leonora Carrington, a Remedios Varo y Benjamin Péret, con quienes formó lazos de amistad importantes. Leonora, Remedios y Kati —todas parte del movimiento surrealista— se hacían llamar brujas y lanzaban hechizos artísticos que se convirtieron en colaboraciones de las dos pintoras y la fotógrafa, quienes se reunían seguido en una casa porfiriana pintada de rojo, en la calle de Tabasco en la Colonia Roma.Tras la muerte de su esposo José y de su amiga Remedios Varo, encontró en Leonora a una confidente cercana. Colaboraron juntas durante toda esta década en la construcción y fotografía de las piezas teatrales de Alejandro Jodorowsky, además de collages y fotomontajes. Durante esos años el lente de Kati documento las tradiciones mexicanas, de sus artistas, sus intelectuales y hasta de la arquitectura funcionalista que tomó la ciudad en aquellos años. Activa en la vida cultural de México y constantemente publicada en infinidad de revistas, algunas legendarias como S.nob y la revista de la UNAM; nunca buscó tener una exposición propia, ni hacerse publicidad, por lo que muchas de sus fotografías quedaron en el olvido. Desde su muerte, Ana María Norah Horna — su hija— ha cuidado el enorme archivo de su madre. El Fondo Kati Horna alberga más de 20 mil negativos. Desde ese día los homenajes y las exposiciones de esta misterioso fotógrafa han develado a una mujer que intentó borrar sus propias huellas. La única entrevista que otorgó fue en 1993, y se televisó, pero ese fue el único testimonio público de una larga vida dedicada a la fotografía, al arte y la docencia. Incluso su hija desconocía la cantidad de negativos que su madre dejaría a su poder, pues en 1985 Kati Horna ya había donado cerca de 6 mil fotografías al Instituto Nacional de Bellas Artes.Al final del curso que daba en la Academia de San Carlos, la fotógrafa decía: “La cámara no es un obstáculo, es uno mismo”.
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