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El rumor de que la banda sería prohibida en las playas de Mazatlán desató protestas e indignación. Era solo un intento por conciliar entre turistas y los pobladores locales que vieron en riesgo uno de los sellos más importantes de su identidad.
Soy sinaloense. Nací en Guamúchil pero crecí en un pueblo de Angostura, un municipio costero del estado distinguido por la calidad de sus camarones. Con mi abuelo paterno, un agricultor de quien heredé el nombre, íbamos de vacaciones de Semana Santa a las playas de Bellavista, más al norte, en el municipio vecino de Guasave. Todos los Viernes Santos, mi “Tata” y sus hermanos se levantaban temprano para “alicusarse”, se ponían el sombrero y con una hielera llena de cuartitos de cerveza, caminaban juntos rumbo a la playa.
Los López nos plantábamos frente al mar, a la caza de los músicos que circulaban por la orilla con sus instrumentos en el hombro. Tras dos o tres arranques de melodías y el regateo de costumbre, los adultos llegaban a un acuerdo para que tocaran para ellos todo el día. Mi abuelo, igual que sus hermanos, no era rico ni “buchón”: eran ejidatarios, hombres de campo que ahorraban durante meses para darse el gusto de “jalar la banda” una vez al año.
Cerrado el trato, Don Adrián, un güero colorado como era, gritaba: “¡Ora sí, arránquense pues!”.
Así conocí el repertorio tradicional de la música de banda. “El Sinaloense”, por supuesto, pero también “El Niño Perdido”, “El Sauce y la Palma”, “Corazón de Texas” (la favorita de mi abuelo), “El Toro Viejo” y tantas otras. Muchos corridos, sones y polkas que bailé y canté con toda mi ineptitud musical, pero con mucho gusto, a lado de mi familia.
La anécdota es mía pero la escena se repite de manera cotidiana, con sus variaciones, en prácticamente todas las playas de Sinaloa: gente que contrata una banda frente al mar para cantar y bailar, mientras se toma unas cervezas y se come unos mariscos.
La escena tampoco es nueva, lleva un siglo y medio sucediendo. La etnomusicóloga suiza Helena Simonett es autora de En Sinaloa nací: historia de la música de banda (2004), el libro que mejor ha recogido la historia de nuestro género musical más identitario. Ella relata el testimonio del ingeniero de minas norteamericano, John R. Flippin, quien en 1889 llegó a la sierra, entre Chihuahua y Sinaloa, para atestiguar cómo los habitantes de esa zona festejaban: “Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”, cita el libro.
Hace unos días comenzó a hacerse pública una propuesta para reducir la contaminación auditiva en Mazatlán, lo que incluye regular la música que suena en las playas y el transporte público. Algunos de los mensajeros lo explicaron mejor que otros. El más polémico fue Ernesto Coppel Kelly, propietario del Hotel Pueblo Bonito y principal impulsor del Nuevo Acuario de Mazatlán Mar de Cortés. “Las bandas son un escándalo, son un desastre en las playas mazatlecas. Yo tengo quejas de cientos de turistas americanos que me dicen 'no vuelvo a Mazatlán por el escándalo y el ruido que provoca que tengan una proyección de destino turístico chafa'”, dice El Neto con su característico estilo en un video de apenas dos minutos.
Conforme la campaña avanzaba, fue tomada por los músicos de banda y por su público en todo el país como una ofensa y un llamado a la prohibición. Los empresarios no midieron que la banda hace mucho dejó de ser solamente mazatleca, y ya es la música más popular de México.
La polémica reventó en plena Semana Santa de 2024, cuando decenas de músicos informales se manifestaron tocando por la Avenida del Mar. La protesta terminó en trifulca entre los músicos y los policías que intentaron retirarlos entrada la medianoche. Para esa hora, los videos en redes llevaban cientos de miles de reproducciones.
Por eso quisiera empezar separando los temas y fijando una postura: la banda es una música regional con 150 años de historia y no un “ruido” cualquiera.
También te puede interesar leer: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".
Mazatlán: cuna y meca
Mazatlán no es el origen único de la música de banda en Sinaloa —Mocorito y el mismo Culiacán, tienen también mucho que decir— pero sí se ha convertido en su meca.
La banda vino con el mar. Sus orígenes se remontan a una mezcla de las brass bands (bandas de metales) alemanas con otros instrumentos, como el clarinete y la tambora. Estos elementos llegaron gracias a los comerciantes alemanes, como la familia Melchers, que se establecieron en Mazatlán, a mediados del siglo XIX. Gran parte de esos apellidos se han diluido en la historia, pero gracias a ellos en el puerto perduran otras tradiciones como el gusto por la cerveza y la tradición del carnaval.
Llegó desde fuera, pero es más nuestra que de nadie. Se mantuvo por más de un siglo como la música de los más humildes, acompañando bodas, cumpleaños y velorios. En aquel entonces la “tambora” solo podía escucharse en vivo, pues no había manera de grabarla, y era exclusivamente la música de los pobres. En la Plazuela Machado, las élites gustaban del repertorio clásico interpretado por las bandas militares. Pero en el barrio, lo que amenizaba las cantinas y el carnaval era la música alegre y “desafinada” de las bandas empíricas.
Desde que comenzó a ser grabada y a salir del estado, en el puerto se consolidó una escena musical creativa, diversa y poderosa. Así surgieron bandas que hoy están vigentes como El Recodo, la Banda MS de Sergio Lizárraga, La Arrolladora y La Original Banda El Limón. También los exponentes solistas como Julio Preciado, Pancho Barraza, Julión Álvarez; y muchos otros antes, como la tecno banda que internacionalizó al género en Estados Unidos, y cuyo máximo exponente mazatleco es Mi Banda El Mexicano, de Casimiro Zamudio.
Agrupaciones, cantantes, compositores y productores han construido para la banda y sus versiones, desde el Baile del Caballito hasta el norteño-banda, un liderazgo dentro de la música regional en todo México, el sur de Estados Unidos y América Latina.
Muchos de ellos empezaron tocando en la “huipa”, como se conoce a las bandas itinerantes que cobran por hora o por pieza; esas como las que mi abuelo contrataba, y que son el segmento más popular, pulverizado e informal del gremio.
También, buena parte de los Premios Grammy Latinos que México ha ganado en su historia se encuentran en los anaqueles de los estudios mazatlecos. Tan solo El Recodo ha ganado en nueve ocasiones la categoría de Mejor Álbum de Banda, y en las estaciones de radio populares de todo el país, la banda es la programación dominante.
“Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”
Otro dato que sirve para dimensionar a la banda como industria es que emplea a miles de personas talentosas en lo musical, el marketing y la producción; y ahora sus conciertos son millonarios. En septiembre de 2023, la Banda MS volvió a abarrotar el Madison Square Garden de Nueva York, como parte de su gira de celebración por cumplir 20 años de trayectoria.
Por otro lado, además del aguachile, la música de banda es el timbre de orgullo con el que se promueve a Sinaloa en las ferias y convenciones internacionales de turismo. Ferias en las que participan los mismos hoteleros impulsores de la propuesta para regular a los músicos.
Y sin duda, la aportación más relevante de la banda es que se ha convertido en una alternativa honesta de movilidad social para los jóvenes de Sinaloa. Algo imprescindible para un estado en que las puertas de acceso al crimen organizado están a la vuelta de la esquina, esperando en una motocicleta. Ejemplos como el de Sergio Lizárraga y sus compañeros de la Banda MS, quienes empezaron tocando en una marisquería de una colonia popular cobrando por canción, se han convertido en una inspiración y una aspiración para los jóvenes mazatlecos que buscan salir adelante a través de la música.
Pero la banda es más que una música: es una tradición y una identidad que se ha mantenido vigente por siglo y medio. Su riqueza se explica en algo que la doctora Simonett ha dicho mejor que nadie: si la banda ha evolucionado y perdurado en Sinaloa es porque siempre ha estado cerca de su mercado, que es la gente.
La nueva Perla del Pacífico
Y si algo llega ahora a Mazatlán es gente. A la nueva Perla del Pacífico, como la llaman, acuden miles de personas cada fin de semana buscando sus atractivos: playa, gastronomía, fiesta, pesca, cultura y béisbol. Nadie busca una sola cosa, y muy pocos las buscan todas. Es decir, el turismo es diverso y cada vez más exigente.
Tan solo en Semana Santa, más de un millón de personas visitan Mazatlán; una cifra similar a la que se registra cada febrero y marzo por el Carnaval. Eso es dos veces la población de la ciudad entera.
En años recientes, Mazatlán ha enfrentado eso que en inglés se conoce como “happy problems”: problemas de movilidad, de sustentabilidad y de ordenamiento de su crecimiento vertiginoso, que tensan la relación entre la comunidad que ahí vive con el turismo que la mantiene. Los mazatlecos y algunos segmentos de turistas se quejan, y con razón, del tráfico, de la contaminación, de la basura, de la insuficiencia del agua o el rebosamiento del drenaje, del desorden y, por supuesto, del ruido.
Tampoco es una queja nueva. En 1897 el periódico El Correo de la tarde consignaba las quejas mazatlecas por las orquestas que salían de gallo (serenata) por las calles de la ciudad hasta el amanecer: “También salió de gallo… ¡horror! Un cilindro. La libertad de molestar al prójimo es absoluta” (Simonett, 2004, p.31). Entonces, las autoridades impusieron medidas a las bandas serenateras: debían obtener un permiso del prefecto, no tocar más de dos horas en el mismo lugar, y corrían el riesgo de ser sancionados si no pagaban la licencia.
Entonces Mazatlán era la ciudad más grande del estado y contaba apenas unos 20 000 habitantes. Hoy la ciudad es un monstruo diferente: tiene medio millón de habitantes y una vocación turística que es su principal motor económico, por encima de la pesca y la industria. Y la banda suena en la playa, antros, aurigas y pulmonías, los característicos taxis de Mazatlán, a todo volumen.
De la crisis a la abundancia
Para valorar el momento mazatleco actual es útil recordar que no siempre ha sido así. La ciudad ha vivido grandes momentos de auge, pero también de dificultad. Por ejemplo, de 2008 a 2012, Mazatlán sufrió una de las épocas más duras de su historia moderna.
La crisis de las hipotecas en 2008, originada en Estados Unidos pero que alcanzó a todo el mundo, derrumbó las ventas inmobiliarias a extranjeros y puso en jaque al sector. A esa crisis se agregó otra: la epidemia de violencia nacional que desató la llamada "Guerra contra el narco", y que acabó con los cruceros y el turismo nacional.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio. Ahora, ahí mismo, sobran torres, predomina la fiesta y no hay un solo metro cuadrado disponible. Se olvidan también los asesinatos a plena luz del día, el cobro de piso y los secuestros que entonces golpearon de manera contundente la economía local.
En aquel tiempo difícil llegué a vivir a Mazatlán, y comencé a trabajar como director de Noroeste. Tenía 27 años, me había convertido en ingeniero y seguía escuchando los éxitos de la banda en el estéreo de mi carro. Ese 2008, “El Mechón” de la Banda MS sonaba por doquier y la rompía en Estados Unidos.
Aún con un liderazgo innegable en nuestro giro, no dejamos de sufrir las consecuencias de la crisis que derrumbó las ventas de publicidad a la mitad de un día para otro. El mayor reto fueron los ataques y amenazas del crimen organizado; el más peligroso ocurrió cuando nos quedamos en medio de una disputa entre los bandos, gracias a la policía local, y nos exigieron publicar información no verificada. No accedimos y pagamos las consecuencias: nos rafaguearon el edificio con más de 50 balazos de cuerno de chivo.
Los empresarios que sufrían con las bajas ventas se quejaban de que publicábamos “demasiada” nota roja, cuando esa era la realidad. Decían que esa era la razón por la que los turistas no llegaban a Mazatlán, a invertir o vacacionar. Aprendimos a publicar mejor, pero nunca callamos. Aunque a muchos no les gustara, especialmente al gobierno de Mario López Valdez, cuyo Secretario de seguridad, Francisco Córdova, llegó a afirmar que el problema de Mazatlán no era de inseguridad sino de “prensa”. Lo dijo después de que se registró una masacre en un antro del malecón, la zona más popular, donde murieron seis personas.
Tomó años reconstruir un piso mínimo de seguridad y recuperar los cruceros que ahora llegan tres veces por semana. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar realmente en 2013, y la bonanza que hoy todos disfrutan se explica, no en las acciones de algún alcalde o empresario, sino en una obra federal que cambió para siempre el rostro del puerto: la carretera Mazatlán-Durango que le dio al bajío una playa a tres horas de distancia.
Hoy Mazatlán tiene retos distintos, desafíos de política pública complejos que exigen estudio, planeación y, sobre todo, mucho diálogo, pues implican a más de un sector económico o poblacional. Eso es lo que está en el corazón de la regulación del ruido, o la presunta y malentendida prohibición de la música de banda. Entender que son otros tiempos, que no hay solución perfecta para todos, y que cada actor involucrado deberá ceder algo para avanzar.
El diálogo formal entre los interesados se había dado dos semanas antes de la temporada de mayor arribo de turistas. Se reunieron autoridades, hoteleros, empresarios, músicos y transportistas, que incluyen a aurigas y pulmonías. Se lograron algunos acuerdos sobre permisos, equipos, espacios y horarios.
El diablo está en los detalles, y se entiende que poner reglas a cualquier a actividad económica afecta intereses, pero reducir la conversación a una batalla entre “ricos y pobres”, a una disputa de “mazatlecos contra americanos”, o a una confrontación entre “los que odian” y “los que aman” la banda, es lo que menos necesita un problema como este.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio.
Vale reconocer a quienes participan en este proceso porque, ante un mal equilibrio, siempre lo más fácil es no hacer nada. Y recalcar que, por bien diseñadas que resulten las nuevas reglas del juego, el éxito del ordenamiento dependerá del respeto de los involucrados y la capacidad de las autoridades para aplicar la ley.
Con la polémica viva aún en redes, el alcalde de Mazatlán, Édgar González, confirmó el pasado Jueves Santo que habían expedido más de 50 permisos para que las bandas tocaran hasta las nueve de la noche en las playas, usando bocinas pequeñas; y si querían continuar más tarde, podrían usar la Glorieta Sánchez Taboada, mejor conocida como la explanada de El Clavadista. Incluso el gobernador Rocha Moya se manifestó a favor de que las bandas pudieran trabajar con orden. Los músicos disolvieron la protesta, mientras decenas de bandas tocaban a lo largo y ancho de la playa, lo que zanjó el asunto… por ahora.
Un día después, la Banda El Recodo expresó su solidaridad con el gremio, y “Neto” Coppel apareció, en un claro manejo de crisis, cantando "El Corrido de Mazatlán" junto a Eduin Caz, de Grupo Firme.
Tras permanecer muchos años estancada, la Perla del Pacífico se ha convertido en uno de los destinos turísticos más importantes del país y en el más relevante para Sinaloa. A mi, la vida me trajo al periodismo y un proyecto documental en proceso me ha acercado como nunca pensé al mundo de la banda, un mundo que cada vez admiro y respeto más y que sigue sin recibir todo el reconocimiento que se merece. Mi playlist se modernizó pero la banda sigue siendo la música que más me gusta. “A la antigüita”, de Edén Muñoz, fue mi rola más escuchada del 2023.
Hoy Mazatlán es sinónimo de desarrollo, de carnaval, de mariscos y de fiesta. Pero su marca registrada es la música de banda, desde la “huipa” en la playa, hasta los primeros lugares en las listas de Spotify. Eso no va a cambiar.
El rumor de que la banda sería prohibida en las playas de Mazatlán desató protestas e indignación. Era solo un intento por conciliar entre turistas y los pobladores locales que vieron en riesgo uno de los sellos más importantes de su identidad.
Soy sinaloense. Nací en Guamúchil pero crecí en un pueblo de Angostura, un municipio costero del estado distinguido por la calidad de sus camarones. Con mi abuelo paterno, un agricultor de quien heredé el nombre, íbamos de vacaciones de Semana Santa a las playas de Bellavista, más al norte, en el municipio vecino de Guasave. Todos los Viernes Santos, mi “Tata” y sus hermanos se levantaban temprano para “alicusarse”, se ponían el sombrero y con una hielera llena de cuartitos de cerveza, caminaban juntos rumbo a la playa.
Los López nos plantábamos frente al mar, a la caza de los músicos que circulaban por la orilla con sus instrumentos en el hombro. Tras dos o tres arranques de melodías y el regateo de costumbre, los adultos llegaban a un acuerdo para que tocaran para ellos todo el día. Mi abuelo, igual que sus hermanos, no era rico ni “buchón”: eran ejidatarios, hombres de campo que ahorraban durante meses para darse el gusto de “jalar la banda” una vez al año.
Cerrado el trato, Don Adrián, un güero colorado como era, gritaba: “¡Ora sí, arránquense pues!”.
Así conocí el repertorio tradicional de la música de banda. “El Sinaloense”, por supuesto, pero también “El Niño Perdido”, “El Sauce y la Palma”, “Corazón de Texas” (la favorita de mi abuelo), “El Toro Viejo” y tantas otras. Muchos corridos, sones y polkas que bailé y canté con toda mi ineptitud musical, pero con mucho gusto, a lado de mi familia.
La anécdota es mía pero la escena se repite de manera cotidiana, con sus variaciones, en prácticamente todas las playas de Sinaloa: gente que contrata una banda frente al mar para cantar y bailar, mientras se toma unas cervezas y se come unos mariscos.
La escena tampoco es nueva, lleva un siglo y medio sucediendo. La etnomusicóloga suiza Helena Simonett es autora de En Sinaloa nací: historia de la música de banda (2004), el libro que mejor ha recogido la historia de nuestro género musical más identitario. Ella relata el testimonio del ingeniero de minas norteamericano, John R. Flippin, quien en 1889 llegó a la sierra, entre Chihuahua y Sinaloa, para atestiguar cómo los habitantes de esa zona festejaban: “Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”, cita el libro.
Hace unos días comenzó a hacerse pública una propuesta para reducir la contaminación auditiva en Mazatlán, lo que incluye regular la música que suena en las playas y el transporte público. Algunos de los mensajeros lo explicaron mejor que otros. El más polémico fue Ernesto Coppel Kelly, propietario del Hotel Pueblo Bonito y principal impulsor del Nuevo Acuario de Mazatlán Mar de Cortés. “Las bandas son un escándalo, son un desastre en las playas mazatlecas. Yo tengo quejas de cientos de turistas americanos que me dicen 'no vuelvo a Mazatlán por el escándalo y el ruido que provoca que tengan una proyección de destino turístico chafa'”, dice El Neto con su característico estilo en un video de apenas dos minutos.
Conforme la campaña avanzaba, fue tomada por los músicos de banda y por su público en todo el país como una ofensa y un llamado a la prohibición. Los empresarios no midieron que la banda hace mucho dejó de ser solamente mazatleca, y ya es la música más popular de México.
La polémica reventó en plena Semana Santa de 2024, cuando decenas de músicos informales se manifestaron tocando por la Avenida del Mar. La protesta terminó en trifulca entre los músicos y los policías que intentaron retirarlos entrada la medianoche. Para esa hora, los videos en redes llevaban cientos de miles de reproducciones.
Por eso quisiera empezar separando los temas y fijando una postura: la banda es una música regional con 150 años de historia y no un “ruido” cualquiera.
También te puede interesar leer: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".
Mazatlán: cuna y meca
Mazatlán no es el origen único de la música de banda en Sinaloa —Mocorito y el mismo Culiacán, tienen también mucho que decir— pero sí se ha convertido en su meca.
La banda vino con el mar. Sus orígenes se remontan a una mezcla de las brass bands (bandas de metales) alemanas con otros instrumentos, como el clarinete y la tambora. Estos elementos llegaron gracias a los comerciantes alemanes, como la familia Melchers, que se establecieron en Mazatlán, a mediados del siglo XIX. Gran parte de esos apellidos se han diluido en la historia, pero gracias a ellos en el puerto perduran otras tradiciones como el gusto por la cerveza y la tradición del carnaval.
Llegó desde fuera, pero es más nuestra que de nadie. Se mantuvo por más de un siglo como la música de los más humildes, acompañando bodas, cumpleaños y velorios. En aquel entonces la “tambora” solo podía escucharse en vivo, pues no había manera de grabarla, y era exclusivamente la música de los pobres. En la Plazuela Machado, las élites gustaban del repertorio clásico interpretado por las bandas militares. Pero en el barrio, lo que amenizaba las cantinas y el carnaval era la música alegre y “desafinada” de las bandas empíricas.
Desde que comenzó a ser grabada y a salir del estado, en el puerto se consolidó una escena musical creativa, diversa y poderosa. Así surgieron bandas que hoy están vigentes como El Recodo, la Banda MS de Sergio Lizárraga, La Arrolladora y La Original Banda El Limón. También los exponentes solistas como Julio Preciado, Pancho Barraza, Julión Álvarez; y muchos otros antes, como la tecno banda que internacionalizó al género en Estados Unidos, y cuyo máximo exponente mazatleco es Mi Banda El Mexicano, de Casimiro Zamudio.
Agrupaciones, cantantes, compositores y productores han construido para la banda y sus versiones, desde el Baile del Caballito hasta el norteño-banda, un liderazgo dentro de la música regional en todo México, el sur de Estados Unidos y América Latina.
Muchos de ellos empezaron tocando en la “huipa”, como se conoce a las bandas itinerantes que cobran por hora o por pieza; esas como las que mi abuelo contrataba, y que son el segmento más popular, pulverizado e informal del gremio.
También, buena parte de los Premios Grammy Latinos que México ha ganado en su historia se encuentran en los anaqueles de los estudios mazatlecos. Tan solo El Recodo ha ganado en nueve ocasiones la categoría de Mejor Álbum de Banda, y en las estaciones de radio populares de todo el país, la banda es la programación dominante.
“Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”
Otro dato que sirve para dimensionar a la banda como industria es que emplea a miles de personas talentosas en lo musical, el marketing y la producción; y ahora sus conciertos son millonarios. En septiembre de 2023, la Banda MS volvió a abarrotar el Madison Square Garden de Nueva York, como parte de su gira de celebración por cumplir 20 años de trayectoria.
Por otro lado, además del aguachile, la música de banda es el timbre de orgullo con el que se promueve a Sinaloa en las ferias y convenciones internacionales de turismo. Ferias en las que participan los mismos hoteleros impulsores de la propuesta para regular a los músicos.
Y sin duda, la aportación más relevante de la banda es que se ha convertido en una alternativa honesta de movilidad social para los jóvenes de Sinaloa. Algo imprescindible para un estado en que las puertas de acceso al crimen organizado están a la vuelta de la esquina, esperando en una motocicleta. Ejemplos como el de Sergio Lizárraga y sus compañeros de la Banda MS, quienes empezaron tocando en una marisquería de una colonia popular cobrando por canción, se han convertido en una inspiración y una aspiración para los jóvenes mazatlecos que buscan salir adelante a través de la música.
Pero la banda es más que una música: es una tradición y una identidad que se ha mantenido vigente por siglo y medio. Su riqueza se explica en algo que la doctora Simonett ha dicho mejor que nadie: si la banda ha evolucionado y perdurado en Sinaloa es porque siempre ha estado cerca de su mercado, que es la gente.
La nueva Perla del Pacífico
Y si algo llega ahora a Mazatlán es gente. A la nueva Perla del Pacífico, como la llaman, acuden miles de personas cada fin de semana buscando sus atractivos: playa, gastronomía, fiesta, pesca, cultura y béisbol. Nadie busca una sola cosa, y muy pocos las buscan todas. Es decir, el turismo es diverso y cada vez más exigente.
Tan solo en Semana Santa, más de un millón de personas visitan Mazatlán; una cifra similar a la que se registra cada febrero y marzo por el Carnaval. Eso es dos veces la población de la ciudad entera.
En años recientes, Mazatlán ha enfrentado eso que en inglés se conoce como “happy problems”: problemas de movilidad, de sustentabilidad y de ordenamiento de su crecimiento vertiginoso, que tensan la relación entre la comunidad que ahí vive con el turismo que la mantiene. Los mazatlecos y algunos segmentos de turistas se quejan, y con razón, del tráfico, de la contaminación, de la basura, de la insuficiencia del agua o el rebosamiento del drenaje, del desorden y, por supuesto, del ruido.
Tampoco es una queja nueva. En 1897 el periódico El Correo de la tarde consignaba las quejas mazatlecas por las orquestas que salían de gallo (serenata) por las calles de la ciudad hasta el amanecer: “También salió de gallo… ¡horror! Un cilindro. La libertad de molestar al prójimo es absoluta” (Simonett, 2004, p.31). Entonces, las autoridades impusieron medidas a las bandas serenateras: debían obtener un permiso del prefecto, no tocar más de dos horas en el mismo lugar, y corrían el riesgo de ser sancionados si no pagaban la licencia.
Entonces Mazatlán era la ciudad más grande del estado y contaba apenas unos 20 000 habitantes. Hoy la ciudad es un monstruo diferente: tiene medio millón de habitantes y una vocación turística que es su principal motor económico, por encima de la pesca y la industria. Y la banda suena en la playa, antros, aurigas y pulmonías, los característicos taxis de Mazatlán, a todo volumen.
De la crisis a la abundancia
Para valorar el momento mazatleco actual es útil recordar que no siempre ha sido así. La ciudad ha vivido grandes momentos de auge, pero también de dificultad. Por ejemplo, de 2008 a 2012, Mazatlán sufrió una de las épocas más duras de su historia moderna.
La crisis de las hipotecas en 2008, originada en Estados Unidos pero que alcanzó a todo el mundo, derrumbó las ventas inmobiliarias a extranjeros y puso en jaque al sector. A esa crisis se agregó otra: la epidemia de violencia nacional que desató la llamada "Guerra contra el narco", y que acabó con los cruceros y el turismo nacional.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio. Ahora, ahí mismo, sobran torres, predomina la fiesta y no hay un solo metro cuadrado disponible. Se olvidan también los asesinatos a plena luz del día, el cobro de piso y los secuestros que entonces golpearon de manera contundente la economía local.
En aquel tiempo difícil llegué a vivir a Mazatlán, y comencé a trabajar como director de Noroeste. Tenía 27 años, me había convertido en ingeniero y seguía escuchando los éxitos de la banda en el estéreo de mi carro. Ese 2008, “El Mechón” de la Banda MS sonaba por doquier y la rompía en Estados Unidos.
Aún con un liderazgo innegable en nuestro giro, no dejamos de sufrir las consecuencias de la crisis que derrumbó las ventas de publicidad a la mitad de un día para otro. El mayor reto fueron los ataques y amenazas del crimen organizado; el más peligroso ocurrió cuando nos quedamos en medio de una disputa entre los bandos, gracias a la policía local, y nos exigieron publicar información no verificada. No accedimos y pagamos las consecuencias: nos rafaguearon el edificio con más de 50 balazos de cuerno de chivo.
Los empresarios que sufrían con las bajas ventas se quejaban de que publicábamos “demasiada” nota roja, cuando esa era la realidad. Decían que esa era la razón por la que los turistas no llegaban a Mazatlán, a invertir o vacacionar. Aprendimos a publicar mejor, pero nunca callamos. Aunque a muchos no les gustara, especialmente al gobierno de Mario López Valdez, cuyo Secretario de seguridad, Francisco Córdova, llegó a afirmar que el problema de Mazatlán no era de inseguridad sino de “prensa”. Lo dijo después de que se registró una masacre en un antro del malecón, la zona más popular, donde murieron seis personas.
Tomó años reconstruir un piso mínimo de seguridad y recuperar los cruceros que ahora llegan tres veces por semana. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar realmente en 2013, y la bonanza que hoy todos disfrutan se explica, no en las acciones de algún alcalde o empresario, sino en una obra federal que cambió para siempre el rostro del puerto: la carretera Mazatlán-Durango que le dio al bajío una playa a tres horas de distancia.
Hoy Mazatlán tiene retos distintos, desafíos de política pública complejos que exigen estudio, planeación y, sobre todo, mucho diálogo, pues implican a más de un sector económico o poblacional. Eso es lo que está en el corazón de la regulación del ruido, o la presunta y malentendida prohibición de la música de banda. Entender que son otros tiempos, que no hay solución perfecta para todos, y que cada actor involucrado deberá ceder algo para avanzar.
El diálogo formal entre los interesados se había dado dos semanas antes de la temporada de mayor arribo de turistas. Se reunieron autoridades, hoteleros, empresarios, músicos y transportistas, que incluyen a aurigas y pulmonías. Se lograron algunos acuerdos sobre permisos, equipos, espacios y horarios.
El diablo está en los detalles, y se entiende que poner reglas a cualquier a actividad económica afecta intereses, pero reducir la conversación a una batalla entre “ricos y pobres”, a una disputa de “mazatlecos contra americanos”, o a una confrontación entre “los que odian” y “los que aman” la banda, es lo que menos necesita un problema como este.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio.
Vale reconocer a quienes participan en este proceso porque, ante un mal equilibrio, siempre lo más fácil es no hacer nada. Y recalcar que, por bien diseñadas que resulten las nuevas reglas del juego, el éxito del ordenamiento dependerá del respeto de los involucrados y la capacidad de las autoridades para aplicar la ley.
Con la polémica viva aún en redes, el alcalde de Mazatlán, Édgar González, confirmó el pasado Jueves Santo que habían expedido más de 50 permisos para que las bandas tocaran hasta las nueve de la noche en las playas, usando bocinas pequeñas; y si querían continuar más tarde, podrían usar la Glorieta Sánchez Taboada, mejor conocida como la explanada de El Clavadista. Incluso el gobernador Rocha Moya se manifestó a favor de que las bandas pudieran trabajar con orden. Los músicos disolvieron la protesta, mientras decenas de bandas tocaban a lo largo y ancho de la playa, lo que zanjó el asunto… por ahora.
Un día después, la Banda El Recodo expresó su solidaridad con el gremio, y “Neto” Coppel apareció, en un claro manejo de crisis, cantando "El Corrido de Mazatlán" junto a Eduin Caz, de Grupo Firme.
Tras permanecer muchos años estancada, la Perla del Pacífico se ha convertido en uno de los destinos turísticos más importantes del país y en el más relevante para Sinaloa. A mi, la vida me trajo al periodismo y un proyecto documental en proceso me ha acercado como nunca pensé al mundo de la banda, un mundo que cada vez admiro y respeto más y que sigue sin recibir todo el reconocimiento que se merece. Mi playlist se modernizó pero la banda sigue siendo la música que más me gusta. “A la antigüita”, de Edén Muñoz, fue mi rola más escuchada del 2023.
Hoy Mazatlán es sinónimo de desarrollo, de carnaval, de mariscos y de fiesta. Pero su marca registrada es la música de banda, desde la “huipa” en la playa, hasta los primeros lugares en las listas de Spotify. Eso no va a cambiar.
El rumor de que la banda sería prohibida en las playas de Mazatlán desató protestas e indignación. Era solo un intento por conciliar entre turistas y los pobladores locales que vieron en riesgo uno de los sellos más importantes de su identidad.
Soy sinaloense. Nací en Guamúchil pero crecí en un pueblo de Angostura, un municipio costero del estado distinguido por la calidad de sus camarones. Con mi abuelo paterno, un agricultor de quien heredé el nombre, íbamos de vacaciones de Semana Santa a las playas de Bellavista, más al norte, en el municipio vecino de Guasave. Todos los Viernes Santos, mi “Tata” y sus hermanos se levantaban temprano para “alicusarse”, se ponían el sombrero y con una hielera llena de cuartitos de cerveza, caminaban juntos rumbo a la playa.
Los López nos plantábamos frente al mar, a la caza de los músicos que circulaban por la orilla con sus instrumentos en el hombro. Tras dos o tres arranques de melodías y el regateo de costumbre, los adultos llegaban a un acuerdo para que tocaran para ellos todo el día. Mi abuelo, igual que sus hermanos, no era rico ni “buchón”: eran ejidatarios, hombres de campo que ahorraban durante meses para darse el gusto de “jalar la banda” una vez al año.
Cerrado el trato, Don Adrián, un güero colorado como era, gritaba: “¡Ora sí, arránquense pues!”.
Así conocí el repertorio tradicional de la música de banda. “El Sinaloense”, por supuesto, pero también “El Niño Perdido”, “El Sauce y la Palma”, “Corazón de Texas” (la favorita de mi abuelo), “El Toro Viejo” y tantas otras. Muchos corridos, sones y polkas que bailé y canté con toda mi ineptitud musical, pero con mucho gusto, a lado de mi familia.
La anécdota es mía pero la escena se repite de manera cotidiana, con sus variaciones, en prácticamente todas las playas de Sinaloa: gente que contrata una banda frente al mar para cantar y bailar, mientras se toma unas cervezas y se come unos mariscos.
La escena tampoco es nueva, lleva un siglo y medio sucediendo. La etnomusicóloga suiza Helena Simonett es autora de En Sinaloa nací: historia de la música de banda (2004), el libro que mejor ha recogido la historia de nuestro género musical más identitario. Ella relata el testimonio del ingeniero de minas norteamericano, John R. Flippin, quien en 1889 llegó a la sierra, entre Chihuahua y Sinaloa, para atestiguar cómo los habitantes de esa zona festejaban: “Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”, cita el libro.
Hace unos días comenzó a hacerse pública una propuesta para reducir la contaminación auditiva en Mazatlán, lo que incluye regular la música que suena en las playas y el transporte público. Algunos de los mensajeros lo explicaron mejor que otros. El más polémico fue Ernesto Coppel Kelly, propietario del Hotel Pueblo Bonito y principal impulsor del Nuevo Acuario de Mazatlán Mar de Cortés. “Las bandas son un escándalo, son un desastre en las playas mazatlecas. Yo tengo quejas de cientos de turistas americanos que me dicen 'no vuelvo a Mazatlán por el escándalo y el ruido que provoca que tengan una proyección de destino turístico chafa'”, dice El Neto con su característico estilo en un video de apenas dos minutos.
Conforme la campaña avanzaba, fue tomada por los músicos de banda y por su público en todo el país como una ofensa y un llamado a la prohibición. Los empresarios no midieron que la banda hace mucho dejó de ser solamente mazatleca, y ya es la música más popular de México.
La polémica reventó en plena Semana Santa de 2024, cuando decenas de músicos informales se manifestaron tocando por la Avenida del Mar. La protesta terminó en trifulca entre los músicos y los policías que intentaron retirarlos entrada la medianoche. Para esa hora, los videos en redes llevaban cientos de miles de reproducciones.
Por eso quisiera empezar separando los temas y fijando una postura: la banda es una música regional con 150 años de historia y no un “ruido” cualquiera.
También te puede interesar leer: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".
Mazatlán: cuna y meca
Mazatlán no es el origen único de la música de banda en Sinaloa —Mocorito y el mismo Culiacán, tienen también mucho que decir— pero sí se ha convertido en su meca.
La banda vino con el mar. Sus orígenes se remontan a una mezcla de las brass bands (bandas de metales) alemanas con otros instrumentos, como el clarinete y la tambora. Estos elementos llegaron gracias a los comerciantes alemanes, como la familia Melchers, que se establecieron en Mazatlán, a mediados del siglo XIX. Gran parte de esos apellidos se han diluido en la historia, pero gracias a ellos en el puerto perduran otras tradiciones como el gusto por la cerveza y la tradición del carnaval.
Llegó desde fuera, pero es más nuestra que de nadie. Se mantuvo por más de un siglo como la música de los más humildes, acompañando bodas, cumpleaños y velorios. En aquel entonces la “tambora” solo podía escucharse en vivo, pues no había manera de grabarla, y era exclusivamente la música de los pobres. En la Plazuela Machado, las élites gustaban del repertorio clásico interpretado por las bandas militares. Pero en el barrio, lo que amenizaba las cantinas y el carnaval era la música alegre y “desafinada” de las bandas empíricas.
Desde que comenzó a ser grabada y a salir del estado, en el puerto se consolidó una escena musical creativa, diversa y poderosa. Así surgieron bandas que hoy están vigentes como El Recodo, la Banda MS de Sergio Lizárraga, La Arrolladora y La Original Banda El Limón. También los exponentes solistas como Julio Preciado, Pancho Barraza, Julión Álvarez; y muchos otros antes, como la tecno banda que internacionalizó al género en Estados Unidos, y cuyo máximo exponente mazatleco es Mi Banda El Mexicano, de Casimiro Zamudio.
Agrupaciones, cantantes, compositores y productores han construido para la banda y sus versiones, desde el Baile del Caballito hasta el norteño-banda, un liderazgo dentro de la música regional en todo México, el sur de Estados Unidos y América Latina.
Muchos de ellos empezaron tocando en la “huipa”, como se conoce a las bandas itinerantes que cobran por hora o por pieza; esas como las que mi abuelo contrataba, y que son el segmento más popular, pulverizado e informal del gremio.
También, buena parte de los Premios Grammy Latinos que México ha ganado en su historia se encuentran en los anaqueles de los estudios mazatlecos. Tan solo El Recodo ha ganado en nueve ocasiones la categoría de Mejor Álbum de Banda, y en las estaciones de radio populares de todo el país, la banda es la programación dominante.
“Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”
Otro dato que sirve para dimensionar a la banda como industria es que emplea a miles de personas talentosas en lo musical, el marketing y la producción; y ahora sus conciertos son millonarios. En septiembre de 2023, la Banda MS volvió a abarrotar el Madison Square Garden de Nueva York, como parte de su gira de celebración por cumplir 20 años de trayectoria.
Por otro lado, además del aguachile, la música de banda es el timbre de orgullo con el que se promueve a Sinaloa en las ferias y convenciones internacionales de turismo. Ferias en las que participan los mismos hoteleros impulsores de la propuesta para regular a los músicos.
Y sin duda, la aportación más relevante de la banda es que se ha convertido en una alternativa honesta de movilidad social para los jóvenes de Sinaloa. Algo imprescindible para un estado en que las puertas de acceso al crimen organizado están a la vuelta de la esquina, esperando en una motocicleta. Ejemplos como el de Sergio Lizárraga y sus compañeros de la Banda MS, quienes empezaron tocando en una marisquería de una colonia popular cobrando por canción, se han convertido en una inspiración y una aspiración para los jóvenes mazatlecos que buscan salir adelante a través de la música.
Pero la banda es más que una música: es una tradición y una identidad que se ha mantenido vigente por siglo y medio. Su riqueza se explica en algo que la doctora Simonett ha dicho mejor que nadie: si la banda ha evolucionado y perdurado en Sinaloa es porque siempre ha estado cerca de su mercado, que es la gente.
La nueva Perla del Pacífico
Y si algo llega ahora a Mazatlán es gente. A la nueva Perla del Pacífico, como la llaman, acuden miles de personas cada fin de semana buscando sus atractivos: playa, gastronomía, fiesta, pesca, cultura y béisbol. Nadie busca una sola cosa, y muy pocos las buscan todas. Es decir, el turismo es diverso y cada vez más exigente.
Tan solo en Semana Santa, más de un millón de personas visitan Mazatlán; una cifra similar a la que se registra cada febrero y marzo por el Carnaval. Eso es dos veces la población de la ciudad entera.
En años recientes, Mazatlán ha enfrentado eso que en inglés se conoce como “happy problems”: problemas de movilidad, de sustentabilidad y de ordenamiento de su crecimiento vertiginoso, que tensan la relación entre la comunidad que ahí vive con el turismo que la mantiene. Los mazatlecos y algunos segmentos de turistas se quejan, y con razón, del tráfico, de la contaminación, de la basura, de la insuficiencia del agua o el rebosamiento del drenaje, del desorden y, por supuesto, del ruido.
Tampoco es una queja nueva. En 1897 el periódico El Correo de la tarde consignaba las quejas mazatlecas por las orquestas que salían de gallo (serenata) por las calles de la ciudad hasta el amanecer: “También salió de gallo… ¡horror! Un cilindro. La libertad de molestar al prójimo es absoluta” (Simonett, 2004, p.31). Entonces, las autoridades impusieron medidas a las bandas serenateras: debían obtener un permiso del prefecto, no tocar más de dos horas en el mismo lugar, y corrían el riesgo de ser sancionados si no pagaban la licencia.
Entonces Mazatlán era la ciudad más grande del estado y contaba apenas unos 20 000 habitantes. Hoy la ciudad es un monstruo diferente: tiene medio millón de habitantes y una vocación turística que es su principal motor económico, por encima de la pesca y la industria. Y la banda suena en la playa, antros, aurigas y pulmonías, los característicos taxis de Mazatlán, a todo volumen.
De la crisis a la abundancia
Para valorar el momento mazatleco actual es útil recordar que no siempre ha sido así. La ciudad ha vivido grandes momentos de auge, pero también de dificultad. Por ejemplo, de 2008 a 2012, Mazatlán sufrió una de las épocas más duras de su historia moderna.
La crisis de las hipotecas en 2008, originada en Estados Unidos pero que alcanzó a todo el mundo, derrumbó las ventas inmobiliarias a extranjeros y puso en jaque al sector. A esa crisis se agregó otra: la epidemia de violencia nacional que desató la llamada "Guerra contra el narco", y que acabó con los cruceros y el turismo nacional.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio. Ahora, ahí mismo, sobran torres, predomina la fiesta y no hay un solo metro cuadrado disponible. Se olvidan también los asesinatos a plena luz del día, el cobro de piso y los secuestros que entonces golpearon de manera contundente la economía local.
En aquel tiempo difícil llegué a vivir a Mazatlán, y comencé a trabajar como director de Noroeste. Tenía 27 años, me había convertido en ingeniero y seguía escuchando los éxitos de la banda en el estéreo de mi carro. Ese 2008, “El Mechón” de la Banda MS sonaba por doquier y la rompía en Estados Unidos.
Aún con un liderazgo innegable en nuestro giro, no dejamos de sufrir las consecuencias de la crisis que derrumbó las ventas de publicidad a la mitad de un día para otro. El mayor reto fueron los ataques y amenazas del crimen organizado; el más peligroso ocurrió cuando nos quedamos en medio de una disputa entre los bandos, gracias a la policía local, y nos exigieron publicar información no verificada. No accedimos y pagamos las consecuencias: nos rafaguearon el edificio con más de 50 balazos de cuerno de chivo.
Los empresarios que sufrían con las bajas ventas se quejaban de que publicábamos “demasiada” nota roja, cuando esa era la realidad. Decían que esa era la razón por la que los turistas no llegaban a Mazatlán, a invertir o vacacionar. Aprendimos a publicar mejor, pero nunca callamos. Aunque a muchos no les gustara, especialmente al gobierno de Mario López Valdez, cuyo Secretario de seguridad, Francisco Córdova, llegó a afirmar que el problema de Mazatlán no era de inseguridad sino de “prensa”. Lo dijo después de que se registró una masacre en un antro del malecón, la zona más popular, donde murieron seis personas.
Tomó años reconstruir un piso mínimo de seguridad y recuperar los cruceros que ahora llegan tres veces por semana. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar realmente en 2013, y la bonanza que hoy todos disfrutan se explica, no en las acciones de algún alcalde o empresario, sino en una obra federal que cambió para siempre el rostro del puerto: la carretera Mazatlán-Durango que le dio al bajío una playa a tres horas de distancia.
Hoy Mazatlán tiene retos distintos, desafíos de política pública complejos que exigen estudio, planeación y, sobre todo, mucho diálogo, pues implican a más de un sector económico o poblacional. Eso es lo que está en el corazón de la regulación del ruido, o la presunta y malentendida prohibición de la música de banda. Entender que son otros tiempos, que no hay solución perfecta para todos, y que cada actor involucrado deberá ceder algo para avanzar.
El diálogo formal entre los interesados se había dado dos semanas antes de la temporada de mayor arribo de turistas. Se reunieron autoridades, hoteleros, empresarios, músicos y transportistas, que incluyen a aurigas y pulmonías. Se lograron algunos acuerdos sobre permisos, equipos, espacios y horarios.
El diablo está en los detalles, y se entiende que poner reglas a cualquier a actividad económica afecta intereses, pero reducir la conversación a una batalla entre “ricos y pobres”, a una disputa de “mazatlecos contra americanos”, o a una confrontación entre “los que odian” y “los que aman” la banda, es lo que menos necesita un problema como este.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio.
Vale reconocer a quienes participan en este proceso porque, ante un mal equilibrio, siempre lo más fácil es no hacer nada. Y recalcar que, por bien diseñadas que resulten las nuevas reglas del juego, el éxito del ordenamiento dependerá del respeto de los involucrados y la capacidad de las autoridades para aplicar la ley.
Con la polémica viva aún en redes, el alcalde de Mazatlán, Édgar González, confirmó el pasado Jueves Santo que habían expedido más de 50 permisos para que las bandas tocaran hasta las nueve de la noche en las playas, usando bocinas pequeñas; y si querían continuar más tarde, podrían usar la Glorieta Sánchez Taboada, mejor conocida como la explanada de El Clavadista. Incluso el gobernador Rocha Moya se manifestó a favor de que las bandas pudieran trabajar con orden. Los músicos disolvieron la protesta, mientras decenas de bandas tocaban a lo largo y ancho de la playa, lo que zanjó el asunto… por ahora.
Un día después, la Banda El Recodo expresó su solidaridad con el gremio, y “Neto” Coppel apareció, en un claro manejo de crisis, cantando "El Corrido de Mazatlán" junto a Eduin Caz, de Grupo Firme.
Tras permanecer muchos años estancada, la Perla del Pacífico se ha convertido en uno de los destinos turísticos más importantes del país y en el más relevante para Sinaloa. A mi, la vida me trajo al periodismo y un proyecto documental en proceso me ha acercado como nunca pensé al mundo de la banda, un mundo que cada vez admiro y respeto más y que sigue sin recibir todo el reconocimiento que se merece. Mi playlist se modernizó pero la banda sigue siendo la música que más me gusta. “A la antigüita”, de Edén Muñoz, fue mi rola más escuchada del 2023.
Hoy Mazatlán es sinónimo de desarrollo, de carnaval, de mariscos y de fiesta. Pero su marca registrada es la música de banda, desde la “huipa” en la playa, hasta los primeros lugares en las listas de Spotify. Eso no va a cambiar.
El rumor de que la banda sería prohibida en las playas de Mazatlán desató protestas e indignación. Era solo un intento por conciliar entre turistas y los pobladores locales que vieron en riesgo uno de los sellos más importantes de su identidad.
Soy sinaloense. Nací en Guamúchil pero crecí en un pueblo de Angostura, un municipio costero del estado distinguido por la calidad de sus camarones. Con mi abuelo paterno, un agricultor de quien heredé el nombre, íbamos de vacaciones de Semana Santa a las playas de Bellavista, más al norte, en el municipio vecino de Guasave. Todos los Viernes Santos, mi “Tata” y sus hermanos se levantaban temprano para “alicusarse”, se ponían el sombrero y con una hielera llena de cuartitos de cerveza, caminaban juntos rumbo a la playa.
Los López nos plantábamos frente al mar, a la caza de los músicos que circulaban por la orilla con sus instrumentos en el hombro. Tras dos o tres arranques de melodías y el regateo de costumbre, los adultos llegaban a un acuerdo para que tocaran para ellos todo el día. Mi abuelo, igual que sus hermanos, no era rico ni “buchón”: eran ejidatarios, hombres de campo que ahorraban durante meses para darse el gusto de “jalar la banda” una vez al año.
Cerrado el trato, Don Adrián, un güero colorado como era, gritaba: “¡Ora sí, arránquense pues!”.
Así conocí el repertorio tradicional de la música de banda. “El Sinaloense”, por supuesto, pero también “El Niño Perdido”, “El Sauce y la Palma”, “Corazón de Texas” (la favorita de mi abuelo), “El Toro Viejo” y tantas otras. Muchos corridos, sones y polkas que bailé y canté con toda mi ineptitud musical, pero con mucho gusto, a lado de mi familia.
La anécdota es mía pero la escena se repite de manera cotidiana, con sus variaciones, en prácticamente todas las playas de Sinaloa: gente que contrata una banda frente al mar para cantar y bailar, mientras se toma unas cervezas y se come unos mariscos.
La escena tampoco es nueva, lleva un siglo y medio sucediendo. La etnomusicóloga suiza Helena Simonett es autora de En Sinaloa nací: historia de la música de banda (2004), el libro que mejor ha recogido la historia de nuestro género musical más identitario. Ella relata el testimonio del ingeniero de minas norteamericano, John R. Flippin, quien en 1889 llegó a la sierra, entre Chihuahua y Sinaloa, para atestiguar cómo los habitantes de esa zona festejaban: “Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”, cita el libro.
Hace unos días comenzó a hacerse pública una propuesta para reducir la contaminación auditiva en Mazatlán, lo que incluye regular la música que suena en las playas y el transporte público. Algunos de los mensajeros lo explicaron mejor que otros. El más polémico fue Ernesto Coppel Kelly, propietario del Hotel Pueblo Bonito y principal impulsor del Nuevo Acuario de Mazatlán Mar de Cortés. “Las bandas son un escándalo, son un desastre en las playas mazatlecas. Yo tengo quejas de cientos de turistas americanos que me dicen 'no vuelvo a Mazatlán por el escándalo y el ruido que provoca que tengan una proyección de destino turístico chafa'”, dice El Neto con su característico estilo en un video de apenas dos minutos.
Conforme la campaña avanzaba, fue tomada por los músicos de banda y por su público en todo el país como una ofensa y un llamado a la prohibición. Los empresarios no midieron que la banda hace mucho dejó de ser solamente mazatleca, y ya es la música más popular de México.
La polémica reventó en plena Semana Santa de 2024, cuando decenas de músicos informales se manifestaron tocando por la Avenida del Mar. La protesta terminó en trifulca entre los músicos y los policías que intentaron retirarlos entrada la medianoche. Para esa hora, los videos en redes llevaban cientos de miles de reproducciones.
Por eso quisiera empezar separando los temas y fijando una postura: la banda es una música regional con 150 años de historia y no un “ruido” cualquiera.
También te puede interesar leer: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".
Mazatlán: cuna y meca
Mazatlán no es el origen único de la música de banda en Sinaloa —Mocorito y el mismo Culiacán, tienen también mucho que decir— pero sí se ha convertido en su meca.
La banda vino con el mar. Sus orígenes se remontan a una mezcla de las brass bands (bandas de metales) alemanas con otros instrumentos, como el clarinete y la tambora. Estos elementos llegaron gracias a los comerciantes alemanes, como la familia Melchers, que se establecieron en Mazatlán, a mediados del siglo XIX. Gran parte de esos apellidos se han diluido en la historia, pero gracias a ellos en el puerto perduran otras tradiciones como el gusto por la cerveza y la tradición del carnaval.
Llegó desde fuera, pero es más nuestra que de nadie. Se mantuvo por más de un siglo como la música de los más humildes, acompañando bodas, cumpleaños y velorios. En aquel entonces la “tambora” solo podía escucharse en vivo, pues no había manera de grabarla, y era exclusivamente la música de los pobres. En la Plazuela Machado, las élites gustaban del repertorio clásico interpretado por las bandas militares. Pero en el barrio, lo que amenizaba las cantinas y el carnaval era la música alegre y “desafinada” de las bandas empíricas.
Desde que comenzó a ser grabada y a salir del estado, en el puerto se consolidó una escena musical creativa, diversa y poderosa. Así surgieron bandas que hoy están vigentes como El Recodo, la Banda MS de Sergio Lizárraga, La Arrolladora y La Original Banda El Limón. También los exponentes solistas como Julio Preciado, Pancho Barraza, Julión Álvarez; y muchos otros antes, como la tecno banda que internacionalizó al género en Estados Unidos, y cuyo máximo exponente mazatleco es Mi Banda El Mexicano, de Casimiro Zamudio.
Agrupaciones, cantantes, compositores y productores han construido para la banda y sus versiones, desde el Baile del Caballito hasta el norteño-banda, un liderazgo dentro de la música regional en todo México, el sur de Estados Unidos y América Latina.
Muchos de ellos empezaron tocando en la “huipa”, como se conoce a las bandas itinerantes que cobran por hora o por pieza; esas como las que mi abuelo contrataba, y que son el segmento más popular, pulverizado e informal del gremio.
También, buena parte de los Premios Grammy Latinos que México ha ganado en su historia se encuentran en los anaqueles de los estudios mazatlecos. Tan solo El Recodo ha ganado en nueve ocasiones la categoría de Mejor Álbum de Banda, y en las estaciones de radio populares de todo el país, la banda es la programación dominante.
“Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”
Otro dato que sirve para dimensionar a la banda como industria es que emplea a miles de personas talentosas en lo musical, el marketing y la producción; y ahora sus conciertos son millonarios. En septiembre de 2023, la Banda MS volvió a abarrotar el Madison Square Garden de Nueva York, como parte de su gira de celebración por cumplir 20 años de trayectoria.
Por otro lado, además del aguachile, la música de banda es el timbre de orgullo con el que se promueve a Sinaloa en las ferias y convenciones internacionales de turismo. Ferias en las que participan los mismos hoteleros impulsores de la propuesta para regular a los músicos.
Y sin duda, la aportación más relevante de la banda es que se ha convertido en una alternativa honesta de movilidad social para los jóvenes de Sinaloa. Algo imprescindible para un estado en que las puertas de acceso al crimen organizado están a la vuelta de la esquina, esperando en una motocicleta. Ejemplos como el de Sergio Lizárraga y sus compañeros de la Banda MS, quienes empezaron tocando en una marisquería de una colonia popular cobrando por canción, se han convertido en una inspiración y una aspiración para los jóvenes mazatlecos que buscan salir adelante a través de la música.
Pero la banda es más que una música: es una tradición y una identidad que se ha mantenido vigente por siglo y medio. Su riqueza se explica en algo que la doctora Simonett ha dicho mejor que nadie: si la banda ha evolucionado y perdurado en Sinaloa es porque siempre ha estado cerca de su mercado, que es la gente.
La nueva Perla del Pacífico
Y si algo llega ahora a Mazatlán es gente. A la nueva Perla del Pacífico, como la llaman, acuden miles de personas cada fin de semana buscando sus atractivos: playa, gastronomía, fiesta, pesca, cultura y béisbol. Nadie busca una sola cosa, y muy pocos las buscan todas. Es decir, el turismo es diverso y cada vez más exigente.
Tan solo en Semana Santa, más de un millón de personas visitan Mazatlán; una cifra similar a la que se registra cada febrero y marzo por el Carnaval. Eso es dos veces la población de la ciudad entera.
En años recientes, Mazatlán ha enfrentado eso que en inglés se conoce como “happy problems”: problemas de movilidad, de sustentabilidad y de ordenamiento de su crecimiento vertiginoso, que tensan la relación entre la comunidad que ahí vive con el turismo que la mantiene. Los mazatlecos y algunos segmentos de turistas se quejan, y con razón, del tráfico, de la contaminación, de la basura, de la insuficiencia del agua o el rebosamiento del drenaje, del desorden y, por supuesto, del ruido.
Tampoco es una queja nueva. En 1897 el periódico El Correo de la tarde consignaba las quejas mazatlecas por las orquestas que salían de gallo (serenata) por las calles de la ciudad hasta el amanecer: “También salió de gallo… ¡horror! Un cilindro. La libertad de molestar al prójimo es absoluta” (Simonett, 2004, p.31). Entonces, las autoridades impusieron medidas a las bandas serenateras: debían obtener un permiso del prefecto, no tocar más de dos horas en el mismo lugar, y corrían el riesgo de ser sancionados si no pagaban la licencia.
Entonces Mazatlán era la ciudad más grande del estado y contaba apenas unos 20 000 habitantes. Hoy la ciudad es un monstruo diferente: tiene medio millón de habitantes y una vocación turística que es su principal motor económico, por encima de la pesca y la industria. Y la banda suena en la playa, antros, aurigas y pulmonías, los característicos taxis de Mazatlán, a todo volumen.
De la crisis a la abundancia
Para valorar el momento mazatleco actual es útil recordar que no siempre ha sido así. La ciudad ha vivido grandes momentos de auge, pero también de dificultad. Por ejemplo, de 2008 a 2012, Mazatlán sufrió una de las épocas más duras de su historia moderna.
La crisis de las hipotecas en 2008, originada en Estados Unidos pero que alcanzó a todo el mundo, derrumbó las ventas inmobiliarias a extranjeros y puso en jaque al sector. A esa crisis se agregó otra: la epidemia de violencia nacional que desató la llamada "Guerra contra el narco", y que acabó con los cruceros y el turismo nacional.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio. Ahora, ahí mismo, sobran torres, predomina la fiesta y no hay un solo metro cuadrado disponible. Se olvidan también los asesinatos a plena luz del día, el cobro de piso y los secuestros que entonces golpearon de manera contundente la economía local.
En aquel tiempo difícil llegué a vivir a Mazatlán, y comencé a trabajar como director de Noroeste. Tenía 27 años, me había convertido en ingeniero y seguía escuchando los éxitos de la banda en el estéreo de mi carro. Ese 2008, “El Mechón” de la Banda MS sonaba por doquier y la rompía en Estados Unidos.
Aún con un liderazgo innegable en nuestro giro, no dejamos de sufrir las consecuencias de la crisis que derrumbó las ventas de publicidad a la mitad de un día para otro. El mayor reto fueron los ataques y amenazas del crimen organizado; el más peligroso ocurrió cuando nos quedamos en medio de una disputa entre los bandos, gracias a la policía local, y nos exigieron publicar información no verificada. No accedimos y pagamos las consecuencias: nos rafaguearon el edificio con más de 50 balazos de cuerno de chivo.
Los empresarios que sufrían con las bajas ventas se quejaban de que publicábamos “demasiada” nota roja, cuando esa era la realidad. Decían que esa era la razón por la que los turistas no llegaban a Mazatlán, a invertir o vacacionar. Aprendimos a publicar mejor, pero nunca callamos. Aunque a muchos no les gustara, especialmente al gobierno de Mario López Valdez, cuyo Secretario de seguridad, Francisco Córdova, llegó a afirmar que el problema de Mazatlán no era de inseguridad sino de “prensa”. Lo dijo después de que se registró una masacre en un antro del malecón, la zona más popular, donde murieron seis personas.
Tomó años reconstruir un piso mínimo de seguridad y recuperar los cruceros que ahora llegan tres veces por semana. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar realmente en 2013, y la bonanza que hoy todos disfrutan se explica, no en las acciones de algún alcalde o empresario, sino en una obra federal que cambió para siempre el rostro del puerto: la carretera Mazatlán-Durango que le dio al bajío una playa a tres horas de distancia.
Hoy Mazatlán tiene retos distintos, desafíos de política pública complejos que exigen estudio, planeación y, sobre todo, mucho diálogo, pues implican a más de un sector económico o poblacional. Eso es lo que está en el corazón de la regulación del ruido, o la presunta y malentendida prohibición de la música de banda. Entender que son otros tiempos, que no hay solución perfecta para todos, y que cada actor involucrado deberá ceder algo para avanzar.
El diálogo formal entre los interesados se había dado dos semanas antes de la temporada de mayor arribo de turistas. Se reunieron autoridades, hoteleros, empresarios, músicos y transportistas, que incluyen a aurigas y pulmonías. Se lograron algunos acuerdos sobre permisos, equipos, espacios y horarios.
El diablo está en los detalles, y se entiende que poner reglas a cualquier a actividad económica afecta intereses, pero reducir la conversación a una batalla entre “ricos y pobres”, a una disputa de “mazatlecos contra americanos”, o a una confrontación entre “los que odian” y “los que aman” la banda, es lo que menos necesita un problema como este.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio.
Vale reconocer a quienes participan en este proceso porque, ante un mal equilibrio, siempre lo más fácil es no hacer nada. Y recalcar que, por bien diseñadas que resulten las nuevas reglas del juego, el éxito del ordenamiento dependerá del respeto de los involucrados y la capacidad de las autoridades para aplicar la ley.
Con la polémica viva aún en redes, el alcalde de Mazatlán, Édgar González, confirmó el pasado Jueves Santo que habían expedido más de 50 permisos para que las bandas tocaran hasta las nueve de la noche en las playas, usando bocinas pequeñas; y si querían continuar más tarde, podrían usar la Glorieta Sánchez Taboada, mejor conocida como la explanada de El Clavadista. Incluso el gobernador Rocha Moya se manifestó a favor de que las bandas pudieran trabajar con orden. Los músicos disolvieron la protesta, mientras decenas de bandas tocaban a lo largo y ancho de la playa, lo que zanjó el asunto… por ahora.
Un día después, la Banda El Recodo expresó su solidaridad con el gremio, y “Neto” Coppel apareció, en un claro manejo de crisis, cantando "El Corrido de Mazatlán" junto a Eduin Caz, de Grupo Firme.
Tras permanecer muchos años estancada, la Perla del Pacífico se ha convertido en uno de los destinos turísticos más importantes del país y en el más relevante para Sinaloa. A mi, la vida me trajo al periodismo y un proyecto documental en proceso me ha acercado como nunca pensé al mundo de la banda, un mundo que cada vez admiro y respeto más y que sigue sin recibir todo el reconocimiento que se merece. Mi playlist se modernizó pero la banda sigue siendo la música que más me gusta. “A la antigüita”, de Edén Muñoz, fue mi rola más escuchada del 2023.
Hoy Mazatlán es sinónimo de desarrollo, de carnaval, de mariscos y de fiesta. Pero su marca registrada es la música de banda, desde la “huipa” en la playa, hasta los primeros lugares en las listas de Spotify. Eso no va a cambiar.
El rumor de que la banda sería prohibida en las playas de Mazatlán desató protestas e indignación. Era solo un intento por conciliar entre turistas y los pobladores locales que vieron en riesgo uno de los sellos más importantes de su identidad.
Soy sinaloense. Nací en Guamúchil pero crecí en un pueblo de Angostura, un municipio costero del estado distinguido por la calidad de sus camarones. Con mi abuelo paterno, un agricultor de quien heredé el nombre, íbamos de vacaciones de Semana Santa a las playas de Bellavista, más al norte, en el municipio vecino de Guasave. Todos los Viernes Santos, mi “Tata” y sus hermanos se levantaban temprano para “alicusarse”, se ponían el sombrero y con una hielera llena de cuartitos de cerveza, caminaban juntos rumbo a la playa.
Los López nos plantábamos frente al mar, a la caza de los músicos que circulaban por la orilla con sus instrumentos en el hombro. Tras dos o tres arranques de melodías y el regateo de costumbre, los adultos llegaban a un acuerdo para que tocaran para ellos todo el día. Mi abuelo, igual que sus hermanos, no era rico ni “buchón”: eran ejidatarios, hombres de campo que ahorraban durante meses para darse el gusto de “jalar la banda” una vez al año.
Cerrado el trato, Don Adrián, un güero colorado como era, gritaba: “¡Ora sí, arránquense pues!”.
Así conocí el repertorio tradicional de la música de banda. “El Sinaloense”, por supuesto, pero también “El Niño Perdido”, “El Sauce y la Palma”, “Corazón de Texas” (la favorita de mi abuelo), “El Toro Viejo” y tantas otras. Muchos corridos, sones y polkas que bailé y canté con toda mi ineptitud musical, pero con mucho gusto, a lado de mi familia.
La anécdota es mía pero la escena se repite de manera cotidiana, con sus variaciones, en prácticamente todas las playas de Sinaloa: gente que contrata una banda frente al mar para cantar y bailar, mientras se toma unas cervezas y se come unos mariscos.
La escena tampoco es nueva, lleva un siglo y medio sucediendo. La etnomusicóloga suiza Helena Simonett es autora de En Sinaloa nací: historia de la música de banda (2004), el libro que mejor ha recogido la historia de nuestro género musical más identitario. Ella relata el testimonio del ingeniero de minas norteamericano, John R. Flippin, quien en 1889 llegó a la sierra, entre Chihuahua y Sinaloa, para atestiguar cómo los habitantes de esa zona festejaban: “Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”, cita el libro.
Hace unos días comenzó a hacerse pública una propuesta para reducir la contaminación auditiva en Mazatlán, lo que incluye regular la música que suena en las playas y el transporte público. Algunos de los mensajeros lo explicaron mejor que otros. El más polémico fue Ernesto Coppel Kelly, propietario del Hotel Pueblo Bonito y principal impulsor del Nuevo Acuario de Mazatlán Mar de Cortés. “Las bandas son un escándalo, son un desastre en las playas mazatlecas. Yo tengo quejas de cientos de turistas americanos que me dicen 'no vuelvo a Mazatlán por el escándalo y el ruido que provoca que tengan una proyección de destino turístico chafa'”, dice El Neto con su característico estilo en un video de apenas dos minutos.
Conforme la campaña avanzaba, fue tomada por los músicos de banda y por su público en todo el país como una ofensa y un llamado a la prohibición. Los empresarios no midieron que la banda hace mucho dejó de ser solamente mazatleca, y ya es la música más popular de México.
La polémica reventó en plena Semana Santa de 2024, cuando decenas de músicos informales se manifestaron tocando por la Avenida del Mar. La protesta terminó en trifulca entre los músicos y los policías que intentaron retirarlos entrada la medianoche. Para esa hora, los videos en redes llevaban cientos de miles de reproducciones.
Por eso quisiera empezar separando los temas y fijando una postura: la banda es una música regional con 150 años de historia y no un “ruido” cualquiera.
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Mazatlán: cuna y meca
Mazatlán no es el origen único de la música de banda en Sinaloa —Mocorito y el mismo Culiacán, tienen también mucho que decir— pero sí se ha convertido en su meca.
La banda vino con el mar. Sus orígenes se remontan a una mezcla de las brass bands (bandas de metales) alemanas con otros instrumentos, como el clarinete y la tambora. Estos elementos llegaron gracias a los comerciantes alemanes, como la familia Melchers, que se establecieron en Mazatlán, a mediados del siglo XIX. Gran parte de esos apellidos se han diluido en la historia, pero gracias a ellos en el puerto perduran otras tradiciones como el gusto por la cerveza y la tradición del carnaval.
Llegó desde fuera, pero es más nuestra que de nadie. Se mantuvo por más de un siglo como la música de los más humildes, acompañando bodas, cumpleaños y velorios. En aquel entonces la “tambora” solo podía escucharse en vivo, pues no había manera de grabarla, y era exclusivamente la música de los pobres. En la Plazuela Machado, las élites gustaban del repertorio clásico interpretado por las bandas militares. Pero en el barrio, lo que amenizaba las cantinas y el carnaval era la música alegre y “desafinada” de las bandas empíricas.
Desde que comenzó a ser grabada y a salir del estado, en el puerto se consolidó una escena musical creativa, diversa y poderosa. Así surgieron bandas que hoy están vigentes como El Recodo, la Banda MS de Sergio Lizárraga, La Arrolladora y La Original Banda El Limón. También los exponentes solistas como Julio Preciado, Pancho Barraza, Julión Álvarez; y muchos otros antes, como la tecno banda que internacionalizó al género en Estados Unidos, y cuyo máximo exponente mazatleco es Mi Banda El Mexicano, de Casimiro Zamudio.
Agrupaciones, cantantes, compositores y productores han construido para la banda y sus versiones, desde el Baile del Caballito hasta el norteño-banda, un liderazgo dentro de la música regional en todo México, el sur de Estados Unidos y América Latina.
Muchos de ellos empezaron tocando en la “huipa”, como se conoce a las bandas itinerantes que cobran por hora o por pieza; esas como las que mi abuelo contrataba, y que son el segmento más popular, pulverizado e informal del gremio.
También, buena parte de los Premios Grammy Latinos que México ha ganado en su historia se encuentran en los anaqueles de los estudios mazatlecos. Tan solo El Recodo ha ganado en nueve ocasiones la categoría de Mejor Álbum de Banda, y en las estaciones de radio populares de todo el país, la banda es la programación dominante.
“Algunos mexicanos, con unos cuantos dólares en el bolsillo, se emborrachan e inmediatamente quieren que una banda de música vaya de arriba a abajo por las calles y se detenga frente a las casas y tiendas y toque por la gloria, ¡la gloria de estar borracho!”
Otro dato que sirve para dimensionar a la banda como industria es que emplea a miles de personas talentosas en lo musical, el marketing y la producción; y ahora sus conciertos son millonarios. En septiembre de 2023, la Banda MS volvió a abarrotar el Madison Square Garden de Nueva York, como parte de su gira de celebración por cumplir 20 años de trayectoria.
Por otro lado, además del aguachile, la música de banda es el timbre de orgullo con el que se promueve a Sinaloa en las ferias y convenciones internacionales de turismo. Ferias en las que participan los mismos hoteleros impulsores de la propuesta para regular a los músicos.
Y sin duda, la aportación más relevante de la banda es que se ha convertido en una alternativa honesta de movilidad social para los jóvenes de Sinaloa. Algo imprescindible para un estado en que las puertas de acceso al crimen organizado están a la vuelta de la esquina, esperando en una motocicleta. Ejemplos como el de Sergio Lizárraga y sus compañeros de la Banda MS, quienes empezaron tocando en una marisquería de una colonia popular cobrando por canción, se han convertido en una inspiración y una aspiración para los jóvenes mazatlecos que buscan salir adelante a través de la música.
Pero la banda es más que una música: es una tradición y una identidad que se ha mantenido vigente por siglo y medio. Su riqueza se explica en algo que la doctora Simonett ha dicho mejor que nadie: si la banda ha evolucionado y perdurado en Sinaloa es porque siempre ha estado cerca de su mercado, que es la gente.
La nueva Perla del Pacífico
Y si algo llega ahora a Mazatlán es gente. A la nueva Perla del Pacífico, como la llaman, acuden miles de personas cada fin de semana buscando sus atractivos: playa, gastronomía, fiesta, pesca, cultura y béisbol. Nadie busca una sola cosa, y muy pocos las buscan todas. Es decir, el turismo es diverso y cada vez más exigente.
Tan solo en Semana Santa, más de un millón de personas visitan Mazatlán; una cifra similar a la que se registra cada febrero y marzo por el Carnaval. Eso es dos veces la población de la ciudad entera.
En años recientes, Mazatlán ha enfrentado eso que en inglés se conoce como “happy problems”: problemas de movilidad, de sustentabilidad y de ordenamiento de su crecimiento vertiginoso, que tensan la relación entre la comunidad que ahí vive con el turismo que la mantiene. Los mazatlecos y algunos segmentos de turistas se quejan, y con razón, del tráfico, de la contaminación, de la basura, de la insuficiencia del agua o el rebosamiento del drenaje, del desorden y, por supuesto, del ruido.
Tampoco es una queja nueva. En 1897 el periódico El Correo de la tarde consignaba las quejas mazatlecas por las orquestas que salían de gallo (serenata) por las calles de la ciudad hasta el amanecer: “También salió de gallo… ¡horror! Un cilindro. La libertad de molestar al prójimo es absoluta” (Simonett, 2004, p.31). Entonces, las autoridades impusieron medidas a las bandas serenateras: debían obtener un permiso del prefecto, no tocar más de dos horas en el mismo lugar, y corrían el riesgo de ser sancionados si no pagaban la licencia.
Entonces Mazatlán era la ciudad más grande del estado y contaba apenas unos 20 000 habitantes. Hoy la ciudad es un monstruo diferente: tiene medio millón de habitantes y una vocación turística que es su principal motor económico, por encima de la pesca y la industria. Y la banda suena en la playa, antros, aurigas y pulmonías, los característicos taxis de Mazatlán, a todo volumen.
De la crisis a la abundancia
Para valorar el momento mazatleco actual es útil recordar que no siempre ha sido así. La ciudad ha vivido grandes momentos de auge, pero también de dificultad. Por ejemplo, de 2008 a 2012, Mazatlán sufrió una de las épocas más duras de su historia moderna.
La crisis de las hipotecas en 2008, originada en Estados Unidos pero que alcanzó a todo el mundo, derrumbó las ventas inmobiliarias a extranjeros y puso en jaque al sector. A esa crisis se agregó otra: la epidemia de violencia nacional que desató la llamada "Guerra contra el narco", y que acabó con los cruceros y el turismo nacional.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio. Ahora, ahí mismo, sobran torres, predomina la fiesta y no hay un solo metro cuadrado disponible. Se olvidan también los asesinatos a plena luz del día, el cobro de piso y los secuestros que entonces golpearon de manera contundente la economía local.
En aquel tiempo difícil llegué a vivir a Mazatlán, y comencé a trabajar como director de Noroeste. Tenía 27 años, me había convertido en ingeniero y seguía escuchando los éxitos de la banda en el estéreo de mi carro. Ese 2008, “El Mechón” de la Banda MS sonaba por doquier y la rompía en Estados Unidos.
Aún con un liderazgo innegable en nuestro giro, no dejamos de sufrir las consecuencias de la crisis que derrumbó las ventas de publicidad a la mitad de un día para otro. El mayor reto fueron los ataques y amenazas del crimen organizado; el más peligroso ocurrió cuando nos quedamos en medio de una disputa entre los bandos, gracias a la policía local, y nos exigieron publicar información no verificada. No accedimos y pagamos las consecuencias: nos rafaguearon el edificio con más de 50 balazos de cuerno de chivo.
Los empresarios que sufrían con las bajas ventas se quejaban de que publicábamos “demasiada” nota roja, cuando esa era la realidad. Decían que esa era la razón por la que los turistas no llegaban a Mazatlán, a invertir o vacacionar. Aprendimos a publicar mejor, pero nunca callamos. Aunque a muchos no les gustara, especialmente al gobierno de Mario López Valdez, cuyo Secretario de seguridad, Francisco Córdova, llegó a afirmar que el problema de Mazatlán no era de inseguridad sino de “prensa”. Lo dijo después de que se registró una masacre en un antro del malecón, la zona más popular, donde murieron seis personas.
Tomó años reconstruir un piso mínimo de seguridad y recuperar los cruceros que ahora llegan tres veces por semana. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar realmente en 2013, y la bonanza que hoy todos disfrutan se explica, no en las acciones de algún alcalde o empresario, sino en una obra federal que cambió para siempre el rostro del puerto: la carretera Mazatlán-Durango que le dio al bajío una playa a tres horas de distancia.
Hoy Mazatlán tiene retos distintos, desafíos de política pública complejos que exigen estudio, planeación y, sobre todo, mucho diálogo, pues implican a más de un sector económico o poblacional. Eso es lo que está en el corazón de la regulación del ruido, o la presunta y malentendida prohibición de la música de banda. Entender que son otros tiempos, que no hay solución perfecta para todos, y que cada actor involucrado deberá ceder algo para avanzar.
El diálogo formal entre los interesados se había dado dos semanas antes de la temporada de mayor arribo de turistas. Se reunieron autoridades, hoteleros, empresarios, músicos y transportistas, que incluyen a aurigas y pulmonías. Se lograron algunos acuerdos sobre permisos, equipos, espacios y horarios.
El diablo está en los detalles, y se entiende que poner reglas a cualquier a actividad económica afecta intereses, pero reducir la conversación a una batalla entre “ricos y pobres”, a una disputa de “mazatlecos contra americanos”, o a una confrontación entre “los que odian” y “los que aman” la banda, es lo que menos necesita un problema como este.
Hoy, que el problema es administrar la abundancia, a empresarios, músicos y transportistas se les olvida que hubo un tiempo reciente en que en la “Zona Dorada” reinaba el silencio.
Vale reconocer a quienes participan en este proceso porque, ante un mal equilibrio, siempre lo más fácil es no hacer nada. Y recalcar que, por bien diseñadas que resulten las nuevas reglas del juego, el éxito del ordenamiento dependerá del respeto de los involucrados y la capacidad de las autoridades para aplicar la ley.
Con la polémica viva aún en redes, el alcalde de Mazatlán, Édgar González, confirmó el pasado Jueves Santo que habían expedido más de 50 permisos para que las bandas tocaran hasta las nueve de la noche en las playas, usando bocinas pequeñas; y si querían continuar más tarde, podrían usar la Glorieta Sánchez Taboada, mejor conocida como la explanada de El Clavadista. Incluso el gobernador Rocha Moya se manifestó a favor de que las bandas pudieran trabajar con orden. Los músicos disolvieron la protesta, mientras decenas de bandas tocaban a lo largo y ancho de la playa, lo que zanjó el asunto… por ahora.
Un día después, la Banda El Recodo expresó su solidaridad con el gremio, y “Neto” Coppel apareció, en un claro manejo de crisis, cantando "El Corrido de Mazatlán" junto a Eduin Caz, de Grupo Firme.
Tras permanecer muchos años estancada, la Perla del Pacífico se ha convertido en uno de los destinos turísticos más importantes del país y en el más relevante para Sinaloa. A mi, la vida me trajo al periodismo y un proyecto documental en proceso me ha acercado como nunca pensé al mundo de la banda, un mundo que cada vez admiro y respeto más y que sigue sin recibir todo el reconocimiento que se merece. Mi playlist se modernizó pero la banda sigue siendo la música que más me gusta. “A la antigüita”, de Edén Muñoz, fue mi rola más escuchada del 2023.
Hoy Mazatlán es sinónimo de desarrollo, de carnaval, de mariscos y de fiesta. Pero su marca registrada es la música de banda, desde la “huipa” en la playa, hasta los primeros lugares en las listas de Spotify. Eso no va a cambiar.
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