El Cartel de Sinaloa: Un historia del uso político del narco - Gatopardo

La cuna de la narcocultura

¿Por qué Sinaloa es la capital internacional del narcotráfico? Es la pregunta que el cronista Diego Enrique Osorno ha buscado responder desde hace diez años cuando apareció ‘El Cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco’, que ahora Grijalbo ha vuelto a editar.

Tiempo de lectura: 22 minutos

La Navidad de 2013 todo era calma en Sinaloa y mientras comía un aguachile en Culiacán, me enteré de que la representación gráfica que existe de Jesús Malverde, el santo de los narcos sinaloenses, fue inspirada en la figura del actor y cantante Pedro Infante. Aunque murió en abril de 1957 en un accidente aéreo, Pedro Infante es hasta hoy una de las figuras más veneradas de México. Su peculiar entonación de la canción “Cielito lindo”, así como su tez aperlada, su cabello castaño y sus ojos casi negros son usados por las agencias de publicidad como prototipo de lo que es “el mexicano”.

Malverde era un bandido que al igual que Pancho Villa, a principios del siglo XX asaltaba familias de hacendados y repartía una parte de su botín entre los pobres. La diferencia es que Malverde murió en 1909 y Villa se sumó después a las filas de la Revolución, lo que le mereció un lugar en la historia oficial. En contraste, por decreto gubernamental, el cadáver de Malverde fue colgado de un árbol hasta que éste cayó y  fue sepultado entre piedras por sus seguidores. Con el paso del tiempo, esa tumba se convirtió en centro de un culto que creció tanto que uno de sus devotos, Eligio González, decidió construirle una capilla. Cuando sucedió esto, el capellán se dio cuenta de que no existía una imagen de su santo que pudiera ser venerada y en 1983, aconsejado por algunos amigos, decidió ir con un yesero a pedirle que creara la imagen de Malverde basándose en una fotografía de Pedro Infante, de tal forma que el rostro del santo de los narcos sinaloenses está inspirado en el del actor mexicano más carismático que ha existido.

Esta historia me la contó Juan Millán, un poderoso exgobernador de Sinaloa, quien dice que es seguidor de Pedro Infante, pero no de Malverde.

Malverde es visto como un villano por la Iglesia  católica, aunque eso no impide que miles de devotos católicos —no necesariamente ligados al narco— lo consideren  un héroe. Esta contradicción podría aplicarse también a lo que genera la figura de Joaquín Guzmán Loera, quien es uno de los mayores narcotraficantes del planeta, pero en su tierra natal es idolatrado incluso ahora que ha caído en desgracia. Tanta fascinación hay por El Chapo que, tras su detención en febrero de 2014, casi 2 mil seguidores suyos se atrevieron a salir a las calles a manifestar su apoyo, algunos portando camisas con la leyenda de “We love Chapo”.

Suele decirse que los mexicanos estamos enfermos de narcocultura. Y es cierto que hay decisiones extrañas, sobre todo a nivel oficial, que alimentan esas teorías. Al día de hoy no he podido entender por qué el Ejército mexicano exhibe ciertos objetos que les son decomisados a los narcotraficantes. A pocos metros de la oficina del secretario de la Defensa Nacional, hay un pequeño museo en el que he visto una espada de los Caballeros Templarios de Michoacán, la pijama blindada del capo Osiel Cárdenas Guillén y la pistola que traía Joaquín Guzmán Loera la primera vez que fue detenido en 1993 en Guatemala. Quizás esta narcocultura explica por qué la serie de televisión más vista no es una tan buena como House of Cards, sino El Patrón del Mal, inspirada en la vida del colombiano Pablo Escobar.

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