Ni siquiera los cactus se salvarán del cambio climático

Ni los cactus se salvarán del cambio climático

Porque viven en climas áridos, pensamos que los cactus son resistentes a todo. Un estudio en Nature desmiente este mito: en realidad, estas plantas viven en una franja climática muy angosta y están adaptadas a condiciones específicas. Entre el 60% y el 90% de ellas podrían enfrentarse a un mayor riesgo de extinción en los próximos cincuenta años debido al cambio climático.

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Hasta los cactus, que imaginamos como las plantas más resistentes del planeta porque viven en zonas áridas, comparten el riesgo que atenta contra el resto de la flora, la fauna y, por supuesto, contra los seres humanos: el cambio climático. Entre el 60% y el 90% de las especies de cactáceas podría correr mayor riesgo de extinguirse a mediados de siglo debido a los efectos del calentamiento global y a otras causas antropogénicas (como el cambio de uso de suelo), advirtió un estudio publicado en la prestigiosa revista científica Nature que puso a prueba la creencia de que el aumento de las temperaturas mundiales favorecerá a estas especies. La investigación nos obliga a percatarnos de lo siguiente: estamos enterados de que en los lugares más fríos el cambio climático nos está dejando sin glaciares, pero también debemos percatarnos de que en los más calientes nos quedaremos sin cactus.

¿Cómo es que una planta adaptada a la aridez puede sufrir a tal grado el incremento de temperatura? Los científicos explican que su resistencia es un mito. “En realidad, son especies muy exigentes. Viven en una franja climática muy angosta y están adaptadas a condiciones muy específicas. Cualquier cambio en su hábitat podría dañarlas”, desarrolla Héctor Hernández Macías, experto en la conservación de cactáceas e investigador del Instituto de Biología de la UNAM.

Para desmentir el mito de la resistencia de los cactus, hay que considerar también lo siguiente: “La particularidad de estas especies es que crecen muy lentamente, algunas tardan entre cincuenta y setenta años en hacerlo. Entonces, ante cualquier cambio, su capacidad de respuesta es reducida”, coincide María de los Ángeles González Adán, investigadora del grupo de ecología de zonas áridas del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Azcapotzalco. Además, no todas las cactáceas viven en el desierto: de acuerdo con Hernández Macías, algunas crecen en bosques, selvas o pastizales y dependen de ambientes húmedos o tropicales para sobrevivir.

El problema, como sucede siempre que hablamos del cambio climático y la biodiversidad, no se limita a que el planeta pierda sus cactus: su desaparición afectaría el equilibrio ecológico del que dependen otras plantas y animales. Las cactáceas desempeñan un papel muy importante en los ecosistemas áridos, explica el investigador Hernández Macías: alimentan a un gran número de animales —desde hormigas hasta mamíferos y aves—; son hogar y refugio de otras especies, por ejemplo, algunas plantas crecen debajo de su sombra y hay insectos que utilizan sus ramas y troncos para construir nidos; además, por la humedad y los nutrientes que aportan, son cruciales para el equilibrio del suelo, describe puntualmente la investigadora González Adán.

Quizá sirva una imagen reciente como esbozo de lo que podríamos ver, debido al cambio climático, en el futuro. En 2019, para sorpresa de muchos, la temperatura del desierto de Sonora, en Arizona, bajó a menos de cero grados. La arena se cubrió por completo de nieve. Es “un claro ejemplo de cómo un cambio de esta naturaleza podría hacer que estas especies se pudran y se extingan si en los próximos años se vuelven cada vez más comunes las escenas de este tipo”, advierte González Adan.

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Traficantes de cactus
El cambio climático no es la única amenaza ni la más grave para los cactus, que son endémicos de América. La extracción ilegal ya está acabando con su población. Hernández Macías explica que algunas familias de cactus, como las Ariocarpus, las Astrophytum y las Mammillaria son muy atractivas para el mundo del coleccionismo fuera de México. Están de moda: en Europa y en Asia hay un furor por obtenerlas debido a sus características ornamentales. ¿Qué buscan los coleccionistas? Quieren los ejemplares más grandes, algunos pueden tener hasta cien años de vida, lo que los vuelve más exóticos y exclusivos para este mercado. Por ello, ciertas especies, como la biznaga, se encuentran en peligro de extinción. El problema no es simplemente uno de “saqueo internacional”: las cactáceas también se trafican dentro de México y se venden en sus mercados.

Aunque su extracción está penada por las leyes mexicanas, las propias biznagas se venden en Mercado Libre hasta en 1,500 pesos. Otras de las más codiciadas son las Cephalocereus senilis, mejor conocidas como “viejitos”: se cotizan hasta en cinco mil pesos en la misma plataforma. Datos de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) obtenidos por Gatopardo revelan que desde 2010 y hasta agosto de 2022 se han decomisado 95,561 cactáceas mexicanas, es decir, en promedio se han extraído ilegalmente unas 8,600 cada año. Los sitios donde se ha asegurado el mayor número en los últimos once años son los municipios Gabriel de Zamora (Michoacán), Villa de Guadalupe y El Cedral (San Luis Potosí) y la alcaldía de Xochimilco (Ciudad de México). Los datos no sorprenden al investigador Hernández Macías. Él estima que una tercera parte de las cactáceas mexicanas está en peligro, desde un nivel bajo hasta uno “muy grave”.

En total hay alrededor de 1,500 especies de cactáceas en el mundo. Nuestro país alberga aproximadamente seiscientas, y eso ocasiona que el territorio de México sea uno de los más codiciados para la extracción de cactus. Una de las especies más afectadas históricamente son las biznagas, que habitan sobre todo en los desiertos de Sonora y Chihuahua. Se caracterizan por su forma globular y son conocidas porque de ellas se extrae el acitrón, un dulce cristalizado que se usa en las roscas de Reyes y en los chiles en nogada. Ante la prohibición, el acitrón se ha sustituido por ate de membrillo. Este ejemplo sirve para mostrar que la extinción de cactáceas no solo pone en riesgo la cadena alimenticia de los mamíferos y los insectos, también amenaza el sustento de miles de familias, pues los humanos nos alimentamos de nopal, tuna, garambullo y xoconostle, explica González Adan.

Más allá de hacernos conscientes sobre los múltiples efectos del cambio climático y el tráfico de especies, y de la presión que podamos ejercer ante los gobiernos y los comerciantes, ¿qué podemos hacer, a nivel individual, para evitar la extinción de los cactus? Tanto Hernández Macías y González Adan recomiendan que no compremos especies que están en peligro de extinción. Es preferible acudir a invernaderos certificados porque no extraen estas plantas de los suelos, sino que las hacen crecer con semillas. La mayoría cuenta con una etiqueta que especifica su nombre científico y el número de permiso.

También podemos ayudar a su conservación. En la UNAM se encuentra el Centro de Adopción de Plantas Mexicanas en Peligro de Extinción, donde uno puede adoptar alguna de estas especies. El propósito es que quienes se lleven una de las plantas a casa cuenten con una guía de cuidados para su conservación deben informar al Jardín Botánico sobre su estado. Además, la cuota sirve para seguir financiando sus actividades. Ahí se resguardan trescientas “de las 945 especies de plantas consideradas con algún nivel de riesgo”; según la UNAM, están en peligro de extinción 58% de las cactáceas mexicanas.

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