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<i>Nostalgia</i> de los sueños

<i>Nostalgia</i> de los sueños

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
04
.
02
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En la novela gráfica <i>Ghetto Butterfly</i> (2024), el artista gráfico Gabriel Mariño relata la historia de un migrante cuya obra estuvo a punto de ser olvidada en las calles de Berlín.

Sufro de nostalgia. No es fácil dejar el país de nacimiento, sus calles, su comida, la gente, el idioma o el clima. Va más allá de lo físico y se experimenta en la sensación del entendimiento sobre lo que te rodea. En medio de un contexto donde vuelven a surgir discursos xenófobos, con la segunda llegada de Donald Trump al poder, y de señales fascistas de magnates como Elon Musk, el sueño del migrante puede convertirse en pesadilla con solo un parpadeo.

Migrar a veces sucede por elección y otras, por supervivencia. Permanecí en México desde mi nacimiento hasta finales de 2018, cuando migré a Berlín por elección. Era un sueño pueril que cobraba fuerza cuando viajaba al extranjero y caminaba lejos de las áreas turísticas, por calles repletas de casas. Fantaseaba sobre cómo sería vivir con ellos, frecuentar sus bares, compartir sus conflictos, su día a día.

Una experiencia es soñar y la otra es vivir el sueño, encarnarlo y sostener la mirada, percibir sus texturas, suaves y ríspidas: una realidad desafiante tan dulce como amarga. Aunque, por otro lado, ¿quién desea una vida sin retos? ¿Quién vive sin soñar?

Al migrar, las sensaciones de pertenencia y familiaridad se disuelven hasta convertirse en una tensión omnipresente: a veces pequeña y otras, monstruosa del extraño que trata de hacer suya a la ciudad. How many miles will it take / To see the sun / And how many years until it's done / Kiss my confusion away in the night / Lay by side when the morning comes, escribiría el músico Leon Russell para compartir las sensaciones de quien transita a miles de kilómetros del lugar llamado casa. El miedo es acompañado por la vergüenza, la falla constante, las palabras equivocadas, la pronunciación incorrecta, el cambio mal recibido, la compra errónea, la dirección no encontrada, un chiste incomprensible.  

Te recomendamos leer: "Emilia Pérez" o de cómo el imaginario colonialista caricaturiza la violencia

Entre los más de 258 millones de migrantes mundiales, al hablar no te escuchas, no te escuchan, tu voz se esconde dentro de ti, se guarda en tu garganta y le cuesta mucho trabajo salir. Los ojos del mundo están puestos en la migración, desde diferentes enfoques; sin embargo, el planeta observa, estudia, reacciona, sufre y goza el fenómeno. Debemos provocar que las voces salgan, palabra a palabra y contra cualquier “ismo”, pero hay que lograr que salga.

Donde nace la nostalgia  

En 1688, el  médico suizo Johannes Hofer acuñó la palabra nostalgia como el nombre de una enfermedad, y posteriormente se utilizó como término común para describir un sentimiento. Se deriva del griego nostos (regreso a casa) y algos (dolor). Podríamos definir este misterioso padecimiento como una especie de dolor patológico por el retorno a casa. Hofer describió un trastorno similar a la melancolía que afectaba a los mercenarios suizos enviados lejos de su tierra natal para combatir al servicio de una potencia extranjera. Algunos de los síntomas eran fiebre, indigestión, desmayos, languidez y pulso irregular. Llamó a esta condición nostalgia o mal del hogar (heimweh, en alemán). 

Uno pierde muchos afectos al migrar. Entiendo a los mercenarios suizos que sufrían de nostalgia,  comprendo su padecimiento y aunque seamos de épocas diferentes, nos hermana. Aunque, uno gana también otros afectos al migrar: sentirse hermanado, comprender y ser comprendido por extraños y extrañas, vivos y muertos. Uno gana la oportunidad de empezar de nuevo.  

Con el tiempo la mirada se estira y ensancha a golpe de observar lo nuevo. El oído se afina a base de escuchar lo novedoso. El migrante se ve atravesado perpetuamente por sentimientos de arraigo y desarraigo, de emoción por lo que conocerá y nostalgia por lo dejado atrás. No deseo curar mi nostalgia; me gusta, me sirve, la uso y no quiero combatirla, pero tampoco la busco incansablemente. No quiero permitirle que tome las riendas de mi ser, solo coexistir con ella de manera pacífica. Por ello, evito cultivarla en exceso y rechazo una visión irreal de mi pasado, pues correría el riesgo de volverse un obstáculo para disfrutar mi presente.  

En esas circunstancias hallé medios para canalizar dichas emociones a través de la creatividad, el dibujo, la fotografía y la escritura de guiones cinematográficos que quizá nunca sean filmados. La imaginación ayuda a conectar lo aparentemente inconexo. Toda mi vida he sentido una atracción indescifrable hacia los cómics. Crecí con ellos. Transmiten emociones, reflexiones, atmósferas e historias que nunca dejaron de perseguirme.

Te podría interesar: Gutulatus: radiografía de una foto de caballito de mar

La pandemia me sirvió para acercarme a un taller de creación de cómics con foto fija. Ese aprendizaje me sirvió para configurar un mapa donde las experiencias migrantes habitaran. Ghetto Butterfly (2024) es el resultado de abrir bien los ojos y los oídos a experiencias inéditas. 

Algo similar sucede cuando uno observa una montaña grande y empinada, de pronto surge la valentía. Al permanecer en dicha tensión, percibí detalles que antes me pasaban inadvertidos cuando caminaba por las calles de mi antiguo barrio, como le ocurre a Markus, protagonista de esta novela gráfica y artista gráfico que nació en Brasil, creció en Luxemburgo y luego se mudó a Berlín. Las obras de este migrante aparecían por doquier: en letreros, postes, aceras. Sin embargo, la nostalgia que lo habitaba lo consumió poco a poco.

Eran finales de enero, casi en esta misma época, pero hace un par de años, cuando lo vi por última vez. Personajes como Markus quizá existan muchos o muy pocos, pero fui testigo de su paso por este mundo. Recogí sus huellas y cuando me enteré de su muerte salí a tomar las fotografías que dieron vida y forma a Ghetto Butterfly. Se trata de imágenes que incluso ahora, al escribir este artículo, aún construyen una realidad que alguna vez fue un sueño.

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En la novela gráfica <i>Ghetto Butterfly</i> (2024), el artista gráfico Gabriel Mariño relata la historia de un migrante cuya obra estuvo a punto de ser olvidada en las calles de Berlín.

Sufro de nostalgia. No es fácil dejar el país de nacimiento, sus calles, su comida, la gente, el idioma o el clima. Va más allá de lo físico y se experimenta en la sensación del entendimiento sobre lo que te rodea. En medio de un contexto donde vuelven a surgir discursos xenófobos, con la segunda llegada de Donald Trump al poder, y de señales fascistas de magnates como Elon Musk, el sueño del migrante puede convertirse en pesadilla con solo un parpadeo.

Migrar a veces sucede por elección y otras, por supervivencia. Permanecí en México desde mi nacimiento hasta finales de 2018, cuando migré a Berlín por elección. Era un sueño pueril que cobraba fuerza cuando viajaba al extranjero y caminaba lejos de las áreas turísticas, por calles repletas de casas. Fantaseaba sobre cómo sería vivir con ellos, frecuentar sus bares, compartir sus conflictos, su día a día.

Una experiencia es soñar y la otra es vivir el sueño, encarnarlo y sostener la mirada, percibir sus texturas, suaves y ríspidas: una realidad desafiante tan dulce como amarga. Aunque, por otro lado, ¿quién desea una vida sin retos? ¿Quién vive sin soñar?

Al migrar, las sensaciones de pertenencia y familiaridad se disuelven hasta convertirse en una tensión omnipresente: a veces pequeña y otras, monstruosa del extraño que trata de hacer suya a la ciudad. How many miles will it take / To see the sun / And how many years until it's done / Kiss my confusion away in the night / Lay by side when the morning comes, escribiría el músico Leon Russell para compartir las sensaciones de quien transita a miles de kilómetros del lugar llamado casa. El miedo es acompañado por la vergüenza, la falla constante, las palabras equivocadas, la pronunciación incorrecta, el cambio mal recibido, la compra errónea, la dirección no encontrada, un chiste incomprensible.  

Te recomendamos leer: "Emilia Pérez" o de cómo el imaginario colonialista caricaturiza la violencia

Entre los más de 258 millones de migrantes mundiales, al hablar no te escuchas, no te escuchan, tu voz se esconde dentro de ti, se guarda en tu garganta y le cuesta mucho trabajo salir. Los ojos del mundo están puestos en la migración, desde diferentes enfoques; sin embargo, el planeta observa, estudia, reacciona, sufre y goza el fenómeno. Debemos provocar que las voces salgan, palabra a palabra y contra cualquier “ismo”, pero hay que lograr que salga.

Donde nace la nostalgia  

En 1688, el  médico suizo Johannes Hofer acuñó la palabra nostalgia como el nombre de una enfermedad, y posteriormente se utilizó como término común para describir un sentimiento. Se deriva del griego nostos (regreso a casa) y algos (dolor). Podríamos definir este misterioso padecimiento como una especie de dolor patológico por el retorno a casa. Hofer describió un trastorno similar a la melancolía que afectaba a los mercenarios suizos enviados lejos de su tierra natal para combatir al servicio de una potencia extranjera. Algunos de los síntomas eran fiebre, indigestión, desmayos, languidez y pulso irregular. Llamó a esta condición nostalgia o mal del hogar (heimweh, en alemán). 

Uno pierde muchos afectos al migrar. Entiendo a los mercenarios suizos que sufrían de nostalgia,  comprendo su padecimiento y aunque seamos de épocas diferentes, nos hermana. Aunque, uno gana también otros afectos al migrar: sentirse hermanado, comprender y ser comprendido por extraños y extrañas, vivos y muertos. Uno gana la oportunidad de empezar de nuevo.  

Con el tiempo la mirada se estira y ensancha a golpe de observar lo nuevo. El oído se afina a base de escuchar lo novedoso. El migrante se ve atravesado perpetuamente por sentimientos de arraigo y desarraigo, de emoción por lo que conocerá y nostalgia por lo dejado atrás. No deseo curar mi nostalgia; me gusta, me sirve, la uso y no quiero combatirla, pero tampoco la busco incansablemente. No quiero permitirle que tome las riendas de mi ser, solo coexistir con ella de manera pacífica. Por ello, evito cultivarla en exceso y rechazo una visión irreal de mi pasado, pues correría el riesgo de volverse un obstáculo para disfrutar mi presente.  

En esas circunstancias hallé medios para canalizar dichas emociones a través de la creatividad, el dibujo, la fotografía y la escritura de guiones cinematográficos que quizá nunca sean filmados. La imaginación ayuda a conectar lo aparentemente inconexo. Toda mi vida he sentido una atracción indescifrable hacia los cómics. Crecí con ellos. Transmiten emociones, reflexiones, atmósferas e historias que nunca dejaron de perseguirme.

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La pandemia me sirvió para acercarme a un taller de creación de cómics con foto fija. Ese aprendizaje me sirvió para configurar un mapa donde las experiencias migrantes habitaran. Ghetto Butterfly (2024) es el resultado de abrir bien los ojos y los oídos a experiencias inéditas. 

Algo similar sucede cuando uno observa una montaña grande y empinada, de pronto surge la valentía. Al permanecer en dicha tensión, percibí detalles que antes me pasaban inadvertidos cuando caminaba por las calles de mi antiguo barrio, como le ocurre a Markus, protagonista de esta novela gráfica y artista gráfico que nació en Brasil, creció en Luxemburgo y luego se mudó a Berlín. Las obras de este migrante aparecían por doquier: en letreros, postes, aceras. Sin embargo, la nostalgia que lo habitaba lo consumió poco a poco.

Eran finales de enero, casi en esta misma época, pero hace un par de años, cuando lo vi por última vez. Personajes como Markus quizá existan muchos o muy pocos, pero fui testigo de su paso por este mundo. Recogí sus huellas y cuando me enteré de su muerte salí a tomar las fotografías que dieron vida y forma a Ghetto Butterfly. Se trata de imágenes que incluso ahora, al escribir este artículo, aún construyen una realidad que alguna vez fue un sueño.

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En la novela gráfica <i>Ghetto Butterfly</i> (2024), el artista gráfico Gabriel Mariño relata la historia de un migrante cuya obra estuvo a punto de ser olvidada en las calles de Berlín.

Sufro de nostalgia. No es fácil dejar el país de nacimiento, sus calles, su comida, la gente, el idioma o el clima. Va más allá de lo físico y se experimenta en la sensación del entendimiento sobre lo que te rodea. En medio de un contexto donde vuelven a surgir discursos xenófobos, con la segunda llegada de Donald Trump al poder, y de señales fascistas de magnates como Elon Musk, el sueño del migrante puede convertirse en pesadilla con solo un parpadeo.

Migrar a veces sucede por elección y otras, por supervivencia. Permanecí en México desde mi nacimiento hasta finales de 2018, cuando migré a Berlín por elección. Era un sueño pueril que cobraba fuerza cuando viajaba al extranjero y caminaba lejos de las áreas turísticas, por calles repletas de casas. Fantaseaba sobre cómo sería vivir con ellos, frecuentar sus bares, compartir sus conflictos, su día a día.

Una experiencia es soñar y la otra es vivir el sueño, encarnarlo y sostener la mirada, percibir sus texturas, suaves y ríspidas: una realidad desafiante tan dulce como amarga. Aunque, por otro lado, ¿quién desea una vida sin retos? ¿Quién vive sin soñar?

Al migrar, las sensaciones de pertenencia y familiaridad se disuelven hasta convertirse en una tensión omnipresente: a veces pequeña y otras, monstruosa del extraño que trata de hacer suya a la ciudad. How many miles will it take / To see the sun / And how many years until it's done / Kiss my confusion away in the night / Lay by side when the morning comes, escribiría el músico Leon Russell para compartir las sensaciones de quien transita a miles de kilómetros del lugar llamado casa. El miedo es acompañado por la vergüenza, la falla constante, las palabras equivocadas, la pronunciación incorrecta, el cambio mal recibido, la compra errónea, la dirección no encontrada, un chiste incomprensible.  

Te recomendamos leer: "Emilia Pérez" o de cómo el imaginario colonialista caricaturiza la violencia

Entre los más de 258 millones de migrantes mundiales, al hablar no te escuchas, no te escuchan, tu voz se esconde dentro de ti, se guarda en tu garganta y le cuesta mucho trabajo salir. Los ojos del mundo están puestos en la migración, desde diferentes enfoques; sin embargo, el planeta observa, estudia, reacciona, sufre y goza el fenómeno. Debemos provocar que las voces salgan, palabra a palabra y contra cualquier “ismo”, pero hay que lograr que salga.

Donde nace la nostalgia  

En 1688, el  médico suizo Johannes Hofer acuñó la palabra nostalgia como el nombre de una enfermedad, y posteriormente se utilizó como término común para describir un sentimiento. Se deriva del griego nostos (regreso a casa) y algos (dolor). Podríamos definir este misterioso padecimiento como una especie de dolor patológico por el retorno a casa. Hofer describió un trastorno similar a la melancolía que afectaba a los mercenarios suizos enviados lejos de su tierra natal para combatir al servicio de una potencia extranjera. Algunos de los síntomas eran fiebre, indigestión, desmayos, languidez y pulso irregular. Llamó a esta condición nostalgia o mal del hogar (heimweh, en alemán). 

Uno pierde muchos afectos al migrar. Entiendo a los mercenarios suizos que sufrían de nostalgia,  comprendo su padecimiento y aunque seamos de épocas diferentes, nos hermana. Aunque, uno gana también otros afectos al migrar: sentirse hermanado, comprender y ser comprendido por extraños y extrañas, vivos y muertos. Uno gana la oportunidad de empezar de nuevo.  

Con el tiempo la mirada se estira y ensancha a golpe de observar lo nuevo. El oído se afina a base de escuchar lo novedoso. El migrante se ve atravesado perpetuamente por sentimientos de arraigo y desarraigo, de emoción por lo que conocerá y nostalgia por lo dejado atrás. No deseo curar mi nostalgia; me gusta, me sirve, la uso y no quiero combatirla, pero tampoco la busco incansablemente. No quiero permitirle que tome las riendas de mi ser, solo coexistir con ella de manera pacífica. Por ello, evito cultivarla en exceso y rechazo una visión irreal de mi pasado, pues correría el riesgo de volverse un obstáculo para disfrutar mi presente.  

En esas circunstancias hallé medios para canalizar dichas emociones a través de la creatividad, el dibujo, la fotografía y la escritura de guiones cinematográficos que quizá nunca sean filmados. La imaginación ayuda a conectar lo aparentemente inconexo. Toda mi vida he sentido una atracción indescifrable hacia los cómics. Crecí con ellos. Transmiten emociones, reflexiones, atmósferas e historias que nunca dejaron de perseguirme.

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La pandemia me sirvió para acercarme a un taller de creación de cómics con foto fija. Ese aprendizaje me sirvió para configurar un mapa donde las experiencias migrantes habitaran. Ghetto Butterfly (2024) es el resultado de abrir bien los ojos y los oídos a experiencias inéditas. 

Algo similar sucede cuando uno observa una montaña grande y empinada, de pronto surge la valentía. Al permanecer en dicha tensión, percibí detalles que antes me pasaban inadvertidos cuando caminaba por las calles de mi antiguo barrio, como le ocurre a Markus, protagonista de esta novela gráfica y artista gráfico que nació en Brasil, creció en Luxemburgo y luego se mudó a Berlín. Las obras de este migrante aparecían por doquier: en letreros, postes, aceras. Sin embargo, la nostalgia que lo habitaba lo consumió poco a poco.

Eran finales de enero, casi en esta misma época, pero hace un par de años, cuando lo vi por última vez. Personajes como Markus quizá existan muchos o muy pocos, pero fui testigo de su paso por este mundo. Recogí sus huellas y cuando me enteré de su muerte salí a tomar las fotografías que dieron vida y forma a Ghetto Butterfly. Se trata de imágenes que incluso ahora, al escribir este artículo, aún construyen una realidad que alguna vez fue un sueño.

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Sufro de nostalgia. No es fácil dejar el país de nacimiento, sus calles, su comida, la gente, el idioma o el clima. Va más allá de lo físico y se experimenta en la sensación del entendimiento sobre lo que te rodea. En medio de un contexto donde vuelven a surgir discursos xenófobos, con la segunda llegada de Donald Trump al poder, y de señales fascistas de magnates como Elon Musk, el sueño del migrante puede convertirse en pesadilla con solo un parpadeo.

Migrar a veces sucede por elección y otras, por supervivencia. Permanecí en México desde mi nacimiento hasta finales de 2018, cuando migré a Berlín por elección. Era un sueño pueril que cobraba fuerza cuando viajaba al extranjero y caminaba lejos de las áreas turísticas, por calles repletas de casas. Fantaseaba sobre cómo sería vivir con ellos, frecuentar sus bares, compartir sus conflictos, su día a día.

Una experiencia es soñar y la otra es vivir el sueño, encarnarlo y sostener la mirada, percibir sus texturas, suaves y ríspidas: una realidad desafiante tan dulce como amarga. Aunque, por otro lado, ¿quién desea una vida sin retos? ¿Quién vive sin soñar?

Al migrar, las sensaciones de pertenencia y familiaridad se disuelven hasta convertirse en una tensión omnipresente: a veces pequeña y otras, monstruosa del extraño que trata de hacer suya a la ciudad. How many miles will it take / To see the sun / And how many years until it's done / Kiss my confusion away in the night / Lay by side when the morning comes, escribiría el músico Leon Russell para compartir las sensaciones de quien transita a miles de kilómetros del lugar llamado casa. El miedo es acompañado por la vergüenza, la falla constante, las palabras equivocadas, la pronunciación incorrecta, el cambio mal recibido, la compra errónea, la dirección no encontrada, un chiste incomprensible.  

Te recomendamos leer: "Emilia Pérez" o de cómo el imaginario colonialista caricaturiza la violencia

Entre los más de 258 millones de migrantes mundiales, al hablar no te escuchas, no te escuchan, tu voz se esconde dentro de ti, se guarda en tu garganta y le cuesta mucho trabajo salir. Los ojos del mundo están puestos en la migración, desde diferentes enfoques; sin embargo, el planeta observa, estudia, reacciona, sufre y goza el fenómeno. Debemos provocar que las voces salgan, palabra a palabra y contra cualquier “ismo”, pero hay que lograr que salga.

Donde nace la nostalgia  

En 1688, el  médico suizo Johannes Hofer acuñó la palabra nostalgia como el nombre de una enfermedad, y posteriormente se utilizó como término común para describir un sentimiento. Se deriva del griego nostos (regreso a casa) y algos (dolor). Podríamos definir este misterioso padecimiento como una especie de dolor patológico por el retorno a casa. Hofer describió un trastorno similar a la melancolía que afectaba a los mercenarios suizos enviados lejos de su tierra natal para combatir al servicio de una potencia extranjera. Algunos de los síntomas eran fiebre, indigestión, desmayos, languidez y pulso irregular. Llamó a esta condición nostalgia o mal del hogar (heimweh, en alemán). 

Uno pierde muchos afectos al migrar. Entiendo a los mercenarios suizos que sufrían de nostalgia,  comprendo su padecimiento y aunque seamos de épocas diferentes, nos hermana. Aunque, uno gana también otros afectos al migrar: sentirse hermanado, comprender y ser comprendido por extraños y extrañas, vivos y muertos. Uno gana la oportunidad de empezar de nuevo.  

Con el tiempo la mirada se estira y ensancha a golpe de observar lo nuevo. El oído se afina a base de escuchar lo novedoso. El migrante se ve atravesado perpetuamente por sentimientos de arraigo y desarraigo, de emoción por lo que conocerá y nostalgia por lo dejado atrás. No deseo curar mi nostalgia; me gusta, me sirve, la uso y no quiero combatirla, pero tampoco la busco incansablemente. No quiero permitirle que tome las riendas de mi ser, solo coexistir con ella de manera pacífica. Por ello, evito cultivarla en exceso y rechazo una visión irreal de mi pasado, pues correría el riesgo de volverse un obstáculo para disfrutar mi presente.  

En esas circunstancias hallé medios para canalizar dichas emociones a través de la creatividad, el dibujo, la fotografía y la escritura de guiones cinematográficos que quizá nunca sean filmados. La imaginación ayuda a conectar lo aparentemente inconexo. Toda mi vida he sentido una atracción indescifrable hacia los cómics. Crecí con ellos. Transmiten emociones, reflexiones, atmósferas e historias que nunca dejaron de perseguirme.

Te podría interesar: Gutulatus: radiografía de una foto de caballito de mar

La pandemia me sirvió para acercarme a un taller de creación de cómics con foto fija. Ese aprendizaje me sirvió para configurar un mapa donde las experiencias migrantes habitaran. Ghetto Butterfly (2024) es el resultado de abrir bien los ojos y los oídos a experiencias inéditas. 

Algo similar sucede cuando uno observa una montaña grande y empinada, de pronto surge la valentía. Al permanecer en dicha tensión, percibí detalles que antes me pasaban inadvertidos cuando caminaba por las calles de mi antiguo barrio, como le ocurre a Markus, protagonista de esta novela gráfica y artista gráfico que nació en Brasil, creció en Luxemburgo y luego se mudó a Berlín. Las obras de este migrante aparecían por doquier: en letreros, postes, aceras. Sin embargo, la nostalgia que lo habitaba lo consumió poco a poco.

Eran finales de enero, casi en esta misma época, pero hace un par de años, cuando lo vi por última vez. Personajes como Markus quizá existan muchos o muy pocos, pero fui testigo de su paso por este mundo. Recogí sus huellas y cuando me enteré de su muerte salí a tomar las fotografías que dieron vida y forma a Ghetto Butterfly. Se trata de imágenes que incluso ahora, al escribir este artículo, aún construyen una realidad que alguna vez fue un sueño.

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En la novela gráfica <i>Ghetto Butterfly</i> (2024), el artista gráfico Gabriel Mariño relata la historia de un migrante cuya obra estuvo a punto de ser olvidada en las calles de Berlín.

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Sufro de nostalgia. No es fácil dejar el país de nacimiento, sus calles, su comida, la gente, el idioma o el clima. Va más allá de lo físico y se experimenta en la sensación del entendimiento sobre lo que te rodea. En medio de un contexto donde vuelven a surgir discursos xenófobos, con la segunda llegada de Donald Trump al poder, y de señales fascistas de magnates como Elon Musk, el sueño del migrante puede convertirse en pesadilla con solo un parpadeo.

Migrar a veces sucede por elección y otras, por supervivencia. Permanecí en México desde mi nacimiento hasta finales de 2018, cuando migré a Berlín por elección. Era un sueño pueril que cobraba fuerza cuando viajaba al extranjero y caminaba lejos de las áreas turísticas, por calles repletas de casas. Fantaseaba sobre cómo sería vivir con ellos, frecuentar sus bares, compartir sus conflictos, su día a día.

Una experiencia es soñar y la otra es vivir el sueño, encarnarlo y sostener la mirada, percibir sus texturas, suaves y ríspidas: una realidad desafiante tan dulce como amarga. Aunque, por otro lado, ¿quién desea una vida sin retos? ¿Quién vive sin soñar?

Al migrar, las sensaciones de pertenencia y familiaridad se disuelven hasta convertirse en una tensión omnipresente: a veces pequeña y otras, monstruosa del extraño que trata de hacer suya a la ciudad. How many miles will it take / To see the sun / And how many years until it's done / Kiss my confusion away in the night / Lay by side when the morning comes, escribiría el músico Leon Russell para compartir las sensaciones de quien transita a miles de kilómetros del lugar llamado casa. El miedo es acompañado por la vergüenza, la falla constante, las palabras equivocadas, la pronunciación incorrecta, el cambio mal recibido, la compra errónea, la dirección no encontrada, un chiste incomprensible.  

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Entre los más de 258 millones de migrantes mundiales, al hablar no te escuchas, no te escuchan, tu voz se esconde dentro de ti, se guarda en tu garganta y le cuesta mucho trabajo salir. Los ojos del mundo están puestos en la migración, desde diferentes enfoques; sin embargo, el planeta observa, estudia, reacciona, sufre y goza el fenómeno. Debemos provocar que las voces salgan, palabra a palabra y contra cualquier “ismo”, pero hay que lograr que salga.

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En 1688, el  médico suizo Johannes Hofer acuñó la palabra nostalgia como el nombre de una enfermedad, y posteriormente se utilizó como término común para describir un sentimiento. Se deriva del griego nostos (regreso a casa) y algos (dolor). Podríamos definir este misterioso padecimiento como una especie de dolor patológico por el retorno a casa. Hofer describió un trastorno similar a la melancolía que afectaba a los mercenarios suizos enviados lejos de su tierra natal para combatir al servicio de una potencia extranjera. Algunos de los síntomas eran fiebre, indigestión, desmayos, languidez y pulso irregular. Llamó a esta condición nostalgia o mal del hogar (heimweh, en alemán). 

Uno pierde muchos afectos al migrar. Entiendo a los mercenarios suizos que sufrían de nostalgia,  comprendo su padecimiento y aunque seamos de épocas diferentes, nos hermana. Aunque, uno gana también otros afectos al migrar: sentirse hermanado, comprender y ser comprendido por extraños y extrañas, vivos y muertos. Uno gana la oportunidad de empezar de nuevo.  

Con el tiempo la mirada se estira y ensancha a golpe de observar lo nuevo. El oído se afina a base de escuchar lo novedoso. El migrante se ve atravesado perpetuamente por sentimientos de arraigo y desarraigo, de emoción por lo que conocerá y nostalgia por lo dejado atrás. No deseo curar mi nostalgia; me gusta, me sirve, la uso y no quiero combatirla, pero tampoco la busco incansablemente. No quiero permitirle que tome las riendas de mi ser, solo coexistir con ella de manera pacífica. Por ello, evito cultivarla en exceso y rechazo una visión irreal de mi pasado, pues correría el riesgo de volverse un obstáculo para disfrutar mi presente.  

En esas circunstancias hallé medios para canalizar dichas emociones a través de la creatividad, el dibujo, la fotografía y la escritura de guiones cinematográficos que quizá nunca sean filmados. La imaginación ayuda a conectar lo aparentemente inconexo. Toda mi vida he sentido una atracción indescifrable hacia los cómics. Crecí con ellos. Transmiten emociones, reflexiones, atmósferas e historias que nunca dejaron de perseguirme.

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La pandemia me sirvió para acercarme a un taller de creación de cómics con foto fija. Ese aprendizaje me sirvió para configurar un mapa donde las experiencias migrantes habitaran. Ghetto Butterfly (2024) es el resultado de abrir bien los ojos y los oídos a experiencias inéditas. 

Algo similar sucede cuando uno observa una montaña grande y empinada, de pronto surge la valentía. Al permanecer en dicha tensión, percibí detalles que antes me pasaban inadvertidos cuando caminaba por las calles de mi antiguo barrio, como le ocurre a Markus, protagonista de esta novela gráfica y artista gráfico que nació en Brasil, creció en Luxemburgo y luego se mudó a Berlín. Las obras de este migrante aparecían por doquier: en letreros, postes, aceras. Sin embargo, la nostalgia que lo habitaba lo consumió poco a poco.

Eran finales de enero, casi en esta misma época, pero hace un par de años, cuando lo vi por última vez. Personajes como Markus quizá existan muchos o muy pocos, pero fui testigo de su paso por este mundo. Recogí sus huellas y cuando me enteré de su muerte salí a tomar las fotografías que dieron vida y forma a Ghetto Butterfly. Se trata de imágenes que incluso ahora, al escribir este artículo, aún construyen una realidad que alguna vez fue un sueño.

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