Alumnas del IPN denuncian feminicidios, acoso y discriminación

Alumnas del IPN denuncian feminicidios, acoso y discriminación

Protegidos por una impunidad casi absoluta, los agresores siguen formando parte del plantel de maestros, personal administrativo y cuerpo estudiantil del Instituto Politécnico Nacional.

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“En esta ciudad asesinan a nuestras hijas dentro y fuera de las escuelas. ¿Cómo chingados no voy a estar enojada? ¡Lo quiero quemar todo! ¡Me mataron a mi hija! La mató un maestro y lo están protegiendo”, gritó Yesenia Zamudio el 16 de agosto de 2019 en una marcha contra la violencia de género en la Ciudad de México. Yesenia es madre de María de Jesús Jaimes Zamudio, Marichuy, una joven de 19 años de edad, estudiante de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional (IPN).

Durante las protestas tras el feminicidio de Ingrid Escamilla en la Ciudad de México, Yesenia Zamudio volvió a pronunciarse contra la impunidad frente a los feminicidios. Su discurso fue tomado por varias feministas como una consigna para protestar el 8 de marzo del 2020. “Tengo todo el derecho a quemar y a romper. No le voy a pedir permiso a nadie, estoy rompiendo por mi hija. La que quiera romper, que rompa y la que quiera quemar, que queme. La que no, que no estorbe”, gritó durante la protesta ante cámaras que más tarde hicieron viral el video que captó la rabia de sus las palabras.

Las compañeras de escuela de Marichuy la recuerdan también, con memoriales en su escuela. En un muro, donde aparece su nombre y fotografía, denuncian que los sospechosos de su asesinato son un profesor y otro alumno, quienes la aventaron de la ventana de un quinto piso en la alcaldía Gustavo A. Madero el 16 de enero de 2016. Al principio, la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México clasificó la muerte de Marichuy como homicidio, hasta que en 2019 la instancia valoró el crimen como un feminicidio. Debajo del memorial en el IPN, las alumnas recordaron que el profesor señalado sigue dando clases en la institución.

Así como recuerdan a Marichuy, en el Instituto Politécnico Nacional también rinden tributo a Anayetzin Damaris Fregoso, que estudiaba en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica. Ella fue asesinada por su pareja, Omar Octavio, el 8 de octubre en la delegación Gustavo A. Madero. También recuerdan a Edith Gutiérrez estudiante de la Escuela Superior de Comercio y Administración (ESCA) del IPN quien a los 24 años fue asesinada por asfixia cerca de su domicilio en 2014.

Tres casos de feminicidio, denuncias por violación, por acoso sexual, discriminación de género y distribución de fotografías íntimas de estudiantes son algunas formas de violencia que sufren las alumnas del IPN de manera cotidiana.

Yesenia Zamudio

Andrea Murcia / Cuartoscuro.

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El lunes 9 de marzo del 2020, el día que las mujeres pararon en México, varias alumnas encapuchadas del Politécnico acudieron a los planteles en el Casco de Santo Tomás en la Ciudad de México para tomar las instalaciones de manera pacífica como protesta. Las alumnas denunciaron que el IPN, considerada una de las tres mejores universidades del país, no responde a sus demandas contra la violencia de género y como temen represalias, decidieron hacerlo de manera anónima.

Ese día elementos de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) las amedrentaron mientras los directivos observaban inmóviles la escena. Los elementos policiacos intentaron intimidarlas burlándose de la protesta y subieron por la fuerza a algunas de ellas a una vagoneta, supuestamente para llevarlas al Ministerio Público. Sin embargo, hacer arrestos no está en sus facultades, así que tuvieron que dejarlas ir.

A Rosario*, alumna del IPN, la tomaron del brazo con tanta fuerza que tuvo que ir a un hospital, pues el jaloneo le desgarró un tendón, y no quería presentarse a sus clases con una venda, porque la identificarían como una de las manifestantes.

Inspiradas por las protestas  contra la violencia de género de alumnas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), las estudiantes del Politécnico, institución con la que tradicionalmente ha competido a nivel académico y deportivo, replicaron acciones directas en sus escuelas.

Entrar a los planteles del IPN en el área del Casco de Santo Tomás sin ser estudiante es fácil. Solo hay que librar a un elemento de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) que resguarda los torniquetes, puede ser con una identificación o una credencial estudiantil ajena. Dentro de la Escuela Superior de Economía, la Colectiva Feminista puso un tendedero para que las alumnas escribieran sus denuncias anónimas contra la violencia de género que viven ahí.

“Nos tienen aquí con el violador, el feminicida, el acosador y te haces cada vez más chiquita, porque además te humillan en el salón de clases”, explica Rosario en entrevista con Gatopardo.

Ella y varias otras estudiantes argumentan que ni el protocolo para denunciar violencia de género implementado por el Politécnico a finales de 2019, ni las oficinas de género funcionan para garantizar seguridad y confianza.

“Se convirtieron en capturistas de las denuncias sin darles seguimiento, involucrarse con algún tipo de tratamiento psicológico o de acompañamiento a las víctimas”, explica Rosario.

El protocolo del IPN exige a las alumnas mostrar algún tipo de evidencia, como videos o grabaciones de las agresiones que denuncian. Las pruebas médicas no son tomadas en cuenta.

Además, el personal legal y psicológico con el que cuentan las redes de género -que no hay en todos los planteles- muchas veces revictimiza a las alumnas que denuncian a profesores, personal u otros estudiantes del Politécnico.

Después de intentar hacer la toma pacífica el 9 de marzo y de documentar en redes sociales las agresiones que vivieron, y lejos de apoyarlas, alumnos de la instituto les lanzaron críticas y comentarios misóginos.

“Nos decían ‘espero que las violen’ o ‘espero que las maten’ o aplaudían la actuación de la PIB. También nos dicen que aquí no es la UNAM y que ojalá el IPN no se deje”, recuerda Rosario.

Durante  la semana previa a su acción directa el 9 de marzo, las estudiantes de los planteles que pertenecen al IPN, tanto de nivel bachiller como universitario, llenaron los tendederos poco a poco con denuncias anónimas. Lo que comenzó el jueves 5 de mazo, para el jueves 6 por la mañana ya estaba repleto de señalamientos públicos. Para el turno vespertino, se anunció a través de redes sociales oficiales que se cancelaban las clases en los planteles que tenían tendederos. Las escuelas se excusaron diciendo que el cierre se debía al mantenimiento en los edificios, a la falta de agua y hasta a amenazas de bomba para que los alumnos no llegaran a sus clases.

Los avisos inesperados no solo sorprendieron a las alumnas feministas organizadas, también a otros estudiantes quienes manifestaron enojo por esta falta de actividades.

Graciela Lopez / Cuartoscuro.

Orgullo politécnico, intocable

En 2012, el IPN se congratuló en presentar el Violentómetro, que sirve para identificar las distintas violencias que se viven en pareja, siento el asesinato, la última y más extrema de estas expresiones machistas.

“El violentómetro está pegado en todos los pasillos de mi escuela y solo dice los niveles de violencia, para que ubiques en qué nivel estás, pero eso ni sirve de nada si jamás nos han dado una platica sobre violencia de género”, denuncia Karla, estudiante de economía. Además, habla de otras formas de violencia que están totalmente normalizadas en el centro de estudios. “Cuando la escuela organiza eventos, por ejemplo, llevan a chicas que bailan danza árabe para que los alumnos varones no falten”.

En este contexto las alumnas siguen manifestando su hartazgo ante la decisión de la escuela de mantener en su plantel a profesores acusados de agresión sexual o acoso. En ocasiones han llegado a suspenderlos por uno o más semestres, o los cambian a otros planteles educativos; decisiones que lejos de resolver el problema, minimizan sus delitos y les dejan el camino abierto para encontrar nuevas víctimas. En consecuencia, entre los estudiantes masculinos, las denuncias anónimas por agresión sexual se conocen como “quemones” y no delitos a perseguir.

Los profesores les exigen a las alumnas que para sus exámenes o presentaciones finales vistan de falda para verse “profesionales”, también les hacen comentarios “de broma” sobre cómo las mujeres no van a encontrar trabajo porque son carreras “de hombres”.

Clara, una estudiante de la escuela de turismo, denuncia que un profesor le condicionó al jefe de su grupo la calificación, para que ella saliera en una cita con él.

Además las alumnas han denunciado por años a grupos de compañeros que comparten entre ellos enlaces con fotografías íntimas de ellas, pues esto le ha provocado problemas psicológicos a muchas estudiantes y egresadas.

“Es una comunidad llena de acosadores que se cuelga del orgullo Politécnico, nuestras compañeras permanecen vulnerables ante los acosadores y no se hace nada. Estoy harta”, se quejó María, otra estudiante de 22 años de edad.

El Instituto Politécnico dio a conocer que tenían mil 553 denuncias por violencia de género, de las cuales 368 habían sido presentadas formalmente y mil 185 en los tendederos. Dijeron también que 475 ya habían sido atendidas. Sin embargo, la institución educativa no aclara el lapso en el que se dieron las denuncias, las atenciones, ni a qué resolución se llegó en los casos que anuncian como resueltos.

Rosario calcula que si por plantel contabilizan 200 denuncias en los tendederos -como registra la escuela de economía- la suma total sería de más de 9 mil casos, si este promedio se replica en los 45 centros educativos que pertenecen al Politécnico.

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