Parir en la pandemia (segunda parte)
Ninguno de los dos quería pronunciar en voz alta la posibilidad de que eso fuese algo más que una simple gripe. La cosa pintaba de lujo. Una nena de 13 días en la cuna y nosotros sin poder movernos. La bromita del destino se estaba pasando de la raya.
Hace dos meses que nació Martina y no hemos visto la torta por ningún lado. ¿Será que es difícil traer algo bajo el brazo cuando se nace en medio de una pandemia? O quizás la buena noticia es que ella nació con la fuerza necesaria para superar semejante situación y que eso ya es una inmensa torta. Cumple 64 días de vida y mientras se ríe y patalea, el presidente de Estados Unidos baja apurado a esconderse en el bunker de la Casa Blanca; otro policía blanco asesina a un civil negro, y como respuesta, algunos de los seres pensantes que aún quedan en ese país, decidieron romper un poquito las calles de sus ciudades en crisis, mientras el virus mata gente a lo loco.
Pipina llegó a un planeta realmente espantoso que ha superado con creces la ficción. Es un panorama digno de un película descabellada, solo posible en la cabeza de un gringo. Cine de catástrofe sin final feliz.
Semanas atrás mis padres llegaron de Chile a ver a Martina y se alquilaron una casa a dos cuadras de la mía, sin saber que sería el lugar donde pasarían encerrados varios meses de su vida. Mi padre es un joven de 80 años y mi madre, una joven que lleva una considerable cantidad de años ocultando su edad. Intuíamos que una nena recién nacida y un abuelo de 80, no era la mejor combinación posible en contextos de pandemia, sin embargo, el miedo no se manifestaba del todo aún, así que, cada tanto, los abuelos venían a casa ver a su nieta.
Mientras tanto España e Italia llegaban al pico de curva, generando una mínima luz al final de camino. América se convertía en el foco de la infección mundial. Somos el continente más rebelde del mundo y también el más impredecible. Los asiáticos tienen poblaciones extremadamente pobres, pero estados tremendamente ricos, y eso sumado al carácter autoritario de algunos gobiernos, logró controlar la pandemia, mientras nosotros la veíamos venir.
La personita que inventé con la Negra es una cosa realmente increíble. Sepan disculpar la apreciación, es que nunca fui mucho de bebés. Siempre supe que quería ser padre, que era un suceso inevitable en mi vida, pero eso no significaba que me gustaran los bebés. Había levantado solo uno en mi vida, obligado por las circunstancias, ya que mi hermano, en un acto de amor extremo, le había puesto a su hijo Sebastián Kohan, así que no podía negarme a cargarlo y amarlo locamente. Sin embargo, el hecho de tenerlo en brazos me daba un pavor absoluto. Era demasiada la fragilidad de ese pequeño ser y mucho el miedo al levantarlo.
Hasta el nacimiento de Pipina, los bebés eran pequeños garbanzos de los que se ocupaban otros. Cuestión que la belleza de nuestro invento resultó ser impactante, y apenas la tuve en brazos, desaparecieron como por arte de magia, todos los miedos que me provocaba la insoportable fragilidad del ser. Todo aquello a lo que le temía antes de ser padre desapareció automáticamente cuando nació la pirinola.
La Pipina nos quedó increíble y sumamente mexicana, como si el lugar de nacimiento influyera en los rasgos. Si alguna vez había imaginado a un pequeño Kohan parecido a mí, blancucho y cachetón, corriendo tras una pelota y al que transmitirle mis peores fanatismos futboleros, estaba muy lejos de la realidad. Martina es más mexicana que un taco de huitlacoche. Parece que los genes tlaxcaltecas son más poderosos que los sefaradís. Y, allende lo étnico, la nena llegó con una nariz respingada que no tenemos la más remota idea de dónde viene y mejor no averiguarlo. Sin embargo, cuando la miro fijamente, se parece mucho a mí. Como cuando uno mira fijamente las nubes y aparecen perros, dragones o aviones.
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Mientras tanto, el famoso virus estaba sacando lo peor de cada casa. Las derechas sacaban el pecho y orgullosas, se negaban a tomar medidas. Y las izquierdas… las izquierdas no sabemos bien en qué momento dejaron de existir. Eso sí, algunos centros se comportaban dignamente. Si vemos las estadísticas del continente podemos descubrir que los gobiernos más de derecha tienen más muertos que los menos de derecha, elementos suficientes para que cada uno en su casa active su fascistómetro y saque sus propias conclusiones.
Martina nació el sábado 21 de marzo y no alcanzamos a inscribirla ante el registro civil del hospital, porque con una hija de pocas horas y una madre en post operatorio, no da tiempo de hacer trámites. El domingo el registro no trabaja y el lunes ya nos habíamos rajado del hospital por el miedo de contraer algún coronavirus intrahospitalario. Después de casi tres meses, la niña de la selva, sigue sin estar registrada y hasta que no tenga la partida de nacimiento de la mexicanita, yo no tendré el permiso de residencia definitivo en este país. Ya decía Weber que los Estados habían inventado las burocracias para convertirse en racionales máquinas de impedir, pero ese tema lo trataremos en otro momento.
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¿Por dónde empezar con el fascistómetro? ¿De sur a norte o del más al menos fascista? ¿Qué inicio tendrá más valor científico? ¿El número de muertos determinará el nivel de fascismo o viceversa? A ver, tiremos la moneda. Vamos por la geografía.
Chile y Argentina tienen la característica compartida de estar en la loma del orto. Los sudamericanos sentimos cierto orgullo por ser del sur y estar tan pero tan lejos, pero la verdad es que no tiene ningún valor. Estamos lejos de todo y punto pelota. Los gobiernos, los geógrafos, los militares y los fachos de ambos lados de la cordillera han estado a punto de iniciar varias guerras por cuestiones limítrofes que en general no implican más que archipiélagos y pingüinos a los que todo les da exactamente igual. Finalmente, después de eternas disputas sobre deshielos, vientos, latitudes y un sinfín de tonteras por el estilo, resultó que la isla más al sur del mundo era chilena y se llamaba Puerto Williams. Así que empezamos por ahí.
El gobierno chileno sube sin duda al podio del fascistómetro. No gana el oro porque es un país muy chiquito y sus competidores son enormes y tienen más territorio y población para cometer sus crímenes. Piñera no le dio mucha importancia al virus y no decretó cuarentena en ningún lado. La población, víctima de la criminal desidia oficial, aprovechó la inercia de la organización creada durante la revolución y se comenzó a guardar solita. Un país acéfalo para lo bueno, pero súper céfalo para lo malo. Con la llegada del virus, como para hacer un recordatorio de que existen, decretaron toque de queda nocturno y confinamiento en algunos barrios altos, porque el virus inició siendo cuico, fresa, cheto, pijo. Después el virus se hizo popular pero los pobres no entraron en cuarentena. De a poco el gobierno empezó, con unos cálculos sumamente extraños, a meter barrios en aislamiento y liberar otros, lo que llamaron “cuarentenas dinámicas”. Un acto aparentemente inteligente, que el futuro confirmó solo como aparente. Tan extraño fue ese sistema de entrar y salir de la lista que mucha gente dejó de tener claro si podía salir o no. El gobierno fue displicente y confuso.
A veces coincide que los gobiernos de derecha son, además de criminales, tontos; pero en este caso, eso de ser tonto implicaba poner a mucha gente en peligro de muerte. Más peligroso que mono con navaja. En el contexto chileno, el virus logró lo que no consiguió la represión, encerrar a la gente en sus casas, y el miedo a la muerte le convenía a un gobierno acorralado.
En la segunda semana de mayo las cifras oficiales de muertos eran de 219, hasta que una periodista solicitó al gobierno un informe de transparencia sobre fallecimientos por causas respiratorias del tercer mes del año. Durante el mes de marzo de los últimos años habían muerto 7800 personas, este marzo, 8700. Esa diferencia bien pudo representar mil muertes que las cifras oficiales no estaban contabilizando.
Ahora sí, viendo que se estaba yendo todo a la mierda, decretaron la cuarentena. No sin antes anunciar, mediante el señor Mañalich, Ministro de Salud, que Chile era el país con menos muertos del mundo, solo superado por Corea del Sur. Hoy es el país con mayor tasa de contagios en el planeta y no ha llegado aún el invierno.
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Tras librarnos del hospital llegamos a la casa y comenzó la permanente tarea de ser papá. La vida nunca más volverá a ser igual. Pasé a segundo plano, lo cual no vino mal porque hace tiempo que estaba harto de mí mismo. Cargar a la nena, vestirla, desvestirla, ponerle, sacarle. Entrar en el universo de las cacas, los pises, los pañales, los baños, las toallitas, las cremitas, la cola, la colita, el chocho, el chochis y todo lo demás. Despertarse varias veces por noche por los alaridos de la reina, ir a la cuna, levantarla, llevársela a la teta, o sea a la madre, esperar que coma, cambiarle el pañal, que coma de nuevo y recorrer la casa con la pequeña a cuestas sacándole los chanchitos, labor que merece una mención especial.
Sacar los chanchitos, los sapos, el aire, es la peor actividad de todas. Cambiaría mil pañales con tal de no sacar chanchitos. Se supone que si la nena no saca el aire, entonces no duerme, vomita y se ahoga o algo así de espantoso (o al menos esas son las amenazas de la Negra para que no la acueste sin antes haberle sacado los tres chanchitos). Tres de la mañana, dormido, agotado, destruido, arrullando a la pirinola, dándole palmaditas con la mano cóncava en la espalda, con una técnica que no termina de funcionar y solo provoca el llanto desesperado de la criatura que exige a su madre y no entiende qué es esa cosa inútil que la lleva en brazos. Pero la madre está tendida en cama, agotada de post operatorio, con dolor de todo, con puntos a cicatrizar, vendas, fajas y un importante coctel de medicamentos, sin ganas volver a ser succionada hasta la deshidratación por esa pequeña fiera que parece inocente pero no lo es. Esa fiera que yo llevo en brazos hace una hora y que llora, llora mucho, pero no saca un chanchito ni de casualidad. Y mientras la fiera llora desesperada y la noche pasa y el llanto no cesa yo descubro dolores intensos en músculos de la espalda que desconocía, músculos que estaban desactivados pero ahora se manifiestan insoportables. Y camino y doy palmaditas y se debilitan las rodillas y se tuercen las paredes y afuera el viento sopla furioso, y los chanchos no aparecen. Y todos queremos que se vuelvan a llenar de leche esas tetas mágicas para que la máquina succionadora deje de llorar y se duerma rozagante como si no hubiera pasado nada, como si yo no hubiese vivido una situación extrema o un acto de rescatismo. Porque ahora, por culpa de los chanchitos, cada noche es una situación de vida o muerte.
Una de las parteras que nos dio un curso prenatal, nos dijo una frase que me tiene arruinado y no me permite dormir. Dijo que teníamos que tener mucho cuidado en la noche cuando dejáramos a la nena en su cuna, porque cuando estuviésemos dormidos, ella podría darse vuelta, quedar boca abajo y asfixiarse. ¿Cómo puede seguir viviendo un padre primerizo después de tan cruel advertencia? Así que no duermo. No puedo y no debo. ¿Qué padre insensible podría dormir con semejante peligro?
También recuerdo que la partera decía palabras extrañas que hacen de todo menos facilitar el aprendizaje. Decía cosas como calostro, meconio, puerperio y yo, que no entendía nada, solo atinaba a imaginar a dos amigos que se iban de su pueblo, y cuya historia empezaba así: Calostro y Meconio se fueron de Puerperio.
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Argentina, solo por ser el país con menos muertos del continente, se ha ganado uno de los últimos lugares en el fascistómetro. Tiene la cuarentena más estricta y a la población más vuelta loca de todas, pero la realidad de los países vecinos es tan dramática que a Fernández, sin duda, la historia lo absolverá. Claro está que lo critican todos y que ha surgido una de las especies más dementes, ilógicas y despreciables de la humanidad: los anticuarentena. Fascistas de patio que aseguran que el virus es un invento del comunismo de Fernández y que viven bajo una infectadura. La derecha la cuestiona porque restringe libertades individuales, la izquierda porque restringe libertades colectivas. Los extremos se juntan. Eso sí, si hubiera estado Macri de presidente, el país sería un cementerio al aire libre.
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El agotamiento era total. La obligación de cuidar a una criatura que uno mismo creó, es tan obvia como ilógica. ¿Qué es lo que busca o desea uno al inventar personitas tan dependientes? ¿Alguien a quien amar? ¿Alguien por quién ser amado? No lo sé. De lo que estoy seguro es que produce niveles de amor desconocidos e insospechados. Es todo tan hermoso como agotador. El día que Martina cumplió diez días de vida subí a la azotea por las escaleras y no me daban las piernas. Tenía que subir dos pisos para ir a lavar la ropa y me dolían demasiado las rodillas. El último mes había sido muy intenso y en algún momento todo esto me tenía que pasar factura. Me sentía cansado, resfriado, como si me estuviese por enfermar. El día siguiente le dije a la Negra, Negra, estoy hecho mierda, no puedo ni subir dos pisos, yo tampoco, me dijo. Alguno le había contagiado el resfrío al otro, la situación se ponía cuesta arriba y encargarse de la bestia come teta se tornaba cada minuto más complicado. Llevábamos once días y nos quedaba toda la vida.
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En Uruguay casi nunca pasa nada, así que no pueden aspirar a un podio en el fascistómetro a pesar de haber elegido a un presidente de derecha. Bolivia tiene un gobierno de facto, militar, fascista y ultra católico, pero por suerte no tiene demasiados muertos y eso lo descarta para competir. Ecuador es un cuento de realismo mágico pero al revés. Lenin Moreno es un personaje lamentable que desconcierta al fascistómetro porque entró al poder como progre y apenas se sacó la banda presidencial se dio vuelta como un calcetín. Ahora deja morir a la población mientras pone cara de sota. Ecuador no se gana la medalla de oro porque compite con bestias muy grandes, pero creo que después de decir que casi no había fallecimientos, mientras se llenaban las calles de ataúdes, se merecen el premio de consolación a los más mentirosos de la pandemia. En Perú no sé qué pasa. Solo sé que son más clasistas que en Chile, que todos los presidentes son sumamente corruptos y que ninguno termina su mandato. En Venezuela la inflación es tan grande que hace parecer a Argentina un país estable.
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El día siguiente amanecimos ambos resfriados, lo cual nos parecía normal porque en algún momento el cuerpo iba a pedir descanso. Más avanzado el día y wasapeando con mi madre, me entero que ella y mi papá se sienten igual de mal que nosotros. Eso de estar todos enfermos en plena pandemia era una casualidad bastante macabra. En la noche ni la Negra ni yo nos podíamos mover, estábamos tirados ambos en la cama, padeciendo el peor dolor de cuerpo que pueda recordar. Ninguno de los dos quería pronunciar en voz alta la posibilidad de que eso fuese algo más que una simple gripe. La cosa pintaba de lujo. Una nena de 13 días en la cuna, nosotros sin poder movernos, mis viejos tirados en cama y yo sin poder ir a verlos. La bromita del destino se estaba pasando de la raya.
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Brasil lucha por el oro sin lugar a dudas. Bolsonazi, un hombre al que no voy describir aquí, pero que claramente reúne los peores defectos del ser humano, ha demostrado que el problema no es él, sino los brasileros. Porque claro, un hombre que permita abiertamente que se muera la población de su país sin hacer absolutamente nada, salvo obligar a la gente a ir a trabajar, es sumamente grave. Que sea fascista, criminal e idiota, es grave, pero mucho más grave es que gran parte de los ciudadanos de su país lo quieran, lo apoyen y lo sigan por las calles para sacarse fotos y darle abrazos, aún cuando acaba de tener un ataque de tos, es un problema mucho más grave. Debemos ser varios millones los habitantes de este mundo que rogamos a Dios que el señor tenga el virus, aunque como iba diciendo, el problema no es la existencia de un fascista sino la de varios millones que lo apoyan. Este mundo al revés comenzó, según mis cálculos, cuando Donald Trampa estaba en campaña presidencial y al notar cierto descenso en las encuestas comenzó a decir las peores fascistadas del mundo y nosotros los progres, ilusos totales, nos alegrábamos pensando que si ese señor sacaba su peor parte y demostraba quien era realmente, perdería la elección, y pasó todo lo contrario. Los gringos se emocionaron ante esa peor parte del presidente naranja y ahí se terminó el asunto. Si en Argentina a principios de junio calculaban casi 600 fallecidos, en Brasil calculaban más de treinta mil. Sin duda será el segundo país con más muertos en el mundo cuando Italia e Inglaterra se estabilicen y ellos sigan abrazando al soldado del ataque de tos.
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Al tercer día, lo que deseábamos fuera gripa, se había convertido en un infierno. La fiebre se sumaba al listado de síntomas. Nadie lo iba a decir en voz alta pero eso no era un resfrío. La primera medida se tomó en ese instante. Fuese lo que fuese que tuviésemos, en casa se decretó el uso de cubreboca para acercarse a Pipina y se prohibió el acercamiento a Ale, el hijo adolescente de la Negra, quien quedó recluido en su cuarto y solo salía a buscar la comida que le dejábamos en el pasillo. El dolor de cuerpo y de articulaciones dio paso al dolor de cabeza. Ya no había ninguna parte del cuerpo que no doliera. En la cabeza el dolor era demasiado intenso y se ubicaba arriba, abajo, a un lado, al otro, al medio y pa dentro.
El cuarto día mi hermano me mandó un mensaje de watsap con un comunicado de la Organización Mundial de la Salud que decía que, de ser posible, no se amamantara a los recién nacidos para evitar el contagio. El infierno estaba metido ahí con nosotros en la habitación. Solo quedaba mantener la calma y rogar que eso siguiera así, nadie en el mundo se ha muerto de dolor de cabeza y no iba a ser yo el primero. Mientras no aparezcan problemas respiratorios, padeceríamos con calma los síntomas que nos tocaran. El quinto día la Negra amaneció con falta de aire, mis viejos ya no respondían al teléfono y Pipina en su cuna hacía extraños sonidos sin cesar.
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Estados Unidos tenía más de cien mil fallecidos y una rebelión en las calles. Donaldo Trampa se ganaba con creces el oro en el podio del fascistómetro. Un récord en todos los sentidos. El presidente naranja que no dictó cuarentena por el virus, decretó toque de queda por los manifestantes y sacó el ejército a la calle. Días antes le dijo a sus congéneres que se tomaran un vasito de detergente para curarse del virus, y como dijimos que el problema no es el dueño del circo sino los monos, hay millones de gringos que le hacen caso.
Finalmente, la decisión de desfinanciar a la OMS por favorecer a China, era errada pero, no nos engañemos, la OMS había sido uno de los principales responsables de la expansión de la pandemia por no haber tomado medidas rápidamente. Lo negaron hasta que no pudieron más. En enero el gobierno de Taiwán había mandado varios avisos por correo electrónico a la OMS asegurando que habían detectado casos de un virus muy peligroso. Pero claro, Taiwán no forma parte la ONU y la OMS hizo caso omiso. El virus a la papelera. Negligencia pura. Displicencia total, como es habitual en los organismos apéndices de las Naciones Unidas. Por mí, que se tomen unos vasitos de detergente.
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¡Al sexto día llegó la tos! En las noticias daban el listado de síntomas del coronavirus, así que la Negra y yo decidimos dejar jugar al negacionismo y jugar al bingo. Dolores articulares. ¡Lo tengo! Dolores musculares. ¡Lo tengo! Dolor de cabeza. ¡Lo tengo! Mucosidad. ¡Lo tengo! Tos seca. ¡Lo tengo! Fiebre. ¡Lo tengo! Falta de aire. ¡Lo tengo! ¡Bingo! ¡Cartón lleno! Ganó la Negra por un solo síntoma, la tos seca que a mí no me había dado. El único síntoma que nos faltaba era uno que habían tenido mis amigos españoles unos días atrás: la falta total de olfato y de gusto. Al parecer esos síntomas tan sofisticados, tan europeos, todavía no habían llegado a América. Aquí solo teníamos los antiguos y tradicionales dolores de toda la vida.
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Del virus no se sabía un carajo. Cada consejo tenía su contraconsejo y cada afirmación su negación. Los médicos no comprendían ni comprenden las cualidades del virus y la televisión y los periódicos se convertían en el único elemento pedagógico posible, es decir que estábamos en manos de una manga de mercenarios.
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Pipina estaba perfecta, radiante. Al parecer la lactancia le daba poderes y no al contrario, como decía la OMS. Sin embargo mis viejos también habían ganado el bingo, así que decidí probar suerte y contactar al Gobierno de la Ciudad. Tenía que mandar un mensaje de texto a no sé qué número y contestar una encuesta. Me hice pasar por mi papá, asumiendo que si el gobierno iba a gastar recursos sería en un joven de 80 y no en un viejo de 40. La encuesta era idéntica al bingo de los síntomas, así que afortunadamente quedé seleccionado como población de riesgo y me dieron un número de seguimiento del caso. Yo supuse que ese número significaba “arrégleselas como pueda”, pero no, al día siguiente nos llamó un doctor y nos entrevistó a todos. Luego llegaron dos enfermeras que al entrar a la casa se disfrazaron de una especie Robocop de tela, con mil capas de protección y nos hicieron la prueba. Los resultados tardarían 5 días hábiles en ser entregados.
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Mientras tanto los chanchos se tomaban Dinamarca, los pumas Chile, los canguros Chipre, los delfines Venecia, los monos París, las jirafas Japón, los pelícanos Ucrania, los elefantes Inglaterra, los gorilas Estados Unidos, los narcos México y las ratas el Palacio de la Moneda.
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Para esa altura a nadie le cabía duda que teníamos el virus. Muy optimista hay que ser para creer en semejante casualidad. Optimista o pelotudo, una de dos. Las noches eran imposibles y los días también; la Negra venía débil de la cesárea, con un tajo con un millón de puntos y había que vendarla todos los días. El panorama era desastroso. Levantarse de la cama a las doce de la noche, a las 3, a las 6 y a las 9 de la mañana para trasladar a la Pipina de su cuna a su teta era realmente doloroso. Recuerdo tres o cuatro noches de dolor absoluto de cuerpo, la cabeza explotando como si se hubieran juntado todas las crudas, cañas y resacas de mi vida y 38 de fiebre, levantándome de la cama para ir a buscar a la Pirinola que lloraba desesperada, y llevársela a la Negra que estaba tumbada en la cama, más cerca de allá que de acá, para enchufarle a la fiera y que le succionara la poca energía que le quedaba y la terminara de deshidratar por completo. Toda una pinturita.
Sin embargo, en el medio del desastre, Martina nos daba la fuerza necesaria. A nosotros nos daba realmente igual si era coronavirus, dengue, o coronadengue, había que levantarse igual y darle de comer a la fierita de 13 días y a la fiera de 13 años que estaba encerrado en el cuarto, de vacaciones, enchufado a su celular. Mientras no sintiésemos graves problemas respiratorios, era cosa de esperar. La gran preocupación eran mis padres que estaban peor que nosotros, sin levantarse, sin comer y a puro paracetamol.
El día 14, tras 11 días de síntomas, nos llamaron del gobierno de la ciudad para decirnos que las pruebas habían dado positivo y que los cuatro teníamos coronavirus. Llevábamos 15 días con cubreboca en la casa y Martina nos miraba con extrañeza. De los 25 días que llevaba viva, 15, había convivido con seres que más que padres parecían bandidos que venían de robar un banco. Poco a poco comenzaron a pasar los dolores y parecía que todo iba a terminar. El lado positivo del asunto era que después de los 14 días quedaríamos libres de virus y seríamos inmunes, o al menos eso decían. Sin embargo la realidad era bastante más jodida de lo que pensábamos. Según las noticias, en Corea del Sur un grupo de coreanos que ya habían superado el bicho, volvían a dar positivo a la prueba. No existía la inmunidad. Estábamos en el horno. Este bicho era más poderoso de lo que pensábamos. El pesimismo se volvió absoluto.
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Más allá de las bromas sobre la Diosa Teta, es realmente increíble todo lo que rodea a la lactancia. Primero que nada, los nutrientes que le da a la Pipinia son suficientes para mantenerla más fuerte que a todos nosotros. Parece ser que la salvó del contagio o al menos de tener síntomas. Además, a medida que la Negra fue generando anticuerpos contra el bicho, se los fue trasmitiendo a la Súper Pipina que ahora parecer ser la criptonita del Covid.
Las tetas, para seguir con ellas, son increíbles y no dejan de sorprender. Van modificando los nutrientes de la leche según la edad y las necesidades de la fiera en cuestión. Hay madres que amamantan a sus hijos hasta edades muy avanzadas. No sé si hay un límite biológico para terminar con la lactancia, solo sé que hay poca tolerancia social para seguir con eso cuando la fiera, de pie sobre el suelo, llega sola a la teta sin ayuda de nadie.
Solo el 14% de las madres mexicanas alimentan a sus hijes con leche materna. Es el país con el menor porcentaje, solo seguido por República Dominicana. Desconozco la razones, pero intuyo que debe ser una población sin suficiente información sobre sus beneficios. Y a todo esto, Nestle debe ser parte del problema y uno de sus mayores beneficiarios.
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Día 23, tras 20 días de síntomas yo ya estaba curado, la Negra no tanto, mi mamá un poco y mi viejo seguía sin salir de la cama, sumergido en una total oscuridad. Ese era el día en que el Gobierno de la Ciudad tenía presupuestado que teníamos que estar curados y me llamaron por teléfono para ver cómo estábamos. Le dije que yo estaba bien y que el resto más o menos, que daba la sensación de que el virus duraba más de 14 días, a lo que el señor me respondió que no, que nosotros ya estábamos curados. Esa noche salimos en las estadísticas de las noticias aumentando las cifras de los recuperados.
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En el fascistómetro México juega un rol extraño. A principios de junio llegaban a los diez mil muertos, sexto lugar mundial, sin embargo no estaban entre los primeros veinte en la relación de muertos por cantidad de habitantes. Algo bueno debían estar haciendo, más allá de que todo lo que se veía era una vergüenza, la curva aún no para de crecer y faltan aún muchos meses para que el virus se extinga. El 27 abril el presidente, como siempre tranquilo y sonriente, decía en conferencia de prensa que no nos preocupáramos, que “teníamos al virus dominado”. A mediados de mayo, en el primer peor momento de la pandemia, se anunció una política de semáforos por zona. Según el color del semáforo era la cantidad de restricciones. Primó la necesidad de reactivar la economía y la gente volvió a salir a la calle. Solo las cifras finales nos dirán la magnitud de la catástrofe.
Mientras tanto, en las calles se acumulaban las agresiones contra los médicos y las fiestas barriales. CovidFest por aquí, CovidFest por allá, un ejemplo de ciudadanía culta, consciente, precavida y solidaria.
Y así el cuento de nunca acabar, desde principios de mayo cada semana el gobierno avisa que estamos en el momento de mayor contagio y que la semana que viene comenzará a bajar la curva. Ese mensaje se mantiene vigente sin importar cuando lo leamos.
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Mi padre comenzó de a poco a curarse y los síntomas a desaparecer. Sin embargo, cuando el virus se fue, no lograba estabilizarse. Se iban los síntomas del Covid, pero llegaban nuevos. Algo se le había descompensado y nadie sabía qué era. El saldo de la enfermedad era positivo porque estábamos vivos, pero desgarrador porque había secuelas. Mi madre con tapaboca y lentes oscuros, atravesaba el momento más triste que le recuerde. Y yo también. Sin embargo, una fuerza impedía que la tristeza se convirtiera en desesperanza, una fuerza hermosa y poderosa llamada Martina, que con sus incesantes sonrisas nos permitió salir de aquello. Tras varios días de triste desconcierto y un estudio de sangre, descubrimos que el virus le había toqueteado a mi padre la tiroides, le cambiamos la medicación y volvió a ser él mismo joven, guapo y sonriente de siempre.
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Cuando hay que llenarse la boca de libertades y de principios, la gran mayoría de la población universal se encarga de cuestionar a Cuba. En el medio de las democracias de consumo, todos son paladines de la libertad. Sin embargo, el fascistómetro dejó a Cuba en el último lugar y hay un grupo de franceses que piden que el Nobel sea para los médicos cubanos. Si un sistema de salud no es preventivo, no es un sistema de salud sino un negocio. Según la OMS, institución con menos legitimidad que el Nobel, un cubano tiene 70 veces menos probabilidades de contagiarse que un brasilero.
El mundo es una verdadera lágrima y todos aquellos que creen que de la pandemia vamos a aprender y nos vamos a dar cuenta de las cosas que son verdaderamente importantes, viven en una ilusión y confunden un argumento con una declaración de intenciones. Eso sí, saldremos de aquí y nos abrazaremos y besaremos con psicodélico frenesí.
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Cuenta mi madre que yo nací en Buenos Aires en plena clandestinidad. Corría el año 79 y la dictadura nos tenía jodidos. Apenas nací, pasé a la incubadora, mientras mis viejos no podían volver a su casa porque había sido allanada por los militares. Esperamos encerrados hasta que pudimos huir por tierra a Paraguay y salvarnos de la muerte. Cuarenta años después, encerrados nuevamente, esquivamos a la parca por segunda vez. Ale está perfecto, la Negra hermosa y recuperada, y Martina es la fiera más linda del mundo, creciendo en un microclima lleno de amor y de leche.
Pipina preciosa, ya pronto podrás salir de aquí. Podrás respirar el espantoso aire de la Ciudad de México y oler el incomparable olor a fritura de las calles. Ya pronto podrán venir a verte tus tíos y tus abuelos y los podrás mirar con esos hermosos ojazos que sacaste de tu padre y que te dio tu madre.
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