Son alrededor de las siete de la noche y estamos a 29 grados en Zacatepec, Morelos, el pueblo natal de mi mamá. Zacatepec es un lugar pequeño y no muy bonito, a una media hora de Cuernavaca. En México se le conoce por dos razones: el equipo de futbol y el calor infernal. A la mitad de una entrevista sobre los efectos del cambio climático, tengo que ponerme de pie; estar sentada sobre la colcha de algodón hace que el calor sea casi insoportable. Caminé hacia el refrigerador, donde encontré el agua fría que mi abuela acostumbra guardar ahí desde que tengo memoria. Aproveché para darle un poco a Crispín, por quinta vez en el día, porque sé que los perros también pueden sufrir de un golpe de calor.
Del otro lado de la línea, Isabel Bracamontes, la activista climática que estoy entrevistando, me platica que su niño, Gaudí, de tres años, tuvo un golpe de calor hace unos días. “Lo recogí de clases y cuando lo recogí, lo sentí tirado, así como con flojera, y yo decía: ‘No tiene nada’. Está en ese lapso en el que ya quiere hablar bien y me dice: ‘Mamá, me duele mi cabeza’. Lo vi un poco rojo y yo decía: ‘Señor, por favor, que no le haya dado un golpe de calor’”. A las pocas horas Gaudí empezó a tener fiebre. Ambos viven en Mérida e Isabel sabe bien qué hacer en esos casos: a punta de toallas frías y Gatorade le bajó la temperatura. El calor de Zacatepec y Mérida parece digno de mayo o junio, pero estamos en los últimos días de octubre, tiene más de un mes que empezó el otoño y es imposible no pensar que estas temperaturas son uno de los efectos del cambio climático.
El índice de Unicef se compone de dos pilares: shocks ambientales y vulnerabilidad de la niñez. El primero evalúa la exposición de cada país a las vicisitudes del cambio climático y contempla variables como la escasez de agua; el riesgo de inundación; el riesgo de contraer malaria, zika o dengue; y de padecer un golpe de calor. El segundo evalúa la situación de los niños en el país que uno seleccione y las capacidades institucionales del Estado. Si el primer pilar mide el riesgo, el segundo evalúa la respuesta ante el riesgo, por eso, incluye variables como la alfabetización y la mortalidad infantil o el porcentaje de la población que cuenta con seguridad social pública. En este segundo pilar, México tuvo una calificación relativamente buena: se colocó en la categoría de baja vulnerabilidad de la niñez. No obstante, en el otro pilar tenemos problemas: estamos clasificados como un país con un riesgo extremadamente alto, lo que significa que las condiciones y los efectos del cambio climático serán cada vez más hostiles.
Esas adversidades afectan de manera diferenciada a las y los niños. En primer lugar, porque son quienes tendrán que vivir durante más tiempo con las consecuencias. “El grado y medio [de temperatura promedio mundial] que estamos superando va a ir aumentando; mientras vayamos creciendo, iremos viendo que pasarán más cosas. Un estudio dice que a los dos grados de calentamiento global habrá una crisis alimentaria muy grande, más inundaciones, más olas de calor. Eso es, al final de cuentas, lo que nos va a tocar a nosotros”, dice Adriana Calderón, una de las líderes del movimiento climático en nuestro país, tiene sólo 18 años.
Las diferencias entre los efectos del cambio climático que le tocan a cada generación no son simplemente testimoniales, están sustentadas en los datos de Unicef. En México las y los niños que nacieron en 2010 han vivido el doble de huracanes en sus primeros diez años de vida, en contraste con quienes nacieron en 1970 y vivieron entonces su primera década. En los setenta sólo el 28% de los ciclones que tocaron tierra se convirtieron en huracanes y el 34% fueron depresiones tropicales; en la década que comenzó en 2010, sólo el 26% de los ciclones fueron depresiones tropicales y el 42% fueron huracanes moderados o intensos. Además, los niños que a la fecha tienen apenas once años también han vivido, proporcionalmente, más sequías que quienes nacieron en los setenta e incluso que quienes nacieron en el año 2000.
Más calor y huracanes más intensos
Isabel tiene 24 años y también ha notado los cambios en el clima. Recuerda que cuando tenía unos siete u ocho años, mientras viajaba en el asiento trasero del automóvil de sus padres, escuchó en la radio que ése era el día más caluroso en la historia de Mérida. “Yo sentía que era imposible sentir tanto calor y estábamos a 43 grados”, especifica. En 2021 Mérida rompió el récord histórico –llegó a 43.6 grados– y, por si fuera poco, durante doce días tuvo temperaturas de más de 40 grados, algo que no pasaba desde 1970. La sensación térmica llegó a ser de 53 grados. “Recuerdo que [antes] el clima era superfresco, hacía calor, pero era un calor tolerable. Tú podías estar en el sol y no estar chorreándote de calor ni desmayándote, como actualmente. Ahora llega un punto en que o estás dentro de tu casa o si sales te va a dar un golpe de calor, te deshidratas. Tengo amigas que tienen mascotas y sus perros tienen un golpe de calor, los tienen que llevar al veterinario, se están convulsionando de tanto calor”.
Es cierto que el fenómeno del golpe de calor en Mérida, y en todo el país, es cada vez más común. Según Berkeley Earth, que produce y compila datos sobre los efectos del cambio climático, la temperatura anual promedio de México ha aumentado casi un grado centígrado en los últimos veinte años. Los datos del Inegi señalan también que el número de personas que han muerto por golpe de calor ha aumentado alrededor de 50% en los últimos cinco años. Antes de 2015 estas muertes se mantenían en alrededor de 50 al año, pero en 2016 rebasaron esa barrera para llegar a 70. Desde entonces cada año perdemos entre 70 y 80 personas por este motivo.
En su reporte, Unicef enfatiza que las y los niños son más vulnerables a los efectos del cambio climático porque son fisiológicamente más débiles ante las inclemencias del tiempo. Producen más energía térmica que los adultos; sudan menos, por lo que les cuesta más regular su temperatura; y se deshidratan más rápido. De acuerdo con el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés), los niños como Gaudí, de menos de cuatro años, y los adultos de más de 65 son los más vulnerables a un golpe de calor. En México el 55% de los menores de edad que murieron por exposición al calor natural en la última década tenían menos de cinco años.
Además, el calor trae otras consecuencias. Según Climate Actions, la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera aumenta el calor de la Tierra y los océanos, y también le brinda energía a los huracanes, que se hacen más fuertes porque aumenta la velocidad de sus vientos. Fue justo eso lo que notó Sara, de 23 años, en agosto, cuando el huracán Grace pasó por Poza Rica, Veracruz, de donde es originaria. La noche del 21 de agosto sus papás, su abuela y ella se fueron a dormir más tranquilos, con la esperanza de que Grace se hubiera degradado, como reportaron los noticieros. Pero el viento los despertó.
“A medianoche todos nos alarmamos de que había empezado y, pues, no podíamos dormir por la angustia. La lluvia fue muy leve en realidad, fue más el viento, la fuerza como nunca. Sonaba cómo golpeaba la estructura de la casa. Yo me asomé varias veces porque sonaba cómo volaban las láminas, no sabía si era aquí, si era con el vecino. Me asomaba a ver y sin luz, sin nada, ¿cómo le haces?”, recuerda Sara. Su casa está hecha, en su mayoría, de lámina y madera. A la hora y media de que llegó el huracán, empezaron a escuchar que volaban las láminas de su hogar. “Sin protección de lámina, se empezó a meter toda el agüita; eso hizo que el techo se desbaratara”, explica. Sara y su familia coinciden en que nunca habían visto un huracán de esas proporciones en todas las décadas que llevan viviendo en Poza Rica.
A Sara también le preocupan las temperaturas altas. En los últimos años le ha tocado ver a la gente desplomarse por un golpe de calor afuera de sus casas: “Me preocupa que un día ya no se pueda [vivir en Poza Rica]”.
Un árbol fue arrancado de raíz cuando el huracán Grace azotó la costa con lluvias torrenciales; cayó sobre una casa, en Tecolutla, México, el 21 de agosto de 2021. Fotografía de Óscar Martínez / REUTERS
La disputa generacional
Como muchas jóvenes, Sara está preocupada por los efectos del cambio climático. Eso la motivó a llevar una vida sin generar tanta basura e incluso se volvió vegetariana, aunque su padre es ganadero. Duda que otros miembros de su familia, sobre todo, los más grandes, estén dispuestos a hacer lo mismo. “Ellos dicen: ‘No, pues, es que siempre ha sido así’. Supongo que no están dispuestos a dejar ciertas comodidades porque sí sería como un retroceso para ellos. Supongo que sienten que no les va a tocar”.
Alice Poma, quien estudia los efectos del cambio climático en las emociones de las personas, sostiene que han encontrado diferencias importantes en cómo las generaciones se aproximan al problema. La encuesta LAPOP 2019 muestra que el 51% de los jóvenes mexicanos de entre 18 y 27 años cree que las inundaciones se pueden atribuir al cambio climático, mientras que sólo el 35% de los mayores de 64 años piensa lo mismo.
No obstante, en el interior del movimiento Friday’s for Future también hay un grupo de padres llamado “Parents for Future”. La activista Adriana Calderón me explica que son personas involucradas en el movimiento climático porque les preocupa el futuro de sus hijos y de las nuevas generaciones. Un ejemplo es Isabel Bracamontes: Gaudí le dio la motivación para seguir involucrándose en el movimiento. “Cuando Gaudí nace, nace en diciembre, y yo en marzo ya estaba protestando en la primera huelga de Friday’s. Dije: ‘Esto lo tengo que hacer sí o sí porque si no lo hago, toda la generación de mi niño, mis sobrinos… Él sí me dio ese empujón para hacer algo a lo grande. Sí te preocupas. Si tú lo estás sufriendo y estás joven, imagínate ellos. Si yo estoy sufriendo ahora, ellos qué nivel de sufrimiento van a tener”.
Incendio forestal en la región Bosque la Primavera. Jalisco, México, 10 de mayo de 2021. ULAN/ Pool / Latin America News Agency via Reuters Connect.