El Palacio del Colesterol en el estadio de futbol El Campín

El Palacio del Colesterol está en riesgo

Un ambicioso proyecto millonario, en el que participan empresas privadas, pretende reconfigurar el estadio El Campín, pero excluye a los vendedores tradicionales de comida, que llevan décadas alimentando a los fanáticos del fútbol. El proyecto considera 4,800 metros cuadrados para una zona de restaurantes. Los vendedores del llamado Palacio del Colesterol defienden su derecho de permanecer en el lugar.

Tiempo de lectura: 9 minutos

Bajo las nubes pesadas de la mañana se extiende el estadio El Campín, rodeado de palmeras enanas, en una explanada por la que hoy, lunes, apenas pasan transeúntes. A un costado hay un muro de varios metros, pintado con grafitis azules –el inconfundible color de Millonarios, uno de los equipos de fútbol de Bogotá–, que termina en una puerta metálica. La puerta se abre y sale Kira, una perra musculosa que olisquea sin soltar de la boca una pelota de tenis. El lugar es un patio con casetas similares a los puestos de mercado; hay una más grande en el centro, donde están apilados un asador, bolsas de carbón, canastas con botellas, sillas y trastos de cocina. Dos hombres sacan hojas y ramas de los canales en el techo y uno más barre el piso. Todo está en pausa, ausente, ya no se escucha el ruido de la calle, no huele a ningún aroma. De las casetas todavía cuelgan letreros que ofrecen cuchuco con espinazo, sopa de arroz, ajiaco, morcilla, lomo de cerdo, chicharrón totiao, longaniza, mondongo, plátano, yuca y gallina gigante. Hasta hace un año y siete meses aquí se levantaba el Palacio del Colesterol.

La puerta se abre y entra María Otilia Torres, trabajadora y fundadora del palacio. Tiene 85 años, la mirada al mismo tiempo triste y vivaz, un traje sastre color uva y aretes de perla. Se sienta en una banca bajo un cartel que anuncia “Sopitas, picadas y bebidas” y de inmediato dice: “Nosotros deberíamos ser los dueños de esto porque lo hemos cuidado. Cuando llegamos no había luz ni agua y nos arreglamos con lámparas de gasolina. Las casetas las hicimos nosotros. Somos dueños del aire, pero de la tierra no somos dueños”.

El estadio El Campín empezó a recibir al público desde 1938 y, cada vez que había un partido, en las inmediaciones se ubicaban puestos de venta de fritanga, el plato del altiplano cundiboyacense, hoy popular en toda Colombia y América Latina, que combina porciones de carnes y guarniciones fritas: res, cerdo, pollo, papa criolla, chorizo, morcilla, chicharrón, patacones, plátano y yuca. Hace 59 años, en 1962, el alcalde de Bogotá, Jorge Gaitán Cortés, cedió a los vendedores un terreno de la Alcaldía Mayor, vacío y sin servicios públicos, pero bien ubicado junto al estadio, lo que les aseguró una clientela fija: los fanáticos del fútbol, que en Colombia se conocen como hinchas. En el grupo de cocineros estaban María Otilia Torres y Cecilia Forero, hoy de 92 años, cuya hija, Gladys Rodríguez, acaba de entrar y se une a la conversación para recordar que entonces fabricaron alcancías y salieron a pedir dinero para construir ellos mismos todo lo que hoy se ve aquí: el Palacio del Colesterol.

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