Black Canvas es un festival de resistencia para el cine

El 7.º festival Black Canvas expande y cuestiona las imágenes del cine

Del 29 de septiembre al 8 de octubre se lleva a cabo uno de los eventos más importantes para la cinefilia de la Ciudad de México, que incluye películas esenciales de maestros contemporáneos como Radu Jude, Tsai Ming-liang, Lisandro Alonso, Peter Kubelka y más.

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Como lo demuestran las recientes huelgas de escritores y actores en Hollywood, cada vez hay menos lugar para la autonomía en la industria cinematográfica. Los sindicatos estadounidenses pararon las producciones por el temor a la inteligencia artificial, que pronto podría sustituir a sus agremiados escribiendo programas y películas, o actuando en ellos, pero no de mejor forma, sino a precio más bajo. No sería mucho peor el codicioso remedio que la enfermedad enquistada en productoras de por sí dedicadas a la copia y el reciclaje.

Otra evidencia de nuestro tiempo alérgico al riesgo es la renuncia forzada de Carlo Chatrian, ahora exdirector de la Berlinale, cuyo estilo de programación permitió darle un Oso de Oro al más revoltoso y original de los cineastas contemporáneos, Radu Jude. La película por la que lo ganó, Bad luck banging or loony porn (2021), es uno de los triunfos contemporáneos del cine debido a su antifascismo, expresado mediante un desorden cuidadosamente organizado para concluir que el acto de mostrar —incluso de más— es una forma de combatir los imaginarios censurados. ¿Podrá Berlín premiar otra vez una película así, ahora que desea ser otra antesala del Oscar, como Venecia?

Festival de Cine Black Canvas

La palisiada, de Philip Sotnychenko (2023), se podrá ver en el Festival de Cine Black Canvas.

No importa tanto la respuesta —probablemente sea “no”—, sino proteger los espacios en resistencia que todavía programarán a Jude y a otros cineastas como él: Tsai Ming-liang, Jodie Mack, Sofia Bohdanowicz, Lisandro Alonso. En la Ciudad de México, Black Canvas es uno de los refugios principales para estas filmografías a la vanguardia. Entre el 29 de septiembre y el 8 de octubre, este festival de cine estará proyectando algunas de las películas más importantes del año, es decir, no lo más complaciente o lo más popular, sino aquello a la búsqueda de un cine nuevo. Por ello, el programa abarca desde un inescrutable viaje a través de la memoria y dos crímenes, La palisiada (2023), del debutante cineasta ucraniano Philip Sotnychenko, hasta un foco al cine cuántico de Heinz Emigholz, que suele mostrarnos a personajes conversando sobre el mundo contemporáneo mientras los espacios a su alrededor cambian de forma. ¿Es cada escena de Emigholz una variación de la misma conversación en distintos universos posibles? Importa saberlo y no, porque las respuestas que podamos dar como espectadores son concluyentes, todas de la misma forma, ante obras así de misteriosas.

Festival de Cine Black Canvas.

The Holy Bunch, de Heinz Emigholz (1991), se presenta en el Festival de Cine Black Canvas.

Volviendo a Jude, es fundamental decir que vuelve a Black Canvas con otra de las grandes películas contemporáneas: Do not expect too much from the end of the world (2023), cuya trama sigue a una asistente de producción rumana que funge también como entrevistadora, chofer y más mientras colabora en un documental de seguridad para una compañía nada menos que malévola. Angela (Ilinca Manolache) es además una celebridad de TikTok que usa filtros para verse como un hombre mientras da satíricas opiniones machistas y ultranacionalistas que su público no siempre logra captar como irónicas. Jude parece preguntarnos, sobre todo en el último y larguísimo plano en el que una familia es filmada para el documental que asiste Angela, qué significan las imágenes en nuestro mundo hipermediatizado si, al ser producto de voluntades con poder, no nos ayudan a ver más, sino menos.

Otras películas en el programa de Black Canvas nos regresan a la idea del misterio bajo un concepto propio del romanticismo: durante el auge de este movimiento en el siglo XVIII regresó la noción de lo sublime, que los griegos imprimían en su teatro y que Aristóteles parece haber identificado al hablar de la catarsis que producía la tragedia. Lo sublime es aquello que inspira no solo una conmoción desbordada, sino una especie de terror benigno producido por la inmensidad del mundo, que por vasto insinúa lo divino: solo un dios pudo haber creado tanta y tan abrumadora belleza. En la posmodernidad, tan distante de las verdades monolíticas del pasado, el concepto ya no tiene la misma importancia, pero parece haber encontrado una pequeña casa en las filmografías minimalistas que captan milagros en los detalles de la cotidianidad.

Una de las filmografías más importantes en este sentido es la del taiwanés Tsai Ming-liang, que en Walker, su serie de cortometrajes y largos, ha mostrado a su actor de siempre, Lee Kang-sheng, disfrazado de monje budista y caminando a un paso glacial en distintas ciudades del mundo mientras los habitantes de cada lugar lo rebasan una y otra vez. Tienen el mismo peso el performance de Lee —que con su lentitud subraya la velocidad de nuestros tiempos— y las imágenes de Tsai, que no solo capturan a Lee, sino que se lanzan a la búsqueda de algo más: la luz, los encuadres sugieren una presencia inexplicable y discreta pero perceptible, insisto, divina. Where (2023) es el nuevo episodio de esta tradición, situado en los alrededores del Centro Georges Pompidou, en París, pero la similitud con sus predecesoras no se debe a que Tsai sea perezoso o repetitivo, sino a que desea continuar el largo paseo de su protagonista por toda la Tierra y darnos la impresión de que no puede terminar nunca: a pesar de nuestras distracciones hay algo entre nosotros que nos recuerda la naturaleza contemplativa de la humanidad.

Festival de Cine Black Canvas

Where, de Tsai Ming-liang (2023), en el Festival de Cine Black Canvas.

Esta misma fe tiene un lugar más explícito en la película vietnamita Inside the yellow cocoon shell (2023), dirigida por Pham Thien An, quien debuta en largometraje con una pieza madura, asombrosa. La trama se concentra en un joven que recorre los campos de Vietnam para encontrar a su hermano, el padre de su sobrino, quien quedó bajo su cuidado tras un accidente. Pham elude el melodrama familiar prometido por la sinopsis al observar imágenes de lo sublime en los paisajes y en momentos tan conmovedores como el encuentro del protagonista con un nido de mariposas en una carretera. La fe es abordada directamente en conversaciones que abandonan lo teológico, en favor de una inocencia aparentemente perdida en nuestras sociedades —las mismas que describe Tsai—, pero incrustada en nuestras preguntas sobre la existencia de un dios.

La película inaugural, Eureka (2023), es otro viaje, pero en esta ocasión se desenvuelve a través del montaje cinematográfico y de varias partes del mundo. El maestro argentino Lisandro Alonso vuelve casi diez años después de Jauja (2014) con una trampa maravillosa que al inicio parece, como su antecesora, un western, aunque esta vez más apegado al canon. Viggo Mortensen es un pistolero que llega a un pueblo a cobrar vidas y después dinero; sin embargo, a menudo parecen robarle la atención imágenes de indígenas norteamericanos que poco a poco se van apoderando de la película, la cual llega a cambiar de estilo, de trama y de protagonistas un par de veces. Los temas de Alonso se expresan en las imágenes casi sin diálogo, que contienen la exotización y la miseria en que viven los indígenas en las reservas estadounidenses, donde se desbordan la pobreza y la adicción. Pero también hay otros planos en los que recurre, de nuevo, lo sublime: junglas llenas de vida y una cigüeña que atraviesa el mundo, como el sacerdote de Tsai, sugiriendo algo más que un animal viajante: un mensajero de otro lado.

Eureka, de Lisandro Alonso (2023), en el Festival de Cine Black Canvas.

Para terminar este pequeño retrato de las aventuras cinematográficas que propone Black Canvas faltaría hablar de la retrospectiva del magnífico cineasta experimental austriaco Peter Kubelka, que hace del mundo un significado complejo en cortometrajes como Our trip to Africa (1966). Originalmente comisionada para narrar un viaje de cacería, la película se voltea contra sus productores al mostrar la crueldad de las clases acomodadas de Europa, enfatizando las imágenes más violentas y describiendo así no una vacación, sino una carnicería. Schwechater (1958), de poco más de un minuto de duración, convierte lo que iba a ser un comercial de cerveza en una abstracción total y logra hacer frente a la cultura capitalista que somete a las imágenes.

Kubelka precede formidablemente la crítica de Jude y los misterios sublimes de los demás cineastas en Black Canvas, y hace la invitación más definitiva para que abandonemos siquiera un rato, unos días, la noción de que el cine es una mera complacencia y estiremos las expectativas de nuestra imaginación.

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